«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa».
Un llamado a “contemplar a la Madre de Jesús”. “contemplar este signo de contradicción, porque Jesús es el vencedor, pero en la cruz, sobre la cruz. Es una contradicción, no se entiende. Se necesita tener fe para entender, al menos para acercarse a este misterio”.(S.S. Francisco)
María “vivió toda la vida con el alma traspasada” en parte porque seguía a Jesús y escuchaba los comentarios de la gente. “Por eso decimos que es la primera discípula”.
«Y ante la Cruz, permaneció en silencio, observando a su Hijo. Quizás escuchó comentarios del tipo: ‘Mira, esa es la Madre de uno de los tres delincuentes’. Pero ella dio la cara por su Hijo.
Contemplemos, en silencio, este misterio. En ese momento, Ella dio a luz a todos nosotros: dio a luz a la Iglesia. ‘Mujer’ –le dice el Hijo– ‘he aquí a tu hijo’. No dice ‘madre’, dice ‘mujer’. Mujer fuerte, valiente; mujer que estaba allí para decir: ‘Este es mi Hijo, no reniego de Él’”.
Hoy la iglesia contempla a «María iuxta crucen Jesu». Así María, es la primera que sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador.
Podemos vivir con paz y serenidad nuestro dolor, es el mensaje de Cristo crucificado y de María dolorosa, pues el dolor habita también en el mundo divino, ha sido asumido por la encarnación por el mismo Hijo de Dios y compartido con su madre.
Mediante su experiencia de dolor, nuestro dolor puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor. María, mujer del dolor, madre de los vivientes, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida nos acompaña en nuestro caminar, y junto al discípulo amado y en él a toda la Iglesia, nos propone la belleza de este estilo de discípulado no exento de encrucijadas de dolor pero lleno de una inmensa confianza y ternura en medio del misterio del dolor presente en el corazón de cada uno de nosotros.
María estaba allí. ¿Dónde iba a estar sino? ¿Dónde va a estar una madre, si no al lado del hijo que sufre? Las madres siempre os encontráis junto a la cruz de los hijos, y tú, María no fuiste excepción.
¿Por qué? ¿Por qué el dolor de cualquier hijo os atrae, como imán a las madres?… ¿Qué tiene la maternidad para transformaros en heroínas?
Nadie de los amigos o conocidos quiso estar allí. Solo tú, la madre, el discípulo amado y las tres mujeres se hicieron presentes. La escena evangélica está llena de simbolismo, pero se ve clara una gran verdad de la vida: Todo nacimiento es sufrimiento. Todo amor es dolor. Toda maternidad es dar y entregar.
María, desde el dolor de la cruz, reafirmaste tu maternidad. Allí nos diste a luz a todos los creyentes. No podía ser de otra forma. Junto a la cruz, viendo morir al Hijo que concebiste virginalmente y alumbraste corporalmente, nos concebiste a todos nosotros virginalmente y nos alumbraste espiritualmente. ¡Qué gran nacimiento fue éste!
Junto a la cruz estabas entonces, Madre. Junto a la cruz sigues estando hoy…Pero, ¿dónde están los creyentes para sufrir con los que lloran y engendrarlos de nuevo en el dolor?
La Cruz está vacía…No está ya el hijo, que desde ella resucitó. Ni están los otros hijos. La cruz se encuentra vacía. Sola estás tú, María, junto a ella, esperando a tus que le acompañen.
Que no se te escape este día sin hacer un alto y contemplar el misterio del dolor y del sufrimiento delante de la cruz y con mirada de madre.
Oremos…
Señor Jesús:
En esta hora de retos y desafíos,
las madres necesitan de tu ayuda:
para atender a la casa y al trabajo,
para hacer de padre y madre
para educar en los valores cristianos,
para defenderse de la tentación,
para no caer en el pecado.
Señor Jesús:
Que la Virgen Madre las llene de fortaleza.
Señor Jesús:
Que la Virgen María siga siendo
modelo de todas las madres.
Señor Jesús:
Que también ellas luchen por la justicia
y que confíen en el Dios de los pobres:
El Dios que quiere pan en todas las mesas
y paz en todos los hogares;
el Dios que destruye el poder corrompido
y protege a los indefensos y humillados.
Señor Jesús:
Ilumina la vida de nuestras madres.
Premia sus desvelos y trabajos.
Da paz a las madres ya difuntas.
Bendice a todos los hogares.
Y que los hijos sean siempre
gloria y corona de las madres.