Lectura del Evangelio según san Mateo (5,1-12a):
«En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”».
Las bienaventuranzas son paradójicas.
¿Quién puede hablar hoy de felicidad, de dicha, y de pobreza, llanto o hambre al mismo tiempo?
¿Cómo así la pureza de corazón puede ser fuente de dicha?
¿En qué cabeza cabe que ser perseguido, insultado o calumniado nos debe llevar a estar contentos y alegres?
Sin duda, este discurso de Jesús desafía el modo de pensar que muchas veces podemos tener, pone en entredicho los valores (o antivalores) que encontramos presentes en muchas de las tendencias culturales en las que vivimos inmersos. Si lo pensamos detenidamente, nos encontramos frente a un “choque de civilizaciones”. Las paradojas que nos presentan son expresión de algo mucho más profundo.
Lo que Jesús nos plantea en el Sermón de la montaña es una verdadera revolución. Pero no de armas ni de ideologías. Es una revolución —quizá la única— que de verdad cala hasta la más profundo del corazón humano. Y el “choque” que genera es con otro reino.
Es el reino de los cielos que se levanta frente al reino del príncipe de este mundo. Cada reino ha generado una civilización en nuestro mundo. Y, aunque quizá no sea tan visible, existen y están radicalmente enfrentadas. No tienen territorios ni fronteras visibles.
Lo que está en disputa es el corazón humano. Y es bueno que tomemos conciencia que, aunque a veces quisiéramos que hubiera una tierra media, en esta lucha no la hay. El mismo Jesús nos dijo: o están conmigo o están contra Mí (ver Mt 12,30). No hay, pues, terreno neutral.
Visto desde esta perspectiva, reflexionar sobre el Sermón de la montaña nos ofrece entre muchas cosas la oportunidad de revisar nuestra identidad como cristianos.
¿Somos de Jesús?
¿Somos ciudadanos de su reino?
Hace unos años el Papa Francisco dijo que las bienaventuranzas son el «carné de identidad del cristiano». Una gran verdad. Contrastándonos con ellas podemos discernir qué nos falta para ser más como Jesús, y qué nos sobra para reflejar su rostro auténticamente; podemos purificar nuestro modo de pensar, de sentir y de actuar de modo que seamos ciudadanos de su Reino en este mundo.
Cada uno debe “bajar al día a día” de su propia vida lo que hemos dicho de manera “general”. Y eso es algo que solo uno puede hacer.
Un amigo o amiga, un consejero nos puede orientar y ayudar. Pero al final, es cada uno de cara a Jesús quien debe plantearse las preguntas necesarias. Sin miedo, pues no hay nada que perder ni que temer.
Por el contrario, el Señor sale a nuestro encuentro en el Evangelio y nos ofrece una vez más la oportunidad de iluminar nuestra mente y corazón con su luz. En esta ocasión, quizá de una manera única pues las bienaventuranzas expresan el corazón de la Buena Nueva traída por Cristo.
El Señor Jesús nos enseña sentado en la montaña. Nuestra actitud debe ser la de la Virgen: hacer silencio para escuchar, interiorizar y llevar a la vida. Y para ello es fundamental hacer hincapié en una de las bienaventuranzas:
dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. ¿Por qué? El corazón en las palabras del Señor nos remite a la mismidad de la persona. Ser puros de corazón nos permitirá “ver a Dios”. ¡Imaginemos eso! ¿Qué mayor dicha? Ser puros de corazón es indispensable para poder comprender el sentido profundo de la ley del amor, para poder desentrañar la lógica divina que se esconde detrás de la paradoja de las bienaventuranzas. ¿Por algo María, ciudadana por excelencia del reino de los cielos es Inmaculada no?
El premio
Por otra parte el premio es extraordinario: el Reino de los cielos, con lo que significa de poseer la tierra, ser consolados, ser saciados de justicia, alcanzar misericordia, ver a Dios, ser llamados hijos de Dios y, al morir, una gran recompensa en los cielos.
Esta es la plenitud del reino de Dios que Cristo anuncia. Más no se puede pedir. El reino de las bienaventuranzas es la plenitud humana alcanzada como don de Dios a los que quieren creer y vivir la nueva vida y la nueva alianza. Al final de los tiempos los justos vivirán esa bienaventuranza de un modo pleno.
Verdaderamente, es feliz el que sabe ser pobre y vivir desprendido de las cosas de la tierra, libre de las ataduras del deseo y del ansia de posesión.
Es feliz el que al llorar, recibe el consuelo de saber que sus sufrimientos no son inútiles y sin sentido, sino que se pueden convertir en un sacrificio que ayude a salvar a otros hombres en una comunión espiritual de los santos.
Es feliz quien tiene dominio interior de sus pasiones, en una mansedumbre, que es poder sereno, lejos de la violencia.
Es feliz el que sabe que todos los deseos de justicia y amor serán saciados con abundancia.
Es feliz quien tiene buen corazón con el que sufre, en el alma o en el cuerpo, y es tratado con una misericordia que, unas veces es perdón y otras caricia.
Es feliz el que mira al mundo, las personas o a Dios, con mirada limpia, y entiende las cosas con visión sobrenatural.
Es feliz quien siembra paz y concordia entre los hombres, para que aprendan a amarse, también cuando son poco amables.
Puede ser feliz, incluso, el perseguido por ser fiel a Dios, ya que así puede asemejarse a Jesús, que es el inocente que paga las deudas de los pecadores porque los quiere con un amor que les eleva más que les juzga.
En un juego de antítesis, Jesús enunciará, en otra ocasión, cuatro ayes como lo opuesto al espíritu de las bienaventuranzas:
«¡Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre!
¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!
¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo, se comportaban sus padres con los falsos profetas!»(Lc)
El amor verdadero frente al pecado
Son lamentos por los que se dejan llevar por el espíritu del mundo, por el egoísmo y la falta de amor.
Jesús desvela el amor verdadero frente al pecado y al mal amor del que busca sólo lo propio.
Debe temer a quien pone su corazón en las cosas de la tierra; pues todas le serán quitadas, y se le secará el corazón. El que se sacia, buscando sólo bienes materiales, experimentará el vacío en el alma.
La sal y la luz
Como consecuencia de esta nueva moral de amor pleno, Jesús anuncia a los que crean que serán sal de la tierra y luz del mundo. El mundo y los hombres se salvarán de la corrupción si sus discípulos saben llevar ese mensaje a todas las realidades humanas con su palabra y, sobre todo, con su vida.
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale sino para tirarla fuera y que la pisotee la gente.Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos»(Mt).
El mundo movido por el pecado se mueve en la corrupción y en la oscuridad. El sabor y la claridad en el camino vendrán de quien sepa ser como Cristo en su nueva moral de amor pleno.
Oremos…
ORACIÓN DE LAS BIENAVENTURANZAS

Agradecidos simplemente por vivir un nuevo día, nuestro camino hacia Ti, oh Dios,
Bienaventurados son aquellos que se perdonan a si mismos sus faltas de atención, sus errores y caídas, abriéndose a tu divino perdón.
Bienaventurados son aquellos que tienen ojos para ver la simple belleza de una margarita, el esplendor de una puesta de sol, la majestad de una montaña y te alaban en esas maravillosas manifestaciones.
Bienaventurados son aquellos que poseen oídos para escuchar el sonido de la lluvia cayendo, los momentos íntimos de sus propios corazones, las risas de los niños al jugar, Tu voz dentro de todas las voces.
Bienaventurados son aquellos cuyos corazones acogen el amor y el cariño de otros, sin sentir la necesidad de ganárselos, recordando que en el amor de los demás conocemos el poder de Tu amor por nosotros.
Bienaventurados son aquellos que confían y creen que este viaje humano es un viaje sagrado, y que Tú, oh Dios, estás encontrándonos una y otra vez en nuestro caminar.
Un gran mensaje hermano. Tus palabras sobre Jesucristo, me inspiran y motivan para seguir adelante por el buen camino. Un abrazo.
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