¿Qué es la Adoración Eucarística?

«Mil años de gozar la gloria humana no valen tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús, en el Santísimo Sacramento» enseñaba san Pío de Pietrelcina. Una devoción que es también hoy punta de lanza para hacer realidad la primavera de la fe.

La adoración es la actitud de amor, admiración, veneración, gozo, alabanza y profunda humildad que surge en la criatura racional (el ser humano y los ángeles) cuando reconoce su total dependencia respecto de su Creador. Por eso la adoración se debe sólo a Dios.

El Catecismo nos dice cuál es el resultado de la adoración: «Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza» (N. 301).


En la Hostia santa está realmente presente Jesucristo, significado por la apariencia del pan. La sustancia, es decir, la realidad, es Jesucristo vivo y glorioso, tal como está ahora en el cielo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Del pan permanece sólo la apariencia (los accidentes). Adoramos la Eucaristía, porque creemos que es Jesucristo, real y sustancialmente presente, a quien confesamos como verdadero Dios y verdadero hombre.

La Adoración Eucarística es una actitud de fe. Es necesario creer en la palabra de Cristo: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19). Cuatro de los cinco sentidos, que son los medios que tiene el ser humano para conocer la realidad, aquí nos engañan. En efecto, la vista, el tacto, el gusto y el olfato nos informan que la realidad es pan. Pero no es pan. Por el sentido del oído hemos escuchado la palabra de Cristo: «Esto es mi cuerpo». Creemos que esta es la verdad y por eso ante la Eucaristía adoramos a Cristo mismo, nuestro Dios y Señor.

¿Cuál es la importancia y por qué los fieles, sacerdotes y obispos deberían realizar regularmente Adoración Eucarística?

La importancia de la Adoración Eucarística se obtiene de la lectura del Evangelio donde contemplamos a Jesucristo. Él es nuestro Salvador, Él está en el mundo para darnos la felicidad verdadera. A quienes venían a Él decía: «Dichosos los ojos de ustedes porque ven y los oídos de ustedes porque oyen» (Mt 13,16). También decía: «La Reina del Sur vino desde los extremos de la tierra para oír la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien mayor que Salomón» (Mt 12,42; Lc 11,31).

En otra ocasión: «Vengan a mí todos los que están abatidos y agobiados y yo les daré descanso» (Mt 11,28). Cuando se transfiguró antes sus apóstoles ellos exclamaron: «Señor, bueno es para nosotros estar aquí contigo» (Mt 17,4; Mc 9,5; 9,33). Todas estas afirmaciones de Jesús se realizan en la Adoración Eucarística.


La Adoración Eucarística –lo dice el Catecismo– es «fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza». Hoy día muchos hacen grandes sacrificios –incluso económico– y vienen desde lejos para ver a un cantante o un partido de fútbol y luego se ponen ante ellos como en estado de adoración. Pero esos cantantes están lejos de ser fuente de sabiduría, libertad, gozo y confianza y ciertamente no dan descanso a alma. Jesucristo nos diría, refiriéndose a la Eucaristía: «Aquí hay alguien mucho mayor».

Toda la vida cristiana consiste en imitar a Jesucristo. San Pablo lo dice: «Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29). En la presencia de Jesucristo, durante la Adoración Eucarística, se nos transmite esa imagen. Salimos de la presencia de Cristo con el propósito de ser más conformes a Él y a su enseñanza. Es importante, entonces, para todo fiel: pero, sobre todo, para los sacerdotes y Obispos.

¿Los católicos adoran la sagrada forma porque Jesús dijo que debía hacerse Adoración Eucarística?


La expresión «Sagrada Forma» es un modo de referirse a la Hostia santa. Los católicos no adoramos una forma; adoramos a Cristo, porque Él es nuestro Dios y nosotros creemos que está presente en la sagrada Hostia, como se ha dicho más arriba.


Jesucristo no dijo que debía hacerse Adoración Eucarística, con esas palabras. Pero lo que Él dijo ha conducido a la Iglesia, siempre bajo la guía del Espíritu Santo, a descubrir el valor de la Adoración Eucarística y a recomendarla incesantemente. Jesús dijo: «Yo y el Padre somos uno… El que  me ha visto a mí ha visto al Padre… Yo soy la luz del mundo…» (Jn 10,30; 14,9; 8,12) y otras afirmaciones con las cuales nos reveló su divinidad.

Él es Dios y digno de adoración. Por otro lado, nos dijo: «Yo soy al pan vivo bajado del cielo… el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo… el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él…» (Jn 6,51.56). Todas estas expresiones alcanzaron su realización cuando, en la última cena, Jesús tomó un pan y dijo: «Esto es mi cuerpo… hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19). La Iglesia obedeció este mandato y al hacerlo comprendió –estamos hablando de una experiencia viva– que en ese pan convertido en el cuerpo de Cristo se realizaba la promesa de Jesús: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). 

Pronto fue necesario conservar parte de ese cuerpo de Cristo eucarístico para llevarlo a los enfermos y alejados. Allí perduraba la presencia de Cristo que consecuentemente comenzó a ser objeto de adoración.


La Iglesia no ha cesado de recomendar la Adoración Eucarística. Lo hace de manera oficial en el Catecismo: «La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración, que se debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la Misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión… Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas… En su presencia eucarística Cristo permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor… La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Catecismo N. 1378.1379.1380).

¿Cuál es la base doctrinal en la Escritura o de espiritualidad que valida la importancia de la Adoración Eucarística?


Ya hemos indicado varios textos de la Escritura en los cuales la Iglesia, guiada por el Espíritu de la verdad, funda su fe en la Eucaristía. Ciertamente podemos ver aquí una de esas muchas cosas que en la última cena Jesús tenía todavía que decir a sus apóstoles, pero que ellos no estaban entonces en condiciones de asumir (soportar el peso): «Mucho tengo todavía que decirles, pero ahora no pueden cargar con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,12-13).

Eso es lo que ha hecho el Espíritu Santo en la Iglesia, haciéndola comprender cada vez más el misterio de la Eucaristía.
Por otro lado, sin el Antiguo Testamento no habríamos podido entender que la Eucaristía es el memorial de la pasión y muerte de Jesús y que ésta fue un sacrificio ofrecido a Dios para obtener el perdón de todos los pecados. «Memorial» es un término del Antiguo Testamento; significa que hace presente aquí y ahora el sacrificio de Cristo. En el Antiguo Testamento se ofrecía el «sacrificio de comunión». El más importante de estos sacrificios era el cordero que se sacrificaba para celebrar la Pascua. El cordero se inmolaba y se ofrecía a Dios sobre el altar. Si Dios se complacía en ese sacrificio, hacía suya la víctima y se convertía en cosa sagrada. Luego se asaba al fuego y se comía. Comiendo la víctima que Dios había aceptado, se experimentaba la comunión con Dios y con los demás comensales. Era sacrificio y banquete.

Todo esto alcanzó su pleno cumplimiento con el único verdadero sacrificio que complace plenamente a Dios y obtiene la salvación del mundo: el sacrificio de Cristo, que se hace presente y eficaz en cada celebración de la Eucaristía. La Eucaristía es entonces sacrificio y banquete, sacrificio de Cristo agradable a Dios y banquete de comunión verdadera con Dios y con los demás comensales, es decir, con toda la Iglesia. Esto lo capta y expresa muy bien la versión italiana de la fórmula de consagración: «Esto es mi cuerpo, ofrecido en sacrificio por vosotros». 

Es probable que fuera esto lo que explicaba Jesús a los discípulos de Emaús, que no entendían la muerte de Jesús, porque no entendían la Escritura: «»¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (Lc 24,25-27).


La necesidad absoluta de la Eucaristía se declara en estas palabras de Jesús: «En verdad, en verdad les digo: si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes» (Jn 6,53), que el mismo Jesús explica con una comparación: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos… separados de  mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5), obviamente, porque no tienen vida. De aquí, como una ulterior profundización del Espíritu de la verdad, se desarrolló la Adoración Eucarística, como hemos dicho.


Respecto de la espiritualidad eucarística, podemos afirmar que no hay ningún santo que no deba su santificación a la Eucaristía y que no haya hecho de ella el centro de su vida. No puede ser de otro modo, porque los santos, que no están esclavizados por las pasiones, experimentan con mucha fuerza la presencia y la acción de Cristo en la Eucaristía. Y ellos anhelan, por sobre todo, a Cristo. Dejemos que lo diga San Pablo en representación de todos: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… deseo partir y estar con Cristo, lo cual es, lejos, lo mejor…» (Fil 1,21.23).

Fuente: http://www.adoracioneucaristica.cl

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2 comentarios

  1. Muy bonito el mensaje que a la adoración eucarística. Muchas gracias por su mensaje. Me han llenado de alegría y me a dando ánimos para seguir viviendo se los agradezco infinitamente Dios lo bendiga en esta noble misión.

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