Bello poema de Santa Teresa de Ávila y su «Transverberación»

Este fenómeno místico vivido por la santa, se conoce como la «Transverberación», en el cual el corazón es traspasado causando una gran herida. De hecho, en la autopsia que se hizo a la santa luego de su muerte, se podía ver en su pecho una cicatriz de una herida larga y profunda

Vivo sin vivir en mí…

(Versos nacidos del fuego del amor
de Dios que en sí tenía)

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.

Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

Fuente: Facebook de Pili Williamson

La Transverberación de Santa Teresa de Jesús: Herida con la flecha del amor

«Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla. […] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman Querubines […]. Víale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios». Así nos describe Santa Teresa de Jesús un momento único en su vida: la Transverberación.

Este fenómeno místico vivido por la santa, se conoce como la «Transverberación», en el cual el corazón es traspasado causando una gran herida. De hecho, en la autopsia que se hizo a la santa luego de su muerte, se podía ver en su pecho una cicatriz de una herida larga y profunda.

Esta experiencia mística hizo que Teresa respondiera al regalo divino con un voto de hacer siempre lo que le pareciese «más perfecto y agradable a Dios».

Sin embargo, antes de llegar a las cumbres del amor, Teresa había seguido un proceso de conversión, en el cual, había tenido sus altibajos: en su infancia había tenido deseos de martirio, en su adolescencia se deja llevar por la vanidad, luego madura y a los 20 años abandona a su padre y decide entrar como monja al convento, convencida de que era el mejor camino para alcanzar la santidad. Aún dentro del convento, cae en prácticas que enfrían su fervor religioso, hasta que ya adulta, a los 39 años, se determina a convertirse definitivamente. Pero ¿Cuál fue el hecho que la movió a esa determinación?

Encuentro con Cristo: la «determinada determinación»

En aquella época del 1500, había mucha relajación en los conventos y la monjas pasaban muchas horas en locutorio conversando con las visitas, descuidando así la oración -en esto,Teresa no era distinta a las demás-. Ella misma recuerda sus infidelidades en su escrito autobiográfico, el Libro de la Vida: «Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese la vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejándole».

Hasta que de pronto, en ese paisaje desolado de su vida, irrumpe fortísimo el episodio de su conversión. A Teresa le gustaban las imágenes de Cristo sangrantes, como el de Ecce Homo. Un día, tuvo un encuentro que tocaría su alma profundamente:

«Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle».

A partir de este encuentro con el Señor tan íntimo, profundo e intenso, cambia de conducta, surge la «determinada determinación» de seguir a Cristo , término tan utilizado por ella y que la distinguiría como maestra espiritual. Luego, ya no no solo no le será infiel a Nuestro Señor, sino que alcanzará altos grados en la vida de oración; pasará de ser solo Teresa para ser Teresa de Jesús.

Experiencia mística

A pesar de las sequedades de espíritu que le hacían repugnante la oración, ella no dejaba de rezar, aunque el enemigo la tentara con esa sugerencia. En una ocasión, un sacerdote le aconsejó que eligiera como «maestro de oración» al Espíritu Santo y que rezara cada día el Himno «Ven Creador Espíritu». Ella dirá después: «El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas».

Y el Divino Espíritu empezó a concederle visiones celestiales. Al principio se asustó porque había oído hablar de varias mujeres a las cuales el demonio engañó con visiones imaginarias. Pero hizo confesión general de toda su vida con un santo sacerdote y le consultó el caso de sus visiones, y este le dijo que se trataba de gracias de Dios.

En algunos de sus éxtasis se elevaba hasta un metro por los aires (Éxtasis es un estado de contemplación y meditación tan profundo que se suspenden los sentidos y se tienen visiones sobrenaturales). Cada visión le dejaba un intenso deseo de ir al cielo. «Desde entonces – dice ella – dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho». Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: «Tan alta vida espero que muero porque no muero».

Doctora de la Iglesia

Cuando el Papa Pablo VI, el 27 de setiembre de 1970 proclamaba a Santa Teresa de Jesús como primera doctora de la Iglesia, estaba ratificando algo que ya muchos espirituales, a lo largo de los siglos, habían intuido acercándose a su vasta doctrina espiritual.

En todos sus escritos nos habla de la experiencia del profundo amor de Dios que ha descubierto: «sólo digo que, para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la oración; cerrada esta, no sé cómo las hará», es por eso que para Teresa la oración no será otra cosa, sino «tratar de amistad muchas veces con quien sabemos nos ama».

Como legado, la Doctora de la Iglesia, dejó plasmada su experiencia mística en un poema que trascribimos aquí, titulado «Mi Amado para mí»:

Ya toda me entregué y di
Y de tal suerte he trocado
Que mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.

Cuandulce Cazador
Me tiró y dejó herida
En los brazos del amor
Mi alma quedó rendida,
Y cobrando nueva vida
De tal manera he trocado
Que mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
Enherbolada de amor
Y mi alma quedó hecha
Una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
Pues a mi Dios me he entregado,
Y mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.

Pidamos a Santa Teresa de Jesús interceda por nosotros para que todos nuestros pensamientos, deseos y afectos sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios, la Bondad Suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido siempre.

Oración a la Llaga del Corazón de Jesús

Oh dulcísimo Jesús mío, sea la llaga de vuestro Sacratísimo Corazón mi refugio, mi fuerza y protección contra vuestra justa ira, contra el pecado, y en especial contra el pecado mortal, contra los engaños de la carne, del mundo y del demonio y defensa contra mi amor propio, contra todos los males del cuerpo y del alma.

Sea vuestra llaga sacratísima la tumba donde sepultar mis innumerables pecados, los cuales detesto y aborrezco, echándolos en el abismo abierto de esta santísima llaga, abierta por el amor, para nunca jamás volverlos a ver.

Oh amabilísimo Jesús, por la llaga de vuestro Corazón, concededme una sola gota de esa sangre preciosísima que de él fluye, como prenda de eterno perdón de mis pecados.

En esta llaga profunda, escondedme y guardadme allí como prisionero de amor; allí purificadme, disolvedme, cambiadme en un amante de vuestro Corazón llagado.

Convertidme en otro Corazón de Jesús, para que así no piense, ni diga ni haga nada, sino lo que es de vuestro mayor agrado. Amén.

Fuente: Revista
FORMACIÓN CATÓLICA

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