
Me entrego, y al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo consagro sin reservas, mi persona, mi vida, mis obras, mis dolores y sufrimientos. Me comprometo a no usar parte alguna de mi ser sino es para honrar, amar y glorificar al Sagrado Corazón. Este es mi propósito inmutable: ser enteramente suyo y hacer todas las cosas por su amor. Al mismo tiempo renuncio de todo corazón a todo aquello que le desagrade.
Sagrado Corazón de Jesús, quiero tenerte como único objeto de mi amor. Se pues, mi protector en esta vida y garantía de la vida eterna. Se fortaleza en mi debilidad e inconstancia. Se propiciación y desagravio por todos los pecados de mi vida. Corazón lleno de bondad, se para mí el refugio en la hora de mi muerte y mi intercesor ante Dios Padre. Desvía de mí el castigo de Su justa ira. Corazón de amor, en Ti pongo toda mi confianza. De mi maldad todo lo temo. Pero de tu Amor todo lo espero. Erradica de mí, Señor, todo lo que te disguste o me pueda apartar de Ti. Que tu amor se imprima tan profundamente en mi corazón que jamás te olvide yo y que jamás me separe de Ti.
Señor y Salvador mío, te ruego, por el amor que me tienes, que mi nombre esté profundamente grabado en tu sagrado Corazón; que mi felicidad y mi gloria sean vivir y morir en tu servicio.
Amén.
Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús supone, en primer lugar, mostrar una absoluta confianza en él mismo. Lo hacemos así porque estamos en la seguridad que Cristo es nuestro protector, que nos da fortaleza y que, por último, es un refugio más que recomendable para asentar nuestra existencia.
Consagrarse al Corazón de Cristo supone, en segundo lugar, entregar toda nuestra persona al mismo. Así, deberemos huir de todo aquello que pueda disgustar al Hijo de Dios: lo que no suponga honrar a Dios, amar al Todopoderoso, odiar al prójimo y no amarlo como a nosotros mismos y, en definitiva, seguir lo mandado por el Creador en tales aspectos, momentos y circunstancias.
Pero consagrarse al Corazón de Cristo es, en tercer lugar, renunciar, desde ya, a todo aquello que nos aleja del Creador y, así, del Hijo. Queremos, así, permanecer con Cristo y que Cristo permanezca en nosotros como, por cierto, lo pidió en la Última y Santa Cena cuando dijo, por ejemplo, que nada podíamos hacer sin Él que es, además, una realidad que tenemos más que conocida por verdadera como la vida misma.
Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús, como lo hacemos con esta oración de Santa Margarita María de Alacoque, ha de suponer, para nosotros, un antes y un después: un antes que dejamos atrás y un después que ofrecemos a Dios como vida ofrecida a Quien nos la dio y nos la mantiene. Así, por eso, queremos que el Corazón de Cristo, Sagrado misterio de dulce nombre, nos contenga a nosotros, pecadores como somos. Y así, también, procurarnos una existencia que pueda ser digna de llamarse propia de un discípulo de Cristo.
Consagrarse, por último, al Sagrado Corazón de Jesús, es saber que todo lo podemos esperar del mismo y que, por mucho que podamos creernos indignos de hacer tal cosa, somos más que esperados por Quien todo lo espera de nosotros.