Alegrías y penas del Santo José en Belén. Relato de la Venerable Hna. Ma. Cecilia Baij

Descubrirás en este relato de 1736, increíbles detalles de lo vivido por San José en la cueva de Belén, detalles revelados a la Venerable Hna. Ma. Cecilia Baij (1694-1766) en el Monasterio Benedictino de MONTEFIASCONE, Italia a quien San José revela toda su vida.

Habiendo estado los Santos esposos por algún tiempo en santas conversaciones, y habiendo tornado un poco de refrigerio según su pobreza, la Divina Madre se retiró en un rincón de la cueva para pasar toda la noche en oración y santos coloquios con su Dios.

También nuestro José se puso a orar, y después tomó un breve descanso sobre el duro suelo, no habiendo otra comodidad. La Divina Madre estaba toda absorta en altísima contemplación, y ya estaba al tanto de cómo había llegado el tiempo en el cual debía nacer el Redentor en ese establo, donde contemplaba el gran misterio.

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Después de haber orado por algún tiempo, nuestro José se durmió. Un misterioso sueño en el cual le parecía que el Redentor nacería en ese establo, y que dos animales vendrían a calentarlo con su aliento. Después de haber terminado el sueño, siendo la media noche, el Ángel le habló y le dijo: –«José: despertaos, pronto, id a adorar al Redentor del mundo, porque ya ha nacido»-. Al mismo tiempo se hizo oír el Divino Redentor con sus gemidos.

Enseguida se despertó el afortunado José, todo conmovido en su interior, lleno de júbilo y también de pena por haberse encontrado dormido en ese tiempo. Una vez que se despertó, vio a su Redentor nacido, de cuyo rostro salían rayos más claros que el sol y el establo totalmente resplandeciente.

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A esa visión el afortunado José se postró en el suelo a los pies del Divino Niño y lo adoró con el rostro en el suelo. Era como para que estallara su corazón por el gran consuelo que sentía, y no sabía qué decir ni qué hacer.

Salían de sus ojos en gran abundancia las lágrimas por la dicha y por el dolor al ver a su Dios Humanado nacido en tanta pobreza, sin poder socorrerlo. Hacía actos de amor, de respeto, de admiración, de gratitud, de agradecimiento a su Dios nacido por la salvación del mundo, y estaba totalmente fuera de sí mismo.

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El Divino Niño fijó su mirada en el rostro del afortunado José, mirándolo con gran Amor; por ello el corazón de José quedó herido por el Amor de su Dios Humanado y ardía de encendidas Mientras ocurría esto, volvió del éxtasis la Divina Madre, la cual vió nacido a su Hijo y Dios verdadero, e hizo un acto de profunda adoración, lo saludó e hizo todos esos actos convenientes a su oficio de verdadera Madre.

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Nuestro José estaba totalmente absorto y admirado, y su espíritu inundado en un mar de alegría, sin poder retirar las amorosas miradas de su Dios amado. Su corazón se destrozaba por la pena al verlo en el suelo, desnudo y tiritando de frío, y mientras tanto no se atrevía a cogerlo entre sus brazos, esperando que hiciera eso la Divina Madre. El afortunado José miraba al Divino Niño, y vela en Él la Majestad y la Grandeza de su Dios.

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El Divino Niño miraba a su querida Madre en acto deseoso de ser recibido por Ella entre sus brazos, y nuestro José se deshacía de amor y de compasión al verlo tiritando de frío en el suelo. Los coros angelicales cantaban la Gloria al Dios Altísimo, y anunciaban la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Nuestro José participaba en todo, aunque poco atendiera a esos cánticos angelicales y melodías celestiales por estar totalmente atento en mirar y contemplar a su Dios Humanado nacido en tanta pobreza.

Sin embargo admiraba las fiestas y los cánticos de alegría que en esa noche hacían los coros angelicales en homenaje al nacido Redentor. Recibió grandes Luces, y conoció los motivos por los cuales el Redentor del mundo quiso nacer en ese establo en medio de tanta pobreza y desconocido completamente por el mundo.

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Estaba atento a todas las acciones que en ese momento hacía su divina esposa, y admiraba la gracia, la prudencia, la humildad, la caridad, el amor que demostraba hacia su Divino Hijo, y decía en su interior: –«¡0h!, de dónde me provienen tantas Gracias sublimes, para tener por compañera y esposa a la Madre de un Dios, y de ser espectador de prodigios tan grandes? Qué haré pues, Dios mío, para mostrar gratitud a tanta Generosidad vuestra y Bondad hacia mi, siervo ingrato?»-.

Muchos fueron los actos que nuestro José hizo a su nacido Redentor, de gratitud y de agradecimiento. Mientras tanto la Divina Madre recogió a su Dios nacido y lo estrecho al pecho entre sus brazos. Entonces el corazón de nuestro José se consoló, y en parte se le quitó aquella pena que sentía al verlo desnudo en el suelo. Se puso de rodillas cerca de la Divina Madre y de nuevo adoró a su Dios entre los brazos de su amada esposa. José una vez más fue mirado por el Divino Niño con, rostro alegre y sonriente, mostrándose muy contento de estar en los brazos de su queridísima y amadísima Madre.

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Nuevamente`el corazón de nuestro José se llenó mucho de júbilo y gozo de la felicidad de su amada esposa, y decía a su Dios: ¡»0h, que bien estais mi Divino Redentor entre los brazos purísimos de vuestra Divina Madre! Oh, cómo os la habéis formado toda según vuestro gusto! ;Oh, cuánto la habeis llenado de virtud y de Gracias! Gozo por su suerte tan bella, y doy gracias infinitas a Vos que la habéis escogido entre todos los hijos de Adán, y enaltecida a un lugar tan digno y a una dignidad tan sublime; y también os agradezco por haberme escogido a mi, siervo indigno, para asistir a Ella y a Vos, Rey Supremo. Indicadme la manera y dadme la virtud y el talento para poder ejercer mi oficio como se debe»-.

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Luego el afortunado José deseaba que todas las criaturas del universo vinieran a adorar y a reconocer a su Dios Humanado, nacido en ese establo por Amor de todos, para salvarlos a todos. Pero al ver que sus deseos no lograban su cumplimiento, Él hizo actos de adoración, de gratitud y de agradecimiento en nombre de todos y por parte de todos, con el mayor afecto y respeto posible; esto le agradó mucho al Divino Niño, manifestando a su José la gratitud inclinando la cabeza en acto sonriente, de lo cual gozaba mucho el afortunado José.

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Luego se ofreció al nacido Redentor como su siervo y esclavo perpetuo, renovándole a menudo esta entrega y diciendo en Su interior: –«Oh cómo, Dios mio, se han cumplido vuestras promesas! Es verdad que por mucho tiempo las he esperado. ¡Como son abundantes y como rebasan toda mi fe! Esperaba de Vos las Gracias que desde mi niñez me habíais prometido por el Ángel mientras me hablaba en el sueño, pero yo nunca habría podido imaginarme que las Gracias hubiesen sido tan grandes y tan sublimes. ;Oh, como sois fiel y generoso en vuestras promesas! Ahora me toca a mi corresponder y ser fiel en lo que tantas veces os he prometido. Dadme por lo tanto Gracia para poderlo cumplir fielmente y con toda la perfección posible. Que yo me consuma todo en vuestro servicio, oh mi querido y amado Redentor»-.

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Luego, nuestro José fue a felicitar a la Divina Madre y con todo el afecto le decía: –«!No os decía yo, oh mi querida esposa, de que nuestro Redentor habría tenido una hermosura tan especial, que habria hecho gozar a nuestras almas un Paraíso de alegría?, la Majestad acompañada con la amabilidad, arrebata nuestro corazón, y lo mueve a la adoración y al amor!»-.

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La Divina Madre gozaba al oir a su José tan consolado y tan agradecido con su Dios Humanado, y juntos se unieron para alabarlo, componiendo la Divina Madre nuevos cánticos de alabanza al nacido Redentor. Mientras tanto el Divino Niño estaba descansando en los brazos de la Divina Madre por mucho . Despues de algun tiempo lo envolvió en pañales y lo puso en el pesebre, conociendo que esa era la Divina Voluntad. Vinieron los dos animales, y se pusieron por divina disposición a calentar al nacido Redentor con su aliento, esto es: el buey y el asno.

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Nuestro José quedó admirado, y él también en la pesebrera permanecía de rodillas adorando a su Redentor, y contemplando el gran misterio, que causaba en su alma grandes y admirables efectos. Luego vinieron los pastores enviados por el Ángel, para venerar y adorar al nacido Redentor. Nuestro José se asombraba al ver a esos sencillos pastores que con tanto afecto y devoción venían a adorar al Redentor, aunque se encontrara en un lugar tan despreciable para la humana grandeza y entre tanta pobreza: y contemplaba las obras admirables de su Dios Humanado y siempre más se enamoraba de la pobreza y de la propia humillación.

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Viendo que tanto la amaba su Divino Redentor. Observaba luego como al Divino Niño le agradaba mucho la Visita de esos sencillos pastores, y entendía como amaba y acogía a los sencillos, ese Dios de tanta Sabiduría y Majestad, y decía a su Dios: –«¡0h!, cómo, Señor mío, son diferentes vuestros sentimientos a los del mundo, el cual no sabe gustar, ni apreciar otra cosa que la vanidad, la grandeza y el lujo. Bien se conoce que Vos habéis venido al mundo para enseñar una doctrina totalmente distinta de los criterios del mundo, pero mi querido y amado Redentor, cual pocos serán aquellos que la seguirán! Tendré sin embargo, y si, la suerte de seguirla, mientras he de estar aquí, la suerte de ser vuestro guardián y de vivir con Vos, oh, Divino Maestro; veré vuestros ejemplos, oiré vuestras enseñanzas, y espero ser un verdadero discípulo vuestro»-.

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Mientras los pastores estaban adorando y mirando al nacido Redentor se llenaron de un inmediato consuelo, gustando la suavidad de su Dios y todos concentrados en un gozo dichoso, el afortunado José fue arrebatado en éxtasis, donde le fueron revelados profundos misterios acerca del nacimiento del Redentor en ese establo. Al volver del éxtasis, nuevamente adoró al Divino Nino. Siendo ya de día, los pastores se fueron para ir a atender a su rebaño, todos llenos de consuelo, y nuestro José decidió ir a la ciudad para proveer el alimento necesario para la Divina Madre y ve a la Divina Madre de rodillas, toda absorta contemplando a su Dios nacido en ese establo, por lo cual esperó algún tiempo para poderle hablar y pedirle permiso para irse.

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La Divina Madre se levantó para tomar de nuevo entre sus brazos al Divino Hijo, y entonces el afortunado José le habló y se postró en el suelo pidiendo la bendición de su Redentor y luego el beneplácito de la Divina Madre, que se lo dio con gran consuelo de su parte. Nuestro José se fue a buscar el alimento necesario, aunque antes de marcharse de la cueva y alejarse de su amado y Divino Niño, se quedaba contemplándolo y luego salía lentamente del, pesebre sin darle las espaldas y sin dejar de mirar al tesoro que dejaba.

La Divina Madre mientras tanto se quedó gozando con la querida conversación de su amado Hijo, y lo que sucedió entre ellos y cómo se trataron mutuamente no es este el lugar para narrarlo, pues aquí solamente hay que resaltar lo que corresponde a la vida de nuestro afortunadísimo Santo. Mientras tanto nuestro José se proveyó de cuanto le era necesario según sus pobres posibilidades, y luego regresó rápidamente al establo para volver a ver pronto a su amado Redentor; y eran más frecuentes los actos fervorosos de amor y de gratitud que hacía al Divino Infante, de lo que siempre le pedía nuevas Gracias a su Divino Hijo.

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Luego nuestro José preparó la comida, y arregló el lugar de modo que la Divina Madre pudiera sentarse y tomar algún descanso, estando su humanidad muy debilitada por los sufrimientos padecidos en el viaje y en todo el resto del tiempo. Nuestro José encontró tanto en el campo como en la ciudad lo que le era necesario para dar comodidad a la Divina Madre, y para encender el fuego; todo lo arregló con habilidad según sus posibilidades. El Señor dispuso que no le faltara lo que era indispensable para vivir y quedarse en esa cueva todo el tiempo que Dios había decretado.

De todo daba gracias a su Dios el afortunado José, y aunque estuviera en esa cueva con tanta pobreza, sin embargo, le parecía estar en un grandioso palacio, porque allí encontraba todo su su gozo y su tesoro, su verdadera riqueza y la dicha de su corazón. La Divina Madre tenía a su Hijo entre los brazos gozando de esas delicias que jamás la mente humana puede llegar a comprender; y nuestro José, gozaba al ver a su Dios Humanado entre los brazos de su amada esposa, y aquí lo adoraba, lo alababa y. le manifestaba los deseos ardientes de su corazón.

Deseaba él también tener la hermosa suerte de tener entre sus brazos a su amado Divino pero puesto que se consideraba indigno de ello no se atrevía a pedírselo a la Divina Madre fueran sus pasos apresurados, ahora llorando por la compasión que sentía de los padecimientos de su nacido Salvador, ahora riendo por la dicha y la alegría que su corazón sentía por haber visto ya nacido al que por tantos años había deseado y esperado.

El afortunado José se fue a la cueva, donde adoró de nuevo a su Dios Humanado y saludó a la Divina Madre y fue recibido de ambos con especial y cordial afecto. La Divina Madre le agradecía por el cuidado que él demostraba en proveer lo necesario, y el Santo, todo confundido le hacía grandes expresiones de su amor muy sincero y le comunicaba con que gusto él se dedicaba a servir a su Dios y a Ella, y que sólo le disgustaba que por su pobreza no podía hacer todo lo que debía ser conveniente y que su amor le dictaba, y por lo tanto le decía a menudo: -«Recibid, esposa mía, mi afecto que es sincero y mi buena voluntad»-.

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La Divina Madre le mostraba complacencia, y hablaba sin embargo, en su interior con su Dios amado y le decía: –«Oh, mi Dios Humanado, ¡qué deseo tiene mi corazón de estrecharos entre mis brazos!, pero demasiado bien estáis en los brazos castísimos de vuestra Santa Madre, puesto que allí encontrais todas vuestras complacencias. No tengo porqué privaros de vuestras queridas delicias, pero si Vos no desdeñais, antes bien, queréis ser colocado de vez en cuando en una muy despreciable pesebrera, espero que no desdeñeis venir alguna vez a los brazos de vuestro indigno siervo. ¡Ah!, mi corazón lo desea demasiado. No soy digno de ello, es verdad, pero esto lo haréis por los méritos de vuestra Madre y mi querida esposa. Consolad por lo tanto a vuestro Jose que os ama, os desea, y os espera»-.

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Con gusto el Divino Niño sentía los ardientes deseos de su amado siervo y gozaba ser pedido por él. Así la Divina Madre intuía los deseos de su José, y solicitaba a su Divino Hijo para que lo consolara. El Divino Niño no demoró mucho en consolar a su querido José, manifestando a su Divina Madre como Él ya había dado y atendido sus súplicas, y que por lo tanto Ella lo entregara en los brazos de su José. La Divina Madre lo hizo con mucho gusto, para ver consolado a su esposo que bien se lo merecía.

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Nuestro José recibió al nacido Redentor entre sus brazos estando de rodillas en el suelo, y se lo estrechó a su pecho. El Redentor apoyó su Divina cabeza sobre el cuello del afortunado José, y le hizo sentir al mismo tiempo un pleno gozo de espíritu, pareciéndole tener ya entre sus brazos el tesoro del Paraíso, como de hecho lo tenía. El Divino Nino descansó en el pecho de José, y nuestro José fue arrebatado en éxtasis por la dulzura. Este éxtasis de nuestro José fue el más sublime de todos los otros que había tenido tiempos atrás, y le fueron reveladas grandes cosas acerca de la vida del Redentor. Conoció grandes misterios y su alma fue enriquecida de muchas Gracias.

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Conoció con más claridad la sublimidad del lugar al cual Dios lo había elevado, esto es, de ser esposo de María Santísima y padre adoptivo del Verbo Encarnado. Este éxtasis que tuvo el afortunado José duró por bastantes horas, y la Divina Madre estaba adorando a su Divino Niño que descansaba sobre el pecho de José, y gozaba mucho de las Gracias que él mismo recibía, porque para Ella -todo era conocido-, por lo cual daba afectuosas gracias a su Dios. La Divina Madre deseaba recibir de nuevo entre sus brazos a su Divino Hijo, pero mientras tanto se contentaba en quedar privada de ello de modo que gozara su José y si hubiese podido hacer gozar así a todas las criaturas, de buena gana lo hubiese hecho. Tan grande era su caridad hacia todos.

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El afortunado José volvió del éxtasis, y vio al Divino Niño que descansaba dulcemente sobre su pecho, y lloraba por la dulzura que sentía de ello y estaba totalmente absorto contemplando la grandeza de ese Dios que estrechaba entre sus brazos. El Divino Niño se despertó, y comienza a mirar con ojos amorosos a su querida Madre haciendo seña que quería volver entre sus brazos. Se dio cuenta el afortunado José y se lo entregó a la Divina Madre, la cual de rodillas lo recibió con mucho júbilo de su corazón que lo deseaba ardientemente.

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Nuestro José agradeció a su Dios por el favor sublime que le había hecho; luego dio gracias a la Divina Madre. A continuación los dos dieron gracias al Divino Redentor por los favores compartidos a su amado esposo, como también a la Divina Madre. Así se iba aumentando siempre más la Divina Gracia en el alma de nuestro José, y crecía en él el amor hacia su amado Redentor. Lo recibía a menudo entre sus brazos, preparándose para ello siempre con ardientes deseos de recibirlo, y cada vez que lo recibía llenaba su alma de nueva Gracia y de más ardiente amor.

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El afortunado José todo lo entendía, y daba afectuosas gracias a su amado Señor. Esto lo conocía también la Divina Madre, y Ella también le agradecía por parte de su José. El Divino Niño en acto de sonreír miraba a veces fijamente el rostro de su amado José, y le hacía oír su Voz Divina que le decía: -«Mi querido José, !cómo os quiero y agradezco vuestros servicios, vuestro amor!, después de mi querida Madre, vos sois la persona más amado por mi». Estas voces internas se derretía el alma del afortunadísimo José, en amor y gratitud hacia su Dios amado, y le respondÍa con afectuosas palabras y correspondía con ardiente amor y a menudo le decía: –«¡Jesús mío, Vos sois el único objeto de mi amor! ¡Vos sois todo mi bien, mi dicha, mi vida, mi descanso! Después de Vos amo a vuestra Divina Madre, y la amo como a vuestra Madre, como a la criatura más Santa y digna que haya existido, que exista y que existirá en el mundo. La amo como a la llena de virtud y Gracia, y la amo como a mi esposa y queridísima compañera que Vos, por vuestra Bondad, me habeis dado. Amo a todas las criaturas como hechura de vuestras manos, y a todos amo en Vos y para Vos, que sois mi vida y mi único y verdadero bien»-.

Al Divino Niño le agradaba mucho esas expresiones de amor.

Se alimentaban muy escasamente debido a su gran pobreza. Eran a menudo visitados por los sencillos pastores, los cuales al verlos en tanta pobreza no dejaban de traerles algo para que se alimentaran, lo cual era aceptado muy gustosamente por parte de nuestros personajes, y tan solo tomaban lo que era necesario y nada más.

En esos primeros días del nacimiento del Redentor se alimentaban muy rara vez, tanto la Divina Madre como nuestro José, los cuales estaban lo más de las veces en éxtasis y en profunda contemplación del gran misterio del nacimiento del Redentor. Luego la belleza y la gracia, la amabilidad y la dulzura del Divino Niño los llenaba de tal modo que, por la abundancia de los consuelos internos, sentían también una saciedad y un refrigerio en el cuerpo pareciéndoles haberse alimentado deliciosamente.

Sumergidos totalmente en la contemplación del nacido Redentor, les parecía que no supieran pensar en otra cosa que en gozarse de la Presencia de su amado y deseado Dios. Sin embargo, nuestro José se tomaba el cuidado y la preocupación en proveer del alimento necesario de modo que la Divina Madre no sufriera, y tanto en esto como en todas las otras cosas se mostraba muy atento y preocupado, sin descuidarse de sus obligaciones, como era la de proveer en todo a las necesidades de su esposa y del Redentor.

Así sé porqué nuestro José en ese tiempo que vivió allí y en especial en esos ocho primeros días de nacido el Divino Niño, al cual después de estos ocho días fue circuncidado, según lo mandaba la Ley de Moisés. Su amado José, le mostraba el reconocimiento mirándolo amorosamente y llenando de dicha y de alegría su corazón y su espíritu. José devolvía afectuosas gracias al Divino Niño. Nuestro José vivía en ese establo tan pobre con mucha dicha de su espíritu en compañía de la Divina Madre y del Divino Niño.

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Al Divino Niño le agradaba mucho las expresiones, de su amado José, y le mostraba el reconocimiento mirándolo amorosamente y llenando de dicha y de alegría su corazón y su espíritu. Jose devolvía afectuosas gracias al Divino Niño. Nuestro José vivía en ese establo tan pobre con mucha dicha de su espíritu en compañía de la Divina Madre y del Divino Niño.

Sumergidos totalmente en la contemplación del nacido Redentor les parecía que no supieran pensar en otra cosa que en gozarse de la Presencia de su amado y deseado Dios.

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2 comentarios

  1. Si ya amaba tanto a mi favorito San José, ahora lo amo mucho más. Qué hombre tan hermoso. Digno esposo de nuestra Madre María y padre de nuestro Señor Jesucristo.

    Gracias!

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