Inicio de la vida pública de Cristo y Reflexión del Evangelio del día

Son los primeros días de la vida pública de Jesús, el Hijo de Dios

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Ya la liturgia dejó la infancia y la niñez del nacido para salvar a todos los hombres; ahora ya en plenitud, en el tiempo anunciado por los profetas, en plena madurez se manifiesta el Mesías admirable con su mensaje –la Buena Nueva– y sorprendente con los hechos –los milagros–, para confirmar su doctrina y para manifestar su amor a los débiles, a los enfermos, a todos cuantos, afligidos, a Él se acercan.

 

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La intención es acercar la persona y el mensaje de Cristo a los hombres de este tiempo, desorientados o distraídos, pues allí están la luz, la verdad, la vida.

     No va a las grandes urbes; en Capernaúm inicia la predicación del Reino, ahí junto al lago, donde los sencillos y pobres reunidos están bien dispuestos a escucharlo, son tierra bien dispuesta, los elegidos para recibir la semilla de la Palabra de Dios y que dé frutos abundantes.

Conviértanse, porque está cerca el Reino de Dios”   

    

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Con este llamamiento o invitación Cristo inicia la obra de evangelizar. Así brota el mensaje del amor para los hombres, en esos tres breves años de su vida pública, y desde entonces para todos los hombres y en todos los tiempos.

     Conviértanse, dice, porque tienen la mirada, la mente y la voluntad en las criaturas, y convertirse es mirar no sólo a las criaturas, sino al Creador.

     Este es un cambio: no mirar el río, pues fluye y pasa, sino para conducirlos a la fiesta de la vida desde donde brota el caudal. Lo del tiempo, con el tiempo pasa; lo eterno da sentido al pensamiento y a la acción, y todo es inmutable.

     Conviértanse es un llamado a intentar un nuevo estilo de pensar y de actuar. Este ha sido el verbo, el llamado de la Iglesia –el Reino de Dios–: siempre invitar a los hombres a volver su rostro hacia Dios, y ese ha sido el camino de la santidad.

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Sin embargo, para convertirse no es preciso irse solitario a vivir en oración en el desierto. La conversión es una actitud espiritual e interior perceptible a la mirada del Altísimo; no es para ser captada por los hombres, con afán de ostentación, pues así no sería auténtica conversión. El convertido es el convencido de haber encontrado –tal vez, después de larga y penosa búsqueda– la verdadera dirección de su vida. “Caminó en tinieblas la humanidad, hasta que brilló su luz” (Mateo 4, 16). Más para llevarlos a la luz es indispensable la evangelización.

El cristianismo nació de Cristo y de la evangelización

     Las inagotables riquezas del evangelio tuvieron su inicio allí en Cafarnaúm, cerca del lago, y desde entonces es la tarea de la Iglesia, es la encomienda, más bien el mandato categórico de Cristo a los discípulos cuando los convirtió en apóstoles –enviados–: “Vayan por todo el mundo, prediquen, bauticen”.

    

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La Buena Nueva habría de ser llevada a todos los hombres, y serían desde  entonces los hombres los evangelizadores de los hombres. Por eso el Señor Jesús, para continuar su obra evangelizadora, buscó y eligió a sus más cercanos colaboradores.

“Vengan, síganme, y yo los haré pescadores de hombres”

     Simón –a quien después Jesús llamó Pedro– y Andrés –su hermano–, Santiago y Juan, son hombres de buenas costumbres, de humilde condición, dedicados a la pesca en el lago. Hombres sencillos, oscuros. Así pues, el Reino no se ha de edificar en la grandeza y riquezas de los hombres. Para dejar de una vez en claro un gran misterio: la Iglesia no es obra de los hombres. Ahora, veinte siglos después, se comprueba esta realidad porque ni las persecuciones, ni las herejías, ni los escándalos, ni tantas maldades de los hombres han podido destruir este Reino, edificado sobre una piedra: Pedro, el pescador de Galilea.

    

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Este pensamiento es un motivo para amar cada día más a la Santa Iglesia, para fortalecer el amor a la santa religión y para aceptar siempre el mensaje de Cristo, transmitido desde entonces a través de mensajeros de Cristo; siempre se ha de escuchar la Buena Nueva por bien de los llamados a ser “discípulos y misioneros”. La Iglesia sigue y seguirá empeñada en evangelizar y en llamar a los hombres a encontrar a Cristo, y quienes lo encuentren irán ya por caminos de santidad.

“Ellos, inmediatamente, dejándolo todo, lo siguieron”

     El evangelio presenta a Jesús siempre en camino; los doce discípulos de entonces fueron de pueblo en pueblo por Judea, Samaria y Galilea, siempre en seguimiento del Maestro. Y después, al mandato de Cristo de ir “a todo el mundo”, siguieron itinerantes hasta que el martirio los llevó de la patria terrena a la eterna.

     Es esta la imagen de la Iglesia. Decir Iglesia es decir el pueblo de Dios siempre en marcha. El pueblo de Israel guiado por Moisés a través del desierto, es imagen del Pueblo de la Nueva Alianza, con Cristo como guía, en camino siempre hacia el Padre y con la luz del Espíritu Santo.

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El cristiano no ha de ser un simple espectador; es invitado, como lo fueron los discípulos a seguir a Cristo. El cristiano hace la elección libre de ir en seguimiento, a definirse. En este siglo Jesús pasa y llama. Siempre hay noticias de convertidos, de hombres seducidos por el mensaje de Cristo. La vida cristiana siempre da respuesta a la manifestación de la gracia divina, de un encuentro, de una invitación.

Cristo es el primero en buscar al hombre

     La vocación del cristiano no es conquistar, sino haber sido conquistado. “No son ustedes los que me eligieron, sino yo fui el que los elegí”, les dijo el Señor a los discípulos la noche de la última cena.

    

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Los discípulos de este siglo son llamados igual que los primeros: han de ir en seguimiento del Maestro y éste se ha de manifestar en un deseo de invitar al Señor, con todos sus riesgos y consecuencias.

     Ser cristiano es creer firmemente en que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, es poner en Él y sólo en Él toda la confianza, o mejor, toda esperanza, y en todo su empeño de vivir el amor, el fuego que Él trajo a la tierra.

     La iniciativa siempre es de Dios. La respuesta siempre ha de ser de la libre voluntad del hombre. Libres eran aquellos pescadores, y libremente siguieron al Señor.  

Fuente: EL INFORMADOR 22 de Enero de 2011; José R. Ramírez Mercado

Nuestra Nueva sección para cada día: Reflexionemos la Palabra…

Palabra de hoy

Lectura del primer libro de Samuel (1,9-20):

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En aquellos días, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto a la puerta del templo, Ana se levantó y, con el alma llena de amargura, se puso a rezar al Señor, llorando a todo llorar.
Y añadió esta promesa: «Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida, y no pasará la navaja por su cabeza.»
Mientras ella rezaba y rezaba al Señor, Elí observaba sus labios. Y, como Ana hablaba para sí, y no se oía su voz aunque movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo: «¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? A ver si se te pasa el efecto del vino.»
Ana respondió: «No es así, Señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor. No creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción.»
Entonces Elí le dijo: «Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.»
Ana respondió: «Que puedas favorecer siempre a esta sierva tuya.»
Luego se fue por su camino, comió, y no parecía la de antes. A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron. Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella.
Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: «Al Señor se lo pedí.»

Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,21-28):

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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio de hoy martes, 14 de enero de 2020

 Por: Alejandro Carbajo Olea, cmf

Queridos hermanos, paz y bien.

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Jesús continúa alternando las palabras sobre el Reino con acciones que demuestran que ese Reino está ya entre nosotros. En ocasiones, se centra en las necesidades materiales de sus oyentes, como en el caso de la multiplicación de los panes y los peces. Alimento para el alma, y alimento para el cuerpo. No fuera a ser que desfallecieran por el camino.

Hoy vemos un paso más en la lucha contra el mal, o, dicho de otra manera, en la propagación de ese Reino de Dios que ha comenzado con Jesús. La liberación de un endemoniado supone demostrar que el poder de Dios es superior a la fuerza del diablo. El Bien vence al mal, aunque a veces no sea tan evidente como en este relato.

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Nosotros quizá no podemos liberar demonios, como hacía Jesús. Es tarea de algunos sacerdotes expertos, designados por los obispos, los exorcistas. Pero sí podemos estar cerca de los que sufren, como hacía Él. Y tratar de animar, de iluminar, de ser testigos de la fe, de nuestra fe. Con los extraños, y con los cercanos. Con todos.

Y si no sabes cómo cumplir con esta misión, haz como Ana. Ora, pídele al Señor que te dé lo que necesitas, desahógate ante Él. Que siempre sabe lo que se hace, y te ayudará a encontrar la forma de ser testigo. Que palabras y obras vayan de la mano en nuestra vida. Como lo fueron en la vida de Jesús.

«Se busca»…. Jesús de Nazaret. Edad: 33 años. Origen: Judío. Profesión: Carpintero
cantada por José Luis Rodríguez («El Puma»).

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