Escuchar la Voz de Dios, un susurro en el alma

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En un mundo de tinieblas, como en el que permanecemos, de incertidumbre, temor y donde escuchamos diferentes voces, es trascendental que todo creyente, laico, sacerdote, ministro y líder, aprenda a escuchar la voz de Dios. Se han visto manifestaciones de incredulidad, con relación a este tema, un ejemplo de esto es, que permanecen personas que no creen que Dios hable hoy.

Sencillamente, creen que es un Dios que habló en algún tiempo, pero que ahora está en silencio. Sin embargo, mediante la lectura de la Biblia, logramos ver que Dios siempre ha anhelado hablar y comunicarse con su pueblo.

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Dios siempre ha querido hablarle a su pueblo, tanto en el pasado como en el presente. Él es un Dios vivo y soberano. Tenemos que sustituir nuestra mentalidad vieja, que dice que Dios habló en el pasado y solamente a ciertas personas.

  • Dios habló a Moisés, Dios nos enseña en la biblia que habló a Moisés cara a cara sin  intermediarios. Moisés escucho la voz de Dios.

Respondió Dios a Moisés: “Yo soy el que soy y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me envió a vosotros “. Éxodo 3.14

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  • Dios habló a Samuel, en el caso, de Samuel vemos cómo Dios le habló en voz audible, y él respondió de manera obediente.

Yahvé entró y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel respondió: Habla, Yahvé que tu siervo escucha”. 1 Samuel 3.10

  • Dios habló al apóstol Pablo; En aquel tiempo el apóstol Pablo perseguía, y hostigaba a la iglesia e iba para capturar y matar a los creyentes, el señor se le apareció y mostró en visión y le habló a Pablo.

“ Pero, yendo por el camino, aconteció que, al llegar cerca de Damasco, repentinamente lo rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Hch 9.3, 4

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  • Dios habló al apóstol Juan; él estaba preso en la isla de Patmos, pero estaba buscando al Señor con todo su ser y su corazón. Vemos cómo Dios le habló y le dio el libro de Apocalipsis.

“Estando yo en el Espíritu en el día del Señor oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta…” Apocalipsis 1.10

¿Por qué Dios quiere hablarnos?

 Dios desea revelar sus planes y propósitos para nuestra vida, la comunicación es parte de su ser. La tendencia de Dios es hablar con su creación. Él anuncia sus deseos, planes, el presente y el futuro, porque es parte intrínseca y natural de su ser.

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La biblia nos habla lo siguiente: “…si oyes hoy su voz…”, nos está hablando en tiempo presente y Dios habita en el eterno presente; por eso, su nombre es “El gran yo soy”. Dios es hoy, es decir, habla hoy y sana hoy.

Si estamos decididos a obedecerle, podemos escuchar su voz. En ocasiones, nuestro oído espiritual está bloqueado, y no sabemos oír al señor cuando nos habla. La palabra de Dios nos enseña que él es espíritu y, por lo tanto, una condición elemental para poder oírlo es vivir en el espíritu.

¿Cuál es la clave esencial para oír la voz de Dios?

Estar dispuesto a obedecer, uno de los motivos por las cuales Dios deja de hablarles a muchos creyentes, es porque no están aprestados a obedecer.

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“Muchos dicen Dios a mí no me habla”. Si éste es su caso, antes de decir esto, pregúntese cuándo fue la última vez que el señor le habló y usted no hizo lo que él le pidió. Cuando la identifique, debe rectificar, pida perdón a Dios, y verá que nuevamente vuelve a confiar y  le volverá a hablar. Cuando somos obedientes, estamos prestos a oír la voz de Dios.

La palabra obediencia implica dos cosas en el griego: “akouo” significa oír para obedecer, y “bupakouo”, que significa instar, escuchar, oír para hacer. En esencia, obediencia es oír con oídos espirituales y poner por obra lo que Dios nos ordena hacer.

En oportunidades, Dios nos pedirá hacer cosas que van en contra de nuestro razonamiento humano, que no serán fáciles de hacer, pero debemos estar dispuestos a obedecer, a pesar del lugar, los escenarios  o las personas.

Medios por los cuales Dios se revela y se comunica con su pueblo.

El oír

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Cuando se habla de oír, no es un oír físico, sino espiritual. Nuestro espíritu tiene un oído espiritual, al igual que nuestro cuerpo tiene un oído físico, y es el medio principal por el cual el señor nos habla.

“Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se puso a la puerta de la cueva. Entonces, le llegó una voz que le decía: —Qué haces aquí, Elías?”

1 Reyes 19.13

El ver

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Cuando se habla de ver en el Espíritu, es cuando el Señor nos deja ver el mundo espiritual, y cuando esto ocurre, podemos ver imágenes mentales, visiones y sueños.

“Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: ¡Aquí está un verdadero israelita en quien no hay engaño! Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Jesús le respondió: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”.

Juan 1.47, 48

El sentir

El sentir es una percepción interior, una intuición del espíritu santo dentro de nuestro ser; es un saber interior que no tiene nada que ver con un sentir físico o carnal, sino que es un testimonio interior, un sentir en nuestro espíritu.

Qué débil susurro escuchamos de Él

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Este modo de hablar de Dios nos resulta, sin embargo, difícil. Los salmos lo manifiestan con elocuencia: «¡Dios mío! No estés callado, no guardes silencio, no te quedes quieto, ¡Dios mío!» (Sal 83,2). «¿Por qué escondes tu rostro?» (Sal 44,25) «¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde está su Dios”?» (Sal 115,2). A través del texto sagrado, Dios mismo pone estas preguntas en nuestros labios y en nuestro corazón: quiere que se las digamos, que las meditemos en la forja de la oración.

Son preguntas importantes. Por un lado, porque apuntan directamente al modo en que Él se revela habitualmente, a su lógica: nos ayudan a entender cómo buscar su Rostro, cómo escuchar su voz. Por otro, porque muestran que la dificultad para captar la cercanía de Dios, especialmente en las situaciones difíciles de la vida, es una experiencia común a creyentes y a no creyentes, aunque adquiera formas diversas en unos y otros. La fe y la vida de la gracia no hacen evidente a Dios; también el creyente puede experimentar la aparente ausencia de Dios.

QUIEN HA COMPRENDIDO LAS PALABRAS DEL SEÑOR, COMPRENDE SU SILENCIO, PORQUE AL SEÑOR SE LE CONOCE EN SU SILENCIO

(SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA)

¿Por qué Dios calla?

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A menudo, las Escrituras nos presentan su silencio, su lejanía, como una consecuencia de la infidelidad del hombre. Así se explica, por ejemplo, en el Deuteronomio: «Este pueblo se va a prostituir yendo en pos de dioses extranjeros de la tierra en que va a entrar. Me abandonará y quebrantará la alianza que pacté con él (…). Pero yo en ese día ocultaré irremisiblemente mi rostro por toda la maldad que habrá hecho al haberse vuelto en pos de dioses extranjeros» (Dt 31,16-18). El pecado, la idolatría, es como una cortina que hace opaco a Dios, que impide verle; es como un ruido que le hace inaudible. Y Dios espera entonces con paciencia, detrás de esa pantalla que ponemos entre nosotros y Él, a la espera de un momento oportuno, para volver a nuestro encuentro. «No apartaré de vosotros mi rostro, porque soy misericordioso» (Jr 3,12).

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Más que callarse Dios, pues, sucede con frecuencia que no le dejamos hablar, que no le escuchamos, porque hay demasiado ruido en nuestra vida.

«No sólo existe la sordera física, que en gran medida aparta al hombre de la vida social. Existe un defecto de oído con respecto a Dios, y lo sufrimos especialmente en nuestro tiempo. Nosotros, simplemente, ya no logramos escucharlo; son demasiadas las frecuencias diversas que ocupan nuestros oídos. Lo que se dice de Él nos parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo. Con el defecto de oído, o incluso la sordera, con respecto a Dios, naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con Él o a Él. Sin embargo, de este modo nos falta una percepción decisiva. Nuestros sentidos interiores corren el peligro de atrofiarse. Al faltar esa percepción, queda limitado, de un modo drástico y peligroso, el radio de nuestra relación con la realidad en general».

(Benedicto XVI)

Sin embargo, a veces no se trata de que el hombre esté sordo para Dios: parece más bien que Él no escucha, que permanece pasivo. El libro de Job, por ejemplo, muestra cómo también las oraciones del justo en la adversidad pueden quedarse, por un tiempo, sin obtener respuesta de Dios. «¡Qué débil susurro escuchamos de Él!» (Jb 26,14).

La experiencia diaria de cada hombre muestra también en qué medida la necesidad de recibir de Dios una palabra o ayuda queda a veces como tendida en el vacío. La misericordia de Dios, de la que tanto hablan las Escrituras y la catequesis cristiana, puede hacerse a veces difícil de percibir a quien pasa por situaciones dolorosas, marcadas por la enfermedad o la injusticia, en las que aún rezando no parece obtenerse una respuesta.

¿Por qué Dios no escucha? ¿Por qué, si es un Padre, no viene en mi ayuda, ya que puede hacerlo? «La lejanía de Dios, la oscuridad y problemática sobre Él, son hoy más intensas que nunca; incluso nosotros, que nos esforzamos por ser creyentes, tenemos con frecuencia la sensación de que la realidad de Dios se nos ha escapado de las manos. ¿No nos preguntamos a menudo si Él sigue sumergido en el inmenso silencio de este mundo? ¿No tenemos a veces la impresión de que, después de mucho reflexionar, sólo nos quedan palabras, mientras la realidad de Dios se encuentra más lejana que nunca?»

DIOS PERMANECE A VECES EN SILENCIO, APARENTEMENTE INACTIVO E INDIFERENTE A NUESTRA SUERTE, PORQUE QUIERE ABRIRSE CAMINO EN NUESTRA ALMA

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Escribía san Ignacio de Antioquía que «quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio». El silencio de Dios es a menudo para el hombre el «lugar», la posibilidad y la premisa para escuchar a Dios, en vez de escucharse sólo a sí mismo. Sin la voz silenciosa de Dios en la oración, «el yo humano acaba por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que debería ser eco de la voz de Dios, corre el peligro de reducirse a un espejo del yo, de forma que el coloquio interior se transforma en un monólogo, dando pie a mil autojustificaciones». Pensándolo bien, si Dios hablara e interviniera continuamente en nuestra vida para resolver problemas, ¿no debemos admitir que fácilmente trivializaríamos su presencia? ¿No acabaríamos, como los dos hijos de la parábola (cfr. Lc 15,11-32), prefiriendo nuestros beneficios a la alegría de vivir con Él?

«El silencio es capaz de abrir un espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a Él arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón, y anime nuestra vida»

Benedicto XVI

Con la búsqueda, con la oración confiada ante las dificultades, el hombre se libera de su autosuficiencia; pone en movimiento sus recursos interiores; ve cómo se fortalecen las relaciones de comunión con los demás. El silencio de Dios, el hecho de que no intervenga siempre de un modo inmediato para resolver las cosas del modo en que querríamos, despierta el dinamismo de la libertad humana; llama al hombre a hacerse cargo de su propia vida o de la de los demás, y de sus necesidades concretas.

La fe es por eso «la fuerza que en silencio, sin hacer ruido, cambia el mundo y lo transforma en el reino de Dios, y la oración es expresión de la fe (…). Dios no puede cambiar las cosas sin nuestra conversión, y nuestra verdadera conversión comienza con el “grito” del alma, que implora perdón y salvación».

Ratzinger

El silencio es a menudo el «lugar» en el que Dios nos espera: para que logremos escucharle a Él, en vez de escuchar el ruido de nuestra propia voz.

REFLEXIONANDO A LA LUZ DE LA PALABRA

Lectura del primer libro de Samuel (3,1-10.19-20):

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En aquellos dias, el niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La palabra del Señor era rara en aquel tiempo, y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse, y no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios.
El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.»
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí: «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.»»
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!»
Él respondió: «Habla, que tu siervo te escucha.»
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39):

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En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 15 de enero de 2020

  Por: Alejandro Carbajo Olea, cmf

Es bueno tener un horario fijo, para saber a qué atenernos. La rutina nos ayuda a no volvernos locos, teniendo que estudiar cada día nuestro horario para saber qué hacer. A principios de año, mucha gente se hace propósitos que exigen una disciplina. Ir al gimnasio, comer sano, pasear más, ver menos televisión… Muchos famosos publican sus horarios y rutinas, para que se puedan imitar.

A nosotros la Liturgia hoy nos propone como modelo un día de Jesús. Y es muy completito. Siempre cerca de los pobres, en este caso, de los enfermos. Primero la suegra de Pedro, y luego todos los del lugar. De la suegra de Pedro, además, se nos dice que “se puso a servirles”. Recuperada de su fiebre, se siente con fuerzas y alimenta agradecida a su Sanador. Nosotros podemos también, cuando Jesús nos libera de nuestra “fiebre espiritual”, del pecado, ponernos a servir a los demás, sobre todo a los más cercanos.

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Más tarde, cuando todavía está oscuro, en la soledad de la noche, Jesús se aparta a una zona tranquila, para hablar con su Padre, y encomendarle todas las necesidades con las que se había encontrado en ese lugar. Y pedirle fuerzas, quizá quejarse porque hay muchos escépticos, solicitar que el tiempo y los caminos le fueran propicios… Todo lo que se le dice a un Padre, a un amigo, mientras se habla con Él. Porque eso es la oración. Nosotros podemos también hablar cada día con nuestro Padre, contarle nuestras cosas, pedirle, llorarle, agradecerle, simplemente contemplarle y dejarnos acariciar por su amor.

Y, después del reposo y de la oración, a seguir predicando. “Que para eso he salido”. A encontrarse con los que le buscan, y a buscar a los que no quieren encontrarse con Él. Habrá momentos mejores y peores, gente que se convenza y gente que diga que no les interesa. Jesús se reirá y llorará con la gente; mirará casi siempre con amor, y, algunas veces, con algo de ira; se dejará el corazón y las fuerzas en cada momento, cada día y cada minuto. Nosotros también podemos ponernos en camino, predicar con las palabras y con las obras. Ser testigos, aguantar lo que nos venga y ponerlo todo en las manos de Dios, sabiendo que todo depende de Él, trabajando como si todo dependiera de nosotros.

HOY ORAMOS POR…

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