El anuncio muy secreto del Ángel, San José recibe en sumo la orden de acompañar a la Virgen donde su prima Isabel

Vida del Glorioso Patriarca San José Esposo purísimo de la Gran Madre de Dios y Padre Adoptivo de Jesús, manifestado por Jesucristo a la Hna. Cecilia Baij en revelación. Año 1736

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Se iba encendiendo siempre más el deseo de la venida del Mesías en el Corazón de la Santísima Virgen, de modo que se dedicaba totalmente para dirigir cálidas súplicas a su Dios, de modo que pronto lo enviara y con su esposo José iba hablando continuamente de ello, manifestándole su deseo ardiente; por lo cual nuestro José al oírla tan deseosa, en él también se iba encendiendo siempre más de este vivo deseo, y dirigiéndose a su Dios, a menudo le decía con gran confianza: -«Oh Dios mío, es tiempo ya de que se cumpla vuestra promesa y que enviéis al mundo al deseado y esperado Mesías, de modo que redima a vuestro pueblo y al mundo entero, el cual vive en la esclavitud. Veis que pocos son aquellos que os conocen y que os aman, por lo cual tendréis que enviar a Aquel que dará a conocer al mundo vuestro Nombre y vuestro poder, bondad y Misericordia con todas vuestras divinas perfecciones: y solamente vuestro Unigénito será capaz de hacer esto y de enseñar a todos el verdadero camino que conduce a la salvación»-.

Luego, dirigiéndose a su esposa le decía: -«vos, esposa y paloma mía, suplicad con insistencia a nuestro Dios, porque Él os ama mucho, y no es posible que no atienda vuestras súplicas«-. Entonces la Santa esposa se humillaba, y manifestaba con gran ardor su deseo y le decía: -«Estamos unidos en esta petición, y no cesamos jamás de pedir hasta que se cumplan nuestras súplicas, nuestro Dios es bueno, y no dejará de atendernos».

José comenzaba a manifestarle lo que el Ángel le había dicho muchas veces en el sueño acerca del Mesías prometido, y de las virtudes que dicho Mesías habría tenido y practicado. La Santa esposa estaba escuchándolo con mucho gusto, y decía a su José que le hablara a menudo de ello, porque Ella sentía mucho consuelo al oírlo hablar así. A las continuas conversaciones que hacían sobre esto acompañaban más frecuentes oraciones ayunos y limosnas, y decían entre sí: -«Si tendremos la suerte de saber que el Mesías ha venido al mundo, por cierto iremos enseguida a adorarlo y a expresarle nuestro vasallaje, suplicándole para que nos quiera admitir en el número de sus esclavos y siervos, aunque los más pequeños, y será nuestra suerte si nos aceptara y a cualquier parte del mundo que Él venga, nosotros enseguida iremos a verlo  sin esperar nada. ¡Oh!, dichosos y felices de nosotros si tendremos esa suerte; que nuestros ojos puedan verlo, ¡y nuestros oídos puedan oír sus palabras!»-.

 

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Dios se movió, a las continuas súplicas de la Santísima Virgen, las cuales eran como flechas que llegaban al Trono de la divinidad, y aceleró el tiempo de la venida. Eran también muy gratas a Dios las súplicas de nuestro dichoso José; por lo cual, Dios movido por las renovadas súplicas y nunca interrumpidas, determinó enviar al Mesías prometido. Nunca pensaron ni la Santísima Virgen, ni San José, que les hubiese sido reservada a ellos una Gracia tan grande, esto es que el Mesías naciera de ellos y tomara carne humana en el seno de la Santísima y Purísima doncella María, porque, como eran muy humildes, apenas se sabían dignos de ser sus siervos.

Al llegar pues el tiempo destinado para dar un beneficio tan grande al mundo, y siendo los deseos tan ardientes de la Santísima Virgen, el Verbo Divino se encarnó y tomó carne humana en el seno de María Virgen, como ya es bien conocido al mundo entero.

 Lo que siguió a la encarnación del Verbo, no es necesario manifestarla en esta historia, por estar escrito en muchas otras partes, y en particular en la Vida de María Santísima; solamente diré lo que le pasó a nuestro José, el cual, habiendo transcurrido casi todo el día anterior en sagradas conversaciones con su Santísima esposa y en ardientes deseos de esta venida del Mesías al mundo, se retiró de noche todo encendido en este deseo, y habiendo descansado un poco, el Ángel le habló en el sueño y le dijo: -«José, pronto levantaos y suplicad a Dios con ardor, porque ha decidido hacer un gran bien al mundo entero»-, pero no le dijo de qué se trataba.

 

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Enseguida el Santo se despertó, y levantándose se puso en oración, no pudiendo hacer otra súplica que la de pedir a Dios que se dignase enviar al mundo al Mesías prometido y cuando se encarnó el Verbo Eterno, nuestro José estaba en oración pidiendo esto, al igual que su Santísima esposa, la cual había pasado toda la noche orando y suplicando. En la encarnación que se hizo del Verbo Divino, nuestro José fue arrebatado en éxtasis, por el acostumbrado consuelo espiritual que sintió en ese instante, y en ese éxtasis conoció grandes misterios acerca de dicha encarnación, pero nunca le fue manifestado que su esposa era la afortunada Madre del Verbo Divino. Eso sí, le fue manifestado cómo Ella era querida y agradable a su Dios, y como sus súplicas habían llegado a penetrar en el Corazón de Dios y a doblegarlo para atender sus peticiones acerca del adelanto de la encarnación.

 Al volver pues del éxtasis, nuestro José rindió afectuosas gracias a su Dios, cada hora le parecía mil, para ir a informar a su amada esposa María de modo que Ella se alegrara de la Gracia que Dios le había hecho en el éxtasis, y que Ella lo agradeciera en su nombre. Se demoró un poco la Santísima esposa para salir de su habitación en esa mañana, mientras estaba totalmente sumergida en el gozo de su Dios y dedicada a las adoraciones y agradecimientos por el beneficio recibido; de eso su Santo esposo no sabía nada, se imaginaba sin embargo que Ella estuviese orando y no se atrevía a molestarla. Por lo cual esperó con gran paciencia y también con mucha resignación hasta que su Santa esposa saliera de su habitación, y en ese momento la encomendaba al Señor de modo que le llenase siempre más de sus Gracias y favores, conociéndola merecedora de Gracias y de dones celestiales, ya sea porque ya veía en Ella unas virtudes muy dignas, como también porque Dios le había manifestado claramente su gran mérito y su sublime Santidad.

Mientras estaba nuestro José esperando a su Santa esposa para decirle lo que le había pasado, salió la purísima Virgen ya hecha Madre del Verbo Divino, habiéndolo concebido por obra del Espíritu Santo, salió de su habitación, como siempre, sin dar demostración alguna a su esposo de cuanto había ocurrido en Ella, y siendo muy prudente, tuvo también siempre oculto el secreto del Rey, esperando que fuera Dios quien lo manifestase a su José cuando Él hubiese creído oportuno.

 

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A primera vista el Santo esposo la vio sobre manera más bella y graciosa con el rostro lleno de esplendor, y quedó admirado de ello, sintiendo en sí mismo una veneración muy grande hacia su esposa, pero creyó que Ella había tenido algún éxtasis y que había tratado con Dios en la oración.

 No se fue más allá en su pensamiento, y puesto que tenía un gran deseo de hablar no se dio cuenta más que de esos efectos admirables que veía en Ella. Ella fue la primera en saludarlo, como acostumbraba, y aunque hubiese sido escogida para un cargo tan digno y sublime, no dejó de humillarse, antes bien, más que nunca se mostraba humilde. Por la dicha que la Santa esposa tenía encerrada en su seno virginal, lo hacía traslucir también al exterior; por lo cual sus ojos resplandecían, pero la prudente esposa los tenía modestamente entreabiertos, de modo que su José no se quedara admirado de ello, y detenía el ímpetu del amor que sentía para no dar a entender al exterior la dicha y el júbilo de su Corazón y de su espíritu.

Nuestro José la saludó con más respeto que de costumbre, porque admiraba en Ella la grandeza de la Gracia Divina, y enseguida le informo de lo que el Ángel le había dicho en el sueño y lo que había gustado y oído en la oración, diciéndole también: -«Yo creo, esposa mía, que vos también habéis sido muy favorecida por las acostumbradas Gracias de nuestro Dios, porque veo en vos claras señales de ello. Y si estoy tan favorecido yo, que soy un miserable, ¿cuánto más habéis sido favorecida vos, que sois tan querida por Dios y que os ha enriquecido con tantas Gracias?»-.

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La Santísima esposa agachó la cabeza a estas palabras, y suplicó a su José para que se dispusiera a alabar a Dios junto con Ella y a agradecerle por todas las Gracias que hacía a ambos. El Santo muy contento de esta invitación, se juntaron para cantar las divinas alabanzas y a realizar actos de agradecimiento, y la Santa esposa le dijo: -«Puesto que el Ángel os ha dicho que nuestro Dios ha hecho un gran beneficio al mundo, nosotros tenemos que agradecerle por esto en particular y hacerlo también en nombre de todo el mundo, porque Él sabe si hay en el mundo alguien que lo sepa agradecer y le demuestre gratitud, tanto más si este beneficio es desconocido al mundo; y si el Ángel no os lo ha manifestado, sin duda estará oculto al mundo también. Agradezcámoslo pues conjuntamente en nombre de todo el género humano».

El Santo quedo muy consolado por estas palabras, y la divina esposa compuso unos canticos de alabanza y los decía junto con su esposo José también con los canticos de agradecimiento y así estuvieron bastante tiempo, quedando nuestro José muy admirado de la virtud y Gracia de su divina esposa, y en su interior alababa a Dios y le agradecía por todo lo que compartía con su esposa. Después que terminaron las alabanzas divinas y las acciones de gracias, nuestro José se fue a trabajar y la Santísima Virgen se quedó haciendo los acostumbrados quehaceres de casa, y aunque tuviese en su seno virginal al Verbo Divino encarnado, no dejo de hacer lo que hacía antes, sirviendo a su esposo José con toda precisión, y al considerarse verdadera Madre del Verbo Encarnado, no dejaba de reconocerse humilde esclava.

Nuestro José estaba dedicado a su trabajo y se sentía atraer por un insólito afecto y deseo de ir a ver a su esposa. Sentía hacia la misma un amor más fuerte, más respetuoso y siempre más santo, por lo cual no podía estar Jejos de Ella, si no haciéndose mucha violencia, mientras su espíritu lo atraía hacia ese Dios humanado en el seno de su Santa esposa, y aunque a él estuviese escondido el misterio, el amor hacia su trabajo para querer juntar a los objetos amados, gozando el uno de la visión del otro. José se complacía de un insólito y dulce gozo al estar con su Santa esposa.

 El Verbo Divino se complacía en tener delante de sí a su amado José, al cual iba llenando siempre más de Gracias. La divina Madre todo lo entendía, y Ella también gozaba mucho de ello. Nuestro José manifestó a su esposa lo que sentía y le dijo que le perdonara si le causaba molestia con las continuas visitas que le hacía y si molestaba su tranquilidad, porque él no podía hacer su trabajo al sentirse privado de no verla a menudo y que cuando estaba en su presencia sentía un consuelo insólito, que no había sentido nunca antes.

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Su esposa se mostró muy cortes y le dijo que fuera a verla sin temor alguno de causarle pena, porque cada vez habrían elevado algún himno de alabanza a su Dios, de modo que, al ser alabado por ellos, llegaran a merecer su Gracia y su favor. El Santo animado por las palabras de su purísima esposa, iba donde Ella sin temor y con mucha dicha de su parte, y cada vez que iba a verla le parecía más hermosa y más colmada de Gracia y le causaba más veneración.

Poco tiempo dura este consuelo a nuestro José, porque habiendo dicho el Ángel a la Santísima Virgen cuando le dio el anuncio que su pariente Isabel estaba embarazada desde hace seis meses, la Virgen quiso ir a visitarla, conociendo que esta era la Voluntad del Verbo Encarnado que quería ir en persona a santificar a su precursor Juan; por lo cual el Ángel habló a nuestro José en el sueño, y le manifestó como su pariente estaba embarazada y que llevara allí a su esposa de modo que la asistiera durante esos tres meses que quedaban.

Este aviso fue una espada para el corazón de nuestro José, al pensar que debía por algún tiempo quedar privado de su esposa María. Sin embargo, agachó la cabeza a las órdenes divinas y se conformó a la Voluntad de su Dios. Manifestó a su esposa lo que el Ángel le había dicho, y su esposa le rogó para que la llevara pronto donde su pariente Isabel, porque también Ella conocía que esa era la Voluntad Divina, y al ver a su José tan afligido, lo animó y le dijo: –«No temáis, porque me acordaré siempre de vos, no dejare de encomendaros a Dios; y luego, al terminar los tres meses, volveremos de nuevo a estar juntos para alabar y servir a nuestro Dios. Mientras tanto no se dividirá ni se desunirá nuestro espíritu y nuestro amor hacia el objeto amado por nosotros que es nuestro Dios, dignísimo de toda alabanza, amor y servicio fiel. Ahora nos quiere hacer probar esta ausencia para ver si nosotros somos fieles a Él, si sabemos conformarnos a su Voluntad; y nosotros estamos en la obligación de mostrarnos muy fieles a Él, porque lo merece y porque mucho más que cualquier otra criatura gozamos de sus favores y de sus Gracias»-.

Nuestro José quedó muy consolado por las palabras de la Santísima esposa, y contento en cumplir la Voluntad Divina, privándose de buena gana de la compañía de su esposa tan querida por él y de tanto consuelo, prefiriendo a su gusto el de Dios y sometiéndose enseguida al Querer Divino. Mucho gozo la Santísima Virgen al ver a su esposo José tan conformado al Divino Querer y daba afectuosas gracias al Altísimo.

COMENTARIO EN AUDIO DEL RVDO. PADRE D. PABLO GARCÍA BECK A LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Rvdo. Padre D. Pablo García Beck