El monje celebrante, de poca fe, menosprecia el sacrificio del campesino.


Leer todos los días un pasaje de la Sagrada Escritura
Carlo Acutis

La mirada del Señor
Jesús nos está mirando desde el sagrario, pero mucha gente tiene miedo de acercarse a Él. Quizás lo ve como el Señor de la justicia y como el Señor de la misericordia. Quizás tienen miedo de sus reproches por los pecados de su vida pasada, por el tiempo que se han alejado de las prácticas religiosas o, simplemente, porque no quieren complicarse la vida y tienen miedo a sus exigencias. Por eso, cuando algunos van a la iglesia, procuran colocarse en los últimos lugares, prefieren mantener distancias por si acaso… Quizás quieren ser buenos, pero sin complicaciones. No están dispuestos a dejarse absorber por Dios ni seguir sus mandamientos, prefieren vivir “su vida”. Y así viven en la indiferencia, sin darse por aludidos, cuando Él los llama.
Eso es lo que le pasó al joven rico del Evangelio (Mc 10,17-27). Era bueno, pero no quería ser santo. Y Jesús “puso sus ojos en Él y lo amó” y le dijo: “Una sola cosa te falta, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme”. Pero “su semblante se anubló y se fue triste, porque tenía mucha hacienda”. También Jesús miró a Judas en el huerto de Getsemaní y le dijo con amor: “¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lc 22,48).Y Judas siguió con su obstinación y no se arrepintió. En cambio, qué distinta la respuesta de Pedro. Jesús lo miró (Lc 22,61) y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Y Jesús lo perdonó, como perdonó al buen ladrón o a cualquiera de nosotros que se acerque con fe y humildad a pedirle perdón.
Pues bien, Jesús te está mirando desde el sagrario ¿Serás incapaz de escuchar su llamado de amor?
Acércate ahora mismo al sagrario y míralo a los ojos y verás su mirada llena de amor, pues, como diría Juan Pablo II, la Eucaristía es una presencia llena de amor. Ábrele tu corazón y deja que se caliente al sol de Jesús, ponte bajo sus alas divinas, déjate amar por Él y sentirás cómo te envuelve su luz, su alegría y su paz. Jesús te está mirando en este preciso momento, como si no tuviera que mirar a nadie más que a ti. Piénsalo bien, Jesús te está siempre mirando desde el sagrario. Y así lleva ya veinte siglos, derramando miradas de ternura y todavía no se ha cansado de mirar.
Quizás tengas miedo de mirar a Jesús en el momento de la elevación de la hostia y del cáliz en la misa. ¿Por qué? Míralo, adóralo y dile con todo tu corazón: “Señor mío y Dios mío” o bien “Jesús, yo te amo”. Y encontrarás en su mirada mucho amor y mucha paz.
Una religiosa contemplativa me escribía: “Hace unos años vi los ojos de Jesús. Los vi en el fondo de mi alma. Era una mirada amorosa, dulce, cálida, elocuente, muy elocuente, pues me mostraba su Corazón inmenso infinito. Vi los ojos de mi Amado y fue tal la impresión que sentí, que no lo podré olvidar jamás. La mirada que dejó grabada en mi alma no podrá ser borrada y espero reconocerla en la patria tan deseada. Cuando esta mirada me envuelve de nuevo, me lleno de una infinita delicia. Es algo tan sublime que no puede ser explicado con palabras”.

Qué hermoso poder descubrir en los ojos de Jesús todo su amor por nosotros. Y, sobre todo, descubrir su amor en la celebración de la Eucaristía de cada día. Me manifestaba una religiosa muy enferma. “Un día estaba en la misa y, en el momento de la consagración, sentí mucho recogimiento y, como en un relámpago, vi a Jesús con mucha luz, más resplandeciente que el sol y me quedé anonadada sin poder articular palabra. Sólo lo amaba y sentía su amor. No sé cómo explicarlo, fue como en un relámpago y duró muy poco, pero se me quedó grabada dentro de mí esa mirada y sonrisa suya, como si me hubiese fundido totalmente con Él”.
Por eso, te digo que no tengas miedo. Acércate a Jesús, míralo a los ojos, no tengas miedo de su mirada. Si estás perdido y confundido, Él es tu camino. Si eres ignorante, Él es la Verdad. Si estás muerto por dentro, Él es la Vida. Él te iluminará, porque es la Luz de la vida. En el sagrario encontrarás el paraíso perdido que buscas. Entra en ese mundo fascinante de Jesús Eucaristía, donde encontrarás el amor infinito de tu Dios. Búscalo en el silencio, porque Él es amigo del silencio. Si estás a solas con Él, háblale de corazón, con confianza. Dile muchas veces: Jesús, yo te amo. Yo confío en Ti.
La Iglesia llama a la Eucaristía sacramento admirable, porque es digno de toda admiración. Pues admira a Jesús, quédate extasiado mirándolo, sobre todo, en la elevación de la misa y durante la Exposición del Santísimo Sacramento. Que tu adoración sea un mirarlo y dejarte mirar, un amarlo y dejarte amar. Haz la prueba y te prometo que no te arrepentirás. “Sus ojos son como palomas posadas al borde de las aguas” (Cant 5,12). Y tú puedes decir: “He venido a ser a sus ojos como un remanso de paz” (Cant 8,10). No tengas miedo, la mirada de Jesús es AMOR y la ternura de Dios se irradia a través de sus pupilas.
El milagro eucarístico de O Cebreiro, en Galicia, es uno de los más conocidos mundialmente, al punto que el cáliz en que se produjo el milagro está reproducido en la bandera de Galicia.
EN EL CAMINO DE COMPOSTELA
Desde su apogeo en el medioevo, peregrinos de todas partes de Europa toman las rutas que llevan a la tumba del apóstol en Santiago en Compostela (el Camino de Santiago).
Una de las paradas del camino es la iglesia benedictina de Cebreiro, famosa por el Milagro Eucarístico que allí ocurrió. Los romanos supieron de este camino… Después fue paso obligado para ir de Castilla a Compostela, pueblos de diversas razas, peregrinos de la fe en romería siguiendo el camino trazado en el cielo por la Via Láctea o Camino de Santiago.
Por allí pasaron reyes y príncipes, santos y pecadores, guerreros y gentes de paz. Pasaron y siguen pasando, pues siempre hay razones para ir a Compostela, ganar el Jubileo y postrarse ante el cuerpo del Apóstol descubierto por una estrella. Hoy día O Cebreiro sigue siendo una pequeña aldea. Su gran tesoro es la Iglesia del Milagro Eucarístico, que es de factura prerrománica, del siglo IX, con tres sencillas naves de ábsides rectangulares y una torre.
Los monjes benedictinos levantaron y custodiaron este templo desde el año 836 a 1853, ¡mas de mil años!. Los monjes abandonan el Cebreiro en 1853, como consecuencia de la desamortización de Mendizábal.
LOS SUCESOS DEL MILAGRO

Una tradición muy fuerte, corroborada por diversas fuentes históricas y arqueológicas sostienen que sobre el altar de la capilla lateral de la iglesia estaba celebrando la eucaristía un sacerdote benedictino (siglo XIV aunque otros dicen que en el siglo XIII).
Pensaba que aquel crudo día de invierno, en que la nieve se amontonaba y el viento era insoportable, nadie vendría a la misa. Pero se equivocaba.
Un paisano de Barxamaior, llamado Juan Santín, asciende al Cebreiro para participar en la Santa Misa.
El monje celebrante, de poca fe, menosprecia el sacrificio del campesino. Pero en el momento de la Consagración el sacerdote percibe cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el cáliz en sangre, que hierve y tiñe los corporales. Los corporales con la sangre quedaron en el cáliz y la Hostia en la patena. Los cuatro o cinco testigos que están en el templo han contemplado el prodigio.
Jesús quiso afianzar no solo la fe de aquel monje sino de todos los hombres.
El campesino de Barxamaior comprende el premio que tuvo su sacrificio y el monje lamenta su falta de fe. El prodigio se difundió de pueblo en pueblo de Galicia, y de nación en nación por toda Europa.
Los romeros que iban a Compostela desviaban un momento su camino para ir a O Cebreiro y saber del milagro, donde se había producido. Siglos después, el Cebreiro y su milagro influirían en la ópera Parsifal de Ricardo Wagner. Los protagonistas de la historia, el monje y el campesino, tienen sus mausoleos en la iglesia, cerca del lugar del milagro Eucarístico.
Juan Santín, el campesino por cuya fe se obró el milagro, vivió en una aldea, a la sombra de Cebreiro, llamada Barxamaior. Todas las mañanas aparece cubierta por la niebla. En el año 1486 llegaron al Cebreiro, peregrinos a Compostela, los Reyes Católicos, hospedándose en el monasterio. Querían conocer qué había sucedido en la Santa Misa, querían saber del prodigio.
Los monjes les mostraron los corporales con la sangre que había quedado en el Cáliz y la Hostia en la patena. Como recuerdo de la visita donaron el relicario donde se ha guardado el milagro hasta nuestros días. El cáliz del Cebreiro es el mismo que figura en el escudo de Galicia.
En bulas pontificias de los Papas Inocencio VIII y Alejandro VI se hace extensa mención de este milagro. El monasterio y el mesón-hospital de peregrinos fue creado en el año 836. En el año 1072, Alfonso VI puso al frente del monasterio a los monjes franceses de Aurillac, unidos al Cluny. Uno de estos monjes fue el protagonista de este relato.
LA HISTORIA CONTADA POR EL PADRE YEPES
En los primeros años del siglo XVII el P. Yepes escribía: «Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo misterio, he visto las dos ampollas“. En su testimonio clásico el P. Yepes, cronista benedictino. Nos narra los hechos de la siguiente manera:
Cerca de los años de mil y trescientos había un vecino vasallo de la casa del Zebrero en un pueblo que dista a media legua llamado Barja Mayor, el cual tenía tanta devoción con el santo sacrificio de la misa que por ninguna ocupación ni inclemencia de los tiempos recios faltaba de oír misa.
Es aquella tierra combatida de todos los aires, y suele cargar tanta nieve que no sólo se toman los caminos, pero se cubren las casas y el mismo monasterio, la iglesia, y hospital suelen quedar sepultados, y allá dentro viven con fuegos y luces de candelas, porque la del cielo en muchos días no se suele ver, y si la caridad (a quien no pueden matar ríos ni cielos) no tuviese allí entretenidos a los monjes para servir a los pobres, parece imposible apetecer aquella vivienda.
Un día, pues, muy recio y tempestuoso lidió y peleó el buen hombre y forcejeó contra los vientos, nieve y tempestades; rompió por las nieves y como pudo llegó a la iglesia.
OTRA VERSIÓN POPULAR DE LA HISTORIA

Las demás versiones del milagro difieren, en cuanto a la forma, de lo enunciado por el P.Yepes. Vamos a reproducir a continuación otra versión para observar así lo que las tradiciones pueden modificarse, y ampliarse incluso, con el correr del tiempo al ir trasmitiéndose de boca en boca, siendo la tradición popular su vehículo de supervivencia. La siguiente versión es recogida por Leandro Carré y publicada en «La Voz de Galicia» del 22 de agosto de 1992

La duda mordía con frecuencia el corazón del sacerdote; la duda amargaba las horas solitarias de sus noches de insomnio.
Un domingo estaba el cura celebrando el santo sacrificio. Nadie más estaba en la iglesia, porque la turbulenta cellista de aquél día era tal, que causaba pavor. Tenía ya consagrada la hostia y el cáliz cuando oyó el ruido de alguien que entró apresuradamente en la iglesia.
-¡Oh, Dios!-murmuraba el cura afligido-. La fe se debilita en mí. Mi ser se enflaquece y mi cerebro estalla, pero no veo claro este misterio. ¿Unas leves cruces trazadas en el aire por mi mano y unas pocas palabras murmuradas por mi boca, no siempre limpia y pura, cómo pueden hacer tal milagro?.
Había un vecino de la parroquia que vivía a una media legua de Piedrafita y era tan devoto de la santa misa, que por ninguna cosa, ni aun por tormentas o nevadas más fuertes, dejaba de acercarse allí para oír su misa.
El sacerdote lo miró con sorpresa y, asombrado, murmuró: «¡Pobre hombre, venir con este tiempo de tan lejos, fatigosamente y exponiéndose a morir en el camino, sólo para postrarse ante un poco e pan y vino!».
Pero entonces sintió un estremecimiento extraño. Miró para la patena y vio, horrorizado, como la blanca rodajita de pan blanco enrojecía, convirtiéndose en sangrante carne que parecía recién cortada de un cuerpo vivo; y el vino del cáliz se espesaba, adquiriendo un tono más bermejo, y olía a sangre.
El mísero cura cayó de rodillas al pie del altar y luego se desplomó sobre las gradas, desvanecido.
El hombre que había llegado en aquel momento corrió hacia el altar y trató de incorporar al sacerdote. Estaba muerto.