milagros eucarísticos de dijon/francia 1430 y zaragoza/españa 1427

La tristeza es mirarse a uno mismo, la felicidad es mirar a Dios

La tristeza es mirarse a uno mismo, la felicidad es mirar a Dios

Vble Carlo Acutis

El valor de una hora de adoración en la Adoración Eucarística Perpetua.

Una hora de adoración ante el Santísimo tiene siempre, se haga donde se haga, un inmenso valor. La decisión de adorar regularmente, quiera Dios que a diario, al Santísimo, verdaderamente es importante y de gran trascendencia para nuestra vida y la de los que nos rodean, más de lo que nos podemos imaginar. En definitiva, se trata de venir a encontrarnos con Jesucristo ¡resucitado y vivo!, invisible para los ojos corporales, pero real, con una realidad que, cuando llega a hacérsenos patente, nos cambia la vida, porque aunque no lo percibamos, Él exhala continuamente virtud.

«El Maestro está aquí y te llama». Si el que anduvo hace dos mil años por Palestina y «pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo», o sea, curando a los aquejados por toda clase de males, ha resucitado y está aquí -y lo está -, ¡qué importante es venir, respondiendo a su llamada, a estar con Él! ¿Acaso no nos damos cuenta de que somos unos pobres indigentes para el bien, y no nos sentimos aquejados por tantos males, físicos o morales, nosotros mismos, nuestras familias, nuestro país,… el mundo entero?

¿No nos dijo nuestra Madre en Fátima que “muchas almas se pierden porque no hay nadie que pida y se sacrifique por ellas”? Sí, sólo en el Cielo nos daremos plena cuenta de su valor.

¿Cuáles son los frutos a esperar de la adoración?

Ante todo, cuando el fiel está en adoración, recibe del Señor grandes gracias. Él mismo lo prometió: «Vengan a mí los que estén cansados y afligidos que yo los aliviaré.» (Mt11:28). Cuando adoramos su presencia eucarística Jesús nos consuela, nos da la paz, nos alivia de todas nuestras penas, sosiega nuestro espíritu, nos libra de los temores, nos da fortaleza, nos ilumina, orienta nuestras vidas y nos regala las gracias que necesitamos.

Por medio de la contemplación del misterio, de la adoración, la Eucaristía se vuelve el centro de la vida del creyente, y éste se camina hacia una verdadera relación personal con Cristo, se acrecienta la intimidad con Él, nos volvemos amigos del Señor.

Asimismo, siendo la Eucaristía el sacramento de la unidad también se desarrolla y afianza la comunidad.

La Eucaristía trae paz a los corazones.

Tengamos en cuenta además que no es posible comparar lo dado con lo recibido ya que la hora que al Señor dedicamos tiene valor de eternidad. Los grandes problemas que aquejan a la humanidad están más allá de soluciones humanas. Necesitamos la intervención de Dios y tal intervención vendrá por medio del poder del Santísimo Sacramento.

Adorándolo logramos lo mismo que la mujer hemorroísa del Evangelio, porque tocamos con la fe el Corazón de Jesús y de El sale el poder de su Amor que nos sana, y sus gracias y bendiciones para todo el mundo.

Vemos, entonces, que de la adoración se desprenden grandes gracias personales y comunitarias porque por la adoración de un solo fiel grandes gracias se derraman sobre la humanidad.

Nuestra adoración alimentará la devoción de otros a la Eucaristía, otras personas sentirán el impulso de acudir a los sacramentos, nuevas vocaciones religiosas despertarán, nuevas conversiones a la verdadera fe se manifestarán, familias enteras se beneficiarán con la unidad y la paz descenderá sobre el mundo.

El Milagro Eucarístico de Dijón

En 1430, en Mónaco, una mujer compró una Custodia que estaban rematando, la cual había sido seguramente robada ya que contenía aún la Hostia Magna para la adoración.

La mujer, desconociendo todo lo que concierne a la presencia real de Cristo en la Eucaristía, decidió sacar de la Custodia la Hostia ayudada por un cuchillo. De pronto, la Hostia comenzó a derramar Sangre viva que inmediatamente se secó, para luego dejar estampada la imagen del Señor sentado sobre un trono semicircular y a sus lados, la presencia de algunos instrumentos de la Pasión.

La mujer, llena de confusión, se dirigió al canónigo Anelon, quien conservó dicha Hostia. El episodio llegó a oídos del Papa Eugenio IV, el cual quiso donar la Hostia milagrosa al duque Felipe de Borgoña, quien a su vez, la donó a la ciudad de Dijon.

Con certeza, se sabe que en 1794, la Hostia milagrosa se encontraba aún en la Basílica de San Miguel Arcángel. Sin embargo, el 9 de febrero de ese mismo año, la municipalidad de Dijon, confiscó la iglesia para consagrarla al templo de la nueva secta de «la Raison», es decir, de la «diosa razón». La Hostia milagrosa fue quemada.

Muchos son los documentos y las obras de arte que ilustran el Milagro. Una de ellos son los vitrales de la Catedral de Dijon, en los que están representadas algunas escenas principales del Prodigio.

El Milagro Eucarístico

El Milagro Eucarístico de Zaragoza se manifestó cuando apareció en la Hostia consagrada el Niño Jesús que una mujer cristiana había robado para hacerse un filtro de amor.

En el archivo de la Municipalidad de Zaragoza se conservan los documentos con la descripción detallada del Milagro; mientras que en la Catedral, precisamente en la capilla de San Dominguito del Val, encontramos una antigua pintura representando el Prodigio y una descripción minuciosa de lo ocurrido.

Este Milagro Eucarístico se verificó en  la ciudad de Zaragoza en 1427, cuando era Obispo don Alonso Arhuello.

Don Dorner, archidiácono de la ciudad dejó una descripción de los hechos.

“Una mujer casada consultó en este ciudad a un impío mago moro con el fin de  conseguir un remedio para que su marido, que  tenía un carácter violento, no la tratase con tanta dureza.

El mago le dijo que para lograr un cambio en el temperamento de su marido, era necesario  procurarse una  Hostia  consagrada. La mujer,  que era muy supersticiosa, se dirigió a la iglesia  de San Miguel para confesarse y comulgar.

Con  astucia diabólica recibió la Hostia en la boca, la  escondió en un pequeño cofrecito y se dirigió a la  casa del mago. Abrieron el cofre y con gran susto  vieron que  en  lugar  de  la  Hostia  había  un  pequeño niño rodeado de luz.

Entonces, el mago ordenó a la mujer que se llevara consigo el cofre con ese niño para quemarlo y luego traerle las  cenizas. Sin ningún escrúpulo, la mujer siguió  las órdenes del mago.

Pero para su inmensa  sorpresa, vio que aunque el cofrecito había sido completamente quemado, el niño había quedado  ileso. Aterrorizada y fuera de sí, corrió donde el  mago para contarle lo sucedido.

Entonces, el mago comenzó a temblar temiendo una venganza del cielo. Decidieron, pues, ir a la Catedral para confesarlo todo al Obispo don Alonso, y el mismo mago pediría el  Santo Bautismo. El Obispo consultó algunos  prelados y teólogos de la diócesis para aclarar  lo ocurrido. Finalmente, decidió que el Niño  Milagroso sería llevado en medio de una procesión  solemne desde la casa de la mujer a la Catedral.

Toda la ciudad se volcó por las calles para unirse a la procesión; era grande la conmoción  y la emoción de ver a este maravilloso niño.

Llegando ya a la Catedral, el Niño Milagroso fue  depositado en el altar de la capilla de San Valerio para que así el pueblo de Zaragoza lo pudiese  admirar y venerar. Al día siguiente, mientras el  Obispo celebraba la Santa Misa en ese mismo  altar, se verificó otro Prodigio.

Pronunciadas las  palabras de la consagración, el Niño volvió a la  forma de Hostia, la cual fue consumada inmediatamente por el prelado. Gracias a este Milagro  Eucarístico, el pueblo de Zaragoza experimentó un despertar hacia la devoción del Santísimo  Sacramento”.

Este documento se conserva hasta hoy en los archivos de la municipalidad.

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