En una ocasión, el Señor tomó el corazón de Santa Faustina y lo introdujo en las llamas de su Corazón misericordioso. Después le dijo:«hija mía, te he llevado a las profundidades de mi Corazón misericordioso para que reflejes en tu corazón mi misericordia; solo así podrás proclamarla al mundo. Enciende el mundo con ella.»
En realidad, la Eucaristía contiene al Corazón traspasado y glorioso de Jesús, soberanamente presente, palpitante y actuante. El Divino Corazón está, pues, en la Eucaristía; y ella, a su vez, es el don más precioso de ese Corazón amante.
Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM
La Eucaristía es un don del amor del Sagrado Corazón La Eucaristía es el don por excelencia del amor del Sagrado Corazón. No podemos entender la Eucaristía sin entender el amor del Corazón de Jesús. En el capítulo 13 de su Evangelio, San Juan nos dice: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1).
Hasta el extremo, significa sin escatimar en nada, absolutamente en nada, para manifestar Su amor. Jesús dirigió estas palabras a Santa Margarita María: He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, sin escatimar en nada, hasta el punto de consumirse para darles a conocer Su amor.
El Sagrado Corazón de Jesús nos ha amado hasta el extremo entregándose total y libremente para nuestra salvación. No ha escatimado en nada, hasta el punto de darnos Su Cuerpo, Su Sangre y Su Corazón en la Cruz, y continúa haciéndolo en la Sagrada Eucaristía.
La Eucaristía es el don de su auto-donación y su amor sacrificial por los hombres. Al instituir la Eucaristía en la Última Cena, Jesús dijo a sus apóstoles, y a la Iglesia hasta el fin de los tiempos: Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, entregada por vosotros (Mt 26).
La Eucaristía es muestra del amor y de la generosidad del Sagrado Corazón. No solamente entregó su vida, sino que lo hizo de forma voluntaria, libre, pues ésta es la marca del auténtico amor: Yo doy mi vida.., nadie me la quita, la doy voluntariamente (Jn 10,18).
Y no sólo la dio voluntariamente, también intensamente, hasta el extremo. Tal como lo dijera Jesús a Santa Margarita: Mi divino Corazón está tan inflamado de amor por los hombres, que no pudiendo contener en sí las llamas de su ardiente caridad, debe repartirlas y darse a conocer (manifestarse) a ellos para enriquecerles con los tesoros de mi Corazón.
Cuando contemplamos la Eucaristía, contemplamos el Corazón que ha sido traspasado por amor, el Corazón que constantemente renueva su inmolación, su entrega, su sacrificio. Por lo tanto, contemplamos el amor oblativo y permanente del Corazón de Cristo.
Contemplamos el Corazón de Cristo, que nos ha amado hasta el extremo de la Cruz, y hasta el extremo de la Eucaristía. ¿Acaso no es la Eucaristía el recordatorio permanente y continuo de la generosidad y auto-donación de Cristo? La generosidad y entrega total son los frutos de su amor hasta el extremo.
La oblación del Corazón de Cristo nos revela que el amor es la victoria sobre el mal.
Él conquista la dureza del corazón humano; no a la fuerza, sino ofreciendo el testimonio del poder de Su amor.
¿Acaso no es la Eucaristía el signo viviente de su amor sacrificial? El se nos da a nosotros, a nosotros quienes le hemos rechazado y maltratado.
Él nos ha enseñado a vivir en el camino del amor, el único camino que triunfa sobre el mal:
Nos dio el testamento del amor e instituyó el sacramento del amor en la noche en que iba a ser traicionado, negado y hecho prisionero por nosotros. Tomó sobre Sí mismo nuestros pecados, cargando nuestra debilidad; por sus llagas hemos sido sanados. Sus sufrimientos nos alcanzaron la eterna felicidad. Nos da su Sangre para apagar nuestra sed, aún cuando vamos detrás de charcos de agua, sucios y estériles. (mi Sangre es bebida que brota para la vida eterna, Jn 6,55)
Nos da su Carne para saciar nuestra hambre, aún cuando buscamos satisfacción en alimentos temporales. (Yo soy el Pan de Vida, el que venga a mí no tendrá hambre Jn 6)
Permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, para acompañarnos, aún cuando nosotros le abandonamos.
De su costado herido, dio vida a la Iglesia y nos dejó la Eucaristía para ser el corazón latente de la Iglesia, para sostenerla, alimentarla y fortalecerla en su misión de ser gran signo de amor en el mundo.
El Santísimo Sacramento es el Corazón vivo de cada una de nuestras iglesias. (Papa Pablo VI).
Para actualizar el poder de Su redención a todas las generaciones, mandó y dio poder, a los Apóstoles y a sus sucesores, para perpetuar su Sacrificio en la Cruz, haciendo posible de este modo que todos los hombres, de cada generación, pudiesen estar al pie de la Cruz, recibiendo el poder de la salvación.
El permanece en cada tabernáculo, nos dice Sta. Teresa de Lisieux, como prisionero del amor; prisionero, para que así podamos recibir su libertad.
Él está presente en la Eucaristía, y ha escogido permanecer ahí aún vulnerable a los hombres, simplemente para poder ofrecer su amor al corazón humano.
Jesús dirigió estas palabras a Sta. Faustina desde el tabernáculo:
El amor me ha traído aquí y el amor me mantiene aquí.
¡¡Eso es amor!! El Corazón Eucarístico es el modelo de amor, tal y como nos lo describe San Pablo en la 1ra Carta a los Corintios, 13:
El amor es paciente, servicial, no tiene envidia, no se irrita, no busca su interés; no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, el amor nunca falla (no acaba nunca).
San Francisco de Sales nos dice:
No hay aspecto más amoroso o tierno de Nuestro Salvador que podamos contemplar, que este acto, en el cual Él, por decirlo así, se aniquila, y se nos da como alimento, para saciar nuestras almas, y unirse de este modo de una forma más íntima, al corazón de sus fieles.
Podemos ver como en la Cruz y en la Eucaristía, el amor ha triunfado, pues el amor triunfa cuando el mal es conquistado con la bondad; cuando la entrega sacrificial de uno mismo es la respuesta a la dureza del corazón, como nos lo enseña San Pablo en la Carta a los Romanos 12, 21:
«Resistid el mal, venciendo al mal con el bien».
A sus discípulos, Jesús no les prometió estar exentos del mal, pero sí les prometió la victoria sobre el mismo:
Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ánimo! Yo he vencido al mundo: (Jn 16,33)
¿Cómo conquistó Jesús al mundo? Amando hasta el extremo de la Cruz y de la Eucaristía.
Amando hasta el extremo de olvidarse a sí mismo. El Papa León XIII nos dijo:
«Recordad el acto supremo de amor mediante el cual nuestro Redentor, vertiendo para nosotros las riquezas de Su Corazón, instituyó el adorable Sacramento de la Eucaristía, para así permanecer con nosotros hasta el fin del mundo. Y ciertamente la Eucaristía, la cual hemos recibido del gran amor de Su Corazón, es Su Corazón, el amor de Su Corazón».
El Corazón Eucarístico es el signo viviente del Reino del amor. Jesús dijo que el Reino de Dios estaba en el corazón. Vino al mundo a establecer Su Reino, como lo dijo el ángel a la Santísima Virgen en la Anunciación:
«Su Reino no tendrá fin»
Qué clase de reino es aquél que no tiene fin? Ha de ser un reino que se establece en el corazón del hombre, donde nada externo puede removerlo.
Qué nos separará del amor de Dios? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? No, en todo esto salimos vencedores gracias a Aquél que nos amó. (Rm. 8,34)
Cuando estudiamos el Evangelio, vemos claramente que Jesús dirigió su misión a una profunda transformación del corazón humano, puesto que vino a establecer una nueva alianza. Esta Nueva Alianza fue profetizada y explicada por el profeta Ezequiel 36:
«Os daré un corazón nuevo, e infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.»
Mientras que los hombres esperaban un reino terrenal, con poderes de este mundo, Jesús nos dijo que Su Reino no era de este mundo.
No es de este mundo, puesto que no es producido por las acciones de este mundo, sino que se establece en el corazón del hombre por el poder de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. (Rm 5).
Por lo tanto, el Reino de Dios es un reino de amor, amor que es capaz de transformar los movimientos más profundo del corazón humano, hasta el punto de arrancar la dureza, la frialdad, el egoísmo, la auto protección, las piedras de nuestro corazón, tornándolas en carne, lo cual significa ser sensible, noble, generoso, dócil, sacrificial y completamente abiertos y dispuestos al amor de Dios y del prójimo.
Es por esto que Su Reino solo puede ser extendido en el tiempo mediante la Presencia Real del Corazón de Cristo en la Eucaristía, porque es su amor, vivo, latente, con el poder de transformar el corazón humano y el mundo entero:«Yo soy la vida del mundo.»
CONTINUARÁ
[…] El Corazón Eucarístico de Jesús.(Ira Parte) […]
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