El Corazón Eucarístico es el Horno de amor en el cual nuestros corazones han de ser consumidos por (para) la vida del mundo.

«He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y cuánto desearía que ya estuviera encendido! (Lc.12,49) ¿Cuál es el fuego que Jesús ha venido a arrojar sobre el mundo? Es el fuego de su infinito amor y misericordia, el fuego del Espíritu Santo que transforma nuestros corazones haciéndonos imágenes de Su Corazón.
Es por esto que desde el Antiguo Testamento Él ha identificado su amorosa Presencia con el fuego, así como se manifestara a Moisés en Ex. 3,2: la zarza estaba ardiendo, pero no se consumía. «Nunca se consumirá pues su amor es infinito, es eterno. A Santa Margarita María el Sagrado Corazón siempre se le aparecía cuando ella se encontraba en adoración ante el Santísimo Sacramento, y se le revelaba en llamas:»el Divino Corazón se me reveló como en un trono de llamas, más resplandeciente que el sol y transparente como el cristal, parecido a un horno abierto. Su Corazón abierto era la fuente de estas llamas».
Puesto que el fuego consume todo lo que toca, de este modo debe consumir nuestro pecado, nuestra frialdad, nuestro egoísmo e indiferencia, y todas esas actitudes que nos impiden responder a la llamada de amar como Jesús nos ha amado.
Debemos entrar en el fuego del Corazón de Jesús y permitir que Él nos purifique de todo lo que en nosotros es contrario al amor.
Esto causará dolor, ya que el egoísmo está fuertemente enraizado en nuestro corazón, pero es la única forma de hacernos uno con Cristo, de llegar a tener comunión verdadera con Cristo.

Debemos permitirle al Señor purificarnos para verdaderamente convertirnos en incienso que cuando es quemado despide su dulce aroma frente al altar.
El fuego del amor del Corazón de Jesús siempre será el remedio para nuestra frialdad y egoísmo.
San Mateo nos dice en su Evangelio, en el capítulo 24, que en el transcurso del tiempo, la caridad se enfriará en la mayoría de los hombres. Jesús dijo a Santa Margarita que la revelación de su Corazón era el último esfuerzo de amor en los últimos tiempos, para calentar al mundo que había crecido en la frialdad. A Santa Faustina, Jesús le dijo que Él estaba ofreciendo a un mundo frío, el último refugio: la misericordia de Su Corazón.
En nuestros tiempos los corazones han vuelto muy fríos, el egoísmo reina entre los hombres y la forma común de vida es la violencia. Los hombres han olvidado el significado del amor.
Es por eso que el Señor ofrece a nuestra generación su Corazón Sagrado, Misericordioso, y Eucarístico. Él quiere transformar nuestro corazón, para que así pueda surgir una nueva civilización en la que el amor triunfe sobre el mal.
A varios santos el Señor les dio la gracia de introducir sus corazones en el fuego de su Sagrado Corazón. Santos como Santa Margarita María, Santa Faustina, Santa Teresa de Ávila y Santa Catalina de Siena, y muchos otros, recibieron este intercambio de corazones. Estos santos simbolizan lo que el Corazón Eucarístico desea hacer en cada uno de nosotros cuando nos acercamos con apertura a Él.

Nos quiere dar Su Corazón, sus sentimientos, sus deseos, sus movimientos internos, su amor. En la primera aparición a Santa Margarita María, el Sagrado Corazón le pidió que ella le diera su corazón. Ella lo colocó en las llamas del Corazón de Jesús, y vio su corazón como un pequeño átomo que se consumía en un gran horno. Cuando le fue devuelto, sintió un amor intenso que a partir de ese día, nunca se agotaba y solo deseaba darlo a los demás.

En una ocasión, el Señor tomó el corazón de Santa Faustina y lo introdujo en las llamas de su Corazón misericordioso. Después le dijo:»hija mía, te he llevado a las profundidades de mi Corazón misericordioso para que reflejes en tu corazón mi misericordia; solo así podrás proclamarla al mundo. Enciende el mundo con ella.»

Para San Maximiliano Kolbe, recibir el Corazón de Jesús en la Eucaristía significaba consumir nuestros corazones en su amor y ser purificados de todo lo que es contrario al amor. ¨El amor, por su propia esencia, nos debe transformar. Debe consumirnos, y a través de nosotros, encender en llamas al mundo. Debe destruir y hacer desaparecer todo el mal que existe en él. Este es el fuego al que se refirió el Señor, cuando dijo que había venido a arrojar fuego sobre la tierra.¨ (San Maximiliano)
En la Eucaristía contemplamos el acto de oblación del Corazón de Cristo, Él se consume de amor por nosotros y esa es la razón de su ofrenda. La Eucaristía debe formar en nosotros un corazón que es capaz de darse a sí mismo como sacrificio vivo, ofrecido por la vida del mundo, así como Él se ofrece. El Corazón de Jesús, vivo en la Eucaristía, quiere formar un ejército de corazones eucarísticos, sacrificios vivos, hostias vivas donde el amor del Corazón Eucarístico pueda reinar. Rm 12: «Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios».

A la Beata Conchita Armida, una gran mística mexicana de los 1920s, y fundadora de varias comunidades religiosas, el Señor le explicó: «Necesito un ejército de almas santas transformadas en mí, quienes exhalen virtudes y atraigan otras almas con el buen aroma de Cristo Eucarístico. Convirtiéndose en hostias vivas que se ofrezcan en total unión a la oblación de Cristo al Padre para el bien del mundo y de la Iglesia.» Conchita profetizó un segundo Pentecostés, tan necesitado en el mundo: «éste pentecostés será interior, trayendo una poderosa transformación de los corazones de los hombres en el Corazón de Cristo en la Eucaristía.”

Según la Madre Auxilia de la Cruz, fundadora mexicana de las Oblatas del Santísimo Sacramento, y amiga de Conchita, el Espíritu Santo habría de traer en nuestros tiempos, el fuego del divino amor, el fuego que nos transforma en hostias vivas. Lo cual significa, personas que están dispuestas a ser como Cristo en la Eucaristía, totalmente consagradas a Dios, dispuestas a ser partidas y entregadas, dispuestas a abrazar sufrimientos y sacrificios por amor a los demás.
Estas almas víctimas han sido llamadas a ser de tal forma sacrificios vivos, hostias vivas, que muchas de ellas han vivido solamente de la Eucaristía. Este milagro pone de manifiesto la perfecta comunión de sus vidas con el sacrificio Eucarístico de Cristo.
Podemos traer a la mente el ejemplo de tres estigmatizadas:

Teresa Newman, quien se ofreció primordialmente por los sacerdotes, la cual vivió 40 años sin ningún otro alimento que la Eucaristía.

La Venerable Alejandrina da Costa, una joven portuguesa quien fue llamada a sufrir como alma víctima por la consagración del mundo al Inmaculado Corazón, vivió de la Eucaristía por los últimos 13 años de su vida.

La Beata Ana Catalina Emmerick, gran mística y alma víctima, la cual se ofreció por la Iglesia, vivió los últimos 12 años de su vida solo de la Eucaristía.

Santa Faustina, la gran apóstol de la Misericordia del Corazón de Dios, consideraba un aspecto esencial de su vida el ofrecerse para ser transformada en hostia viva.«Transfórmame en Ti, oh Jesús, para que pueda ser un sacrificio vivo. Deseo expiar a cada momento por los pobres pecadores (908)
Para ella, la experiencia de ser una hostia viva, solo podía provenir de su comunión con la Santa Eucaristía.

Santa Teresa de Lisieux, Doctora de la Iglesia precisamente porque ella es una experta en la ciencia del amor,»scientia amoris»: «Comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que ese corazón estaba encendido en llamas de amor. Comprendí que solo el amor podía mover a los miembros de la Iglesia a actuar… Comprendí que el Amor abarca todas las vocaciones, que el Amor lo era todo.»

Esta comunión con el Corazón Eucarístico es lo que causa que nuestros corazones sean uno con el Suyo y produce en nosotros la capacidad de amar hasta el extremo.«No es posible tener una unión de amor más profunda y más total: Él en mi y yo en Él. El uno en el otro, qué más se puede desear?» Sta. Gema Galgani.
«La Santa Eucaristía es el Sacramento del Amor: Significa amor y produce amor.» -Sto Tomás de Aquino.
Una bella historia.
Al Arzobispo Fulton Sheen, una vez le preguntaron quien era la persona que más le había inspirado en su vida? Respondió que había sido una niña china de once años.

Explicó que cuando los comunistas tomaron el poder en la China, arrestaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la iglesia. Después de haberle encerrado, el sacerdote pudo ver como los comunistas entraban en la iglesia y rompían el tabernáculo. Tomaron el ciborio y lo tiraron al suelo, haciendo caer las Hostias consagradas. El sacerdote sabía que habían treinta y dos hostias. Cuando los comunistas se fueron, no se dieron cuenta de que había una pequeña niña rezando al fondo de la iglesia, la cual había visto lo ocurrido. Aquella misma noche la niña logró entrar a escondidas en la iglesia, a pesar de que había un guardia comunista dentro. Una vez dentro, la niña hizo una hora santa de oración y reparación, un acto de amor a cambio del acto de odio que había presenciado. Después de la hora santa, se acercó a las Sagradas formas en el suelo, se arrodilló, se inclinó y consumió una de ellas con su lengua. (En aquél entonces no era permitido tocar la Eucaristía con la mano).
La pequeña continuó yendo cada noche, treinta y una noches más, para hacer su hora de reparación y oración, consumiendo cada hostia que había en el suelo. En la última noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. El corrió tras ella, alcanzándola y golpeándola con su rifle hasta que la mató. Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote, quien observaba desde la rectoría este testimonio de amor por el Sacramento del amor. El Corazón Eucarístico, signo del amor sacrificial de Jesús por los hombres, inspira amor como respuesta.
«Gracias a la Eucaristía, el amor que brota de nuestro ser por la Eucaristía se desarrolla en nosotros, se hace más profundo y crece cada vez más fuerte.» (Juan Pablo II, 1980)
El Corazón Eucarístico forma grandes testigos del amor. “Sed, pues, imitadores de Cristo, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entrego por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5,1).
San Maximiliano Kolbe, ejemplo de Amor al Corazón Eucarístico

Para S. Maximiliano, la Consagración a la Inmaculada no tiene otro fin que el de llevarnos a compartir el amor de Jesús, quien murió en la Cruz por amor y en amor, un misterio que se extiende a nosotros en la Sagrada Eucaristía. Este amor es en su esencia, una identificación con las intenciones del Corazón de Cristo, amando, entregando, sacrificando su propio ser «por la vida del mundo. Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos» (Jn. 15,13).
Aquellos que vivieron con San Maximiliano, testifican que era una experiencia realmente conmovedora, observarle mientras celebraba el sacrificio de la Santa Misa: Él vivía la Misa! Se hallaba absorto en el carácter sagrado de la Misa, uniéndose a sí mismo a Cristo en el misterio de nuestra redención! Unía todos sus sufrimientos personales a los de Cristo. Para él, la celebración del sacrificio del altar era la realización de su vocación y de su vida. Cuando fundó la Ciudad de la Inmaculada, desde la cual florecería un gran apostolado mariano de evangelización, hizo de la Santa Misa y de la adoración al Corazón Eucarístico, el centro, la actividad más importante de la ciudad. En varias ocasiones el mismo lo expresaba de esta forma. El Corazón de Niepokalanow es la Eucaristía. Además de participar en las oraciones comunitarias ante la Eucaristía, San Maximiliano visitaba al Santísimo Sacramento, probablemente de 10 a 15 veces en el día, «para conocer cada día más el amor y la misericordia del Corazón Eucarístico, para ir a la escuela del amor» Explicaba.
Esta formación Eucarística de amor y auto-donación, sería la fuerza motora detrás de este sacerdote mariano en el Campo de Concentración de Auschwitz. Allí, él habría de seguir el mismo consejo que exclamó a viva voz a sus hermanos cuando todos ellos eran llevados por la guardia nazi: «No olvidéis el amor». Este es el mismo grito que el Corazón Eucarístico nos dirige a todos nosotros:«¡No olvidéis el amor! No me olvidéis, a mi que os he amado, y he dado mi vida por vosotros!
Por el hecho de ser sacerdote recibió constantes golpizas, y tras ellas le dejaban tirado, abandonado. En Auschwitz, se aniquilaba de hambre a los prisioneros de una forma lenta y sistemática. Cuando les traían la comida, todos se peleaban por su lugar y porción de alimento. El Padre Maximiliano, sin embargo, se hacía a un lado, a pesar del hambre atroz, para dar paso a otros, muchas veces no sobraba nada para él. En otras ocasiones compartía su pequeña porción de sopa o pan con otras personas. Un prisionero relataba que él y varios otros, a veces gateaban en la noche hasta llegar a la cama del Padre Kolbe, para hacer sus confesiones y recibir palabras de amor y consuelo. El Padre Kolbe suplicaba a los prisioneros que perdonaran a sus enemigos y que vencieran el mal con el bien, el odio con el amor. Un doctor protestante que estaba a cargo de los pacientes del bloque n. 12, testificó que el Padre Kolbe esperaba hasta que todos los demás habían sido atendidos, antes de pedir cualquier ayuda. “Se sacrificaba constantemente por los demás”, dijo el doctor.
«Ora para que mi amor no tenga límites», escribió a su madre en una ocasión. Esa clase de amor es la que él contemplaba en la Cruz y en la Eucaristía, en la escuela de amor. Esta es la oración que el Señor siempre responde, pues es el deseo de su Corazón que nos convirtamos en imágenes suyas, que tengamos los mismos sentimientos de Su Corazón. San Maximiliano ofreció:
- Su primera misa por la conversión de los corazones endurecidos,
- La segunda, por la gracia del martirio,
- y la tercera, por la gracia de amar hasta el punto de convertirse en una víctima. (Todas estas oraciones fueron respondidas por el Señor y todas ellas fueron inspiradas por las vidas de Sta. Teresa de Lisieux y Sta. Gema Galgani)
Conocemos el final de la vida de este gran santo.
Un día, cuando diez hombres fueron escogidos para morir de hambre en celdas destinadas para ello, como castigo por el escape de algunos prisioneros, uno de ellos comenzó a llorar y gritaba: Por favor, tengo esposa e hijos… San Maximiliano, acostumbrado a contemplar y vivir el amor sacrificial del Corazón Eucarístico, dio un paso al frente y dijo: -Yo quiero tomar su lugar. -Quién eres? Preguntó el comandante nazi. -Soy un sacerdote católico!
(Un sacerdote, otro Cristo, unido a sus sufrimientos por el bien de los demás. Sí, un sacerdote, para dar mi vida, mi cuerpo, mi sangre, así como Jesús se dio por nosotros en la Cruz y continúa dándose en la Eucaristía.) San Maximiliano fue el último en morir en la celda, habiendo ayudado a los demás a encontrar el poder del perdón y del amor, el poder del amor de Jesús y María.

Este acto de amor manifestado en una ciudad de odio, como lo era Auschwitz, la transformó, según nos lo manifiesta el testimonio de aquellos que sobrevivieron. Por qué? porque pudieron contemplar la realidad del amor: nunca puede ser vencido por el odio, ni la luz no puede ser vencida por la oscuridad, cuando el reino del Corazón Eucarístico habita en el corazón del hombre.
De pequeño, San Maximiliano tuvo una aparición de la Santísima Virgen, la cual le ofreció dos coronas: una roja y otra blanca. El escogió las dos. Pureza y sacrificio. Supo vivir las dos hasta el final. Vivió en dos ciudades: La ciudad de la Inmaculada, donde el amor y la pureza reinaban, y la ciudad de Auschwitz, donde reinaba el odio y el terror. En ambas Maximiliano llevó las dos coronas del triunfo del Corazón Eucarístico: el triunfo del amor: del amor sobre el odio, el bien sobre el mal, la luz sobre la oscuridad. Este es el verdadero triunfo, cuando nuestros corazones, movidos por el poder del Corazón Eucarístico, se adentran en su fuego purificador y viven de su amor sobrenatural.
San Maximiliano estaba tan lleno de amor, aprendido y recibido en su constante contemplación del amor oblativo del Corazón Eucarístico, que se convirtió en el primer mártir del amor. Con este título nunca antes concedido a otra persona, fue canonizado por el Papa Juan Pablo II. El Santo Padre también le llamó: «profeta de la nueva civilización del amor». El Papa dijo que es imposible no descubrir en su vida y sacrificio, un poderoso testimonio de la Iglesia en el mundo moderno, y al mismo tiempo, un gran signo para nuestros tiempos. San Maximiliano, un gran santo mariano, completamente consagrado a la Inmaculada, fue guiado por la Santísima Virgen hacia el fuego consumidor del amor del Corazón Eucarístico, hasta el punto de convertirse en sacrificio vivo, hostia viva, testigo del amor. La Consagración al Inmaculado Corazón promueve el Reino del amor del Corazón Eucarístico en nuestros corazones.
San Maximiliano:«Esta verdad debe estar inscrita en los corazones de toda la humanidad, aquellos que viven en el presente y los que vendrán en el futuro, hasta el fin de los tiempos. La Inmaculada debe ser presentada a los corazones de todos los hombres, y de este modo permitirle a Ella elevar el trono de Su Hijo en ellos, y de este modo atraer a toda la humanidad al conocimiento de Cristo e inflamarles con el amor a su Sagrado y Eucarístico Corazón.»

La consagración al Inmaculado Corazón es el camino seguro para la comunión con el Corazón Eucarístico, puesto que su Corazón es el que conoce el secreto para la más íntima unión con el Corazón de Jesús.
Ella siempre nos llevará a alcanzar un mayor amor y comunión con su Hijo.
Ella nos dirige hacia la adoración y contemplación de su Hijo, y le ha sido confiada la misión de reproducir en nosotros la imagen del Corazón de Jesús.

En Octubre 13 de 1917 en Fátima, le fue concedido a la humanidad un gran regalo: el milagro del sol.
En ese día anunciado por Nuestra Señora, el Señor iba a manifestar un milagro que todos pudiesen ver. Una copiosa lluvia cubría el lugar, los peregrinos tuvieron que caminar en una atmósfera nublada, sobre charcos de lodo. Había llovido toda la noche y en ese día oscuro y frío el Señor iba a manifestar su presencia y su poder. De repente, después de que la Santísima Virgen señalara hacia el sol, éste se hizo visible a todos y tomó la forma de una Hostia.
Comenzó a girar y pulsar hacia la multitud, parecía que se venía hacia ellos con su intenso fuego para quemar la tierra. Se acercó a la tierra, y los que allí se habían congregado estaban temerosos y no comprendían lo que estaba sucediendo.
Temían el fuego que se acercaba, pero a su aproximación, todo se secó y el día fue transformado de oscuridad en luz, de frialdad a calor.
Este milagro del sol, es signo de lo que el Corazón Eucarístico quiere obrar en nuestra generación.
«Debemos conquistar el mundo y ganar cada alma, ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada, y a través de ella, para el Sagrado Corazón de Jesús»
A través del Inmaculado Corazón de nuestra Madre, somos guiados hacia el Corazón Eucarístico de Jesús, el horno ardiente de caridad, para que nuestros corazones sean transformados en hostias vivas, testimonios vivientes del amor y de la oblación total. Atraigamos a nuestra civilización el poder que triunfa sobre el mal: