El dogma de la Asunción, proclamado por el Papa Pío XII en 1950, no afirma ni niega la muerte de la Virgen María. Sostiene que “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Teólogos y santos tuvieron opiniones divididas sobre la muerte de la Virgen María, la mujer más humilde y privilegiada de todos los tiempos.
Durante 9 meses llevó en su vientre a Jesucristo, lo vio crecer, fue testigo de sus tres años de predicación y, a pesar de que sufrió como nadie al verlo morir en la Cruz, también tuvo el mayor gozo de todos al verlo resucitado.
Sin embargo, muchos se preguntan qué pasó con ella después de la vida pública de Jesús. Lo último que nos cuenta la Biblia acerca de ella es que estaba con los apóstoles el día que el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia en forma de lenguas de fuego. Sin embargo, ¿qué pasó después?
Un ilustre Mariólogo, Garriguet, nos describe detalles sobre la vida y la dormición de la Madre de Dios: «María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, como un sueño dulce y apacible; era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor. Para designarla la Iglesia encontró una palabra encantadora: la llama sueño o dormición de la Virgen.»
Alastruey, quien en su Tratado de la Virgen Santísima afirma: «La Santísima Virgen acabó su vida con muerte extática, en fuerza del divino amor y del vehemente deseo y contemplación intensísima de las cosas celestiales.»
San Alberto Magno: «Creemos que murió sin dolor y de amor».
Royo Marín, Mariólogo, afirma: «No parece que muriera de enfermedad, ni de vejez muy avanzada, ni por accidente violento (martirio), ni por ninguna otra causa que por el amor ardentísimo que consumía su corazón.»
Juan Pablo II quien aclara aún más este punto: «Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en este caso la muerte pudo concebirse como una dormición.»
San Juan Damasceno, un gran santo y Doctor de la Iglesia. Él apoyó la teoría de la muerte de María y así la narró: “La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no tener pecado original no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.

Dentro de la libertad para aceptar que María muriera está una tradición muy metida en la creencia de los ortodoxos orientales. Hasta es muy visitada en Jerusalén la basílica de la Dormición de la Virgen que los bizantinos construyeron a comienzos del siglo V. En el monte Eleón, que se está fuera de la muralla de la ciudad vieja y muy cerca de la Basílica, está la tumba de David y el Cenáculo donde Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena. En la cripta de la Basílica atendida por una comunidad de Benedictinos que forman la Abadía de la Dormición hay una venerada imagen que representa a la Virgen acostada, con un mosaico en la cúpula que representa a Jesucristo que viene a llevar su alma.
Según una tradición muy antigua, el arcángel san Gabriel le habría anunciado a María que su Hijo vendría a buscarla después de tres días. El mismo Jesucristo había avisado a los apóstoles que se reunieran en Jerusalén para despedirse de María. Todos ellos habrían acompañado el cuerpo de María, que había sido enterrada junto a las tumbas de sus padres y de su esposo San José en Getsemaní, que está cerca de la Basílica de la Dormición. Pero Tomás no llegó a tiempo del entierro de María y quiso ver su cuerpo para despedirse de él. Cuando abrieron la tumba, el cuerpo de la Virgen no estaba, y sólo vieron los lienzos con que lo habían envuelto. Por la noche oyeron una música celestial y vieron a María que suspendida en el aire les dice: “alégrense, porque yo estaré con ustedes todos los días”.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.
Los Apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido. Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.

La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cadáver, como por la muerte de la propia madre. Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves. Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.
‘Pedro‘, – dijo Tomás- ‘No me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron‘. Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia el Santo Sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen encontraron solamente…una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
La siguiente película te ayudará a entender aún más este bello misterio de Fe
La película «Llena de Gracia» (fullofgracefilm.com), tiene por protagonista a la Virgen María; transcurre años después de la Resurrección. A Maria acuden Pedro y los apóstoles buscando consuelo, guía y sabiduría. Se trata de una producción austera, financiada por la productora católica norteamericana «Outside da box» (odbfilms.com) pero novedosa en su planteamiento y exigente para el espectador, con un ritmo tranquilo que se impone como una oración, y un ejercicio de contemplación. Dirigida y escrita por Andrew Hyatt, y protagonizada por Noam Jenkins y Bahia Haifi en los papeles de Pedro y María, respectivamente.
Sinopsis: Una década después de la muerte y resurrección de Jesús, su legado se ha extendido de manera vertiginosa, y los apóstoles necesitan una cabeza que guíe sus pasos. Pedro, abrumado por el gran peso que supone liderar la Iglesia de Cristo, acude a María que, retirada en un lugar tranquilo para vivir los últimos momentos de su vida, es la única que puede orientarle para retomar con fuerza esta labor.
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