VIDA DE SAN JOSÉ 5

Vida del glorioso Patriarca San José Esposo Purísimo de la Gran Madre de Dios y Padre Adoptivo de Jesús, manifestado por Jesucristo a su esposa predilecta, María de Jesús, y que Él mismo le ordenó que la escribiera y con la obediencia de quien dirige su espíritu. 23 de Enero de 1736.

Vida de San José revelada a la Hermana María Cecilia Baij | Vidas ...

Revelaciones sobre la Vida de San José. Vidente: Hna. Mª Cecilia Baij (1694-1766) Monasterio Benedictino de MONTEFIASCONE, Italia

Vida de San Jose (PDF) - [PDF Document]

Sus admirables Virtudes

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Nuestro José comenzó muy pronto a hablar y a caminar, y las primeras palabras que dijo fueron para nombrar a su Dios, habiendo sido avisado así en el sueño por el Ángel.

La mañana que habló, apenas se despertó, dijo: ¡Dios mío! sus padres lo oyeron y asombrados y maravillados se Llenaron de alegría, gozando de que su hijo comenzara a hablar, y mucho más gozando de que sus primeras palabras fueran dirigidas a Dios, invocando su ayuda y llamándolo como algo suyo.

Nuestro José iba diciendo a menudo esta exclamación y con razón, porque habiéndose entregado totalmente a Dios, Dios era todo suyo; y cuando oía decir de sus padres, que Dios se había hecho llamar el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Él decía: -y de José; y lo decía con tanta gracia, en esa edad tan tierna, que sus padres gozaban mucho de ello y para oírlo, iban diciendole a menudo estas palabras; y era tanto el sentimiento con el cual el niño las decía, que parecía, como de hecho lo era, que Dios fuera todo su bien y la meta de todos sus afectos y deseos y que otro pensamiento y amor no tuviera sino para su Dios.

Por lo tanto se lo veía gozar y alegrarse cuando lo nombraban, y sus padres a menudo se lo nombraban con gran afecto y respeto, para dar a su hijo este consuelo.

Los primeros pasos que dio nuestro José, fueron ofrecidos por él mismo a Dios pidiéndole la Gracia para que en todos sus pasos Dios quedara glorificado y nunca ofendido, así como hizo también con sus palabras, instruido de esa manera por el Ángel.

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Dios atendió sus súplicas y las escuchó, porque tanto en las palabras, como en los pasos, y en todas sus obras Dios quedó siempre glorificado y nunca ofendido o disgustado.

Tuvo en todas sus acciones, el noble ejercicio de mirar siempre al Cielo y de invocar a su Dios, pidiéndole su ayuda y su santa Gracia en cada acción que realizaba, de modo que estuviera según su divino beneplácito; y ésto lo hacía al alimentarse, al ir a descansar, al hablar y caminar. Y porque en esa tierna edad no le era permitido hacer esas acciones virtuosas que él deseaba, le ofrecia su deseo y esas acciones que son comunes e indiferentes a todos para conservar la vida, como son el comer, el beber, el dormir, el recrearse.

Todas estas acciones nuestro José las enriquecía con la recta intención, haciendolo todo por amor a Dios, se privaba a menudo de lo que más le gustaba, así instruido por su Ángel en esa tierna edad, porque otra cosa no podía hacer para su Dios que tanto amaba; y a menudo se le ofrecía todo como don, renovando esos actos que ya hizo cuando fue presentado al Templo.

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Queriendo luego su madre que su hijo tuviera mucha capacidad, lo iba instruyendo y enseñando varios actos de afecto hacia Dios, según las costumbres de los judíos, y nuestro José mostraba mucho agrado en oírlos y los practicaba admirablemente, con admiración de la madre y ,de quien lo oía.

Cuando lograba caminar con facilidad, a menudo se escondía para orar con las manos levantadas hacia el Cielo, haciendo actos de agradecimiento a Dios, por darle tantos beneficios, y se quedaba horas enteras arrodillado en el suelo.

Era maravilloso ver a ese pequeño niño en esa posicion, pero más sorprendente era ver como su espíritu se deleitaba en la contemplación de las perfecciones divinas, que también se traslada al exterior.

Su rostro aparecía completamente resplandeciente, con los ojos brillantes, demostrando con esto que se deleitaba con su Creador, y que el poder de la Gracia llenaba su alma.

A menudo la madre -que con sagacidad se ponía en – un lugar donde el hijo no la pudiera ver- le oía exclamar: -Oh, Dios de infinita bondad, ¡cómo me habéis beneficiado y por lo tanto qué deuda tengo con Vos!-. Y todo ésto lo decía con una lengua todavía balbuciente, pero, con un corazón encendido de amor hacia su Dios.

La madre que oía esto, ella también acompañaba al hijo con actos de amor y de agradecimiento, y se deshacía en lágrimas de ternura al ver a su hijo tan favorecido por Dios y tan enriquecido de tantos dones.

Luego le fue manifestado por sus padres como Dios había prometido enviar al Mesías al mundo, a quien se lo estaba esperando vivamente, y que los antiguos Patriarcas tanto desearon, y ésto le fue tambien insinuado por el Ángel en el sueño; por lo cual nuestro José se encendió de un vivo y ardiente deseo de esta venida y dirigía cálidas súplicas a Dios, de modo que se dignara apresurar el tiempo de su venida.

Desde este momento, todas sus oraciones tendían hacia este fin, y Dios oía con agrado las súplicas del inocente José y se complacía mucho en ellas, y de esto le daba un claro testimonio, porque cuando José le dirigía estas súplicas, Dios le llenaba el corazón de alegría y de consuelo, por lo cual nuestro José se animaba siempre más en renovar dichas súplicas, y así iba progresando en el amor hacia su Dios y en las súplicas fervorosas.

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Cuando acontecía algo en la casa, por lo cual Dios pudiera quedar disgustado -y esto ocurría entre las personas de servicio, por su fragilidad- Oh!, entonces si nuestro José se mostraba totalmente afligido y triste, llorando amargamente; y puesto que en esa tierna edad no podía hacer reproches, les daba a entender con el llanto, lo grande que era su dolor.

La madre que advirtió esto, un día le preguntó por qué lloraba tanto y se dolía, y él contestó con gran sentimiento: Vos me habéis dicho muchas veces lo que tengo qué hacer para agradar a Dios, y aquello que se debe huir para no disgustarlo, ahora al ver que en nuestra casa se le causa disgusto, no queréis que yo me aflija y llore? Esto dijo a la madre, porque había sido varias veces instruido por la misma de huir de las ocasiones que ofenden a Dios, y luego también para que ella no Llegase a comprender los dones que Dios le había participado, como el uso de razón y el claro conocimiento de las ofensas que se hacen a Dios, por las cuales él mucho sufría, mientras entendia cómo merecía ser amado, honrado y no ofendido, y que las culpas mucho desagradaban a su Dios, a quien él tanto amaba.

Después de haber entendido ésto la madre, trataba ser muy cuidadosa, de modo que no fuera ofendido Dios por nadie de los de su casa y reprochaba asperamente a los culpables; así nuestro José, con su conducta, dio motivo para que la casa de sus padres se pudiera llamar más bien una escuela de virtud, viviendo todos con una exacta observancia de la Ley divina.

Luego la madre era muy cuidadosa y prudente en tener oculto cuanto el hijo le decía, y cuánto en él veía los dones y Gracias sobrenaturales; no se olvidó nunca de lo que el Ángel del Señor le dijo en sueño, esto es que su hijo habría visto al Mesías y habría conversado con Él; por lo tanto no se sorprendía en nada al verlo tan favorecido por Dios, y toda se ocupaba en alabar y agradecer la generosidad tan grande de Dios hacia su José.

Otras veces lo miraba con gran ternura y afecto, derramando lágrimas de consuelo al pensar que su hijo habría tenido la hermosa suerte, que no habían podido tener tantos Patriarcas y Profetas de llegar a ver al Mesías prometido; y a menudo decía al hijo: hijo mío, dichoso tú!- envidiando santamente su feliz suerte.

Nuestro José le preguntó una vez, por que le decía esto. La sabia madre le contestó: ésto te digo, porque conozco que nuestro Dios te ama mucho, ocultándole el misterio.

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José al oír estas palabras, levantaba las manos al Cielo, exclamando: sí, sí, que mi Dios me ama mucho! y aquí se encendía todo su rostro, exultando por la alegría y llorando por la dulzura. Luego añadía: ¡y yo lo amo ah!, ¡poco lo amo!, pero lo quiero amar mucho más de lo que lo amo; y al crecer en los años y en las fuerzas, creceré también en el amor de mi Dios.

Y así fue, porque en la medida que iba creciendo con los años, crecía también en el amor hacia Dios.

Al ver luego sus padres que el hijo era tan capaz, comenzaron enseguida a instruirlo en las letras, y esto lo hizo su propio padre al estar muy instruido en la Ley, y no quiso entregar a otros al hijo para que fuera instruido, de modo que por la práctica de otros su hijo no viniera a perder ese espíritu que Dios le había comunicado.

Así nuestro José comenzó a aprender a leer y lo lograba admirablemente, de modo que su padre nunca tuvo ocasión de llamarle la atención. Tenía apenas tres años, cuando ya comenzó a leer, con mucho consuelo a sus padres y su provecho; y se iba ejercitando en la lectura de la Sagrada Escritura y los Salmos de David, los cuales luego el padre se los explicaba.

Era grande el consuelo que experimentaba nuestro José al leer y al oír explicar por el padre lo que leía, y en este ejercicio puso todo su empeño, sin descuidar nunca sus acostumbrados ejercicios de oración a Dios, y todo su tiempo lo empleaba en este ejercicio, esto es en orar, estudiar y leer, teniendo para cada cosa bien distribuido su tiempo.

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Nunca fue visto, aunque niño, enojado, ni impaciente, conservando siempre una serenidad en su rostro y una gran tranquilidad, aunque muchas veces Dios le permitiera que tuviera alguna ocasión, de ser maltratado por los de la casa en ausencia de sus padres; y nuestro José todo lo sufría, con paciencia y alegría.

A menudo el demonio se enzañaba para instigar a los del servicio de la casa, de modo que lo maltrataran, para hacerle perder la Bella virtud del sufrimiento; pero nunca lo logró, porque nuestro José estaba tan sumergido en el amor de su Dios y tanto gozaba de su presencia en su alma, que no había nada, por grande que fuera, que perturbara la paz de su corazón y la serenidad de su espíritu.

Mucho se enfurecía el demonio al ver, tanta virtud en José, y mucho más se enfurecía porque no podía acercarse a él con las tentaciones, pues Dios lo tenía alejado de ellas; pero tanto hizo que un día él precipitó por una escalera de la casa, permitiéndolo Dios como ejercicio de virtud para nuestro José, y para mayor confusión del enemigo infernal; porque, al verse el niño así precipitado, llamó a Dios en su ayuda, y Dios no tardó en socorrerlo liberándolo de todo mal.

De eso José tuvo ocasión de reconocer la Gracia de su Dios y agradecerle, y el demonio se alejó confundido. Nunca fue visto, aunque en esa tierna edad, hacer niñerías, ni nunca se preocupó en relacionarse con otros niños de su edad, estando siempre retirado en casa, dedicado al estudio y a la oración, sin perder nunca el tiempo.

Prestaba una exacta obediencia a sus padres sin descuidar nunca hacer lo que ellos le ordenaban. Toda su diversión era quedarse a menudo mirando al cielo, porque sabía que allí estaba su Dios; y le enviaba cálidos suspiros suplicándole para que enviara pronto al mundo al Mesías prometido.

Luego tenía un gran afecto hacia el Patriarca Abraham, Isaac y Jacob y al Profeta David, y a menudo suplicaba a su padre para que le narrara la vida de estos, con el deseo de imitarlos; porque sabía que habían sido muy amados y favorecidos por su Dios; y el padre lo complacía y le narraba la vida, ya sea de uno, ya sea del otro.

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Nuestro José lo estaba escuchando con mucha atención y luego decía: estos han sido amigos y favorecidos de nuestro Dios, y a estos debemos imitar en sus virtudes; y al oír cómo el padre Abraham caminaba siempre en la presencia de Dios y como Él le había prescrito ser perfecto, procuró imitarlo.

Nuestro José apenas había llegado a la edad de siete años, ya era capaz de todas las virtudes que estos Patriarcas habían practicado, y en la medida de sus fuerzas, se aplicaba para imitarlos en la Fe y en la confianza y amor hacia su Dios; y así iba creciendo nuestro José en las virtudes y cada vez más se volvía grato a los ojos de Dios.

Al oír cómo el Santo Profeta David alababa a su Dios de una manera especial siete veces al dia, él tambien quiso practicarlo, y suplicaba a su Ángel para que lo despertara a tiempo, y así pudiese también alabar a su Creador en las horas de la noche.

Ya sabía varias cosas de memoria para alabar a su Dios, y estas las iba repitiendo a menudo, tanto de día como de noche, con mucho gozo de su espíritu; y Dios no dejaba de iluminarlo siempre más y de acrecentar en el sus dones.

Estaba tan encendido de amor hacia su Dios, que al mismo tiempo que lo estaba alabando -muchas veces, aunque fuera de noche- abría la ventana de su habitación y se ponía a mirar el cielo, y aquí daba lugar para que su corazón ardiera levantando las llamas de amor hacia Él y decía: Oh, dichoso aquél que tendrá la suerte de ver con sus propios ojos al Mesías prometido!, ¡Oh, dichoso el que tendrá la suerte de servirlo y de tratar con Él! ;Oh, qué suerte será la suya!-Y esto lo decía con tanto ardor que quedaba estático por mucho tiempo, encendido por un vivo deseo de poderlo servir y prestarle todo el honor y servicio posible.

Ardía luego en el pecho de José un gran amor hacia el prójimo y deseaba ayudar a todos, por lo tanto decía a menudo a sus padres que hicieran limosnas a los pobres necesitados y que no se cuidaran en guardar la ropa para él, porque se contentaba en ser pobre, con tal de que los otros no hubiesen sufrido; y sus padres no dejaban de satisfacer su deseo, haciendo abundantes limosnas a los pobres, puesto que ellos tambien tenían la inclinación de usar gran caridad hacia los necesitados.

Ezequiel 34:17 »”En cuanto a ti, rebaño mío, esto dice el Señor Soberano a su pueblo: juzgaré entre un animal del rebaño y otro, y separaré a las ovejas de las cabras.

Nuestro José ya había llegado a la edad de siete años en este estilo de vida que hemos mencionado, habiendo conservado sin mancha su candor y su inocencia de tal modo que no solamente, no dio nunca un mínimo disgusto a sus padres, sino que nunca hizo acción alguna que no fuera de sumo agrado y complacencia de su Dios; antes bien, cuanto más crecía en los años, tanto más él se volvía grato hacia Él obrando siempre con mayor perfección.

Además el amor que él tenía a su pureza, habiéndoselo infundido Dios de una forma admirable, le fue tambien muy recomendada esta virtud por su Ángel, que una vez en el sueño le hizo un gran elogio de esta virtud, diciéndole que era muy querida por Dios; y nuestro José se enamoró mucho más de ella y se propuso conservarla durante todo el tiempo de su vida; y para poder cumplir esto, dirigía súplicas a su Dios para que le diera la Gracia de poder llevarlo a cabo.

Se propuso también huir de todas las ocasiones peligrosas, a fin de que su admirable candor nunca hubiese sufrido daño alguno; y de hecho lo complació con todo el cuidado inimaginable, guardando todos sus sentimientos con gran rigor y en especial los ojos que tenía a lo sumo fijos en la tierra o dirigidos hacia el Cielo.

Bien se conocía de su aspecto externo cuán grande fuera la pureza de su alma y también de su cuerpo, pareciéndose más a un Ángel vestido de carne mortal.

septiembre | 2009 | MONAGUILLOS DE LA PARROQUIA DE LA ASUNCION DE NTRA.SRA.DE MANZANARES

Su madre muchas veces lo veía con resplandores en su rostro, como también su padre; de esto muy bien conocían que grande era la pureza e inocencia de su hijo y como Dios se complacía en vivir en su purísima alma por medio de su Gracia; y esto acontecía cuando nuestro José se elevaba en la oración y cuando había tratado a solas con su Dios.

En estas circunstancias sus padres se sentían llenar el alma de un consuelo insólito y de un amor muy respetuoso hacia su hijo, mirándolo cada vez más como un tesoro y un don del Cielo. Sin embargo, no dejaban de ejercer sabre él esa autoridad propia de los padres hacia los hijos, y a menudo experimentaban coma era atento a sus indicaciones, a las que él se mostraba en todo muy obediente.

Nuestro José estaba muy inclinado al ayuno y a las asperezas, pero cuando sus padres se lo prohibían, en todo él se sometía a su voluntad con resignacion, y nunca reclamaba nada.

Cuando deseaba hacer ayunos y vigilias, pedía a ellos la autorización con tanta sumisión, que parecía imposible podersela negar, tal era el modo con el cual se los conquistaba; y cuando le negaban la autorización, lo hacían con pena, porque no podían contradecirle.

Muchas veces también el padre le daba unos denarios para que hiciera limosna a los pobres que se la pedían; y entonces la cogia con toda sumisión y humildad, como si esa limosna se la hubiese hecho a él, y muy pronto la distribuía a los pobres sin quedarse con nada para si.

Cuando veía algún pobre llegar a su casa para pedir la caridad, él iba donde su madre y se la pedía con toda sumisión como para sí; la madre se sorprendía de la virtud de su hijo y se la daba abundantemente.

Era luego tan grande el gusto que nuestro José tenía al dar la limosna a los pobres, que bien se traslucía en su rostro, porque si veía a un pobre, se olvidaba de todo y enseguida se alegraba cuando le daba la limosna.

Estaba ya muy inclinado hacia la práctica de todas las virtudes, pero se había apasionado mucho más de ellas porque el Ángel le hablaba en el sueño y le manifestaba el aprecio y el valor de las virtudes, y cómo éstas eran muy queridas y agradables a su Dios.

Solamente el oír que era de agrado a su Dios, era suficiente; para que él se pusiera con todo su empeño en practicarlas.

Espera… Carismas Sobrenaturales Cap. 6

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