VIDA DE SAN JOSÉ Tomo 2

Vida del glorioso Patriarca San José Esposo Purísimo de la Gran Madre de Dios y Padre Adoptivo de Jesús, manifestado por Jesucristo a su esposa predilecta, María de Jesús, y que Él mismo le ordenó que la escribiera y con la obediencia de quien dirige su espíritu. 23 de Enero de 1736.

Vida de San José revelada a la Hermana María Cecilia Baij | Vidas ...

Revelaciones sobre la Vida de San José. Vidente: Hna. Mª Cecilia Baij (1694-1766) Monasterio Benedictino de MONTEFIASCONE, Italia

TOMO 2

Otras tentaciones y persecuciones de Satanás

Gozando nuestro José de las Gracias y favores particulares que recibía de su Dios, y gustando de la dulzura y suavidad de su Amor, Dios permite que su siervo fuera angustiado por la criatura por obra e instigación del demonio, de modo que el Santo pudiera adquirir mayores méritos y demostrara a su Dios la fidelidad y el amor también en medio de las persecuciones y de las angustias.

Ya el demonio odiaba mucho al Santo joven, no podía soportar tanta luz y tantas virtudes que el Santo practicaba, por lo cual buscaba siempre nuevas formas para inquietarlo y angustiarlo y tratar de hacerle perder la virtud tan querida por él, de la paciencia y de la mansedumbre.

Dios, sin embargo, lo tenía siempre alejado y no permitía que se acercara para inquietarlo; a veces, sin embargo, le daba libertad para que lo angustiara para mayor mérito del Santo y para confusión suya. Después de obtener el permiso el demonio para angustiar al Santo, este dragón infernal instiga a algunos vecinos del Santo y puso en su espíritu una aversión muy grande hacia él, de modo que, no podían verlo; y cuando el Santo joven salía del taller para ir al Templo o a otros quehaceres a él necesarios para su trabajo, éstos se pusieron antes a mofarlo, y al ver que el Santo no hacía caso a ello, se enfurecieron siempre más, de modo que lo insultaban con palabras malas sin causa alguna, llamándole tonto, ocioso y que se había reducido a vivir solo, porque nadie quería estar con él, y que bajo la apariencia de virtud, era un amargado, un fingido.

 Nunca contestó el Santo a las palabras, sino agachando la cabeza se encogía de hombros y se iba al Templo a orar y a suplicar a su Dios por aquellos que lo maltrataban.

 Se dio el caso de que fue robada alguna ropa a alguno de estos malvados, y enseguida le echaron la culpa al Santo joven; por lo cual armados de ira se fueron a su pequeño taller y le pusieron todo en desorden, diciéndole que sacara afuera lo que había robado, insultándole y amenazando de castigarle y de acusarle como ladrón.

El Santo estaba con su acostumbrada serenidad, ni se disculpaba; sino que una vez les dijo que se cuidaran porque estaban equivocados, pero estos no queriendo dejar de importunar al Santo le tacharon de ladrón; al final les dijo que Dios habría defendido su causa.  Al ver los malvados la constancia y la paciencia del Santo joven, se retiraron amenazando de quererlo acusar, si no se encontraba al que habría robado la ropa, sin antes asegurarle que él había sido.

El Santo joven estaba muy afligido al verse así acusado, y mucho más por las ofensas que se hacían a Dios, por lo cual se fue al Templo a suplicar a su Dios que se dignara defenderlo de esa angustia. Dios no tardó mucho en descubrir el engaño, porque se encontró quien se había robado esa ropa, por lo cual quedaron muy confundidos los que le habían acusado, y a la vez admirados y sorprendidos por la virtud y paciencia del Santo, y la aversión se cambia en estima y cariño hacia él, por lo cual el demonio quedó confundido y el Santo enriquecido de méritos delante de Dios y de aprecio delante de los hombres.

No por esto el enemigo se dio por vencido, sino que instigó a algunos jóvenes libertinos, los cuales varias veces habían visto al Santo frecuentar el Templo, y de esto sentían un coraje muy grande tanto más que su modestia servía para ellos de gran reproche; por eso, un día, acordaron entre ellos, ir al taller del Santo y aquí mofarse de él, insultarle y de hecho lo hicieron con gran impertinencia. Encontraron al Santo que trabajaba y estaba todo concentrado en la contemplación de las divinas perfecciones, porque él, aun trabajando, estaba con su mente abstraída. Le preguntaron algunas cosas curiosas y vanas, pero el Santo no les contestó.

Estos, siguiendo en sus preguntas impertinentes, el Santo les dijo que le dejaran en paz y que, si querían esos vanos entretenimientos, se fueran a otro lugar porque él estaba ocupado en su trabajo. Estos comenzaron a mofarse de él y a insultarlo, diciéndole unos improperios, a los cuales nunca contestó el Santo joven atendiendo a su trabajo y a la contemplación en la que se encontraba. Uno de ellos, más atrevido e insolente que los demás se disponía a golpear al Santo, el cual no hizo otra cosa que decirle: –«Que Dios os perdone hermano, porque, aunque yo merezca esto por mis pecados, a pesar de esto no os he dado motivo para que hagáis esto contra mía”, y mientras aquél lo golpeaba, los otros compañeros lo festejaban y lo aplaudían. Después que le hubieron llenado de insultos y de golpes, se fueron, quedando el Santo con su acostumbrada serenidad y paciencia sin tener resentimiento alguno de esto.

 Se dirigió sin embargo a su Dios y le pidió su ayuda, como le había prometido muchas veces, diciéndole: -«Dios mío, Vos me habéis asegurado de asistirme y defenderme en todas las circunstancias de mi vida y ya sabéis que yo no tengo a otros fuera de Vos; por lo tanto, acudo a Vos de modo que me ayudéis y me defendáis de mis enemigos»-.

Dios consoló a su siervo, porque la noche siguiente se le apareció el Ángel y le aseguró que en esas circunstancias él había adquirido muchos méritos y había dado mucho agrado a su Dios, y le dijo que también estuviera preparado porque el demonio le odiaba mucho y le quería causar muchas angustias pero que Dios le había asistido y defendido, y que esto se lo permitía para hacerle adquirir méritos y para poner a prueba su fidelidad. El Santo quedó completamente consolado por estas palabras y animado para sufrirlo todo con paciencia y alegría porque su Dios así lo permitía que fuera entonces angustiado de esa manera.

 El enemigo infernal al ver que también en esta ocasión había quedado confundido y avergonzado, y que el Santo hacía resaltar más sus especiales virtudes, no se dio por vencido, sino que se enfureció e iba instigando ahora a uno luego a otro contra el Santo, poniéndose también con personas de autoridad para desacreditarlo aún más, pero por más que usara sus engaños, quedaba siempre más confundido.

Una vez, entre otras, habiendo hecho el Santo algún trabajo a una persona de cierta importancia, cuando le llevo el trabajo hecho y al esperar su pago, recibió a cambio del trabajo de sus fatigas, malas palabras, diciéndole que el trabajo estaba mal hecho, que no era de su gusto y que más bien se merecía un castigo en lugar del pago; y tomando el trabajo, hechó al Santo con malas palabras e insultos.

Nuestro José se fue sufriendo con paciencia estas malas palabras, sin recibir pago alguno; y puesto que se encontraba en gran necesidad para su sustento, se fue directamente al Templo a suplicar a Dios con su acostumbrada confianza, para que lo proveyera en esa extrema necesidad; Dios oyó la súplica de su siervo fiel, e inspiró al que había recibido el trabajo, para que satisficiera las fatigas del Santo, por lo que al volver en si se dio cuenta del mal que había hecho y enseguida se fue a ver al Santo y le dio satisfacción de cuanto le debía, rogándole además que perdonara lo ocurrido.

El Santo recibió su recompensa como limosna y agradeció primero a Dios que le había provisto en su necesidad y luego agradeció a aquel que le había dado lo que le debía; por lo cual José quedó enriquecido de méritos y a la vez provisto de su necesidad y el otro quedó muy edificado por la virtud del Santo joven.

El demonio, siempre más confundido y avergonzado, le hizo muchas de estas jugadas y todas sirvieron para enriquecer al Santo de méritos y para hacerle adquirir aprecio delante de los hombres. El enemigo encontró otra manera para angustiarlo, mucho más penosa, que consistía en poner en el corazón de algunos en pretexto de caridad y compasión, el insinuar al Santo joven a desposarse y así pudiera vivir con más comodidad y no padeciera tanto al estar solo y abandonado de todos. Y de hecho algunos con buena táctica se pusieron a persuadirlo que buscara cierta comodidad y se casara porque fácilmente la habría conseguido, pues él, era joven, atento y trabajador.

 El Santo se horrorizó frente a estas propuestas, porque había consagrado a Dios con voto su inmaculado pudor; Si no solamente nunca tuvo dicho pensamiento, sino que se horrorizaba de ello y se le cubría el rostro de una vergüenza virginal y la respuesta que dio a estos fue que no le hablaran de matrimonio, porque él estaba mejor que nunca en ese estado. Pero no por esto desistieron de atormentarlo sobre este particular, sino que lo forzaban ya sea con halagos, ya sea con ruegos, 

por lo cual el Santo sentía una pena muy grande y dirigiéndose a su Dios le suplico para que lo ayudara y lo defendiera de esa angustia y lo liberara de la importunidad de aquellos que, bajo el pretexto de bien, le querían hacer perder el precioso tesoro de la virginidad y decía a menudo a su Dios: –«Vos, Dios mío, bien sabéis que me he consagrado a Vos, con voto, mi virginidad. ; Oh, no permitáis que sea angustiado al respecto!»-. Dios oía las súplicas de su siervo fiel y se demoraba en atenderlo para acrecentar aún más sus méritos.

Los que le importunaban ya habían encontrado con quien hacerle casar, pero al encontrar que el Santo joven era siempre más resistente, no sabían cómo hacer para que cediera a sus persuasiones, por lo cual un día acordaron llevarlo con ellos para realizar un cierto trabajo y en esa circunstancia hacerle ver a la joven destinada por ellos para su esposa y en esa ocasión hacerle ceder y doblegarse a sus súplicas.

Llamado pues al Santo joven con el pretexto del trabajo, lo llevaron a una casa y le indicaron el trabajo. José tomó los datos del trabajo que tenía que hacer, y al irse le detuvieron y le hicieron ver a la joven que ellos la habían destinado como su esposa y le dijeron: -«Sabed, José, que esta es la joven que queremos daros como vuestra esposa, esperamos que no nos contradigáis, porque esta adornada de virtud y de bondad»-, a estas palabras el Santo joven quedó herido por el dolor y huyó a gran velocidad, dejando a todos asombrados y a la vez confundidos, de modo que no volvieron a molestarle más.

El Santo se fue enseguida al Templo y aquí llorando, suplicó a su Dios para que le liberara de aquella grave persecución, la cual se le hacía insoportable, y Dios le consoló prometiéndole que ya no sería atormentado al respecto. Enjugó las lágrimas nuestro afligido José, y todo se consoló con la promesa que interiormente le había hecho su Dios, y le agradeció por el beneficio.

La noche siguiente se le apareció el Ángel en el sueño y le repetía, todo cuanto Dios le había prometido, y le aseguro que su Dios había gozado mucho al verlo tan constante y firme en la promesa que le había hecho de conservarse virgen. Así quedo plenamente consolado nuestro José, y el demonio quedó siempre más confundido y avergonzado, pero siempre más enfurecido hacia el Santo joven. Y por lo tanto buscó otras maneras de angustiarlo, pero siempre quedo confundido.

Después de haberlo angustiado a través de las criaturas, Dios le dio autorización de que le molestara con las tentaciones para aumentar más méritos en el Santo; y le dio la libertad de tentarlo con toda clase de tentaciones, menos contra la pureza, puesto que, en esta, Dios nunca quiso que el purísimo siervo suyo fuera tentado. El enemigo se puso a armar guerra con tentaciones al fuerte, invencible José, y apenas acabaron las angustias que recibía de las criaturas, comenzó a sufrir angustias a través de las muchas y varias tentaciones.

En primer lugar, el demonio se puso a tentarlo de vanagloria poniéndole delante su gran virtud, su bondad, la fidelidad que tenía hacia su Dios, lo mucho que padecía por El, las obras buenas que hacía y lo mucho que había dejado, por lo cual podría merecerse gran premio y gran recompensa de Dios, y que en el mundo no había otro semejante a él en la bondad y en la práctica de las virtudes.

El Santo sintió horror frente a estas tentaciones, porque al ser muy humilde, se consideraba también un gran pecador, por lo cual, acudió enseguida a su Dios con la oración, porque conoció muy bien que esa era una tentación diabólica; y haciendo actos contrarios a la tentación, venció y superó al enemigo, el cual comenzó a tentarlo de gula, haciéndole despertar ganas de saborear alimentos y platos exquisitos, y el Santo también superó esta tentación con más ayunos y mortificaciones.

Lo tentó de aversión y odio contra quien lo había ofendido y maltratado, pero el Santo deseaba a ellos toda clase de bienes, y rogaba a su Dios para que los beneficiara, le tentó contra la Fe, persuadiéndole que eran todas veleidades y locuras las cosas que le decía el Ángel, pero el Santo estuvo siempre firme, al igual que en todas las demás cosas.

 Le recordó lo mucho que había dejado y que podía volver a adquirirlo todo, insinuándole deseos de riqueza. El Santo todo lo despreciaba, diciéndole que para él era suficiente la Gracia de su Dios, y con ella estaba contento plenamente. Mucho fue perseguido y de varias maneras, y todo lo superó con gran generosidad mientras tenía la Gracia y la asistencia de su Dios.

El enemigo quedó derrotado y todo confundido se retiró, jurando, sin embargo, seguir haciéndole la guerra.

El Santo no temía, porque tenía a Dios de su parte y decía como el santo David: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el refugio de mi vida: ¿podrá hacerme temblar? Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme» (Salmo 26, 1-3). «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú vas conmigo». (Salmo 22, 4). Y con gran confianza decía esto a su Dios que siempre encontró, en Él su ayuda.

Al terminar las tentaciones del enemigo infernal, nuestro José no estuvo mucho tiempo en paz, porque Dios quiso probarlo Él mismo, quitándole las luces, el fervor y el consuelo interior, cayendo el Santo en una gran aridez espiritual. Oh, aquí sí que nuestro José sufrió una gran angustia, por el temor de haber disgustado a su Dios y por verse como desamparado y abandonado de Él, único objeto de su amor.  Oh, ¡cómo enloquecía! iOh, ¡cómo se encomendaba!; Oh, ¡cuántas súplicas y suspiros enviaba hacia el Cielo! Noches enteras se quedaba de rodillas en acto de suplicar, rogando a su Dios para que le manifestara cuál había sido el motivo por el cual Él estaba ofendido, de modo que, al reconocer el error, hubiese podido hacer la debida penitencia; pero el Cielo, hecho como de bronce para sus súplicas, no le daba consuelo alguno.

El Ángel ya no le hablaba en el sueño, y al no tener el Santo con quién desahogar su pena se dirigía a menudo a su Dios diciéndole: -«i0h Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob!; Oh Dios mío del cual tanto bien he recibido, que sois toda mi herencia, todo mi consuelo, ¡tened compasión de vuestro indigno y despreciable siervo! Vos me habéis prometido vuestra ayuda, vuestro favor; ahora es tiempo que mantengáis vuestra promesa y me consoléis en tanta pena mía. ¿Qué mal os he hecho, para que Vos os hayáis alejado de mí? hacedme la Gracia para poderlo conocer!; Oh!, mucho os he ofendido, es verdad, pero Vos sois bueno, Misericordioso, por lo tanto, os pido perdón. Es verdad que yo no lo merezco, pero Vos sois bueno y por lo tanto lo espero».

Nuestro José hacía estas oraciones, de las cuales Dios gozaba mucho, pero también se demoraba en atenderlo y en manifestársele.

El Santo sufría su angustia con mucha resignación, pero no dejaba de seguir orando a su Dios.

Un día, más afligido y angustiado que de costumbre por la ausencia de su único bien, le parecía que ya no podía vivir, y con gran Fe y confianza se fue al Templo, y dirigiéndose a su Dios de nuevo le dijo que se dignara consolarlo por el gran Gozo que le daba la niña María que estaba en el Templo y por los méritos y virtudes de la misma.

Mientras José hacía estas súplicas la Santísima niña María estaba orando a Dios por José, pues en espíritu, Dios le hizo ver las necesidades y angustias del Santo, por lo cual Dios aceptó las súplicas de la Santa niña y las oraciones de su siervo fiel, y se le manifestó con gran claridad, llenando su mente de luces y encendiendo su corazón de amor.

 Le hizo oír su Voz en lo más profundo de su corazón que le dijo: -«José, siervo fiel y amigo mío, no temas porque Yo estoy contigo, y nunca te he abandonado. Ten seguridad del Amor y de mi Gracia». A estas dulcísimas palabras el Santo cayó en éxtasis, y estuvo por bastante tiempo concentrado gozando de su Dios, que con tanta generosidad se manifestaba a su alma.

En este éxtasis se le manifestaron muchos secretos de la Divina Sabiduría: cómo Dios permite que sus amigos sean angustiados para enriquecerlos siempre más de méritos. Conoció también el gran mérito que tenía delante de Dios la niña María, y cómo ella había rogado mucho por él, pidiéndole la Gracia a Dios para que se manifestara a su alma, y para que pusiera fin a sus angustias.

El Santo hizo muchos actos de agradecimiento a su Dios, y le consagró de nuevo todo su ser; le suplicó para que recompensara a la Santa niña María por la caridad que había usado hacia él y se quedó siempre más encariñado. Alabó a su Dios y quedó siempre más admirado de su bondad y del Amor que le tenía. Se concentró mucho más en el abismo de su nada, humillándose delante de su Creador, reconociendo que todo venía de su infinita bondad, y le pidió su continua asistencia y bendición. Después que nuestro José hizo todos estos actos, se fue del Templo todo consolado, no tenía otra cosa que decir sino lo que dijo el santo profeta David: «Qué bueno es Dios con los justos, con los hombres de corazón puro». (Salmo 72, 1). Y ese otro versículo. «En proporción de los muchos dolores que probó mi corazón, tus consuelos alegraron mi alma». (Salmo 93, 19), y otros varios versículos que el Santo siempre se servía, según la necesidad en la cual se encontraba.

 Por la noche volvió nuevamente a hablarle el Ángel en el sueño, y le dijo cómo su Dios había gozado mucho en verlo constante y paciente en todas las angustias, y que había enriquecido y llenado su alma de Gracias y de méritos y lo animó para que sea siempre más constante y paciente en las angustias, porque Dios en el transcurso de su vida le enviaría muchas pruebas y más graves, que por lo tanto se llenara de valor y que no temiera porque Dios siempre iría en su ayuda, y que recibiría muchos consuelos todavía, más allá de su credibilidad.

Por lo tanto, animado el Santo y consolado de esta manera, se ofrecía siempre dispuesto para sufrirlo todo, con tal de que su Dios no lo hubiese abandonado. Muy grato se volvía para con su Dios nuestro José, en la práctica de sus virtudes, en el sufrimiento, en el desprecio de todas las cosas caducas y transitorias, en la abnegación de sí mismo, en gozar de ser despreciado por amor de su Dios.

Admirable se ha vuelto por encima de todo otro Santo, porque aquellos han recibido los consejos y los ejemplos del Redentor, mientras nuestro José no había visto a su Dios en carne mortal, ni escuchado sus enseñanzas, y a pesar de esto fue grande en las virtudes y se perfeccionó en toda su obra.

Próximamente: Vida de Oración

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