“Nicolás, Nicolás, mírame si todavía me reconoces. Yo soy tu hermano y compañero Fray Peregrino. Hace largo tiempo que sufro grandes penas en el purgatorio...
San Nicolás de Tolentino fue un simple sacerdote y fraile agustino italiano que tocó la vida de muchas personas debido a su corazón sencillo. Su espíritu de oración, penitencia, austeridad de vida y devoción a las almas del purgatorio fueron muy notables. Su predicación atrajo a muchos a Cristo debido a su espiritualidad tan elevada y cargada de compasión. San Nicolás de Tolentino es patrono de las almas del purgatorio.
El nombre Nicolás significa: “Victorioso con el pueblo” (Nico = victorioso. Laos = pueblo).
El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y murió.
Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que les había conseguido el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.
Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar. Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicado un famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: “No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará”. Estas palabras lo conmovieron y se propuso hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.
Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario lo encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole: “Dios te sanará”, y el niño quedó instantáneamente curado. Desde entonces los superiores empezaron a pensar qué sería de este joven religioso en el futuro.

Ordenado de sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente.
Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: “A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás”. Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo mandaron.
Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, lo güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. «Oportuna e inoportunamente”. Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.
A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que cesara las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó:
“Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala vida pasada”.
Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible por no escuchar a este predicador que les traía remordimientos de conciencia.
Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de sus amigos a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre Nicolás. Este siguió predicando como si nada especial estuviera sucediendo. Y de un momento a otro el jefe del desorden hizo una señal a sus seguidores y entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de rodillas, muy arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás empezó a tener que pasar horas y horas en el confesionario, absolviendo a los que se arrepentían al escuchar sus sermones.
¿Por qué se conoce a San Nicolás de Tolentino como el Santo de la Estrella?
San Nicolás de Tolentino siempre es representado con una estrella. Tiene que ver con una historia ocurrida los últimos meses de vida del santo agustino.
Al igual que el símbolo característico de San Agustín es el corazón ardiendo, San Nicolás de Tolentino, siempre es representado con una estrella o varias en su hábito agustino. Popularmente, al Protector de las Almas del Purgatorio se le conoce como el ‘Santo de la Estrella’. Todo proviene de un capítulo importante de su vida que marcó los últimos meses de la vida terrena del religioso agustino.

Una noche, tras haber estado orando varias horas, mientras se encontraba en un duermevela místico, observó en el cielo una estrella muy brillante. Según relata la leyenda, se encontraba justo sobre su pueblo natal: Sant’Angelo in Pontano (Italia). Impresionado por lo que estaba presenciando, vio cómo la estrella descendía hacia el pueblo, a la vez que aumentaba su brillo. Tras posarse sobre el pueblo, ascendía de nuevo y continuaba su trayectoria hasta el convento de Tolentino, donde se encontraba. Así ocurrió varias noches. San Nicolás seguía todas las noches el curso de la estrella, siempre el mismo.
Intuía que lo que veía cada noche se trataba de un signo importante, aunque no era capaz de interpretarlo. Al fin se decidió a consultar a un religioso de la comunidad de Tolentino, quien le respondió: «La estrella es símbolo de tu santidad. En el sitio donde se detiene se abrirá pronto una tumba; es tu tumba, que será bendecida en todo el mundo como manantial de prodigios, gracias y favores celestiales». No obstante, no se atrevía a dar credibilidad a lo que escuchaba.
A partir de ese día dejó de ver la estrella durante la noche y la veía durante el día, con la claridad del sol.
Cuando iba a celebrar la eucaristía, la encontraba esperándole a la puerta del oratorio. Lo precedía al altar y allí, sobre los candelabros, se mantenía toda la misa. Cuando el santo, tras la acción de gracias, se levantaba para salir, la estrella desaparecía.
La estrella marcaba el final en el Señor, hecho Eucaristía. Nicolás estaba llegando a la meta. «A los veinte años de la muerte del santo –diría su primer biógrafo–, el día del aniversario aún se hacía visible sobre el altar la estrella, y miles de peregrinos acudían a contemplarla».
Es por eso que en la iconografía y en la fe del pueblo, San Nicolás de Tolentino es el Santo de la estrella. Desde entonces, este signo celeste de su santidad ha orientado hacia Dios muchas miradas, y hacia el cielo muchas vidas.

Los soberanos Pontífices han otorgado a San Nicolás de Tolentino dos títulos tan gloriosos para él como consoladores para nosotros: el de protector de la Iglesia y el de protector de las almas del Purgatorio; y, en verdad que el Taumaturgo cuya vida y virtudes referimos, los tiene bien merecidos; por tanto, debemos invocarlo con la más entera confianza, sea en favor de la Iglesia nuestra Madre, sea en favor de las almas de los fieles difuntos detenidas en el fuego de la expiación.
No es verdadero cristiano aquel que no procura consolar a los seres queridos que Dios le ha arrebatado, y a los cuales retiene en el Purgatorio por un efecto de su justicia infinita. No hay persona sobre la Tierra que no haya amado bastante a sus semejantes, para compartir gustoso sus penas cuando penetran en este lugar de tormentos. Nadie hay entre los fieles que no procure aumentar el número de los elegidos y procurar con ello a nuestro Señor un aumento de gloria.
Para llegar a conseguirlo, la Iglesia nos ofrece riquezas sin cuento: la limosna, las indulgencias, la oración, las buenas obras, las penitencias, las comuniones; pero, ante todo y sobre todo, el adorable sacrificio del Altar. Como si esto no fuese todavía bastante, ella ha querido elegir un Santo especial que se pudiese invocar especialmente por las almas del Purgatorio; un Santo al cual pudiese confiar cada uno, ya la sangre sacratísima del Salvador, ya el pobre mérito de sus propias obras, con la esperanza de que él las aplicará según la voluntad conocida por Dios a aquellos que sufren en las llamas de la expiación; y este Santo, verdaderamente limosnero y protector del Purgatorio, es nuestro glorioso ermitaño de San Agustín, San Nicolás de Tolentino.
Dos hechos milagrosos, acaecidos durante su vida, justifican plenamente esta elección de la Iglesia y la devoción de los pueblos.
Tenía Nicolás dos primos, uno de los cuales se llamaba Gentil de Guidiani. Este, que llevaba una vida culpable, fué muerto por un su rival en el castillo de Aperana, y el siervo de Dios tuvo de ello noticia estando en Recanati, adonde había vuelto algún tiempo después de su ordenación.
Traspasado Nicolás de profunda pena al pensar en la conducta criminal del difunto, cayó de rodillas y, derramando abundantes lágrimas, exclamó: “¡Ay, cuánto temo que el desgraciado se haya perdido para siempre!” Luego, no contentándose con estériles lamentos, aumentó sus penitencias, ya tan duras, y sus tan largas y multiplicadas oraciones; ofreció por el difunto el santo sacrificio del altar, y no cesó desde entonces, ni de día ni de noche, de rogar amorosamente a Dios Nuestro Señor tuviese piedad de aquella alma pecadora, y le diese a entender si era salva o condenada por toda la eternidad. (Hacía las más rígidas penitencias y ofrecía por su alma el santo sacrificio de la Misa.)
Por espacio de dos semanas, Nicolás no cesó de solicitar esta doble gracia con sus lágrimas, con sus plegarias y con sus sangrientas mortificaciones. Más he aquí que a los quince días, a la hora de medianoche (Levantábase de la oración por la noche para encender la lámpara que ardía delante del Santísimo Sacramento) en el momento en que se levantaba para atizar la lámpara que ardía delante del Tabernáculo, oyó de repente una voz que decía: “Hermano mío, hermano mío (En Italia se dice generalmente fratello cugino, que significa primo hermano) da gracias al Señor Jesús. Él ha mirado con ojos de misericordia tus oraciones y tus lágrimas: yo debía de estar condenado, pero me han salvado tus oraciones”.
Temiendo el Santo una ilusión del demonio, que con frecuencia se transforma en ángel de luz, respondió:
“¿Por qué me tientas, enemigo de todo bien? Mi hermano ha muerto, y a Dios sólo le pertenece el salvarlo o el condenarlo. — No tengas duda ninguna, hermano mío, replicó entonces la aparición: yo soy con toda verdad tu primo Gentil. A tus oraciones debo yo el haber sido preservado del Infierno por Nuestro Señor Jesucristo.”
Y a continuación añadió el alma estas notables palabras, que manifiestan la elevada santidad del piadoso ermitaño de San Agustín:
“Tus obras ¡oh Nicolás! son tan agradables a Dios, que Él te concederá todo lo que le pidieres en la vida presente, y además de esto serás glorioso en esta vida, que es la mía en el Paraíso”.
Y desapareció la visión, dejando en el alma del Santo favorecido con ella una de esas alegrías inefables que hacen olvidar todos los sufrimientos, consuelan todas las amarguras y hacen al alma capaz de los más grandes sacrificios.

Tal era, pues, la ternura y amor de Dios para con su siervo, que por sus oraciones cerró las puertas del abismo eterno a un pecador tan culpable, otorgándole, por un secreto resorte de la predestinación, gracias extraordinarias que en un solo instante, en el postrer momento de la existencia hacen del más grande pecador un justo llamado al Reino divino; justo que, tan pronto haya pasado el tiempo de su purificación y prueba en el Purgatorio, tomará asiento entre los elegidos por un efecto de la Misericordia infinita.
El otro prodigio debió suceder, según San Antonino, arzobispo de Florencia, en una ermita del convento de Valmanente, cerca de Pésaro.
En él se ve, no menos que en el pasado, el amor del Señor para con su servidor, y el poder del servidor en el corazón de su Señor para inclinar la justicia divina en favor de las almas del Purgatorio.
Había sido Nicolás designado para cantar una semana entera la Misa conventual, como es costumbre en los monasterios agustinianos, debiendo comenzar su cometido el domingo. La noche, pues, del sábado, mientras el bienaventurado ermitaño dormía, fue despertado por una voz triste y suplicante que lo llamaba.
“Hermano Nicolás, decía: hombre de Dios, mírame.”
El Santo, lleno de admiración, esforzóse por ver quién le hablaba de aquel modo; mas, no viendo a nadie, preguntó a la aparición quién era.
“Yo soy, respondió la misma voz, el alma de Fray Peregrino de Osimo, uno de vuestros amigos durante la vida, y ahora atormentado en las llamas. Dios, por su misericordia, me ha condenado a penas temporales, aunque yo, por mis pecados, había merecido las eternas. Yo, pues, te suplico humildísimamente celebres hoy por mí la santa Misa, a fin de que yo me vea libre de este fuego.
— Oh, hermano mío, replicó Nicolás: que el Salvador, cuya sangre nos ha redimido, venga en tu ayuda. En cuanto a mí, estoy designado para cantar la Misa conventual, y en este día del Domingo no me es permitido cambiar el Oficio, ni puedo, por tanto, cantar la Misa de Difuntos. — Venid, pues, conmigo, continuó la aparición; venid, ¡oh venerable Padre!, y vos veréis si debéis condescender con mi petición, y si os es posible negaros a consolar a una muchedumbre de desgraciados que me han suplicado implore vuestra misericordia.”
Y el alma condujo al siervo de Dios a otra parte de la ermita, donde, mostrándole la hermosa explanada de Pésaro, y en esta explanada una multitud innumerable de almas, volvió a decirle:
“Tened piedad de estos infortunados, que aguardan vuestros socorros: si vos os dignáis celebrar la Misa por nosotros, casi todos seremos libertados de nuestros dolorosos tormentos”.
Vuelto en sí Nicolás, hallóse vivamente impresionado por esta visión, y, profundamente movido a piedad, dejó correr sus lágrimas en abundancia y se abismó en una ferviente oración en favor de los desgraciados que acababa de ver, Tan pronto como llegó el día, fué en busca de su Prior y, prosternándose ante él, le contó la aparición, sólo en cuanto aquello que le pareció necesario, sin que sufriese su humildad, suplicándole le permitiese celebrar el santo sacrificio de los Difuntos durante la semana entera.
Consintió éste en la justa demanda de Nicolás, y reemplazó al siervo de Dios por otro religioso que celebrase la Misa conventual. Durante siete días renovó San Nicolás el sacrificio del Calvario, y atrajo sobre el altar la Víctima divina, a fin de obtener la libertad de tantas afligidas almas, añadiendo a su ardiente súplica abundantes lágrimas y mortificaciones de todo género, tales como podían ser inspiradas por su generosidad heroica y compasiva ternura.
Aparecióse de nuevo a Nicolás el último día el hermano Peregrino, al fin de la Misa o durante la misma Misa, según varios autores, y, dándole gracias por su caridad y eficacia, mostróle cerca de él a la mayor parte de aquellos por quienes había rogado, anunciándole que la Justicia divina les acababa de abrir las puertas del Cielo. Y todas aquellas almas, libertadas por los méritos y oraciones de su bienhechor, se elevaron delante de él hacia la Patria celestial, repitiendo aquellas, palabras del salmo:
¡Hemos sido libradas de los que nos afligían, y nuestros enemigos han sido confundidos! “¡Oh hombre inefable, exclama a este propósito San Antonino; hombre inefable que ha llevado siempre una vida tan santa, y cuyos méritos han comenzado a hacerse conocer en su más tierna juventud hasta en el Purgatorio!”.

De este prodigio tomó origen el Septenario de San Nicolás, y a él se debe el que la Cristiandad otorgase a Nicolás el título glorioso de Protector de este lugar de expiación y de tormentos.
El fué la causa de la institución en Tolentino de la Pía Unión del Sufragio, que existe hoy todavía en la mayor parte de los monasterios de la Orden Agustiniana. Los Priores generales, que tienen la facultad de conceder las indulgencias del altar privilegiado en alguna de sus iglesias, eligen siempre para eso los altares dedicados al gran Taumaturgo de Tolentino.
Otro prodigio obtenido por el glorioso Nicolás. Por este prodigio manifestó el Señor cuán agradable le sea y cuán poderosa sobre su corazón la devoción por las almas del Purgatorio, colocada bajo el patronato de su siervo.
Hacia el año 1555, escribe el P. Benincasa en su Vida de san Nicolás, se construyó en honor del Apóstol de Tolentino una magnífica y suntuosa capilla en Leco, plaza fuerte situada no lejos del lago de Corne, y acordóse un decreto por los habitantes de esta villa para elevar la fiesta del glorioso Santo al rango de las fiestas más solemnes.
He aquí la razón de eso:
Habiendo puesto sitio Juan de Médicis, general de los venecianos, a la plaza de Leco, la tuvo largo tiempo encerrada por su ejército, sin poder hacerse dueño de ella; mas el cansancio, el hambre y el aislamiento redujeron a los defensores de la fortaleza a un tal estado de debilidad y desaliento, que, enterado de ello el enemigo, resolvió tentar un asalto general.
A semejante noticia, comprendiendo los sitiados que estaban completamente perdidos, entregáronse a la más profunda tristeza. En tan extremada situación quisieron, sin embargo, invocar a San Nicolás, del cual eran particularmente devotos, y, en la mañana misma del día en que debía realizarse el asalto decisivo, todos los sacerdotes de la ciudad aplicaron la Misa en sufragio de las almas del Purgatorio, uniéndose a ellos el pueblo entero con gran confianza.
“El Santo, decían ellos, que en otra ocasión ha librado por su Septenario de Misas a una muchedumbre de difuntos, él se servirá de tantas Misas para salvarnos del peligro y para concedernos la victoria y la salud”.

Dios manifestó que estos sentimientos le eran agradables, y que su siervo glorioso le había rogado por la villa puesta en tamaño peligro. En el momento de comenzar el asalto divisó Juan de Médicis, con profunda sorpresa, sobre las murallas de la ciudad sitiada un ejército muy numeroso de gente vestida de blanco. Como él preguntase con inquietud qué significaba aquel espectáculo extraordinario, y de dónde venían aquellos ejércitos extranjeros, oyó voces misteriosas que, respondiendo a su pensamiento, decían:
“A causa de las Misas que los habitantes de Leco han hecho celebrar esta misma mañana, las almas libertadas del Purgatorio por estas oraciones han sido enviadas por Dios para defenderlos”.
Vivamente amedrentado el General, hizo al instante cesar todos los preparativos del combate, y se alejó tan precipitadamente, que parecía que su ejército se retiraba huyendo.
Este maravilloso acontecimiento probó a los sitiados la eficacia de los sacrificios y oraciones por las almas del Purgatorio cuando uno las ofrece con fe y confianza por la intercesión de su poderoso y caritativo abogado San Nicolás de Tolentino.
“SAN NICOLÁS DE TOLENTINO” De la orden de San Agustín PROTECTOR DE LA IGLESIA UNIVERSAL Y ABOGADO DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO Escrita en francés por el P. ANTONINO M. TONNA – BARTHET de la misma orden y traducida al castellano por el P. PEDRO CORRO DEL ROSARIO. Agustino Recoleto. Año 1901
Fuente: adelantelafe.com
EL DIABLO
El diablo aparece frecuentemente en la vida de san Nicolás, al igual que en la vida de otros muchos santos místicos. El diablo lo molestaba continuamente con ruidos o apariciones diversas e, incluso, le daba golpizas de las que, en ocasiones, tenía que recuperarse, pasando algunos días en cama. Para Nicolás esto era parte de la lucha diaria contra el mal y todo lo ofrecía con amor al Señor por la salvación de los demás.

El padre Gualtiero de San Severino nos cuenta:
Una noche, Nicolás se había levantado a rezar. Quería ir a la iglesia, pero, estando cerrada, quiso entrar en la sala del refectorio (comedor) donde sobre la puerta estaba pintada la imagen de un crucifijo. En ese momento, fue tirado al suelo. Yo y mis hermanos que descansábamos en el dormitorio, sintiendo gemir y gritar a Nicolás, nos levantamos a socorrerlo y lo encontramos tirado, gravemente herido. No vimos a nadie y, por eso, creímos yo y mis hermanos que aquel daño se lo había hecho el diablo.
Fray Giovannuzo fue encargado de servir de enfermero a Nicolás junto con Ventura, otro jovencito, ambos oblatos y de unos catorce años. Tenía 34 años, cuando fue testigo en el Proceso. Lo atendió en los tres últimos años de vida y recordaba ciertos hechos extraordinarios. Dice:
Yo no vi al diablo corporalmente, pero muchas veces y en horas diversas he sentido el rumor de los golpes y de la violencia que usaba contra el cuerpo de Nicolás. Los bastonazos sucedían de noche, y en los tres años que asistí a Nicolás sucedieron muchas veces. No estuve presente a los golpes de la puerta del refectorio, porque había ido a prender el fuego para llevarlo al altar, pero cuando regresé donde Nicolás, que había regresado a su celda, me dijo con gran bondad: “Hijo mío, ayúdame, porque tengo muchos golpes en el cuerpo. Todavía, con la ayuda de la Virgen María, el diablo no me vencerá”… He visto los moretones en su rostro, sobre las espaldas y en los brazos de Nicolás. A causa de ellos, debió estar en cama durante 20 días
No fue ilustre por sus escritos o su ciencia. Destaca por la predicación, la dedicación pastoral como confesor y la atención a los más necesitados. El espíritu de caridad le llevaba a recorrer los barrios más humildes de la ciudad, visitar a los moribundos y a la atención tanto de las miserias materiales como espirituales. En él se abrazan la contemplación y el apostolado, y el diálogo con Dios y la sensibilidad por los problemas humanos. Austero, místico. Exquisito en la vida común. Era popular por su cercanía cordial con el pueblo y sus frecuentes visitas a las zonas deprimidas de Tolentino para consolar y bendecir a los enfermos.
También, con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los recipientes: «No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí.» Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las Almas en el Purgatorio. Esta confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el «Patrón de las Santas Almas».
Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual.
Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia. Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes sanaciones.
LOS PANES DE SAN NICOLÁS
Dice su biógrafo Monterubbiano: Una vez, Nicolás se enfermó gravemente. El diablo quería arrastrarlo al tedio de la enfermedad, ya que no podía corromperlo con el vicio de la gula. El santo, descubriendo la tentación, comenzó a orar pidiendo la ayuda de la Virgen y de san Agustín. Mientras pedía ayuda, se durmió. En sueños se le apareció la madre de Dios, acompañada de san Agustín, envuelta en un admirable
resplandor. El santo, mirando a María, dijo:
¿Qué ha sucedido, Señora, para que vengas a mí tan espléndida, yo que soy polvo y ceniza? Y ella le respondió: Yo soy la madre de tu Salvador, la Virgen María, que tanto has invocado junto a san Agustín, que está aquí junto a mí. Después, mostrándole con un dedo la plaza, le dijo:
Manda allá a alguna señora para que pida para ti un pan fresco en nombre de mi hijo Jesucristo. Cuando lo hayas recibido, cómelo mojado en agua y recobrarás la salud.
Y, despertando, llamó a su ayudante y, callando la visión, lo mandó al lugar que le había sido mostrado para pedir un pan en nombre de Jesucristo. El ayudante recibió el pan fresco de una señora, lo sumergió en agua y se lo llevó para comer. Él, hecha la señal de la cruz sobre el pan y tomando una pequeña porción, inmediatamente recibió el beneficio de una perfecta salud
En conmemoración de estos milagros, el Santuario del Santo conserva una distribución mundial de los «Panes de San Nicolás» que son bendecidos y continúan concediendo favores y gracias.
La última enfermedad del Santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de Septiembre de 1305.
Este atributo recuerda una de las escenas más famosas de su vida. Al final de sus días, estaba muy enfermo y recluido en su celda, se negaba a comer. Sus superiores le enviaron una perdiz asada y él la revivió. Por esta escena adquirió fama como santo milagroso.
SU MUERTE

Sintiendo que se acercaba su muerte, reunió a los frailes y con humildes palabras les dijo:
Aunque no tengo conciencia de pecado, no me tengo por justificado. Si he ofendido a alguien, le ruego que me perdone. Con todas mis fuerzas te suplico, padre prior, que me des la absolución de todos mis pecados y los sacramentos de nuestra santa Madre Iglesia, sobre todo, el cuerpo del Señor para que pueda comulgar…
Así con todos los hermanos presentes, unidos a él en oración común, recibida la absolución, con gran efusión de lágrimas, recibió el cuerpo de Cristo, diciendo:
“Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Después le dijo al prior:
Te pido que antes de morir me muestres la cruz de plata fabricada con las limosnas recogidas de los buenos habitantes de esta ciudad y hecha por mí. Es la cruz en la que fue inserta una reliquia del verdadero madero de la santísima cruz. Muéstramela para que por su virtud pueda libremente atravesar el Jordán de este siglo y pueda arrivar felizmente al río del paraíso, cándido como el cristal…
El prior, no pudiendo negar este pedido, mandó que le fuera traída dicha cruz. El santo al verla, se postró en el lecho como podía y con muchas lágrimas dijo:
Salve, bellísima cruz, que fuiste digna de llevar el precio del mundo; sobre ti reposó y se sentó el Salvador, sudó la roja sangre derramada por el tormento de la pasión, ofreció misericordia al ladrón arrepentido y, reconociendo a su madre, la confió al discípulo virgen, suplicando al padre perdón para quienes lo estaban crucificando. Que Él, por medio de ti, me defienda del maligno en esta hora.
Y besando la santísima cruz, se echó en la cama… Cuando le preguntaban:
Padre, ¿de dónde le viene tanta alegría y tanto gozo?
Respondía:
Dios, mi Señor Jesucristo, unido a su madre y a nuestro padre Agustín, me dice: “Levántate, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”. Y, mientras decía “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”, con las manos juntas hacia el cielo y con los ojos vueltos hacia la cruz, con rostro alegre, entregó su espíritu a Dios en el año 1305, el día 10 de septiembre, sábado. Nicolás tenía 60 años.
Su asistente Giovanuzzo dice:
Ocho días antes de su muerte, hizo colocar ante su vista la imagen de la Virgen que siempre tenía en la celda y le pidió a la Virgen y a san Agustín recibir el consuelo de una aparición de Cristo con María su madre. Fray
Nicolás preguntó, si en esos días iba a morir. Entonces, María le dijo: El tercer día después de mi natividad saldrás de este mundo al reino de los cielos; prepárate con los sacramentos de la Iglesia.
Él pidió a la Virgen María que en la hora de la muerte no lo atacara el enemigo con quien había luchado toda la vida. Al quinto día de colocar la imagen de la Virgen ante su vista, oyó la voz del ángel que le dijo:
Tu oración ha sido escuchada.
El octavo día, hizo venir la cruz santa. Y, estando presentes los hermanos, pidió perdón y sintió una gran alegría y sonreía. Este testigo le preguntó: ¿Por qué estás tan contento, padre? Y fray Nicolás respondió:
Jesucristo con su madre y san Agustín están aquí y Jesús me ha dicho: Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor.
A continuación dijo: En tus manos, Señor encomiendo a mi espíritu. Y con las manos juntas y con los ojos mirando a la cruz, con el rostro sereno y sonriente murió.
Su fiesta litúrgica se conmemora el mismo día. Nicolás fue enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que solía celebrar la Santa Misa.
A los cuarenta años de su muerte, su cuerpo fue hallado incorrupto y fue expuesto a los fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron presenciados y documentados.
El Santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo que le amputó los brazos al santo, aunque la leyenda se ha apropiado del reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo llevárselos como reliquias a su país natal.

Sin embargo, sí se sabe con certeza que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura. Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada uno se componía de un antebrazo y una mano.
San Nicolás y el milagro de Córdoba
San Nicolás de Tolentino es representado siendo abrazado por Jesús crucificado en el llamado ‘Milagro de Córdoba’, una historia en torno al santo agustino y la peste del siglo XVII.
Entre las varias representaciones de san Nicolás de Tolentino, hay una que sorprende de modo especial. Se la conoce como “El milagro de Córdoba”, en referencia a la ciudad española; aunque curiosamente en España –y aun en la propia capital andaluza– esta representación es poco conocida. Está más extendida en otros países, sobre todo en Italia, la patria del Santo.

En dicha escena aparece Nicolás arrodillándose delante de Cristo crucificado; un crucificado, sin embargo, en difícil equilibrio, al haber desclavado las manos para abrazar al fraile agustino.
Las crónicas se remontan al 7 de junio de 1602, durante una oleada de peste de las varias que diezmaron la ciudad de Córdoba. Ante aquel mal invisible y terriblemente letal, como último remedio, la población echó mano de los santos, organizando procesiones y rogativas.
Los frailes franciscanos sacaron en andas a un Cristo muy devoto que tenían. Y los agustinos, por su parte, no podían quedarse atrás. Su santo, Nicolás de Tolentino, había sido canonizado con el aval de más de 300 milagros y, con el paso del tiempo, se había hecho famoso como abogado contra la peste. En algunos lugares, se le representaba agarrando al vuelo las flechas que caían sobre la ciudad; así se imaginaban la peste en aquellos tiempos, que nada sabían de virus ni microbios.
Así que salieron las dos procesiones, ambas muy concurridas y, a lo que se ve, poco coordinadas. Porque fueron a coincidir en un punto del recorrido. Y entonces ocurrió el prodigio. A la vista del Señor crucificado, la estatua de san Nicolás dobló la rodilla en gesto de adoración. Y Cristo, a su vez, mostrando su predilección por el Santo, desclavó los brazos para rodearlo en un cálido abrazo.
El pasmo, desde luego, fue general. Y a una intervención divina tan evidente sucedió –claro está– otra no menos maravillosa: la cesación de la epidemia.
En proceso para su beatificación fue un verdadero plebiscito popular para las gentes de distintas ciudades y pueblos que conocieron a fray Nicolás. Bonifacio IX, en el año 1400, concedió indulgencia plenaria a los fieles que visitaran su capilla de Tolentino, en la misma forma que estaba concedida a la iglesia de Santa María de la Porciúncula de Asís.
Fue canonizado por el Papa Eugenio IV el 5 de junio del año 1446, solemnidad de Pentecostés.
Cuarenta años después de su muerte fue encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.
Oración por la bendición del Pan a San Nicolás de Tolentino.
En la fe y por medio de esta bendición del pan, pedimos la intercesión de San Nicolás de Tolentino por nuestras enfermedades y las de nuestros seres queridos.
Esta oración debe ser pronunciada por el Obispo, el Sacerdote, o un Diácono.
Señor Jesucristo, que multiplicaste los panes para alimentar a una multitud hambrienta. Te pedimos que bendigas (señal de la cruz) este pan. Que se convierta en alimento espiritual para los que lo coman, en honor a San Nicolás de Tolentino, y sea beneficioso para la salud de todos los que confían en ti, tú que vives y reinas por siempre y para siempre. Amén.
Oración a San Nicolás por un difunto.
Señor, Dios de la santidad y la luz. Tú no permites ninguna sombra de oscuridad o maldad a tu vista. Y por eso, en tu misericordia, concedes a los que han dejado este mundo cargado de pecado, un tiempo de purificación, aplicándoles los tesoros espirituales de tu santa Iglesia. Escucha mi oración y por los méritos de Cristo, de la Santísima Virgen María, de los santos y de todos tus fieles, haz que termine este tiempo de espera de las almas del purgatorio, especialmente el de nuestro querido difunto que ahora lo presentamos a tu misericordia.
Menciona aquí el nombre del difunto.
En tu providencia, has elegido a San Nicolás de Tolentino como intercesor especial en nombre de los difuntos y por todas las almas del purgatorio. Escucha también su ferviente oración por aquellos que te encomendamos por su intercesión. Amén.
Novena a San Nicolás de Tolentino para sanar una enfermedad.
Repetir la siguiente oración durante 9 días consecutivos, pidiendo con fe y la intercesión de San Nicolás.
Señor, tú hiciste milagros de curación y consuelo en las manos de San Nicolás de Tolentino. Te rogamos que escuches a todos los que te claman en la angustia, en la enfermedad y en todo peligro del alma y del cuerpo, y sálvanos por tu misericordia.
Oh Dios todopoderoso, tu gloria brilló sobre la Iglesia a través de la santidad y los milagros de San Nicolás de Tolentino. En respuesta a sus oraciones, mantén a tu santo pueblo en paz y unidad. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
Menciona aquí tu petición.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloría.
Oración. Oh Dios, fuente de fuerza y coraje, tú le concediste a tu amado predicador, San Nicolás de Tolentino, la convicción de la fe hasta el final. Danos la gracia de poder traducir tus enseñanzas en acción. Ayúdanos a permanecer paciente en medio de las dificultades, a servir a los pobres y a los que sufren, y a vivir como tus verdaderos y fieles servidores. San Nicolás de Tolentino, ruega por nosotros. Amén.

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