¿Cómo fue la muerte de san José?

No existen registros documentados de la muerte de san José, pero es comúnmente aceptado que él falleció antes del inicio de la vida pública de Jesús.

Cuentos con moraleja: San José, abogado de la buena muerte | Adelante la Fe

En esta oportunidad, un-paso-aldia.com comparte algunas publicaciones relacionadas con la muerte de San José, recopiladas por portales católicos que se han mostrado interesados en este tema. Disfruta de estos hermosos relatos.

Perú Católico

En los primeros siglos de la Iglesia, conforme narra Isidoro de Isolani, se acostumbraba leer en las Iglesias de Oriente, todos los 19 de marzo, una narración solemne de la muerte del padre adoptivo del Hijo de Dios:

“Ha llegado para san José el momento de dejar esta vida. El Ángel del Señor se le apareció y le anunció que había llegado la hora de abandonar el mundo e ir a descansar con sus padres. Sabiendo que estaba cerca su último día, quiso visitar, por última vez, el Templo de Jerusalén, y ahí le pidió al Señor que lo ayudara en la hora final.

Volvió a Nazaret y, al sentirse mal, se acostó en la cama y su estado se agravó rápidamente. Entre Jesús y María, que lo asistían con cariño, expiró suavemente, enardecido en el Divino Amor.

¡Oh, muerte bienaventurada! ¿Cómo no había de ser dulce y enardecida en el Divino Amor la muerte de aquel que expiró en los brazos de Dios y de su Madre?

Jesús y María cerraron los ojos de san José.

¿Y cómo no habría de llorar ese mismo Jesús que lloraría sobre la sepultura de Lázaro? ‘Mirad cómo le quería’ dijeron los judíos. San José no era tan sólo un amigo, sino un querido y santísimo padre para Jesús”.

La Iglesia, que venera con cariño a este santo de gran devoción de los cristianos, lo reconoce como el patrón de la buena muerte.

¿Puede haber mejor pasaje a la vida eterna que entre los brazos de Jesús y María?

La Muerte de San José por Ana Catalina Emmerich. Capítulo XCVI, Libro II

Cuando Jesús se acercaba a los treinta años, José se iba debilitando cada vez más, y vi a Jesús y a María muchas veces con él. María sentábase a menudo en el suelo, delante de su lecho, o en una tarima redonda baja, de tres pies, de la cual se servía en algunas ocasiones como de mesa. Los vi comer pocas veces: cuando traían una refección a José a su lecho era ésta de tres rebanadas blancas como de dos dedos de largo, cuadradas, puestas en un plato o bien pequeñas frutas en una taza. Le daban de beber en una especie de ánfora.

Cuando José murió, estaba María sentada a la cabecera de la cama y le tenía en brazos, mientras Jesús estaba junto a su pecho. Vi el aposento lleno de resplandor y de ángeles. José, cruzadas las manos en el pe-
cho, fue envuelto en lienzos blancos, colocado en un cajón estrecho y depositado en la hermosa caverna sepulcral que un buen hombre le había regalado. Fuera de Jesús y María, unas pocas personas acompañaron el ataúd, que vi, en cambio, entre resplandores y ángeles
.

Hubo José de morir antes que Jesús pues no hubiera podido sufrir la crucifixión del Señor: era demasiado débil y amante. Padecimientos grandes fueron ya para él las persecuciones que entre los veinte y treinta años tuvo que soportar el Salvador, por toda suerte de maquinaciones de parte de los judíos, los cuales no lo podían sufrir: decían que el hijo del carpintero quería saberlo todo mejor y estaban llenos de envidia, porque impugnaba muchas veces la doctrina de los fariseos y tenía siempre en torno de Sí a numerosos
jóvenes que le seguían.


María sufrió infinitamente con estas persecuciones. A mí siempre me parecieron mayores estas penas que los martirios efectivos. Indescriptible es el amor con que Jesús soportó en su juventud las persecuciones y los ardides de los judíos. Como iba con sus seguidores a la fiesta de Jerusalén, y solía pasear con ellos, los fariseos de Nazaret lo llamaban vagabundo. Muchos de estos seguidores de Cristo no perseveraban y le abandonaban.

Después de la muerte de José, se trasladaron Jesús y María a un pueblito de pocas casas entre Cafarnaúm y Betsaida, donde un hombre de nombre Leví, de Cafarnaúm, que amaba a la Sagrada Familia, le dio a Jesús una casita para habitar, situada en lugar apartado y rodeada de un estanque de agua. Vivían allí mismo algunos servidores de Leví para atender los quehaceres domésticos; la comida la traían de la casa de Leví.

Había entonces en torno del lago de Cafarnaúm una comarca muy fértil, con hermosos valles, y he visto que recogían allí varias cosechas al año: el aspecto era hermoso por el verdor, las flores y las frutas.

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Muerte y resurrección de San José

 En los sacros coloquios con sus padres, Nuestro Señor, habiendo alcanzado veinticinco años de edad, trató también con ellos de la lucha entre la luz y las tinieblas.

Discípulos perfectos de Nuestro Señor

Así, Él “formaba a Nuestra Señora y San José con esmero y minuciosidad, pues eran sus discípulos perfectos. Estos, a su vez, lo oían con enorme atención y sumo respeto.

“Sus padres virginales discernían con acuidad la decadencia del pueblo electo y percibían que el pecado del decidio estaba en germen en las almas de aquellos que esperaban un falso Mesías dotado de grandes cualidades humanas, que sólo atendería las necesidades materiales, elevando el patrón de vida mundana, sin exigir la conversión de los corazones. Contra ese mal, San José y Nuestra Señora habían combatido desde tierna infancia.

“El desvío era gravísimo y venía de muy lejos. Con efecto, las revueltas e infidelidades de los hebreos en su caminata de cuarenta años por el desierto tenían en su raíz el apego al mediocre y acomodado status que habían adquirido en Egipto, y una ceguera escandalosa en relación a la acción del Omnipotente.

Las edades por las cuales pasaría la Iglesia

“Todavía en las bendecidas conversaciones de la Sagrada Familia, Nuestro Señor había explicado a sus padres la fundación de su Iglesia y todas las luchas contra el misterio del mal que ella enfrentaría. Su Cuerpo Místico atravesaría las mismas edades por Él santificadas a lo largo de su vida.

“Así, en su ‘infancia’ la Iglesia sería débil y perseguida, como Él lo fue. Los primeros siglos transcurrirían en las penumbras de las catacumbas, en torno a los túmulos de los mártires. En su ‘juventud’ gozaría de cierta estabilidad y reinaría la paz, alcanzada en la futura Civilización Cristiana, institución profundamente marcada por la inocencia y sacralidad que la Sagrada Familia conservaba en la intimidad de Nazaret durante la vida oculta de Jesús.

“Al alcanzar su ‘edad adulta’, la Esposa de Cristo pasaría por batallas y disputas, como Él debería trabarlas contra los fariseos y sus cómplices. Sería una época de lucha ferrea entre la luz y las tinieblas, de persecución implacable por parte del mal, que pretendería, sin lograrlo, extinguir el esplendor divino en la Iglesia. Por último ella resurgiría con la fuerza y la gloria del propio Jesucristo en su Resurrección.

Nuestra Señora y San José se ofrecieron como víctimas expiatorias

“A esos temas, tan serios y profundos, se sumaba una serie de previsiones que Jesús hacía sobre su Pasión y Muerte. La intención de Él era unir a sus padres a sus sufrimientos, pues, dada la altísima vocación de ambos, era preciso que también ellos bebiesen el cáliz del dolor por entero.”

Y explicaba el trecho del Libro de la Sabiduría: “Armemos trampas al justo, porque su presencia nos incomoda: él se opone a nuestro modo de actuar […]. Él declara poseer el conocimiento de Dios y se llama ‘hijo de Dios’ […]. Su vida es muy diferente de la de los otros, y sus caminos son inmutables. Somos comparados por él a la moneda falsa y huye de nuestros caminos como de impurezas; proclama feliz la suerte final de los justos y se gloría de tener a Dios por Padre” (Sb 2, 12-13.15-16).

“¿Cómo explicar que la simple presencia de una persona recta cause tanta indisposición y rabia? Nuestro Señor aclaraba a sus padres que el justo, solo por el hecho de existir, es como una espina clavada en la carne de los malos, pues su conducta da a entender que las acciones de ellos no son honestas.

“A consecuencia de los vicios que dominaban el corazón de muchos fariseos y de buena parte de la clase sacerdotal, es más, bien conocidos de Nuestra Señora y de San José, la vida pública de Nuestro Señor estaría cercada de odio inexplicable y gratuito, que lo llevaría a la muerte, como predijera el mismo Libro de la Sabiduría: “Veamos, pues, si es verdad lo que él dice, y comprobemos lo que va ocurrir con él. Si, de hecho, el justo es ‘hijo de Dios’, Dios lo defenderá y lo librará de las manos de sus enemigos. Vamos a ponerlo a prueba con ofensas y torturas, […] vamos a condenarlo a muerte vergonzosa, porque, de acuerdo con sus palabras, Dios vendrá en su auxilio” (Sb 2, 17-20).

“De cara a esas trágicas profecías, Nuestra Señora y San José asumieron como propios todos los dolores de la Pasión, ofreciéndose en unión con su Hijo como víctimas expiatorias de suavísimo olor, a fin de atenuar su sufrimiento.”

Perfume suave y varonil

Estando Nuestro Señor con veintiocho años, São José, asistido por su Hijo y su virginal esposa, falleció. Era un sábado. “De su cuerpo inerte exhalaba un perfume indescriptible, como bálsamo aromático al mismo tiempo suave y varonil, que parecía ser la manifestación de sus virtudes.

“Jesús y su Madre Santísima tomaron las providencias debidas para ofrecer a San José la sepultura de un rey, en la medida en que sus posibilidades les permitían. La Sagrada Familia poseía un sepulcro en Nazaret, adquirido por el propio San José, que había sido un administrador eximio, eficaz y totalmente desapegado.

“En el domingo bien temprano acudieron a la tumba casi todos los habitantes de la ciudad y varios parientes de Nuestra Señora. […] El cuerpo de San José parecía estar sumergido en un castísimo y suave sueño, y no presentaba la menor señal de corrupción. El ceremonial, aunque realizado con simplicidad, fue bendecidísimo. Nuestro Señor lloró, como lo haría más tarde delante de la tumba de Lázaro, con una compostura regia. También Nuestra Señora, emocionada, dejó trasparecer a todos el profundísimo afecto que nutría por su virginal esposo.

“Cuando todo estaba listo para la sepultura, el Divino Hijo que José educara, tomado de emoción y cariño por su padre, entonó bello cántico.”

Innúmeros Santos, Doctores y teólogos afirman que San José permaneció intacto en el túmulo durante unos cinco años, y resucitó junto con Nuestro Señor. Monseñor João Clá lanza la hipótesis de que él “haya resucitado pocos días después de su muerte, no como primogénito de entre los muertos, sino como el precursor de Cristo en la Resurrección”.

Por Paulo Francisco Martos

(in Noções de História Sagrada – 146)
………………………………………………………..
1 – CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. São José: quem o conhece?… São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. Arautos do Evangelho. 2017, p. 362.383.390 passim.

Misioneros Digitales Católicos MDC

Muchos a lo largo de los siglos se han preguntado cómo murió José de Nazaret, esposo de María Virgen y padre según la Ley de Jesús, el Hijo de Dios.

Muerte de San José | Patriarca san josé, Imágenes de san josé, Jose padre  de jesus

No existen documentos que avalen el cuándo y el cómo de la muerte de san José, aunque el Patriarca ha sido nombrado Patrono de la Buena Muerte. Sobre cuándo murió José, la tradición señala que fue un 19 de marzo, día en que se celebra la fiesta del Santo Patriarca. Pero sobre el año nada se ha podido averiguar hasta el momento. Tan silenciosa fue la vida de José que se fue de este mundo calladamente.

Unos, como san Epifanio, creen que José murió poco después de cumplir Jesús 12 años, es decir poco después de haber hallado a Jesús discutiendo con los doctores de la Ley. Sobre esta hipótesis se han basado muchos para deducir que José era un hombre mayor, es más, incluso anciano, para resaltar de este modo la virginidad de María y encontrar una explicación fácil a su castidad matrimonial.

La mayoría piensa que José murió poco antes de la vida pública de Jesús. El evangelio de san Juan narra las Bodas de Caná (cfr. Jn, 2, 1-11) y señala que Jesús se dio a conocer antes de que “llegara mi hora”, o sea cuando comenzó su vida pública. Estaban invitados a la boda María su madre, y nada dice de san José. La Virgen no hubiera ido a una boda sin su esposo, lo que indica que José ya había fallecido.

Y ¿cuándo murió san José? 

Aunque no hay documentos, es posible que el Santo Patriarca tomara a María como esposa a los veinte y pocos años. La Virgen era más joven, era una doncella cuando se unió a José en matrimonio. La esperanza de vida en tiempos de Jesús no era mucha y rondaba entre los 45-50 años de media para los hombres. Por lo tanto, José debió fallecer entre los 45 y 50 años, o sea cuando Jesús tendría entre 20 y 25 años.

Y ¿cómo murió José? 

José de Nazaret fue elegido muy cuidadosamente por Dios para que custodiara a su Hijo, Jesús, y a la Madre de este, siempre Virgen, María. José era un predilecto de Dios, y a los predilectos no les falta nunca la cruz de cada día, como decía santa Teresa de Ávila.

Por lo tanto el Señor le debió conceder una muerte plácida, aunque no exenta de dolores, recibiendo los cuidados y el cariño personal de su esposa María y de su hijo Jesús, como cuenta san Bernardino. ¡Qué bien morir tienen las personas cuando son atendidas por Jesús y por María en su última agonía! Mueren con el alma en paz, ¡felices!

San José, patrono de la Buena Muerte, nos acompaña con Jesús y María en el tránsito de nuestra vida a la vida eterna. Encomendándose a san José en la hora de la muerte le pedimos que nos conceda la paz en el alma y la participación en la vida beatífica del cielo tras dejar la vida mortal.


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De los 7 domingos a San José

Muerte del Santo Patriarca entre Jesús y María. Patrono de la buena muerte.

Muy bienaventurado fue José, asistido en su hora postrera por el mismo Señor y por su Madre… Vencedor de esta mortalidad, aureoladas sus sienes de luz, emigró a la Casa del Padre… (1). Había llegado la hora de dejar este mundo y, con él, los tesoros, Jesús y María, que le estaban encomendados y a quienes, con la ayuda de Dios, les procuró lo necesario con su trabajo diario. Había cuidado del Hijo de Dios, le había enseñado su oficio y ese sinfín de cosas que un padre desmenuza con pequeñas explicaciones a su hijo. Terminó su oficio paterno, que ejerció fielmente: con la máxima fidelidad. Consumó la tarea que debía llevar a cabo.

No sabemos en qué momento tuvo lugar la muerte del Santo Patriarca. Cuando Jesús tenía doce años es la última vez que aparece en vida en los Evangelios. También parece cierto que el hecho de la muerte debió de tener lugar antes de que Jesús comenzara el ministerio público. Al volver Jesús a Nazaret para predicar, la gente se preguntaba: ¿Pero no es éste el hijo de María? (2). De ordinario no se hacía referencia directa de los hijos a la madre, sino cuando ya había muerto el cabeza de familia. Cuando es invitada María a las bodas de Caná, al comienzo de la vida pública, no se nombra a José, lo que sería insólito según las costumbres de la época si el Santo Patriarca viviera aún. Tampoco se menciona a lo largo de la vida pública del Señor. Sin embargo, los habitantes de Nazaret llaman en cierta ocasión a Jesús el hijo del carpintero, lo que puede indicar que no había pasado mucho tiempo desde su muerte, pues aquéllos todavía le recuerdan. José no aparece en el momento en que Jesús está a punto de expirar. Si hubiera vivido aún, Jesús no habría confiado el cuidado de su Madre al Apóstol predilecto. Los autores están conformes en admitir que la muerte de San José tuvo lugar poco tiempo antes del ministerio público de Jesús.

No pudo tener San José una muerte más apacible, rodeado de Jesús y de María, que piadosamente le atendían. Jesús le confortaría con palabras de vida eterna. María, con los cuidados y atenciones llenos de cariño que se tienen con un enfermo al que se quiere de verdad. «La piedad filial de Jesús le acogió en su agonía. Le diría que la separación sería corta y que pronto se volverían a ver. Le hablaría del convite celestial al que iba a ser invitado por el Padre Eterno, cuyo mandatario era en la tierra: «Siervo bueno y fiel, la jornada de trabajo ha terminado para ti. Vas a entrar en la casa celestial para recibir tu salario. Porque tuve hambre y me diste de comer. No tenía morada y me acogiste. Estaba desnudo y me vestiste…»» (3).

Jesús y María cerraron los ojos de José, prepararon su cuerpo para la sepultura… El que más tarde lloraría sobre la tumba de su amigo Lázaro vertería lágrimas ante el cuerpo del que por tantos años se había desvivido por Él y por su Madre. Y los que le vieron llorar, pronunciarían quizá las mismas palabras que en Betania: ¡Mirad cómo le amaba! Es lógico que San José haya sido proclamado Patrono de la buena muerte, pues nadie ha tenido una muerte más apacible y serena, entre Jesús y María. A él acudiremos cuando ayudemos a otros cuando vayamos a partir hacia la Cara del Padre. A él pediremos ayuda en nuestros últimos momentos. Él nos llevará de la mano ante Jesús y María.

 Glorificación de San José.

II. San José goza de la gloria máxima, después de la Santísima Virgen (4), como corresponde a su santidad en la tierra, en la que gastó su vida en favor del Hijo de Dios y de su Madre Santísima. Por otra parte, «si Jesús honró en vida a José más que a todos los demás, llamándole padre, también le ensalzaría por encima de todos, después de su muerte» (5).

Inmediatamente después de su muerte, el alma de San José iría al seno de Abrahán, donde los patriarcas y los justos de todos los tiempos aguardaban la redención que había comenzado. Allí les anunciaría que el Redentor estaba ya en la tierra y que pronto se abrirían las puertas del Cielo. «Y los justos se estremecerían de esperanza y de agradecimiento. Rodearían a José y entonarían un cántico de alabanza que ya no se interrumpiría en los siglos venideros» (6).

Muchos autores piensan, con argumentos sólidos, que el cuerpo de San José, unido a su alma, se encuentra también glorioso en el Cielo, compartiendo con Jesús y con María la eterna bienaventuranza. Consideran que la plena glorificación de San José tuvo lugar probablemente después de la resurrección de Jesús. Uno de los fundamentos en que se basa esta doctrina, moralmente unánime desde el siglo XVI, es el dato que aporta San Mateo de los sucesos que ocurrieron a la muerte del Señor: … muchos cuerpos de los santos, que habían muerto, resucitaron (7). Doctores de la Iglesia y teólogos piensan que Jesús, al escoger una escolta de resucitados para afirmar su propia resurrección y dar más realce a su triunfo sobre la muerte, incluiría en primer lugar a su padre adoptivo. ¡Cómo sería el nuevo encuentro de Jesús y de San José! «El glorioso patriarca -afirma San Francisco de Sales- tiene en el Cielo un crédito grandísimo con aquel que tanto le favoreció, conduciéndole al Cielo en cuerpo y alma (…). ¿Cómo iba a negarle esta gracia quien toda la vida le obedeció? Yo creo que José, viendo a Jesús (…), le diría: «Señor mío, acuérdate de que cuando bajaste del Cielo a la tierra te recibí en mi familia y en mi casa, y cuando apareciste sobre el mundo te estreché con ternura entre mis brazos. Ahora tómame en los tuyos y, como te alimenté y te conduje durante tu vida mortal, cuida tú de conducirme a la vida eterna»» (8). Jesús se sentiría dichosísimo al complacerle.

En cierta ocasión, Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, respondía con estas palabras a un chico joven que le preguntaba directamente dónde estaría el cuerpo de San José: «»En el Cielo, hijo mío, en el Cielo. Si hubo muchos santos que resucitaron -lo dice la Escritura- cuando resucitó el Señor, entre ellos estaría, seguro, San José. » A la misma pregunta respondía en otra ocasión: «Hoy es sábado; podemos fijarnos en los misterios gloriosos (…). Al contemplar rápidamente el cuarto misterio, la Asunción de Nuestra Señora, piensa que la Tradición nos dice que San José murió antes, asistido por la Santísima Virgen y por Nuestro Señor. Es seguro, porque lo dice la Sagrada Escritura, que -cuando Cristo salió vivo del sepulcro- con Él resucitaron muchos justos, que subieron con Él al Cielo(…). ¿No es lógico que quisiera tener a su lado al que le había servido de padre en la tierra?»» (9).

Así podemos contemplar hoy al Santo Patriarca, al considerar el cuarto misterio glorioso del Santo Rosario: le vemos con su cuerpo glorioso, de nuevo junto a Jesús y María, intercediendo por nosotros en cualquier necesidad en que nos encontremos.

 Fecit te Deus quasi patrem Regis et dominum universae domus eius. Te hizo Dios como padre del Rey y como señor de toda su casa. Ruega por nosotros (10).

III. «Piadosamente se puede admitir, pero no asegurar -enseña San Bernardino de Siena- que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, honrase con igual privilegio que a su Santísima Madre a su padre nutricio; del mismo modo que a ésta la subió al Cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también el día de su resurrección unió consigo al santísimo José en la gloria de la Resurrección; para que, como aquella Santa Familia -Cristo, la Virgen y José- vivió junta en laboriosa vida y en gracia amorosa, así ahora en la gloria feliz reine con el cuerpo y alma en los Cielos» (11).

Los teólogos que sostienen esta doctrina, cada vez más general, aducen otras razones de conveniencia: la dignidad especialísima de San José por la misión que le tocó ejercer en la tierra y la fidelidad singular con que lo hizo, se vería más confirmada con este privilegio; el amor indecible que Jesús y María profesan al Santo Patriarca parece pedir que le hagan ya partícipe de su resurrección, sin esperar al fin de los tiempos; a la santidad sublime de San José, que tanto antecede y excede a los demás santos, conviene una participación anticipada del premio final de todos; la afinidad con Jesús y María, el trato íntimo que tuvo con la Humanidad del Redentor, parecen exigir mayor exención de la corrupción del sepulcro; la misión singularísima de San José, como Patrono universal de la Iglesia, le coloca en una esfera superiora todos los cristianos, y esto parece reclamar que él no entre en igualdad de condiciones con los demás en la sujeción a la muerte, sino que, en una especial posesión de la plena inmortalidad, ejerza su patrocinio universal (12).

San José cumplió en la tierra fidelísimamente la misión que Dios le había encomendado. Su vida fue una entrega constante y sin reservas a su vocación divina, en bien de la Sagrada Familia y de todos los hombres (13). Ahora, en el Cielo, su corazón sigue albergando «una singular y preciosa simpatía para toda la humanidad» (14), pero de modo muy particular para todos aquellos que, por una vocación específica, se entregan plenamente a servir sin condiciones al Hijo de Dios en medio de su trabajo profesional, como él lo hizo. Pidámosle hoy que sean muchos quienes reciban la vocación a una entrega plena y que respondan generosamente a la llamada; que Dios otorgue ese honor inmenso a aquellos hijos, hermanos, parientes o amigos que, por circunstancias determinadas, podrían encontrarse más cerca de recibir esa llamada del Señor.

Al Santo Patriarca le pedimos que todos los cristianos seamos buenos instrumentos para hacer llegar esa voz clara del Señor a las almas, pues la mies sigue siendo abundante y los obreros pocos (15).

(1) LITURGIA DE LAS HORAS, Himno Iste quem laeti .- (2) Cfr. Mc 6, 3.- (3) M. GASNIER, Los silencios de San José, p. 179.- (4) Cfr. B. LLAMERA, Teología de San José, p. 298.- (5) ISIDORO DE ISOLANO, Suma de los dones de San José, IV, 3.- (6) Ibídem, p. 181.- (7) Mt 27, 52.- (8) SAN FRANCISCO DE SALES, Sermón sobre San José, 7; en Obras selectas de…, BAC, Madrid 1953, vol. I, p. 351.- (9) Cit. por L. Mª HERRAN, La devoción a San José en la vida y enseñanzas de Monseñor Escrivá de Balaguer, Palabra, Madrid 1981, p. 46.- (10) Cfr. LITURGIA DE LAS HORAS, Solemnidad de San José, Responsorio a la Segunda lectura.- (11) SAN BERNARDINO DE SIENA, Sermón sobre San José, 3.- (12) Cfr. B. LLAMERA, o.c., pp. 305-306.- (13) Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 17.- (14) PABLO VI, Homilía 19-III-1969.- (15) Cfr. Mt 9, 37.

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