Pío es un nombre masculino de origen latino. Su significado es ‘aquel que es devoto, piadoso o benigno‘.
Un hombre al servicio de los hombres «San Pío de Pietrelcina»
Francesco Forgione nació el 25 de mayo de 1887, en el pueblo de Pietrelcina, provincia de Campania, en Italia. Hijo de Orazio Mario Forgione, conocido como «Grazio», y María Giussepa di Nunzio, de origen humilde, en 1898 su padre se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos. Después hizo lo propio a Argentina, para poder pagar la educación y la alimentación de su familia.

El testimonio de un fraile pidiendo limosna por la calle conmovió tanto a Francesco que a los dieciséis años decidió ingresar al convento de Morcone, de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos. En 1904, tras pronunciar sus primeros votos temporales, el joven fraile fue enviado al convento de Santa Elia para continuar sus estudios. Allí sucede por primera el milagro de la bilocación. Se repetiría varias veces en la vida de San Pío. En esa ocasión, se le vio al mismo tiempo en el convento y asistiendo a un parto difícil de una de sus hijas espirituales.
Tras su ordenación, el Padre Pío regresó a su casa natal por motivos de salud, donde permaneció los siguientes seis años. Se le pidió que se trasladara al convento de San Giovanni Rotondo en 1916. Allí viviría el resto de sus días.
Durante la I Guerra Mundial, el Padre Pío serviría al cuerpo médico del ejército italiano. En 1968, tres días después de ofrecer una misa multitudinaria, que sería su última, el Padre Pío falleció en el Convento de San Giovanni Rotondo. A su funeral asistieron cerca de cien mil personas.
Meditando con el Padre Pío
Fuente: san-pio.org

A Raffaelina Cerase

Huye, huye hasta de la más mínima sombra que te haga sentirte importante. Reflexiona y ten siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios y nuestra, la cual, a medida que aumentaban en ella los dones celestiales, profundizaba cada vez más en la humildad, de modo que, en el mismo momento en que fue cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que la convirtió en Madre del Hijo de Dios, pudo cantar: «He aquí la esclava del Señor». Y lo mismo cantó nuestra tan querida Madre en casa de santa Isabel, a pesar de llevar en sus castas entrañas al Verbo hecho carne.
En la medida que crezcan los dones, crezca tu humildad, pensando que todo nos es dado como préstamo; al aumento de los dones vaya siempre unido el humilde agradecimiento hacia tan insigne bienhechor, de modo que tu espíritu prorrumpa en alabanzas continuas. Actuando así, desafiarás y vencerás todas las iras del infierno: las fuerzas enemigas serán despedazas, tú te salvarás y el enemigo se corroerá en su rabia. Confía en la ayuda divina y ten por cierto que quien te ha defendido hasta ahora, continuará su obra de salvación.
(13 de mayo de 1915, Ep.II, p. 417)
A Maria Gargani

Vive tranquila y no te inquietes por nada. Jesús está contigo, y te ama; y tú correspondes a sus inspiraciones y a su gracia, que obra en ti. Sigue obedeciendo a pesar de las resistencias internas y sin el alivio que se da en la obediencia y en la vida espiritual; porque está escrito que quien obedece no debe dar cuenta de sus acciones, y sólo debe esperar el premio de Dios y no el castigo. «El hombre obediente – dice el Espíritu – cantará victoria».
Recuerda siempre la obediencia de Jesús en el huerto y en la Cruz; fue con inmensa resistencia y sin consuelo; pero obedeció hasta lamentarse con los apóstoles y con su Padre; y su obediencia fue excelente y tanto más bella cuanto más amarga. Nunca, pues, fue tu alma tan grata a Dios como ahora que obedeces y sirves a Dios en la aridez y oscuridad. ¿Me he explicado? Vive tranquila y alegre, y no quieras dudar por ningún motivo de las aseveraciones de quien hoy dirige tu alma.
Del modo de actuar en ti la gracia divina, tú tienes todos los motivos para animarte y para esperar y confiar en Dios; porque es la actuación que suele tener con las almas que él ha elegido como su porción y su heredad. El prototipo, el modelo en el que es necesario mirarse y modelar nuestra vida, es Jesucristo.
Pero Jesús ha elegido por estandarte la cruz; y por eso quiere que todos sus seguidores recorran el camino del Calvario llevando la cruz, para después expirar tendidos en ella. Sólo por este camino se llega a la salvación.
(4 de septiembre de 1916 – Ep. III, p. 241)

1. Por gracia de Dios estamos al comienzo de un nuevo año. Este año, cuyo final sólo Dios sabe si lo veremos, debe estar consagrado del todo a reparar por el pasado, a proponer para el futuro; y a procurar que vayan a la par los buenos propósitos y las obras santas.
2. Digámonos con el pleno convencimiento de que nos decimos la verdad: alma mía, comienza hoy a hacer el bien, que hasta ahora no has hecho nada. Movámonos siempre en la presencia de Dios. Dios me ve, digámonos con frecuencia; y, al verme, también me juzga. Actuemos de modo que no vea en nosotros más que el bien.
3. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. Del bien de después están llenos los sepulcros…; y además, ¿quién nos dice que viviremos mañana? Escuchemos la voz de nuestra conciencia, la voz del profeta rey: Si escucháis hoy la voz del Señor, no cerréis vuestros oídos. Levantémonos y atesoremos, porque sólo el instante que pasa está en nuestras manos. No queramos alargar el tiempo entre un instante y otro, que eso no está en nuestras manos.
4. ¡Oh, qué precioso es el tiempo! Felices los que saben aprovecharlo, porque todos, en el día del juicio, tendremos que dar cuenta rigurosísima de ello al Juez supremo. ¡Oh, si todos llegasen a comprender el valor del tiempo! ¡Seguro que se esforzarían por usarlo de forma digna de encomio!
5. “Comencemos hoy, hermanos, a hacer el bien, que hasta ahora no hemos hecho nada”. Estas palabras que el seráfico Padre San Francisco, en su humildad, se aplicaba a sí mismo, hagámoslas nuestras al comienzo de este nuevo año. En verdad, nada hemos hecho hasta ahora; o, al menos, bien poco; los años se han ido sucediendo, comenzando y terminando, sin que nos preguntáramos cómo los hemos empleado; si no había nada que reparar, nada que añadir, nada que quitar en nuestra conducta. Hemos vivido a lo tonto, como si un día el Juez eterno no nos hubiese de llamar y pedirnos cuenta de nuestra conducta, de cómo hemos empleado nuestro tiempo. Sin embargo, deberemos dar cuenta rigurosísima de cada minuto, de cada actuación de la gracia, de cada santa inspiración, de cada ocasión que se nos presentaba de hacer el bien. ¡La más pequeña transgresión de la santa ley de Dios será tenida en cuenta!
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde
Carta a las hermanas Campanile

Ahora comprenderás, mi buena hija, por qué el alma que ha elegido el amor divino no se puede quedar egoístamente en el Corazón de Jesús, sino que se siente abrasada también por la caridad hacia los hermanos, que con frecuencia hace que el alma se derrita de amor.Pero ¿cómo puede suceder todo esto? Hija, no es difícil entenderlo, ya que el alma, al no vivir ya de su propia vida y vivir de Jesús, que vive en ella, debe sentir, querer y vivir de los mismos sentimientos, deseos y vida que él vive en ella. Y tú sabes, mi queridísima hija, sabes, digo, aunque lo has aprendido tarde, de qué sentimientos y de qué deseos, hacia Dios y hacia la humanidad, estaba y está animado el Corazón de este divino Maestro.Que se derrita también tu alma de amor a Dios y a los hermanos que nada quieren saber de él, porque aquí está el sumo gozo de Dios. Vive tranquila y que tu sufrimiento lo vivas en paz. (31 de mayo de 1918, Ep. III, p. 961)
Carta a Anita Rodote
Ten siempre ante los ojos de la mente, como prototipo y modelo, la modestia del divino Maestro; modestia de Jesucristo que el apóstol, en palabras a los Corintios, coloca al mismo nivel que la mansedumbre, que fue una de sus virtudes más queridas y casi su virtud característica: «Yo, Pablo, os exhorto por la mansedumbre y por la modestia de Cristo»; y, a la luz de un modelo tan perfecto, reforma todas tus actuaciones externas, que son el espejo fiel que manifiesta las inclinaciones de tu interior.
No olvides nunca, oh Anita, a este divino modelo; imagínate que contemplas cierta amable majestad en su presencia; cierta grata autoridad en su hablar; cierta agradable compostura en su andar, en su mirar, en su hablar, en su dialogar; cierta dulce serenidad en el rostro; imagínate el semblante de aquel rostro tan sereno y tan dulce con el que atraía hacia sí las multitudes, las sacaba de las ciudades y de los poblados, llevándolas a los montes, a los bosques, a lugares solitarios, y a las playas desiertas del mar, olvidándose incluso de comer, de beber y de sus obligaciones domésticas.
Sí, procuremos copiar en nosotros, en cuanto nos es posible, acciones tan modestas, tan decorosas; y esforcémonos, en cuanto es posible, por asemejarnos a él en el tiempo, para ser después más perfectos y más semejantes a él por toda la eternidad en la Jerusalén celestial.
25 de julio de 1915, Ep. III, p. 86
Carta a Antonieta Vona

Tú te ves abandonada, y yo te garantizo que Jesús te tiene más cerca que nunca de su divino Corazón.
También nuestro Señor se lamentó en la cruz del abandono del Padre; pero el Padre ¿abandonó alguna vez o puede abandonar a su Hijo? Son las pruebas supremas del espíritu; Jesús las quiere: ¡hágase! Tú pronuncia resignada este hágase cuando te encuentres en tales pruebas, y no temas.
No dejes de lamentarte ante Jesús como te parezca y como te agrade; invócalo como quieras; pero cree lo que te asegura quien te habla en su nombre.
Escríbeme con frecuencia sobre el estado de tu alma y no tengas miedo de nada; usaré contigo toda la caridad de la que está lleno el corazón de un padre; Yo – aunque indigno – oro y hago orar por ti; tú estate contenta de que Jesús te trate como quiere: ¡es siempre un padre y muy bueno!
28 de junio de 1918 – Ep. III, p. 865
Indicaciones de cómo portarnos en el Templo
Carta del 25 de julio de 1915, a Anna Rodote – Ep. III, p. 86

Con el fin de evitar irreverencias e imperfecciones en la casa de Dios, en la iglesia – que el divino Maestro llama casa de oración -, le exhorto en el Señor a practicar o siguiente.
Entre en la iglesia en silencio y con gran respeto, considerándose indigna de aparecer ante la Majestad del Señor. Entre otras consideraciones piadosas, recuerde que nuestra alma es el templo de Dios y, como tal, debemos mantenerla pura y sin mácula ante Dios y sus ángeles.
Avergoncémonos por haber dado acceso al diablo y sus seducciones muchas veces (con su seducción del mundo, su pompa, su llamada a la carne) por no ser capaces de mantener nuestros corazones puros y nuestros cuerpos castos; por haber permitido a nuestros enemigos insinuarse en nuestros corazones, profanando el templo de Dios que somos a través del santo bautismo.
En seguida, tome agua bendita y haga la señal de la cruz con cuidado y lentamente.
En cuanto esté ante Dios en el Santísimo Sacramento, haga una genuflexión devotamente. Después de haber encontrado su lugar, arrodíllese y haga el tributo de su presencia y devoción a Jesús en el Santísimo Sacramento. Confíe todas sus necesidades a Él junto con la de los demás. Hable con Él con abandono filial, dé libre curso a su corazón y dele total libertad para actuar en usted como él crea mejor.
Al asistir a la Santa Misa y a las funciones sagradas, permanezca muy compuesta, cuando en pie, arrodillada y sentada, y realice todos los actos religiosos con la mayor devoción. Sea modesta en su mirada, no gire la cabeza aquí y allí para ver quién entra y sale. No ría, por respeto a este santo lugar y también por respeto de quienes están cerca de usted. Intente no hablar, excepto cuando la caridad o la estricta necesidad lo requieran.
Si reza con los demás, diga las palabras de la oración claramente, observe las pausas y nunca se apresure.
En suma, compórtese de tal manera que todos los presentes sean edificados, y que, a través de usted, sean instados a glorificar y amar al Padre celestial.
Al salir da iglesia, debe estar recogida y calma. En primer lugar, pida el permiso de Jesús en el Santísimo Sacramento; pida perdón por las faltas cometidas en su presencia divina y no Le deje sin pedir y recibir Su bendición paterna.
Cuando esté fuera de la iglesia, sea como todo seguidor del Nazareno debería ser. Sobre todo, sea extremamente modesta en todo, pues esta es la virtud que, más que cualquier otra, revela los sentimientos del corazón. Nada representa un objeto más fiel o claramente que un espejo. Igualmente, nada representa mejor las buenas cualidades de un alma que la mayor o menor regulación del exterior, como cuando alguien parece más o menos modesta.
Debe ser modesta al hablar, modesta en la sonrisa, modesta en su porte, modesta al caminar. Todo eso debe ser practicado, no por vanidad, con el fin de mostrarse a sí misma, ni con hipocresía con el fin de aparecer buena a los ojos de los demás, sino, por la fuerza interna de la modestia, que reglamenta el funcionamiento exterior del cuerpo.
Por tanto, sea humilde de corazón, circunspecta en las palabras, prudente en sus resoluciones. Sea siempre económica al hablar, asidua a la buena lectura, atenta en su trabajo, modesta en su conversación. No sea desagradable con nadie, sino benevolente para con todos y respetuosa con los más ancianos. Que cualquier mirada siniestra salga de usted, que ninguna palabra osada escape de sus labios, que nunca haga una acción indecente o de alguna forma gratuita; nunca especialmente una acción gratuita o un tono de voz petulante.
En suma, deje que todo su exterior sea una imagen vívida de la compostura de su alma.
Mantenga siempre la modestia del divino Maestro ante sus ojos, como un ejemplo; este Maestro que, según las palabras del Apóstol a los Corintios, colocó la modestia de Jesucristo en pie de igualdad con la mansedumbre, que era su virtud particular y casi su característica: “Ahora yo, Paulo, os ruego, por la mansedumbre y humildad de Cristo”, y de acuerdo con tal modelo perfecto, reforme todas sus acciones externas, que deben ser reflejos fieles, revelando los afectos de su interior.
Nunca se olvide de este modelo divino, Annita. Intente ver una cierta majestad adorable en su presencia, una cierta agradable autoridad en su modo de hablar, una cierta agradable dignidad en el andar, en el mirar, en el hablar, al conversar; una cierta dulce serenidad del rostro.
Imagine esa extremamente compuesta y dulce expresión con la que él llamó a la multitud, haciendo que dejasen ciudades y castillos, llevándolos a las montañas, los bosques, a la soledad y las playas desiertas del mar, olvidando totalmente la comida, la bebida y los quehaceres domésticos.
Así, intentemos imitar, tanto como nos sea posible, estas acciones modestas y dignas. Y hagamos lo mejor para ser, en lo que sea posible, semejantes a Él en la tierra, con el fin de que podamos ser más perfectos y más semejantes a Él por toda la eternidad en la Jerusalén celeste.
Termino aquí, pues soy incapaz de continuar, recomendando que usted nunca se olvide de mí ante Jesús, especialmente durante estos días de extrema aflicción para mí. Espero que la misma caridad de la excelente Francesca por quien usted tuvo la gentileza de dar, en mi nombre, mis manifestaciones de extremo interés en verla crecer cada vez más en el amor divino. Espero que ella me haga la caridad de hacer una novena de Comuniones por mis intenciones.
No se preocupe si es incapaz de responder a mi carta inmediatamente. Lo sé todo, así que no se preocupe.
Me despido de usted con el beso santo del Señor. Yo soy siempre su siervo.
Fray Pío, capuchino
Carta al P. Agustín de San Marcos en Lamis

Oh, almas santas, que, libres de preocupaciones, ya estáis gozando en el cielo del torrente de dulzuras soberanas; ¡cómo envidio vuestra felicidad!
¡Ah!, por piedad, porque estáis tan cerca de la fuente de la vida, porque me veis morir de sed en este bajo mundo, sedme propicias dándome un poco de esa fresquísima agua.
¡Ah!, almas bienaventuradas, demasiado mal – lo confieso – demasiado mal he gastado mi porción, demasiado mal he guardado una joya tan valiosa; pero, ¡viva Dios!, pues siento que todavía hay remedio para esta culpa.
Pues bien, almas dichosas, sedme corteses y ofrecedme una pequeña ayuda. También yo, ya que no puedo encontrar en el descanso y en la noche lo que necesita mi alma, también yo me levantaré, como la esposa del Cantar de los Cantares, y buscaré al que ama mi alma: «Me alzaré y buscaré al que ama mi alma»; y lo buscaré siempre, lo buscaré en todas las cosas, y no me detendré en ninguna hasta que lo haya encontrado en el trono de su reino…
(17 de octubre de 1915, – Ep. I, p. 674)
Carta a Raffaellina Cerase

Tengamos el pensamiento orientado continuamente hacia el cielo, nuestra verdadera patria, del que la tierra no es más que imagen, conservando la serenidad y la calma en todos los sucesos, sean alegres o tristes, como corresponde a un cristiano, y más a un alma formada con especial cuidado en la escuela del dolor.
En todo esto te estimulen siempre los motivos que da la fe y los ánimos de la esperanza cristiana; y, comportándote así, el Padre del cielo endulzará la amargura de la prueba con el bálsamo de su bondad y de su misericordia. Y es a esta bondad y misericordia del Padre celestial a la que el piadoso y benéfico ángel de la fe nos invita y nos urge a recurrir con una oración insistente y humilde, teniendo la firme esperanza de ser escuchados, porque confiamos en la promesa que nos hace el Maestro divino: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá… Porque todo lo que pidáis al Padre en mi nombre se os dará».
Sí, oremos y oremos siempre en la serenidad de nuestra fe, en la tranquilidad del alma, porque la oración cordial y fervorosa penetra los cielos y encierra en sí una garantía divina.
(24 de junio de 1915 – Ep. II, p. 452)
Carta a las hermanas Ventrella
Las tinieblas que rodean el cielo de vuestras almas son luz; y hacéis bien en decir que no veis nada y que os encontráis en medio de una zarza ardiendo. La zarza arde, el aire se llena de densas nubes, y el espíritu no ve ni comprende nada. Pero Dios habla y está presente al alma que siente, comprende, ama y tiembla.
Hijitas mías, animaos; no esperéis al Tabor para ver a Dios; ya lo contempláis en el Sinaí. Pienso que el vuestro no es el estómago interior revuelto e incapaz de gustar el bien; él ya no puede apetecer más que el Bien Sumo en sí mismo y no ya en sus dones. De aquí nace el que no quede satisfecho con lo que no es Dios.
El conocimiento de vuestra indignidad y deformidad interior es una luz purísima de la divinidad, que pone a vuestra consideración tanto vuestro ser como vuestra capacidad de cometer, sin su gracia, cualquier delito.
Esta luz es una gran misericordia de Dios, y fue concedida a los más grandes santos, porque pone al alma al abrigo de todo sentimiento de vanidad y de orgullo; y aumenta la humildad, que es el fundamento de la verdadera virtud y de la perfección cristiana. Santa Teresa también tuvo este conocimiento, y dice que, en ciertos momentos, es tan penoso y horrible que podría causar la muerte si el Señor no sostuviera el corazón.
(7 de diciembre de 1916 – Ep. III, p.541)
Carta a Raffellina Cerase
En los asaltos del enemigo, en la prueba de la vida, levantémonos y supliquemos al Señor que quite y aleje siempre de nosotros el reino del enemigo y que nos conceda la gracia de ser acogidos en su reino cuando le plazca, y que le plazca que sea muy pronto.
No nos desviemos, en las horas de la prueba; por la constancia al obrar el bien, por la paciencia al combatir la buena batalla, venceremos la desfachatez de todos nuestros enemigos, y, como dijo el maestro divino, con la paciencia salvaremos nuestras almas, ya que la «tribulación obra la paciencia, la paciencia genera la prueba y la prueba hace brotar la esperanza». Sigamos a Jesús por el camino del dolor: mantengamos siempre fija nuestra mirada en la Jerusalén celestial y superaremos felizmente todas las dificultades que obstaculizan nuestro viaje para llegar a ella.
(14 de octubre de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 514)
Carta Anita Rodete

Toda tu vida se vaya gastando en la aceptación de la voluntad del Señor, en la oración, en el trabajo, en la humildad, en dar gracias al buen Dios.
Si volvieras a sentir que la impaciencia se instala en ti, recurre inmediatamente a la oración; recuerda que estamos siempre en la presencia de Dios, al que debemos dar cuenta de cada una de nuestras acciones, buenas o malas. Sobre todo, dirige tu pensamiento a las humillaciones que el Hijo de Dios ha sufrido por nuestro amor.
El pensamiento de los sufrimientos y de las humillaciones de Jesús quiero que sea el objeto ordinario de tus meditaciones. Si practicas esto, como estoy seguro que lo haces, en poco tiempo experimentarás sus frutos saludables.
Una meditación así, bien hecha, te servirá de escudo para defenderte de la impaciencia, aunque el dulcísimo Jesús te mande trabajos, te ponga en alguna desolación, quiera hacer de ti un blanco de contradicción.
6 de febreo de 1915
Carta a Antonieta Vona
Jesús Niño reine siempre en tu corazón y establezca y consolide su reino cada vez más dentro de ti. Éstos y otros semejantes son los deseos que en estos días he presentado en tu favor al Niño de Belén.
Nuestro Señor te ama, hija mía, y te ama tiernamente; y, si él no siempre te permite experimentar la dulzura de su amor, lo hace para conseguir que seas más humilde y despreciable a tus ojos. Pero no dejes por eso de recurrir con toda confianza a su santa benignidad, especialmente en el tiempo en que lo representamos como era, pequeño niño de Belén; porque, hija mía, ¿con qué otra finalidad toma él esta dulce y amable condición de niño si no es la de estimularnos a amarlo confiadamente y a entregarnos amorosamente a él?
24 de diciembre de 1918
Carta a Raffaelina Cerase

Jesús quiere agitarte, sacudirte, moverte y cribarte como al trigo, para que tu espíritu alcance la limpieza y pureza que él desea. ¿Acaso se podría guardar el trigo en el granero si no está limpio de toda clase de cizaña o de paja? ¿Puede acaso el lino conservarse en el cajón del dueño si antes no se ha vuelto cándido? Y así debe ser también en el alma elegida.
Comprendo que parezca que las tentaciones más bien manchan que purifican el espíritu; pero, de ningún modo es así. Escuchemos cuál es el lenguaje de los santos en relación a esto; y a ti te baste saber lo que dice el gran san Francisco de Sales, que las tentaciones son como el jabón que, desparramado sobre la ropa, parece ensuciarla, pero en verdad la limpia.
11 de abril de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 68
Carta del 19 de septiembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 174

«Cómo se entristece mi corazón al verte sacudida cada día por nuevas y furiosas tempestades; pero es mucho mayor el gozo en mi espíritu al saber con certeza que la furia de las olas en ti las permite, con especial providencia, el Padre celestial, para hacerte semejante a su amadísimo Hijo, perseguido y golpeado hasta la muerte, ¡y hasta la muerte de cruz! En la medida en que son grandes tus sufrimientos, lo es el amor que Dios te ofrece. Aquéllos, querida mía, te sirvan de medida de comparación del amor que Dios te tiene. El amor de Dios lo conocerás por esta señal: las aflicciones que te manda. La señal la tienes en tus manos y está al alcance de tu inteligencia; alégrate, pues, cuando la tempestad se embravece; alégrate, te digo, con los hijos de Dios, porque esto es amor singularísimo del Esposo divino hacia ti. Humíllate también ante la majestad divina, considerando cuántas otras almas hay en el mundo, más dignas y más ricas de dotes intelectuales y de virtudes, y que ciertamente no son tratadas con ese singularísimo amor con el que tú eres tratada por Dios.»
Carta a Anita Rodote

«Mantén el buen ánimo; abandónate en el corazón divino de Jesús; y todas tus preocupaciones déjaselas a él. Colócate siempre en el último lugar del grupo de los que aman al Señor, teniendo a todos por mejores que tú. Sé verdaderamente humilde con los demás, porque Dios resiste a los soberbios y da la gracia a los humildes. Cuanto más crezcan las gracias y los favores de Jesús en tu alma, más debes humillarte, imitando siempre la humildad de nuestra Madre del cielo, la cual, en el instante en que llega a ser Madre de Dios, se declara sierva y esclava del mismísimo Dios. En las cosas prósperas y adversas que te sucedan, humíllate siempre bajo la mano poderosa de Dios, aceptando con humildad y paciencia, no sólo aquellas cosas que son de tu agrado, sino también, y con humildad y paciencia, todas las tribulaciones que él te mande para hacerte cada vez más grata a él y más digna de la patria celestial.»
29 de enero de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 48
Carta a Raffaelina Cerase
Invoca con frecuencia a este ángel de la guarda, a este ángel bienhechor, repite con frecuencia la hermosa plegaria: «Ángel de Dios, custodio mío: a mí, que he sido confiada a ti por la bondad del Padre del cielo, ilumíname, protégeme, guíame ahora y siempre». ¿Qué grande, mi querida Raffaelina, será el consuelo cuando, en el momento de la muerte, tu alma vea a este ángel tan bueno, que te acompañó a lo largo de la vida y que fue tan generoso de cuidados maternos? ¡Oh!, ¡que este dulce pensamiento te haga y te vuelva cada vez más aficionada a la cruz de Jesús, ya que es precisamente esto lo que quiere ese buen ángel! El deseo de ver a este inseparable compañero de toda la vida, encienda también en ti aquella caridad que te empuje a desear salir pronto de este cuerpo.
¡Oh, santo y saludable pensamiento el de querer ver a nuestro buen ángel! Lo es también el que debería hacernos salir antes de tiempo de esta cárcel tenebrosa en la que estamos desterrados. Raffaelina, ¿a dónde me vuela ahora el pensamiento? ¡Cuántas veces, ay de mí, he hecho llorar a este buen ángel! ¡Cuántas veces he vivido sin miedo alguno a ofender la pureza de su mirada! ¡Oh!, ¡es tan delicado, tan sensible! Dios mío, ¡cuántas veces he correspondido a los generosos cuidados más que maternos de este ángel sin señal alguna de respeto, de afecto, de reconocimiento!
del 20 de abril de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 403
Carta a Anita Rodote

Continúa consumiéndote en ese vivísimo deseo de agradar a Jesús; y él, que es tan bueno y no mira demasiado minuciosamente, recompensará esos santos deseos, haciéndote crecer y avanzar por sus sendas santas.
Vive toda para él, alejando de ti para siempre todos esos pensamientos inútiles que llenan el corazón de vanidad y que confunden y ofuscan el entendimiento.
En todas tus acciones, también en las más indiferentes, busca con sinceridad realizarlas con la recta intención de agradar a Dios, rechazando hasta el más mínimo deseo del propio bien. ¿Y qué bien más valioso para el alma que el de agradar al Señor?
En relación a ti misma, ten siempre una actitud humilde, convencida de que todos los servicios que el alma pueda ofrecer a Dios, aunque sean muchísimos, son siempre poca cosa; y, si alcanzan honra y mérito, es por la gracia del Señor.
12 de septiembre de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 98
Carta a Raffaelina Cerase

«Lo que el santo apóstol Pablo considera más importante es la caridad, y, por eso, la recomienda vivamente, más que cualquier otra virtud, y quiere que esté presente en todas las acciones, pues es la única y sola virtud que constituye la perfección cristiana: «Y por encima de todo esto – dice él –, conservad, tened la caridad, que es el vínculo de la perfección».
Mira: él no se contenta con recomendarnos la paciencia, el soportarnos mutuamente, también éstas virtudes nobles; pero no, él quiere la caridad y con mucha razón, porque puede darse muy bien que uno soporte pacientemente los defectos de los otros, perdone incluso las ofensas recibidas; y todo puede ser sin mérito, cuando se ha hecho sin caridad, que es la reina de las virtudes y que las incluye a todas.
Por tanto, hermana mía, tengamos en gran aprecio esta virtud, si queremos encontrar misericordia en el Padre del cielo. Amemos la caridad y pongámosla en práctica, es la virtud que nos constituye en hijos de un mismo Padre que está en los cielos; amemos y practiquemos la caridad, siendo éste el precepto del divino Maestro: en esto nos diferenciaremos de la gente, si amamos y practicamos la caridad; amemos la caridad y huyamos hasta de la sombra de lo que de algún modo podría ofuscarla; sí, por fin, amemos la caridad y tengamos siempre presente la gran enseñanza del apóstol: «Todos nosotros somos miembros de Cristo Jesús», y que solamente Jesús es «la Cabeza de todos nosotros, sus miembros». Mostrémonos amables mutuamente y recordemos que todos hemos sido llamados a formar un solo cuerpo, y que, si conservamos la caridad, la hermosa paz de Jesús triunfará siempre exultante en nuestros corazones.»
16 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 226
Carta a las hermanas Ventrella
El anhelo de estar en la paz eterna es bueno, es santo; pero es necesario moderarlo con la completa resignación a la voluntad de Dios. Es mejor realizar el querer de Dios en la tierra que gozar en el cielo. Sufrir y no morir, era el deseo de santa Teresa. Es dulce el purgatorio cuando se sufre por amor de Dios.
Las pruebas, a las que Dios os somete y os someterá, son todas ellas señales de la predilección divina y joyas para el alma. Pasará, queridas mías, el invierno y llegará la interminable primavera, tanto más rica de bellezas cuanto más duras hayan sido las tempestades. La oscuridad que estáis experimentando es señal de la cercanía de Dios a vuestras almas.
Carta 11 de Diciembre de 1916 Ep. III, p. 548
«Recordad esto: si el demonio hace ruido, es señal de que todavía está afuera y no dentro. Lo que debe aterrorizarnos es su paz y su sintonía con el alma humana. Creedme, ya que os hablo como hermano y con la autoridad de sacerdote y en calidad de vuestro director: desechad estos vanos temores; alejad estas sombras que el demonio va poniendo en vuestras almas para atormentarlas y para alejarlas, si fuera posible, también de la comunión diaria.
Sé que el Señor permite al demonio estos asaltos para que la misericordia divina os haga más gratas a él; y quiere que vosotras os asemejéis a él en las angustias que padeció en el desierto, en el huerto y en la cruz; pero os debéis defender, alejándolo y despreciando sus malignas insinuaciones.»
7 de diciembre de 1916, a las hermanas Ventrella – Ep. III, p. 541

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