Vida del Glorioso Patriarca San José Esposo purísimo de la Gran Madre de Dios y Padre Adoptivo de Jesús, manifestado por Jesucristo a la Hna. Cecilia Baij en revelación. Año 1736.
CAPÍTULO XX Tomo 3

Una vez que el afligido José se quedó dormido se le aparecía el Ángel y le habló en el sueño, como era de costumbre y le dijo:
-«José, hijo de David, no temas en tomar a María por tu esposa, porque el Hijo que Ella lleva en su seno es concebido por obra del Espíritu Santo, tu esposa dará a luz a este Hijo al cual pondrás el nombre de Jesús, y este será la salvación de su pueblo y del mundo entero que viene a salvar y a liberar de la esclavitud del pecado. Reconoces la Gracia tan sublime que Dios lo ha hecho al hacer nacer de tu esposa al Mesías prometido. Ve, que Santa y que digna es tu esposa, a la que la querías dejar, mientras Dios ya la había elegido para ser Madre del Verbo Encarnado».
El Ángel no dijo nada más, porque José movido por el gozo se despertó, y fue tanta su alegría, que Dios hizo un milagro de su Poder, para que nuestro José no quedara absorbido en el mar de la dicha, la cual fue tan grande, que, sin duda alguna, habría muerto. Al despertarse el afortunado José, levantó las manos hacia el Cielo y exclamó:
-«¡Oh, Dios!; ¡Oh Dios mío!; ¡Oh Dios de inmensa Bondad! ¿Y de donde yo he merecido una Gracia tan grande? ¿Habría podido pensar nunca que vuestra Majestad me hiciera una Gracia tan sublime?»-.
Luego se puso con el rostro sobre el suelo, y llorando pidió a su Dios perdón por su gran error al decidir irse y abandonar a su esposa María. Nuestro José lloraba por la decisión tomada y decía:
-«¡Ah! Dios mío, qué ingrato he sido al gran beneficio que me habéis hecho en darme por compañera a una criatura tan digna, mientras yo, atrevido e ingrato, quería abandonarla y alejarme de Ella, y si Vos no me hubieseis revelado el gran misterio me habría ido y habría perdido toda mi fortuna; y entonces, ¿qué habría sido de mí, pobre infeliz?, iOh!, ¡qué bueno sois conmigo, Dios mío!; ¡Oh qué generoso con vuestras Gracias sería pues el padre del niño!; la misma genealogía sería para ellos una señal para reconocer el origen del Mesías, y, por esto, el Ángel tiene el cuidado de llamarlo «José hijo de David». Sus derechos paternales no existirían solamente en la opinión de los hombres, sino serían reales, fundados en el orden de las cosas y queridos por Dios». “¡Ay de mí, tan ingrato y desconsiderado! Pero no tengo duda alguna en creer que Vos me habéis consolado de este modo, por los méritos y por las súplicas de mi Santísima esposa; por lo cual ahora os suplico por los méritos de la misma, para que os dignéis perdonarme el error cometido»-.
El humilde José seguía todavía con el rostro en el suelo pidiendo perdón a su Dios, cuando Dios , se hizo sentir con su Voz Divina en lo más profundo del corazón humillado de José, al que aseguró no solamente el perdón, sino también el ardiente amor que le tenía, diciéndole: -«José, fiel siervo mío, eres muy amado -”.
Consolado sobremanera nuestro José, por haber oído la Voz de su Amado, se levantó y rindió afectuosas gracias a su Dios y no dejaba de repetir las palabras del real profeta: -«Cuando estaba oprimido por la angustia, el consuelo me ha animado»-. (Salmo 93, 19). Sin embargo, se encontraba en un deseo tan grande de ver pronto a su divina esposa y decía:
-«¡Ah, esposa mía querida!, iOh, ¡paloma mía inocentísima!; ¡Oh Madre dignísima del Verbo Encarnado!, ¿Cómo haré yo para comparecer delante de vos?, mi corazón desea veros, pero tengo mucho miedo de que me echéis de vuestra presencia, que con justa razón lo podríais hacer, al estar todo presente a vuestros ojos. Vos ya habéis visto mi infidelidad, mi ingratitud, pero si me ha perdonado mi Dios, espero que también vos me perdonareis a imitación suya, porque vos también sois toda clemencia y toda bondad. ¡Oh Divina Madre!, no os sorprenda que yo viera en vos tanta luz, tanta claridad y tanta belleza y gracia. Vos lleváis en vuestro purísimo seno al gran Hijo de Dios, y yo -miserable, he consentido que vos me sirváis en todo lo necesario. ¡Oh!, ¿cómo no reprochabais mi perversidad, mi atrevimiento? ¡Oh amada esposa mía!, ¿cómo podré comparecer delante de vos?, pero también mi corazón ansía pronto volver a veros para pedir perdón y para adorar en vos la Majestad de mi Dios»-.
Mientras decía esto, el afortunado José se fue rápidamente a la puerta de la habitación donde estaba la Madre Divina, y aquí se puso de rodillas para esperar que Ella saliera para prestar también a Ella los debidos respetos, como Madre del Verbo Divino Encarnado. Aquí, nuestro José fue arrebatado en éxtasis, y allí vio a su divina esposa que estaba orando y vio y adoró al Verbo Divino en su seno purísimo, como dentro de una custodia. Aquí el alma de José se inundó de un mar de alegría, y le fueron revelados por el Verbo Encarnado los altísimos misterios de la Encarnación.
Al volver luego del éxtasis, mientras la Divina Madre se demoraba en salir, él se puso a ordenar la casa, a deshacer el bulto que había hecho para partir, y luego se puso de nuevo de rodillas para esperarla. Ella salió afuera toda luminosa, bella sobremanera y graciosa, y el afortunado José vio, con los ojos corporales, lo que ya había visto en espíritu en el éxtasis que había tenido.
Adornó al Verbo Divino Encarnado en el seno virginal de su Santa esposa, con profunda adoración, y se dedicó de nuevo totalmente a su servicio. Luego reverenció a la Divina Madre, le pidió perdón por la decisión tomada, se le presentó como un humilde siervo, y con lágrimas de dolor y de alegría le decía:
– ¡»Oh Madre Santísima del Verbo Divino!; yo os amo intensamente, os pido perdón. No soy digno de estar en vuestra presencia, merezco ser echado de vos, Madre Divina»-.
Muchos fueron los actos de humillación, de respeto y de dolor que practicó el afortunado José, pero la humildísima Reina María Santísima lo superó. Le aseguró de su amor, le disculpó por la decisión tomada, le animó y no quiso permitir que él la sirviera como le fue pedido, ni que se cambiara en nada el estilo de vida que ellos llevaban.
El humilde José se levantó del suelo y comenzó a conversar con su Santa esposa, a la cual narró lo que el Ángel le había revelado en el sueño, y entonces bendecía todas las angustias que había sufrido en esa circunstancia, las cuales le habían merecido tanta Gracia para darle a conocer el gran misterio de la Encarnación, y decía a su esposa:
«¡Oh, qué grande es la alegría de mi corazón!, yo no sé expresarlo, pero vos ya lo veréis, por lo cual os pido que rindáis gracias por mí a nuestro Dios de infinita Bondad»-.
Y se pusieron a alabarlo y a agradecerlo conjuntamente, componiendo la Divina Madre nuevos cánticos de alabanza y de agradecimiento. Luego se quedaron por algún tiempo conversando sobre el beneficio muy especial que Dios había hecho al mundo al enviar al Mesías prometido, y del beneficio que les había hecho a ellos en particular al hacer que tomara carne humana en el purísimo seno de la Santísima Virgen, la cual tanto se humillaba y se consideraba muy indigna.
Decía el afortunado José a su esposa:
-«¡Oh, ¿quién hubiese pensado que el Mesías quisiera nacer de vos y estar con nosotros?; ¡Oh qué suerte dichosa ha sido la nuestra! i0h!, ¿quién podrá nunca alabar y agradecer suficientemente una Bondad y Generosidad tan grande? Yo soy totalmente incapaz, pero vos esposa mía muy amable, lo podéis hacer dignamente, al haber sido encontrada digna de ser su Madre»-.

La Divina Madre se humillaba al oír las palabras de su esposo José, y en estas reflexiones ambos eran arrebatados en un éxtasis muy agradable. Luego su esposo José le narraba todos los prodigios que había visto en Ella tiempo atrás y le decía cómo a menudo se sentía atraído interiormente por una fuerza para ir a menudo a verla, y cuando Ella no lo veía, él adoraba al Hijo que Ella llevaba en su seno, no pudiendo hacer otra cosa que aquello y decía:
-«No es para sorprenderse que yo estuviera impulsado interiormente a hacer eso, puesto que dentro de vos habitaba mi Dios. Lo cierto es que mi espíritu estaba atraído para ir a adorar al Mesías deseado, y probaba tanto consuelo al quedarme con vos, no pudiendo de ninguna manera estar lejos sin dejar de hacerme mucha violencia. iAh! Dios mío -añadía- Vos estabais atrayendo mi corazón como dulce imán, y mi corazón no sabía de dónde procediera eso. Os adoraba, pero no os conocía; deseaba estar siempre en vuestra venerable Presencia, pero yo no sabía donde estabais. Alabo y exalto vuestra Majestad, que, aunque no fuera adorada por mí debidamente, porque no os conocía, sin embargo, me dispensabais tantas Gracias»-.
Luego volvía a hablar con su esposa y le decía como muchas veces la había visto con el rostro cubierto de una luz muy Clara, y otras veces había percibido un olor tan suave que no sabía con que compararlo, por lo cual quedaba recreado en el alma y en el cuerpo, que a menudo se sentía como atemorizar por la majestad de su presencia, pero al mismo tiempo se sentía animar y llenar de confianza; y todo esto, decía él, creía que procedía de la Gracia Divina que tan abundantemente se había derramado en vuestra alma, y que vos hubieseis tratado con Dios en la oración, sin jamás compenetrarme que el Verbo Divino se hubiese dignado tomar carne humana en vuestro seno y vivir allí Humanado.
–“¡Oh, si yo hubiese podido compenetrarme en esto, no hubiera cometido tantas ingratitudes y faltas de respeto hacia mi Dios Humanado, ni hubiera permitido nunca que vos os hubieseis ocupado de los oficios más humildes de la casa! ¡Qué diferente me hubiese portado, y cuánto más a menudo hubiese adorado y venerado a mi Dios Humanado en vuestro purísimo Señor! –“.
La Divina Madre contestaba con gran humildad, y decía que así había permitido Dios, y que Ella tenía, aunque Madre del Verbo Divino, que humillarse y servirlo, así como lo había hecho antes y que Ella debía abrazar, no huir de las humillaciones y los oficios humildes, cuando un Dios se había humillado y rebajado tanto.
Nuestro José quedaba confundido al oír las palabras de la Divina Madre, y aún cuando se esforzara en quererla servir con cordiales expresiones no podía lograr su intento, por lo cual sentía mucha pena y se dolía con su esposa porque no quería ser servida en todo por él y le decía a menudo:
«Dejad, esposa y paloma mía, que yo os sirva, porque con esto creo servir a nuestro Dios que habita en vos»-.
Y Ella con amables modales le contestaba que tuviera un poco de paciencia, porque habría conseguido su intento de servir a su Dios, una vez que hubiese nacido. Entonces, le decía:
-“lo serviremos conjuntamente y lo tendremos en nuestros, brazos, los cuales más de una vez le servirán de cuna, donde Él tomará su descanso».
A estas palabras, el afortunado José lloraba por la dicha y decía a su esposa:
-«i0h, Divina Madre!, ¿será verdad que yo llegare a gozar de una suerte tan bella, de estrechar a mi pecho y de tener entre mis brazos a mi Redentor? ¡Qué Gracia tan sublime! ¿De dónde me vendrá a mí esto?»-.
Y así diciendo era arrebatado en éxtasis y se encendía de amor de tal modo que, todo radiante en el rostro, parecía un Serafín.
De esto mucho gozaba la Divina Madre, y daba gracias a Dios por parte de su esposo, por favorecerlo tanto y por llenar su alma de muchas Gracias y su corazón de tanto amor. En estos éxtasis, el Verbo Encarnado le manifestaba muchos secretos al afortunado José acerca del misterio de la Encarnación y de la vida que llevarían, los cuales luego se los manifestaba a la Divina Madre; y aunque Ella todo lo sabía, sin embargo, gozaba mucho en oírlos de su esposo José, tomando de esto, motivo para alabar de nuevo a la Bondad Divina y ensalzar la grandeza de las obras de su Dios, quedando nuestro José junto con la Divina Madre siempre más admirados, exclamando conjuntamente:
-«Oh, Bondad inefable de nuestro Dios!; ¡Oh Amor!; ¡Oh, inmensa Caridad! ¿Y quién hubiese creído nunca que un Dios de infinito Poder quisiera dignarse vivir de este modo entre nosotros, entre tanta pobreza y tan desconocido al mundo?»-.
Luego la Divina Madre instruía a su esposo José, y le decía cómo ellos estaban en la obligación de suplir la falta de todas las criaturas que no lo habrían conocido, y que al tener ellos la dicha de conocerlo y de tratar con Él, debían estar en continuos actos de alabanza, de agradecimiento, de respeto y de amor, correspondiendo en lo que podían a un beneficio tan grande.
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