Nunca llegaremos a comprender lo suficientemente claro que una limosna, pequeña o grande, dada en favor de las almas sufrientes, se la damos directamente a Dios. El acepta y recuerda como si se la hubieran dado directamente a Él mismo.
Así, todo lo que hagamos por ellas, Dios lo acepta hecho para El. Es como si lo aliviáramos o liberáramos a Él mismo del Purgatorio. En qué manera nos pagará!
No hay mayor famelia, sed, pobreza, necesidad, pena, dolor, sufrimiento que se compare a los de las Almas del Purgatorio, por lo tanto no hay limosnas más merecidas, ni más placenteras a Dios, ni mérito mas alto para nosotros, que rezar, pedir celebraciones de Misas, y dar limosnas en favor de las pobres Santas Almas.
Testimonios de las Almas del Purgatorio
El siguiente es un testimonio de una persona que experimentó varias visitas de un alma en el purgatorio, y por lo tanto ella provee un detallado y franco testimonio ocular con respecto a los hechos que cuenta.
El 13 de octubre de 1849, murió a la edad de cincuenta y dos años, en la parroquia de Ardoye, en Flandes, una mujer llamada Eugenie Van de Kerckove, cuyo esposo, John Wybo, era un agricultor. Ella era una mujer piadosa y caritativa que generosamente le daba la caridad en proporción a sus medios. Tenía, al final de su vida, una gran devoción a la Santísima Virgen María, y se abstenía de comer carne en su honor el viernes y sábado de cada semana.
Aunque su conducta no estuvo exenta de ciertas fallas, en otras cosas ella llevó una vida ejemplar y edificante. Eugenia tenía una sirvienta llamada Bárbara Vennecke, de veintiocho años, que era conocida como una joven virtuosa y devota, y que había ayudado a su ama en su última enfermedad. Y después de la muerte de Eugenia, ella continuó sirviendo a su amo, John Wybo, el viudo de Eugenia.
Unas tres semanas después de su muerte, la fallecida apareció a su sirvienta en circunstancias que ahora se relatan. Fue en medio de la noche, Bárbara dormía profundamente, cuando oyó llamarla tres veces por su nombre.
Ella se despertó sobresaltada, y vio a Eugenia frente a ella, sentada al lado de su cama, vestida con un traje de trabajo, que consiste en una falda y una chaqueta corta. Bárbara quedó asombrada por este espectáculo notable. La aparición le habló:
—“Bárbara”, dijo, simplemente pronunciando su nombre
—“¿Qué deseas, Eugenia?” -respondió la criada.
—“Por favor, toma “ —dijo la señora— “el pequeño rastrillo que he dicho muchas veces se ponga en su lugar. Revuelve el montículo de arena en la pequeña habitación, ya sabes a que me refiero. Úsalos para que tenga misas, dos francos por cada misa, por mi intención, porque yo todavía estoy sufriendo“.
—“Así lo haré, Eugenia“, respondió Bárbara,
Y en el mismo momento desapareció la aparición. Después de un rato se quedó dormida de nuevo, y reposó en silencio hasta la mañana. Al despertar, Bárbara pensó que tal vez fue sólo un sueño, pero sin embargo ella se había sentido tan profundamente impresionada.
Tan despierta, había visto a su antigua ama de una forma tan distinta, tan llena de vida y había recibido de sus labios tales instrucciones precisas, que no pudo evitar decir:
“Esto no puede haber sido un sueño. Vi a mi señora en persona, ella se presentó a mis ojos, y ella seguramente me habló. No es un sueño, sino una realidad.”
Por lo tanto, de inmediato fue y tomó el rastrillo como le indicó, agitó la arena, y sacó una bolsa que contenía la suma de quinientos francos. En tales circunstancias extrañas y extraordinarias la buena chica pensó que su deber era buscar el consejo de su pastor antes de usar los 500 francos en tener misas, y se fue a contarle a él todo lo que había sucedido.
El venerable abad R., entonces párroco de Ardoye, respondió que las misas planteadas por el alma del muerto eran absolutamente necesario que sean celebradas. Pero, para disponer de la suma de dinero, era necesario el consentimiento del marido, John Wybo, ya que el dinero fue encontrado en su casa.
La última voluntad de que el dinero se empleara para tan santo fin se consintió, y las misas se celebraron, dándose dos francos por cada misa.
Llamamos la atención sobre la circunstancia de las donaciones para la misa, ya que se correspondía con la piadosa costumbre de la persona fallecida.
El costo de una misa fijada por la diócesis en aquel momento era un franco y medio, pero durante su vida Eugenia -a través de la consideración y la caridad para el clero, muchos de los cuales eran muy pobres-, siempre dio dos francos por cada misa.
Así, el extra de medio franco de ofrenda para una Misa ella lo hacía normalmente como un acto de caridad y apoyo financiero adicional para los sacerdotes que las celebraban.
Dos meses después de la primera aparición, mientras que las misas se seguían dando por las intenciones de Eugenia, Bárbara se despertó de nuevo durante la noche. Esta vez su cámara se ilumina con una luz brillante, y su señora se presentó ante ella con una sonrisa radiante, hermosa y de aspecto fresco como en los días de su juventud, y estaba vestida con una túnica de deslumbrante blancura.
—“Bárbara”, —ella dijo con una voz clara—. “Te doy gracias, porque yo ahora estoy liberada del el lugar de purificación”.
Al decir estas palabras, desapareció, y la cámara se convirtió en oscura como antes. La sirvienta, se sorprendido por lo que acababa de ver, quedó lleno de alegría, y ella pronto extendió la extraordinaria historia en la ciudad.
Esta es sólo una de las muchas historias en cuanto a la potencia y la eficacia de la Santa Misa en a favor de las almas del purgatorio.
No hay nada más poderoso y valioso que el ofrecimiento de la inmolación de nuestro Divino Salvador en el altar. Además de ser la doctrina expresa de la Iglesia tal como se manifiesta en sus Concilios, hay muchos hechos milagrosos, debidamente autenticados, que no dejan lugar a dudas en lo que respecta a este punto.
EL RELATO DE UN HISTORIADOR
Podemos ofrecer otro incidente, relatado por el historiador Fernando de Castilla.
Entre 1324-1327 había en Colonia dos religiosos Dominicanos de talento distinguido, uno de los cuales fue el beato Enrique Suso (1295-1366).
Compartían los mismos estudios, la misma clase de vida, y sobre todo el mismo deseo de santidad, que les había hecho formar una estrecha amistad. Cuando terminaron sus estudios, al ver que estaban a punto de separarse para volver cada uno a su propio convento, estuvieron de acuerdo. Y prometieron uno al otro que el primero de los dos que muriera debía asistir al otro durante todo un año con la celebración de dos misas cada semana.
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El lunes una misa de Réquiem, como era costumbre, y el viernes la de la Pasión, en la medida en que las Rúbricas se lo permitieran. Prometieron entre ellos que iban a hacer esto, se dieron el beso de la paz, y salieron de Colonia. Durante varios años, ambos continuaron sirviendo a Dios con el fervor más edificante.
El sacerdote religioso, cuyo nombre no se menciona fue el primero en ser llamado, y el Padre Suso recibió la noticia con sentimientos de resignación a la voluntad divina. En cuanto al contrato que habían hecho, el tiempo le había hecho olvidar. Sin embargo, él oró mucho por su amigo, imponiendo penitencias nuevas sobre sí mismo y muchas otras buenas obras. Pero él no pensaba en ofrecer las Misas que se había comprometido una serie de años antes.
Una mañana, mientras estaba meditando en su retiro en la capilla, de repente vio aparecer ante él el alma de su difunto amigo. Que mirándolo con ternura, le reprochó el haber sido infiel a su palabra en la que él había hecho confianza. El Bendito Suso, sorprendido, se disculpó por su olvido diciendo de las muchas oraciones y mortificaciones que había ofrecido, y aún así siguió ofreciendo, a su amigo, cuya salvación era tan querida para él como la suya.
“¿Es posible, mi querido hermano las tantas oraciones y buenas obras que ofrecí a Dios no fueron suficientes para ti?”
—“Oh, no, querido hermano”, respondió el alma sufriente “esas no son todavía suficientes. Es la Sangre de Jesucristo la que se necesita para extinguir las llamas que me abrasan. Es el Santo Sacrificio, que también me librará de estos tormentos espantosos. Te suplico que mantengas tu palabra, y no me niegues, lo que en justicia que me debes”.
El Bendito Suso se apresuró a responder al llamamiento del alma sufriente. Se puso en contacto como muchos sacerdotes como le fue posible y les instó a decir misas por las intenciones de su amigo, para reparar su falta; él celebró, e hizo que se celebraran, un gran número de Misas.
Al día siguiente varios sacerdotes, a petición del padre Suso, se unieron con él en ofrecer el Santo Sacrificio por la persona fallecida, y él continuó su acto de caridad por varios días. Después de un breve periodo el cura amigo de Suso apareció de nuevo a él, pero ahora en una condición muy diferente, su rostro era alegre, y se vio rodeado de una hermosa luz.
—“Gracias a usted, mi querido amigo”, dijo “he aquí, por la sangre de mi Salvador yo fui liberado de todos mis sufrimientos. Ahora voy al cielo para contemplar lo que hemos adorado juntos tan a menudo bajo el velo eucarístico”.
Posteriormente, el beato Suso se postró a “dar las gracias al Dios de infinita misericordia, porque ahora entendió más que nunca el valor inestimable de la Misa”
MIS CONVERSACIONES CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO
EUGENIA VON DER LEYEN:
16 de Diciembre.
Ni siquiera las anteriores tres semanas en Mónaco estuve tranquila. Ya en el segundo día vi venir una figura de mujer con manos horribles, se retorcía de dolor. Después siguió viniendo todas las noches, se me hizo casi insoportable. Debió haber sido
una sirvienta pues llevaba un delantal y vestía modestamente.
Finalmente pudo hablar. Se llama Ana y había calumniado mucho.
A la pregunta de por cuánto tiempo más debía seguir rondando por allí, respondió: «Tres Advientos».
En Mónaco vi algo interesante. Me encontraba en la casa del famoso pintor Franz von Lenbach*.
*Franz von Lenbach (1836 – 1904) fue uno de los más famosos retratistas de su tiempo. Fue amigo de Bócklin y Bismark, de quienes hizo cerca de 80 retratos conmemorativos.
Mientras comía se me apareció frente a mí: horrible, como una bestia, pero perfectamente reconocible. Lo conocí muy bien cuando estaba vivo. Me espanté tanto, que los demás lo notaron y preguntaron si me encontraba bien. No lo vi más, pero sentía su presencia. Al final del almuerzo lo volví a ver. No lo vi en ninguna otra habitación.
Ahora Ana también se me aparece en Waal. Yo: «¿Cómo has llegado aquí?». Ella: «Siempre estoy cerca de tuyo». Yo: «Pero no siempre te veo». Ella: «No lo podrías soportar». Yo: «¿Por qué no?». Ella: «Tu alma aún no está libre».
22 de Diciembre.
Ana y otros estuvieron casi toda la noche aquí. Le dije: «Ya el Adviento está por terminar, ¿No vendrás más?». Ella: «¡Tú piensas de manera humana!». Yo: «No puedo hacerlo de otro modo pues aún estoy viva». Ella: «¡Puedes liberarte!». Luego desapareció.
24 de Diciembre.
Ella regresó. Yo: «Dime, ¿Cómo puedo liberarme?». Ella: «Si sigues
aquello que te atrae». Me asusté porque no lo deseo saber, al menos no de ella; sin embargo, creo entender que aquello tiene que ver con la maravillosa sensación que me absorbe tanto, que me siento como separada de mí misma, como en otro mundo. He notado
que cuando me viene aquella sensación, mi cuerpo pierde la posibilidad de moverse.
Intenté cerrar la puerta cuando advertí que se me iba acercando [aquella sensación], pero no fui capaz; después vino aquella Luz y ya nada me importaba. ¡Sólo me dejo llevar!
Padre O… , mi antiguo profesor de religión
27 de Diciembre.
Ahora viene el Padre O…, pero en una condición muy triste. Durante mucho tiempo fue mi profesor de religión. Todavía no puede hablar. Su tristeza me conmovió muchísimo, pues lo quise tanto.
30 de Diciembre.
Una noche terrible.
Mi habitación está llena de figuras, ninguna reconocible. Al principio me sentí envuelta en un muy mal olor. Se arrojaron sobre mi cama. Alcancé a contar siete, pero habían muchas más. Salían y entraban por la ventana. Yo soy más bien débil y, si la cosa sigue así, no creo que pueda soportar más el agotamiento.
5 de Enero (1925).
Está aquí Z…*, ella tiene una expresión profundamente triste. Mientras rezaba, para demostrar su agrado [por la oración], se me acercó; incluso me acarició, cosa que realmente no quisiera.
7 de Enero.
Ahora habla. Yo: «¿Qué quieres de mí?». Ella: «¡Una S. Misa!». Yo: «¿Debes sufrir mucho?». Ella: «¡Estoy en la purificación!». Yo: «¿Te refieres a lo que llamamos el Purgatorio?». Ella: «¡Sí!». Yo: «¿Y qué sientes allí?». Ella: «¡El deseo!, ¡La nostalgia de Dios me consume!«. Yo: «¿Por qué debes sufrir así?». Ella: «¡Maldiciones!». Yo: «¿Estás contenta?, ¿Sirve que yo ore por ti?». Ella: «¡Sí!«. Yo: «¿En este estado en que te encuentras puedes rezar?». Ella: «¡Adorar, pero no pedir!». Yo: «¿Y entonces?». Ella: «¡Entonces reza tú por mí!».
El 8 de enero permaneció tanto, que ya no podía más. Yo: «¡Hazme un favor, vete, tengo tanto sueño!». Ella: «¡Ten un poco más de Misericordia!». Yo: «Pero una oración así, dicha sólo con los labios, no te serviría; estoy tan cansada para rezar bien». Ella: «¡Tu presencia refresca!*». Yo: «Dime, ¿Por qué?». Ella: «¡Tú alivias el dolor!». Yo: «Si yo te ayudo, entonces ayúdame tú también!; ciertamente tú puedes ver aquello malo que hay en mí».
Ella: «¡Tú no eres del todo mortificada!». Yo: «Sí, es verdad, no lo soy: pero dime algo más». Ella: «Cuanto más renuncies, tanto más podrás dar». Creo que dijo algunas frases más, pero no pude entender.
*En la vida de la Beata Inés de Benigánim se lee que ella pidió a Dios permitir que muchas almas que aún no se encontraban en el Cielo, pasaran su Purgatorio en su celda. Dice que llegó a tener hasta 200 almas en su compañía!. Así, como con esta Beata, las Pobres Almas al lado de Eugenia no sufrían.
9 de Enero.
Mientras hablaba con su hija, ella llegó, me saludó y después se quedó mirándola. Casi que no pude seguir con la conversación, se mantuvo a mi lado.
Yo: «¿Por qué no te muestras a tu hija?». Ella: «¡Porque ella no está libre!». Yo: «Tampoco yo estoy libre, ¿Entonces por qué te veo?». Ella: «¡Tú te has liberado!». Una prueba de que aquellos pobres no lo ven todo. ¿Yo liberada? ¡Estando en medio del mundo y entre tantas cosas que me rodean!. Mi cuerpo enfermo me lleva incluso a descuidar mi alma, cosa que me hace sufrir mucho. Con frecuencia me encuentro animada, más luego retorna la apatía. Y después regresa con más frecuencia aquella Inigualable y Grandiosa Felicidad, tan llena de consolaciones que me hace olvidarlo todo!.
El Padre O… ha seguido viniendo, incluso durante el día.
23 de Enero.
Todas estas noches han sido casi insoportables; he tenido muchísimo miedo, pues hay demasiados en la habitación. Cuando el Padre O… llega, los demás se calman; no siento miedo de él. Me puse muy enferma y sé muy bien por qué. Mi alma ya no tiene la
fuerza necesaria. He abandonado en la indolencia a mi enfermo cuerpo.
25 de Enero.
Vinieron cinco figuras. Me atormentan de una terriblemente, pues siguen queriendo tocarme, que es lo peor para mí.
29 de Enero.
El Padre O… pudo hablar. Yo: «¿Qué puedo hacer para ayudarte?». Él: «¡Continúa rezando!». Yo: «No entiendo cómo es que aún tú no estás en la Visión». Él: «¡La soberbia del espíritu me ha alejado!». Yo: «Pero, ¿Y todo el bien que hiciste?». Él: «¡Me ha salvado!». Yo: «¿También vas a tus otros alumnos?». Él: «¡No!, ¡Ellos deben rezar por mí!».
30 de Enero.
Ocurrió de todo. Llamé al Padre O… para que los ahuyentara pero no vino sino hasta la mañana.
Yo: «¿No escuchaste que te llamaba?«. Él: «Sí, estaba aquí». Yo: «¿Pero por qué no te podía ver?». Él: «¡Porque estabas llena de temor y no de amor!». Yo: «Pero quiero ayudarlos también a ellos». Él: «¡Puedes ayudar sólo si te olvidas de ti misma!». Yo: «¡Pero aún no he avanzado tanto como para ya no sentir miedo ante semejantes cosas tan horribles!».
1 de Febrero.
El Padre O… se quedó toda la mañana conmigo. Incluso permaneció conmigo mientras los otros llegaban. Se ve idéntico a como cuando vivía. Por la noche los demás me atormentaron de forma espantosa!.
4 de Febrero.
Las cinco figuras ahora se pueden reconocer: son cinco mujeres, pero con ellas no consigo nada en cuanto a oraciones o preguntas. El Padre O… estuvo aquí largo rato!
11 de Febrero.
Me han sucedido varias cosas. El Padre O… estuvo bastante tiempo aquí. Yo: «¿Vendrás aún por mucho tiempo?». Él: «¡No!». Yo: «¿Estás libre?». Él: «¡Aún no, de todas formas veo más claro y ahora voy hacia la claridad, de donde no podré regresar más!». Yo: «¿Me puedes decir si todo es como me enseñaste?» Él: «¡Sí, sin embargo, el lenguaje humano es incapaz de expresar lo que es el Santísimo Sacramento!».
17 de Febrero.
El Padre O… estuvo un poco; me sonrió y luego desapareció. Creo que ha sido la última vez.