LA ANUNCIACIÓN y el grandioso misterio de la Encarnación del Hijo de Dios

La Anunciación hace referencia al episodio de la vida de la Virgen María en el que el Ángel Gabriel le anuncia que va a ser la madre de Dios. San Lucas, en su Evangelio (1,26-38), narra con una gran calidad literaria esta escena. 

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Fuente: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/vida-de-la-santisima-virgen-maria-madre-de-dios-con-la-descripcion-de-los-lugares-que-habito-en-palestina-y-egipto–1/html/fefd7db6-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html

Ante el grandioso misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, la pluma, la imaginación, la inteligencia y el corazón, se humillan y miran a la tierra como muestra del temor y respeto que infunde en nuestro pecho el grandioso hecho realizado por la Omnipotencia divina, llevando al seno de una Virgen a su Hijo, al Verbo, Redentor del hombre, nacido de la que había de quebrantar el imperio del demonio y nacer de ella la luz de la verdad.

     La palabra es hueca para reproducir, con la magnificencia que sería necesaria para hablar y narrar, describir y pintar el hecho que forma la época, de la partida del nacimiento de la luz, de la realización de las profecías, y para ello copiaremos las inimitables palabras del Evangelista San Lucas, el historiador de la vida de María, quien con estilo admirable y sencillez poética, nos relata de una manera sublime el grandioso suceso.

La anunciación

     Pero al hablar de la Encarnación del Hijo de Dios, no puede prescindirse de narrar actos que precedieron al gran misterio, y cuyas palabras transcribimos:

     �Por cuanto muchos han intentado coordinar la narración de las cosas que se han cumplido en nuestros días, y cuya tradición nos han dejado los que vieron tales acontecimientos desde su principio y tuvieron el encargo de ser ministros de esta enseñanza, me ha parecido conveniente escribírtelas ordenadamente. Oh excelente Teófilo!, puesto que he logrado investigarlas con esmero desde su origen, a fin de que conozcas la verdad de las palabras, en que has sido instruido.

     �En tiempo de Herodes, Rey de Judea, hubo cierto Sacerdote llamado Zacarías, el cual era del turno de Abbías y estaba casado con una llamada Elisabeth (Isabel) de la descendencia de Aarón. Ambos eran justos a la presencia de Jesús y vivían sin rencilla cumpliendo todos los preceptos y actos de justicia mandados por el Señor, mas no tenían ningún hijo, porque Isabel era estéril y ambos cónyuges ancianos.

     �Sucedió pues, que en ocasión en que desempeñaba el sacerdocio ante Dios, tocándole su turno, según la costumbre sacerdotal, que le correspondió por suerte quemar el incienso, entrando para ello en el templo del Señor, mientras que toda la muchedumbre del pueblo estaba afuera esperando a la hora en que el incienso se ponía. Apareciósele de pronto un Ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Y al verle Zacarías se quedó turbado y tuvo miedo. Entonces dijo el Ángel: No temas, Zacarías, puesto que tu oración ha sido escuchada, y que Elisabeth, tu mujer, al cabo parirá un hijo a quien llamarás Juan, con lo cual tendrás regocijo y gran satisfacción, así como otras muchas que se alegrarán con tal alumbramiento, pues que ha de ser grande en la presencia del Señor; no ha de beber vino ni sidra, estando aún en el útero materno ya será henchido del Espíritu Santo, y convertirá a Dios su Señor a muchos de los hijos de Israel, porque le precederá con el espíritu y la virtud de Elías, a fin de convertir los corazones de los padres hacia sus hijos y los rebeldes a la prudencia de los justos, preparando a Dios de este modo un pueblo escogido.

     �Al oír esto le dijo Zacarías al Ángel: -Cómo voy a conocer todo esto? -porque yo soy anciano y mi mujer de edad avanzada. Mas el Ángel le respondió: Yo soy Gabriel que está delante del Señor, el cual me envía para decirte esto y darte tan buenas nuevas; pero ya que no has creído en mis palabras, que no por eso dejarán de suceder a su tiempo, vas a quedarte mudo hasta el día en que se cumplan.

     �Entre tanto que pasaba esto, el pueblo estaba esperando a Zacarías y extrañaban que tardase tanto a salir de aquel paraje del templo y aún más al ver que al salir no podía hablarles: comprendieron entonces que había tenido en el templo alguna visión. Tuvo, pues, que hablar por señas y quedó mudo. Así pasaron los días de su turno, regresó y a pocos días quedó embarazada Isabel, su mujer, la cual no se dio a ver en cinco meses, diciendo: sea esto en pago del favor que me hace el Señor en estos días librándome del oprobio con que me miraban los hombres.

     Tales son copiadas las palabras del Evangelista.

     Como se ve, son tres los casos en que el Señor con su gran misericordia tuvo a bien fecundizar a las tres estériles esposas a quienes el pueblo israelita miraba con desprecio por no tener hijos y no dar heredero del nombre de su padre. Estas santas mujeres, a pesar de sus virtudes y merecimientos, eran como decimos víctimas de las burlas de su pueblo y del escarnio por su esterilidad.

Ana, madre de Samuel, Ana, la esposa de Joaquín, y Santa Elisabeth, madre de Juan el precursor de Jesús y prima de la Virgen María. Estas tres santas mujeres son los preludios del gran misterio de la Encarnación en una virgen, y las dos últimas están correlacionadas con ésta, por cuanto el Evangelio hace preceder la noticia de la Encarnación del Verbo con la milagrosa relación del embarazo de Isabel y el anuncio de este milagro por medio de Gabriel, precede asimismo la aparición del Arcángel a Zacarías, padre del Bautista.

     Llegamos con estos precedentes al momento del gran misterio, al momento en que el Espíritu Santo desciende a la salutación del Arcángel Gabriel a la más pura de las mujeres, a la Virgen de las vírgenes, a la escogida del Señor llena de gracia y de pureza, a la inmaculada y libre de todo pecado, arca santa que había de encerrar en su seno al Hijo de Dios.

     Momento sublime, momento en que este mísero planeta debió estremecerse ante la mirada y la palabra de su Creador que lo sacó de la nada para ser escabel de su trono incomensurable, al descender sobre él, y cuya hermosura de paisajes, arboledas y puro cielo, habían de aparecer tan desleídos y borrados como se esfuminan y desvanecen al faltarles la luz vivificante del sol y la llegada de la noche. Atemorizada la naturaleza sabemos se estremeció de espanto ante la muerte Salvador, y quedaría muda, callada, silenciosa y anonadada ante la majestad de la palabra de su Creador que descendía sobre ella para salvar al mundo del pecado, bajando al puro seno de María.

     Era la hora de anochecer, según la tradición: luchaban los últimos rayos de la luz con las tinieblas de la noche que surgían del Oriente, la luz del día, el sol con sus resplandores se ocultaba en el ocaso; la noche venía a dominar el mundo, el reinado momentáneo de las tinieblas se imponía, de la misma suerte que las tinieblas reinaban en la inteligencia de los hombres que en su orgullo se habían apartado del centro de luz del Sinaí. Como el que anda entre tinieblas, tentando con las manos ante un camino que no ve, cayendo en los hondos del mismo, y con inseguro paso avanzando tal vez para caer en nuevos precipicios, así los pueblos habían ido cayendo y bajando cada vez en sus creencias y sentimientos de la adoración del Dios del Sinaí, habían caído en la adoración de los astros, de los astros a la naturaleza, de ella a sus habitantes, y por último, a la adoración mística de los irracionales más asquerosos y bajos.

Es decir que las tinieblas habían ido condensándose y la luz de la inteligencia humana apagándose y hundiendo en el más grosero sensualismo. No había luz, ésta había de venir para reñir batalla con las tinieblas, con el amigo aliado del espíritu del mal, y Dios en su suprema Sabiduría escogió el momento de la obscuridad material en que se envolvía el mundo, cuando mayor era el campo del dominio del mal, para descender a la tierra con su santa palabra, hiriendo en el corazón y en el dominio de su mando en las tinieblas al espíritu del pecado, para vencerle después en su imperio y dominio del mundo.

     En aquel momento en que el alma se acongoja y ve hundirse tras los altos montes la luz del sol, en que sus últimos resplandores se derraman en el cielo, en que la naturaleza calla, la aves se recogen a sus nidos y hasta el viento parece suspender su aliento y calla la arboleda, no susurran las hojas, las flores cierran sus corolas y hasta el río y el mar, en aquella calma, callan y silenciosos dejan de sonar el cadencioso rumor de sus olas y corriente; en ese momento crítico en que la naturaleza parece temerosa de las tinieblas que van a envolverla, en ese momento, dice la tradición, que María oraba, elevaba su espíritu al Creador en el tranquilo reposo y misterioso silencio, aislamiento del exterior, sin que a ella llegaran los ruidos del pueblo, en aquella oculta, sagrada y misteriosa cripta de la casa del Santo Matrimonio, María, como hemos dicho, oraba, elevando a su Creador aquel espíritu tan puro y tan resplandeciente en virtudes y gracia.

Allí, encerrada entre las paredes, entre aquellas piedras, más sensibles, tal vez al grandioso acto que iba a verificarse y ser ellas mudos testigos del gran misterio, y más sensibles y tiernas que el corazón de algunos pecadores.., allí estaba María, humilde, y por lo tanto grande a los ojos del Señor, orando en mental elevación de su espíritu que se confundía en mística unión con su Dios, la que era pura y sin mancha.

     Cómo expresar la pobre inteligencia humana este misterio celestial, cómo pintar con terrenales colores la luz divinal que descendiendo del cielo cayó inundando de claridad eterna a la Madre del Salvador! Ni la pluma tiene rasgos, ni la palabra ideas bastante altas, ni la paleta colores para traducir de una manera digna el más trascendente acto de nuestra santa religión.

     La venerable madre Ágreda en su Vida de la Virgenen un estilo tan poético como lleno de fulgor, nos pinta y expresa este misterio tan grande como inmenso, tan alto como une la majestad y caridad de Dios que en su bondad quiso por medio del sacrificio de su Hijo el dolor de una Madre librarnos de la esclavitud del demonio que perdió a nuestros padres.

     Dice la poética narradora de la Vida de María Santísima:

Obedeciendo con especial gozo el soberano príncipe Gabriel al divino mandato, descendió del supremo cielo, acompañado de muchos millares de ángeles hermosísimos que le seguían en forma visible. La de este príncipe y legado era como de un mancebo elegantísimo y de rara belleza; su rostro tenía refulgente, y despedía muchos rayos de resplandor: su semblante grave y majestuoso, sus pasos medidos, las acciones compuestas, sus palabras ponderosas y eficaces, y todo él representaba, entre severidad y agrado, mayor deidad que otros ángeles de los que había visto la Divina Señora hasta entonces en aquella forma. Llevaba diadema de singular resplandor, y sus vestiduras rozagantes descubrían varios colores, pero todos refulgentes y brillantes; y en el pecho llevaba como engastada una cruz bellísima que descubría el misterio de la Encarnación a que se encaminaba su embajada, y todas estas circunstancias solicitaron más la atención y afecto de la Reina.

     �Todo este celestial ejército, con su cabeza y príncipe San Gabriel, encaminó su vuelo a Nazareth, ciudad de la provincia de Galilea, y a la morada de María Santísima, que era una casa humilde, y su retrete un estrecho aposento, desnudo de los adornos que usa el mundo, para desmentir sus vilezas y desnudez de mayores bienes.

     Más adelante, después de darnos el retrato de María, y de cuyo retrato y traje nos ocuparemos en otro capítulo, sigue la mística escritora:

     �Al tiempo de descender a sus virginales entrañas el Unigénito del Padre, se conmovieron los cielos y todas las criaturas. Y por la unión inseparable de las tres divinas Personas, bajaron todas con la del Verbo, que solo había de Encarnar. Y con el Señor y Dios de los ejércitos, salieron todos los de la celestial milicia, llenos invencible fortaleza y resplandor. Y aunque no era necesario despejar el camino, porque la Divinidad lo llena todo y está en todo lugar, y nada le puede estorbar; con todo eso, respetando los cielos materiales a su mismo Criador, le hicieron reverencia, y se abrieron y dividieron todos once con los elementos inferiores; las estrellas se innovaron en su luz, la luna y el sol, con los demás planetas, apresuraron el curso al obsequio de su Hacedor, para estar presente a la mayor de sus obras y maravillas.

     �En las demás criaturas hubo también su renovación y mudanza. Las aves se movieron con cantos y alborozo extraordinario; las plantas y los árboles se mejoraron en sus frutos y fragancia, y respectivamente todas las demás criaturas sintieron o recibieron alguna oculta vivificación y mudanza. Pero quien la recibió mayor, fueron los Padres y Santos que estaban en el limbo, a donde fue enviado el Arcángel San Miguel para que les diese tan alegres nuevas, y con ellas los consoló y dejó llenos de júbilo y nuevas alabanzas. Sólo para el infierno hubo nuevo pesar y dolor; porque al descender el Verbo eterno de las alturas, sintieron los demonios una fuerza impetuosa del Poder divino, que les sobrevino como las olas del mar, y dio con todos ellos en lo más profundo de aquellas cavernas tenebrosas, sin poderlo resistir ni levantarse.

     �Para ejecutar el Altísimo este misterio entró el Santo Arcángel Gabriel en el retrete donde estaba orando María Santísima, acompañado de innumerables Ángeles en forma humana visible, y respectivamente todos refulgentes con incomparable hermosura. Era jueves a las siete de la tarde al obscurecer la noche. Viole la divina Princesa, y miróle con suma modestia y templanza, no más de lo que bastaba para reconocerle por Ángel del Señor.

     �Saludó el santo Arcángel a nuestra Reina y suya, y la dijo Ave gratia plena Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus. Turbóse sin alteración la más humilde de las criaturas, oyendo esta nueva salutación del Ángel. Y la turbación tuvo en ella dos causas: la una su profunda humildad con que se reputaba por inferior a todos los mortales, y oyendo al mismo tiempo que juzgaba de sí tan bajamente, saludarla y llamarla bendita entre todas las mujeres le causó novedad. La segunda causa fue, que al mismo tiempo cuando oyó la salutación y la confería en su pecho como la iba oyendo, tuvo inteligencia del Señor que la elegía para Madre suya, y esto la turbó mucho más por el concepto que de sí tenía formado. Y por esta turbación prosiguió el Ángel declarándole el orden del Señor y diciéndola: No temas, María, porque hallaste gracia en el Señor, advierte que concebirás un hijo en tu vientre, y le parirás, y le pondrás nombre Jesús; será grande y será llamado Hijo del Altísimo.

Solo nuestra humilde Reina, pudo dar la ponderación y magnificencia debida a tan nuevo y singular Sacramento; y como conoció su grandeza, dignamente se admiró y turbó. Pero convirtió su corazón al Señor que no podía negarle sus peticiones, yen su secreto le pidió nueva luz y asistencia para gobernarse en tan arduo negocio; porque la dejó el Altísimo para obrar este misterio en el estado común de la fe, esperanza y caridad, suspendiendo otros géneros de favores y devociones interiores que frecuente o continuamente recibía. En esta disposición replicó y dijo a San Gabriel lo que refiere San Lucas: Cómo ha de ser esto de concebir y parir un hijo, que ni conozco varón ni lo puedo conocer? Al mismo tiempo representaba en su interior al Señor, el voto de castidad que había hecho, y el desposorio que Su Majestad había celebrado con ella. Respondióle el santo príncipe Gabriel:, Señora, sin conocer varón, es fácil al Poder Divino haceros madre�.

De esta suerte se expresa la Venerable María de Ágreda en su Vida de la Virgeny de propósito hemos copiado sus frases para que se conozca el estilo y profundo sentimiento que inspiraba las palabras y pensamientos de esta notable escritora, que tanto aconsejó sus escritos y cartas al monarca español Felipe IV. De esta suerte damos a conocer el grandioso acto de la Encarnación.

     Viniendo ahora a la verdad evangélica, copiaremos textualmente las palabras del Evangelio de San Lucas, después de referir en el capitulo I el santo retiro de la anciana Isabel durante cinco meses:

     En el sexto mes envió Dios al Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazareth.

     A una Virgen desposada con un hombre de la casa de David, José; y la Virgen se llamaba María.

     Y habiendo entrado el Ángel donde Ella estaba, la dijo: Dios te salve, oh llena de gracia! el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres.

     Ella, habiéndole oído, se turbó con sus palabras, y pensaba qué significaría esta salutación.

     Y el Ángel la dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.

     He aquí que concebirás en tu seno, y parirás un Hijo a quien darás el nombre de Jesús.

     Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará eternamente en la casa de Jacob.

     Y su reino no tendrá fin.

     Y dijo María al Ángel: Cómo sucederá esto? porque no conozco varón.

     Y el Ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y así, lo Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios.

     Y sabe que tu parienta Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y la que se llamaba estéril está ahora en el sexto mes.

     Porque nada hay imposible para Dios.

     Entonces dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el Ángel desapareció.

     Qué escena, qué sencillez, qué diálogo y qué desenlace: la narración, tan bella como hermosa, respira la verdad que expone.

     Las expresiones de María la elevan a la altura del misterio que va a realizarse en Ella. El Ángel le habla tres veces y las tres responde Ella: y por cada una de estas respuestas se levanta a la fe y a la inteligencia del gran misterio. Salúdala, habla el Ángel y responde María con su turbación, es decir, con su humildad, fundamento de todas las operaciones divinas.

Anúnciale luego el Ángel su divina maternidad y los grandes destinos del Hijo a quien debe dar a luz, y no por esto María se deslumbra: recibe este anuncio más extraordinario que el primer coloquio con el Ángel, con una calma de fe que hace resaltar la turbación primera de su humildad: fe razonable inteligente, como la manifiesta la explicación que Ella pide, según la medida que conviene al testimonio de su virginidad y a la necesidad de su cooperación. El Ángel le da esta explicación, aún más prodigiosa que la cosa anunciada, y María no pide más, lo ha conocido y admitido todo y da su obediencia con humildad y fe igual a la alteza del misterio, cuyo precio realza la única pregunta que ha hecho.

     Y este misterio se verifica al momento y el Verbo se hizo carne mediante el acceso a las entrañas de María que le da a la Virgen con su fiat lo que está admirablemente expresado por este desenlace de escena de la Anunciación, y el Ángel se retiró para dar lugar al mismo Dios, con lo cual la palabra del Señor quedaba cumplida y comenzado el gran hecho de la redención del género humano, por la venida del Verbo divino que nacería de una Virgen y tomaría el cetro del Reino que nunca tiene fin.

     San Juan compendia de una manera admirable este sublime misterio en las cuatro conocidas palabras:

VERBUM CARO FACTUM EST. (el Verbo se hizo carne)

     Palabras que tienen la grandiosidad, energía y majestad sólo comparables con aquellas del Génesis:

FIAT LUX, ET FACTA EST LUX. (Que haya luz, y la luz se hizo)

     Pero estas palabras de San Juan, dice D. Vicente Lafuente, tienen sobre éstas todo lo que va de la Encarnación de Dios a la creación de la materia. Estas constituyen la frase más enérgica y sublime del Antiguo Testamento, las de San Juan son la síntesis del Nuevo.

     Inquieren algunos escritores la fecha de un hecho tan importante para la humanidad, el sitio y circunstancias. Son varias las opiniones, y al efecto las consignaremos, con el fin de que sean conocidas y puedan apreciarse en su contenido.

     Orsini dice, y con él otros autores, que la Anunciación del Ángel tuvo lugar dos meses después del casamiento con San José, opinión que parece poco probable. Según dicho autor, tenía la Virgen quince anos cuando se casó.

     La ya citada Venerable Sor María de Ágreda, dice que el casamiento tuvo lugar el mismo día en que cumplió los catorce años, y fija la edad de María de la siguiente manera. Después de decir la Venerable que con San Gabriel bajaron muchos millares de Ángeles, como hemos transcrito, añade:

     �Era la divina Señora en esta ocasión de catorce años, seis meses y diez y siete días, porque cumplió los años a 8 de septiembre, y los seis meses y diez y siete días corrían desde aquél hasta éste en que se obró el mayor de los misterios que Dios obró en el mundo.

     Ahora bien; repitiendo lo que ya dijimos al hablar del nacimiento de María, si esta Señora nació en el 733 o 734 de Roma, como escribe Baronio y Tillemont, es decir, veintiún años antes de la era vulgar, no puede menos de convenirse en que cuando Cristo nació, la Virgen tenía de veinte a veintiún años, y por tanto debieron mediar unos seis años entre su casamiento y el misterio de la Encarnación del Verbo, puesto que la era vulgar data de su nacimiento, aún cuando, como es sabido, en algún tiempo se tomara la fiesta de la Encarnación como punto de partida, lo cual sólo supone nueve mes de diferencia.

     Respecto de lo que hemos dicho de la cripta o habitación subterránea en que tuvo lugar el sublime misterio, copiaremos lo que dice un profundo historiador de la vida de María:

     �Por lo que hace al aposento particular o gabinete de la Virgen, donde se verificó este gran misterio, es difícil explicarlo dada la estructura de la pequeña casa que se conserva en Loreto con su única ventana; no hay allí señales ni facilidad para un piso alto. Algunas casas de Nazareth, no mucho mayores que la de Loreto, están adosadas a los cerros contiguos, en los cuales tienen añadida alguna extensión de sus viviendas; pero la santa casa no presenta vestigios de esto.

     Respecto de este punto, no aparece conforme el autor con existencia de la habitación subterránea, consagrada y venerada como templo devotísimo. Pero hay que tener en cuenta que la parte de casa transportada milagrosamente a Loreto, fue sólo la parte superficial, pero no la habitación subterránea, y al terminar este capítulo y hablar del templo de la Anunciación, ya historiaremos este punto.

     Continúa el citado autor diciendo, que con respecto a dicha casa pudo hacerse alguna transformación en ella por Santa Elena, y quizá después por los Cruzados; la piedad que pintó sus muros no fue muy discreta, y la santa casa merecía algo mejor que los anacronismos con que la afearon las brochas de los siglos XIV y XV.

     �Supónese que San José tenía el taller fuera de casa; y en efecto, a unos ciento cuarenta pasos de la casa de Santa Ana se designa en Nazareth otro sitio llamado la tienda de San José. Allí se había construido una iglesia espaciosa que arruinaron los turcos en parte, si bien queda una capilla donde todavía se dice misa.

     �De todos modos, dadas las proporciones de la casa de Loreto, la Santa Virgen no encerraba aposento aparte; y toda la habitación tenía la altura de unas cuatro varas y media y casi otro tanto de largo, con unas once o doce varas de longitud, formando un cuadrilongo donde difícilmente se podría hacer una pequeña alcoba; si la hubo, hoy no existen vestigios de ella.

     No somos nosotros los que damos aspecto de humildad y pobreza a la habitación de María, como contraposición a los anacronismos y exageraciones de los pintores, como desconocimiento del asunto, lugar y costumbres, haciendo casi de la habitación de María un ante gabinete alhajado con artísticos muebles y costosos cortinajes impropios de la humildad y pobreza del matrimonio artesano, y tanto más por estilo y época.

Vida de la Santísima Virgen María Madre de Dios

     �El paraje donde se verificó el altísimo Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, continúa el citado autor, no podía ser más humilde y más pobre en lo humano, dadas las exiguas proporciones y el modestísimo mueblaje de la santa casa, de Nazareth. Pero la imaginación humana, que se aviene con la bajeza y miseria de la cueva de Belén, donde nació Jesús, parece que rehúsa la analogía de lugar en el momento de la Encarnación; y los artistas cristianos han preferido siempre en este caso seguir su ideal, presentando magníficamente decorado el teatro de este misterio, en vez de atenerse a la desnuda realidad de la modesta y aun pobre casita que en Loreto se conserva con gran devoción y consuelo de los fieles…

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