El caso que nos ocupa involucra a San Antonio de Padua que fue uno de los Santos más fervorosos amantes de Jesús Sacramentado. Y Jesús le recompensó este afecto eucarístico valiéndose de él para comprobar con un gran milagro el dogma de su presencia real en el Sacramento del Altar.
Por dondequiera que pasaba, san Antonio de Padua era el flagelo de los herejes en virtud del maravilloso don con que refutaba sus objeciones y desenmascaraba sus calumnias contra la fe católica. En el año 1227 Predicaba San Antonio de Padua en Rímini (Italia), situada junto al Adriático, entre los ríos Marechia y Ansa, era una de las ciudades principales de Italia, y en la cual los *herejes patarinos se habían hecho más fuertes, desfigurando el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa.