«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»
Texto del Evangelio (Mc 12,28-34):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Por: ciudadredonda.org
ESCUCHA Y AMA
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
¡Escucha, Israel. Escucha, pueblo de Dios, escucha bautizado!
Esto lo primero de todo: que escuches la voz de tu Dios.
Tu Dios te habla en cada celebración, cuando se proclama la Palabra, y quiere dialogar contigo.
«Escucha Israel«, «y que las palabras que yo te dirijo hoy queden grabadas en tu corazón».
Como enseñó el Sacerdote Elí al joven Samuel que «oía» aquella desconocida voz: «cuando te sientas llamado, responde: Habla Señor, que tu siervo escucha».
Y si te cuesta escuchar la voz, ora como el rey Salomón, cuando siendo aún joven le dijo Dios: «pídeme lo que quieras que te dé». Y Salomón respondió: «Concede a tu siervo un corazón que escuche». Agradó tanto al Señor aquella petición, que le respondió: «Cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente».
Cada mañana, al estrenar el día, podemos recordar las palabras de Isaías: «El Señor me ha dado lengua de discípulo, y mañana tras mañana despierta mi oído para que escuche como un discípulo. El Señor me ha abierto el oído».
En la primera plegaria del día, Laudes, a menudo repetimos: «¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 5, 7,8).
En el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, se nos dice: «El que tenga oídos que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (2, 7.11.17,29). Porque el Espíritu de Dios habla también hoy a la Iglesia, invitándola a la renovación y a la fidelidad.
Y nos animan las palabras de Jesús: «en verdad, en verdad os digo: el que escucha la voz del Hijo de Dios ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5, 25).
Tu Dios te habla en el fondo de tu corazón/conciencia, empujándote siempre hacia el bien y el amor. Allí en tu corazón resuenan muchísimas voces. Algunas de ellas encienden tus más bajos instintos: la rabia, el rechazo al que es distinto, la comodidad, el egoísmo, la agresividad, la venganza, la búsqueda de ventajas personales por encima de los otros, el dejarte llevar por lo que hace todo el mundo, el no complicarte la vida… Pero junto a ellas también está la voz de Dios. ¿Cómo distinguir una de otras?
«El Señor, nuestro Dios, es solamente uno». Los otros nunca deben ser tomados como dioses, porque no lo son. Al único Dios lo reconocemos porque nos saca de la tierra de la esclavitud para darnos la libertad. Los otros «dioses» nos atan, nos someten, nos manejan. A este único Dios le mueve el clamor del pobre, del necesitado, del más frágil, del que sufre, del más pequeño. Los otros «dioses», en cambio, los silencian, sólo dejan oír la voz del egoísmo. Este único Dios quiere hacer de nosotros un gran pueblo, una gran comunidad de hermanos, y solo nos ofrece una Ley importante: la Ley del amor, con ella, busca hacer de ti una persona «grande» y fraterna pues tendrás un corazón enorme lleno de amor.
Me ha ayudado meditar este testimonio personal:
En cierta ocasión le pregunté a Dios qué deseaba decirme o pedirme. Era un momento de ardiente fervor en el que me sentía preparado para escuchar cualquier cosa. En un momento de tranquila escucha, oí interiormente las siguientes palabras: «te amo». Y me sentí desilusionado: ¡ya lo sabía! Pero Él volvió a mí de nuevo con esas mismas palabras. Y de repente, me di cuenta con mucha claridad de que nunca había aceptado e interiorizado realmente el amor de Dios por mí. En ese instante lleno de gracia, vi que «yo sabía» que Dios había sido paciente conmigo y me había perdonado muchas veces. Pero me asombró no haberme abierto nunca a la realidad de su amor. Lentamente caí en la cuenta de que Dios tenía razón. Nunca había escuchado realmente el mensaje de su amor. Cuando Dios habla, siempre habrá «algo sorprendente, distintivo y duradero». (John POWELL, Las estaciones del corazón. Sal Terrae)
Por eso sólo a él le darás «todo tu corazón». Porque sólo él te ha amado tanto, tanto, tanto… y su amor no te ata nunca, no te domina ni te impone, ni te maneja, sino que te hace ser más tú. Sólo te pide esto: «ama». Y entonces, toda voz que no te ayude a ser más libre, más responsable, más generoso, más dispuesto, más acogedor, más atento, más justo. menos individualista… no es la voz de Dios.
Tu Dios te habla también en la voz de los hombres que necesitan algo de ti. Ha escrito don Santiago Agrelo, un pastor excepcional y obispo emérito de Tánger:
Aceptamos que el «amar al Señor Dios con todo el corazón» es el primer mandamiento de la ley; pero no hay razón para que pensemos que ese mandato tenga algo que ver con unos extranjeros vigilados, controlados, desplazados, deportados en nombre de nuestro bienestar; podemos amar a Dios y desentendernos de esos hijos suyos que, por no tener papeles, han dejado de ser hijos suyos. Ocuparse de ellos sería ‘buenismo’ indigno de personas razonables.
Aceptamos eso de «amar al prójimo como a uno mismo»; pero es evidente que unos extranjeros sin dinero no son «prójimo» nuestro, y mucho menos son «nosotros mismos»: gentes así son sólo una amenaza para nuestro trabajo, para nuestra identidad, para nuestra seguridad; y como una amenaza han de ser apartados de nuestra vida. Cualquier otra disposición sería mero sentimentalismo.
Puede que bosques, fronteras y pobres nada tengan que ver con el evangelio de nuestra eucaristía. Puede que consigamos amar a Cristo sin amar su cuerpo que son los pobres. Puede que consigamos comulgar con Cristo y subvencionar a quienes añaden sufrimientos atroces a su pasión. Si así fuese, si nuestra misa nada tiene que ver con los caminos de los pobres, mucho me temo que tampoco tenga algo que ver con el camino que es Cristo Jesús.
Jesús unió inseparablemente el amor de Dios y al prójimo en un solo mandamiento.
Y el modo de comprobar que amamos a Dios como único Dios, por encima de todas las cosas es el amor al prójimo. No es posible amar a Dios… si nos desentendemos de los que él ama más: de cada hijo/hermano sin exclusión. El amor, los demás, y el mundo creado son temas principales para revisar nuestra conciencia y crecer, procurando concretar: ¿A quién, cómo y cuándo debo expresar mejor mi amor (y mi escucha)?
En este contexto se entiende mejor que el Papa desee una Iglesia de la escucha, a la escucha: «El tiempo de Sínodo en el que estamos nos ofrece una oportunidad para ser Iglesia de la escucha, para tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos a escuchar. Escuchar el Espíritu en la adoración y la oración… Escuchar a los hermanos acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales».
Escuchar es el camino para poder amar: escuchar sin estar pensando lo que vamos a responder, escuchar sin hacer juicios, escuchar con atención las palabras, los gestos, los sentimientos, la situación vital. Escuchar dejando que me afecte lo que escucho, que me toque por dentro. Escuchar para discernir. Escuchar para acompañar y caminar juntos (=Sínodo) Escuchar, como María, guardando la Palabra y las palabras en el corazón. Escuchar comprendiendo y amando.
Termino con estas palabras del Papa Francisco: «Escucha también la melodía de Dios en tu vida, y no limitarte a abrir los oídos, sino abrir el corazón. Y es que, quien canta con el corazón abierto toca el misterio de Dios, incluso sin darse cuenta. Un misterio que es, en definitiva, el amor que despliega su maravilloso, pleno y único sonido en Jesucristo«.
Que el Señor nos afine el oído y nos dirija para interpretar y cantar juntos la partitura del Amor.
«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»
Rev. D. Ramón CLAVERÍA Adiego(Embún, Huesca, España)

Hoy, está muy de moda hablar del amor a los hermanos, de justicia cristiana, etc. Pero apenas se habla del amor a Dios.
Por eso tenemos que fijarnos en esa respuesta que Jesús da al letrado, quien, con la mejor intención del mundo le dice: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,29), lo cual no era de extrañar, pues entre tantas leyes y normas, los judíos buscaban establecer un principio que unificara todas las formulaciones de la voluntad de Dios.
Jesús responde con una sencilla oración que, aún hoy, los judíos recitan varias veces al día, y llevan escrita encima: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,29-30). Es decir, Jesús nos recuerda que, en primer lugar, hay que proclamar la primacía del amor a Dios como tarea fundamental del hombre; y esto es lógico y justo, porque Dios nos ha amado primero.
Sin embargo, Jesús no se contenta con recordarnos este mandamiento primordial y básico, sino que añade también que hay que amar al prójimo como a uno mismo. Y es que, como dice el Papa Benedicto XVI, «amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero».
Pero un aspecto que no se comenta es que Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco; de lo que hemos de deducir, que nos manda también que nos amemos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él.
Si tenemos, pues, como regla de vida el doble mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, Jesús nos dirá: «No estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Y si vivimos este ideal, haremos de la tierra un ensayo general del cielo.