Evangelio de hoy martes, 2 de noviembre de 2021

Y ORACIÓN PARA LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Conmemoración de todos los Fieles Difuntos


«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): 

Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

evangeli.net

Para muchas personas, el mes de noviembre, y no sólo el día de hoy, es un tiempo dedicado a la conmemoración de todos los fieles difuntos. En el hemisferio norte estamos en el corazón del otoño. La naturaleza vive su propia muerte. Todo (la luz solar, las hojas de los árboles) va muriendo lentamente. Podríamos decir que el otoño es una metáfora de ese morir lento que nos acompaña a todos. Desde que nacemos estamos ya listos para morir.

Cada año, cuando llega esta fecha, se abre otra vez el arcón de los recuerdos. De él sacamos los rostros y los nombres de todos aquellos seres humanos que han estado vinculados a nosotros. Algunas personas viven este momento con gran tristeza. Si pudieran, evitarían toda conmemoración. No pueden soportar el recuerdo o el dolor de la separación. Otras, por el contrario, superada la fase de desgarro, viven estos momentos con mucha serenidad, como un ejercicio de comunión espiritual con los que han desaparecido físicamente pero «viven en el Señor».

Más allá de nuestra manera personal de evocar a los seres queridos que ya han muerto, ¿cuál es el sentido cristiano de este día? ¿Qué luz nos viene de la Palabra de Dios? Creo que podríamos vivirlo como un día de acción de gracias y de petición.

Damos gracias a Dios por los hombres y mujeres que ha puesto en nuestro camino y que nos han ayudado a ser lo que somos. Cada persona muerta es un germen de vida. Con el paso del tiempo tomamos conciencia de lo que tal vez no comprendimos cuando se estaba produciendo: tantos detalles de amor, de cercanía. La gratitud es el fruto maduro de la gracia. Al mismo tiempo, le pedimos a Dios por nuestros hermanos y hermanas. ¿Qué podemos pedir? En este terreno, tan propicio a las elucubraciones o a las opiniones personales, yo siempre he preferido dejarme guiar por la liturgia. Me parece que la súplica más simple y profunda es pedirle a Dios que «así como (nuestros hermanos y hermanas) han compartido ya la muerte de Cristo, compartan también con él la gloria de la resurrección». Le pedimos que se haga realidad en ellos el sueño de Dios, que Él, por tanto, purifique, perdone, complete las existencias de nuestros seres queridos y de todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección.

Me conmueven las palabras de Jesús en el evangelio de Juan: «Voy a prepararos un lugar». No es que nosotros tengamos que asegurarnos nuestro «retiro celestial» a base de cotizar a un extraño sistema de «seguridad social celeste». Para cada ser humano Jesús ha preparado un lugar junto a Dios. La muerte no es, por tanto, el ocaso de la vida, sino la puerta de acceso al encuentro definitivo con Dios, a la vida plena.

Por: ciudadredonda.org

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino»

Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del cristiano: la muerte y resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria del Buen Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección. Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos.

Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.

Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal».

ORACIÓN PARA LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Dios omnipotente, Padre de bondad y de misericordia, apiadaos de las benditas almas del Purgatorio y ayudad a mis queridos padres y antepasados.

A cada invocación se contesta: ¡Jesús mío, misericordia!

Ayudad a mis hermanos y parientes.

Ayudad a todos mis bienhechores espirituales y temporales.

Ayudad a los que han sido mis amigos y súbditos.

Ayudad a cuantos debo amor y oración.

Ayudad a cuantos he perjudicado y dañado.

Ayudad a los que han faltado contra mí.

Ayudad a aquellos a quienes profesáis predilección.

Ayudad a los que están más próximos a la unión con Vos.

Ayudad a los que os desean más ardientemente.

Ayudad a los que sufren más.

Ayudad a los que están más lejos de su liberación.

Ayudad a los que menos auxilio reciben.

Ayudad a los que más méritos tienen por la Iglesia.

Ayudad a los que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres.

Ayudad a los poderosos, que ahora son como viles siervos.

Ayudad a los ciegos que ahora reconocen su ceguera.

Ayudad a los vanidosos que malgastaron su tiempo.

Ayudad a los pobres que no buscaron las riquezas divinas.

Ayudad a los tibios que muy poca oración han hecho.

Ayudad a los perezosos que han descuidado tantas obras buenas.

Ayudad a los de poca fe que descuidaron los santos Sacramentos.

Ayudad a los reincidentes que sólo por un milagro de la gracia se han salvado.

Ayudad a los padres que no vigilaron bien a sus hijos.

Ayudad a los superiores poco atentos a la salvación de sus súbditos.

Ayudad a los pobres hombres, que casi sólo se preocuparon del dinero y del placer.

Ayudad a los de espíritu mundano que no aprovecharon sus riquezas o talentos para el cielo.

Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordándose de su propia muerte.

Ayudad a los que no dispusieron a tiempo de su casa, estando completamente desprevenidos para el viaje más importante.

Ayudad a los que juzgaréis tanto más severamente, cuánto más les fue confiado.

Ayudad a los pontífices, reyes y príncipes.

Ayudad a los obispos y sus consejeros. Ayudad a mis maestros y pastores de almas.

Ayudad a los finados sacerdotes de esta diócesis.

Ayudad a los sacerdotes y religiosos de la Iglesia católica.

Ayudad a los defensores de la santa fe.

Ayudad a los caídos en los campos de batalla.

Ayudad a los sepultados en los mares.

Ayudad a los muertos repentinamente.

Ayudad a los fallecidos sin recibir los santos sacramentos.

V. Dadles, Señor, a todas las almas el descanso eterno.

R. Y haced lucir sobre ellas vuestra eterna luz.

V. Que en paz descansen.

R. Amén.

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