Evangelio de hoy lunes, 8 de noviembre de 2021

«Si peca contra ti siete veces al día (…), le perdonarás»

Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.

»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».

Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».

Cristo y niños de todo el mundo (Cristo con los niños)

POR: https://evangeli.net/evangelio

«Si peca contra ti siete veces al día (…), le perdonarás»

Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz (El Montanyà, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos habla de tres temas importantes. En primer lugar, de nuestra actitud ante los niños. Si en otras ocasiones se nos hizo el elogio de la infancia, en ésta se nos advierte del mal que se les puede ocasionar.

Escandalizar no es alborotar o extrañar, como a veces se entiende; la palabra griega usada por el evangelista fue “skandalon”, que significa objeto que hace tropezar o resbalar, una piedra en el camino o una piel de plátano, para entendernos. Al niño hay que tenerle mucho respeto, y ¡ay de aquél que de cualquier manera le inicie en el pecado! (cf. Lc 17,1). Jesús le anuncia un castigo tremendo y lo hace con una imagen muy elocuente. Todavía se ven en Tierra Santa piedras de molino antiguas; son una especie de grandes diávolos (se parecen también, en mayor tamaño, a los collares que se ponen en el cuello a los traumatizados).

Introducir la piedra en el escandalizador y echarlo al agua expresa un terrible castigo. Jesús utiliza un lenguaje casi de humor negro. ¡Pobres de nosotros si dañamos a los niños! ¡Pobres de nosotros si les iniciamos en el pecado! Y hay muchas formas de perjudicarlos: mentir, ambicionar, triunfar injustamente, dedicarse a menesteres que satisfarán su vanidad…

En segundo lugar, el perdón. Jesús nos pide que perdonemos tantas veces como sea necesario, y aún en el mismo día, si el otro está arrepentido, aunque nos escueza el alma: «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale» (Lc 17,3). El termómetro de la caridad es la capacidad de perdonar.

En tercer lugar, la fe: más que una riqueza del entendimiento (en sentido meramente humano), es un “estado de ánimo”, fruto de la experiencia de Dios, de poder obrar contando con su confianza. «La fe es el principio de la verdadera vida», dice san Ignacio de Antioquía. Quien actúa con fe logra cosas asombrosas, así lo expresa el Señor al decir: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido» (Lc 17,6).

Setenta veces siete! | Hospitalidad

https://www.ciudadredonda.org/

El gran escándalo se produce cuando un cristiano no es capaz de perdonar. Eso es que no cree lo suficiente. El perdón es el centro de la vida cristiana. Sin duda, es su origen. En Jesús Dios nos acoge a todos sin medida. Jesús es la imagen viva del Dios que cura y sana, del Dios que crea y recrea. Dios tiene el poder de crear la vida y lo usa con nosotros.

No deja de ser curioso que hay un punto en el que el hombre se ha igualado a Dios. Hoy tenemos la capacidad de destruir la vida en el planeta. De un golpe lo podemos hacer con la energía nuclear que está convertida en bombas en miles de cabezas nucleares de misiles repartidos entre unos cuantos países. Y más lentamente lo estamos haciendo entre todos con la contaminación de este planeta en el que vivimos. Nos hemos igualado a Dios en la capacidad de destrucción de la vida (curiosamente es un poder que nuestro “todopoderoso” Dios no ha utilizado nunca, quizá porque ama demasiado a su creación).

Pero no nos hemos igualado a él en su capacidad para crear y recrear la vida. Algo nos acercamos con la medicina. Pero un poco sólo. Algo también nos podemos acercar con el perdón. Cuando perdonamos, damos una nueva oportunidad a la persona perdonada –sea otra persona o nosotros mismos–. En realidad, la recreamos, le ayudamos a salir del laberinto que supone la culpa y el pecado. La ofensa es siempre y sobre todo una ofensa y una condena a nosotros mismos. El daño se lo hace más el ofensor a sí mismo que al ofendido. El ofensor hiere sobre todo su propia dignidad. El ofendido mantiene incólume su dignidad por más que física o psicológica o espiritualmente haya sido herido. El que necesita curarse es más el ofensor que el ofendido.

El perdón cura y sana. El perdón recrea la vida. El que perdona cree en la vida y por eso abre caminos al herido, al que se ha autolesionado con su forma de actuar. Aquí es donde se une crear y creer. Sólo puede crear el que cree. Dios nos crea porque cree en nosotros. Cree que valemos la pena a pesar de nuestra fragilidad. “Tanto amó Dios al mundo que mandó a su hijo para salvarnos…”

Para perdonar tenemos que creer que el que nos ha ofendido es también hijo de Dios. Y si creemos eso, podremos hacer algo mucho más importante que hacer que una planta se arroje a sí misma en el mar. Podremos recrear la vida en el ofensor, en el herido, podremos curarle y darle una nueva oportunidad. Basta con perdonar.

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