Evangelio de hoy viernes, 3 de diciembre de 2021

«Jesús les dice: ‘¿Creéis que puedo hacer eso?’. Dícenle: ‘Sí, Señor’»

Texto del Evangelio (Mt 9,27-31): 

Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

Lectio Divina: 6 de diciembre de 2019 – Iglesia en Aragon

Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)

Hoy, en este primer viernes de Adviento, el Evangelio nos presenta tres personajes: Jesús en el centro de la escena, y dos ciegos que se le acercan llenos de fe y con el corazón esperanzado. Habían oído hablar de Él, de su ternura para con los enfermos y de su poder. Estos trazos le identificaban como el Mesías. ¿Quién mejor que Él podría hacerse cargo de su desgracia?

Los dos ciegos hacen piña y, en comunidad, se dirigen ambos hacia Jesús. Al unísono realizan una plegaria de petición al Enviado de Dios, al Mesías, a quien nombran con el título de “Hijo de David”. Quieren, con su plegaria, provocar la compasión de Jesús: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9,27).

Jesús interpela su fe: «¿Creéis que puedo hacer eso?» (Mt 9,28). Si ellos se han acercado al Enviado de Dios es precisamente porque creen en Él. A una sola voz hacen una bella profesión de fe, respondiendo: «Sí, Señor» (Ibidem). Y Jesús concede la vista a aquellos que ya veían por la fe. En efecto, creer es ver con los ojos de nuestro interior.

Este tiempo de Adviento es el adecuado, también para nosotros, para buscar a Jesús con un gran deseo, como los dos ciegos, haciendo comunidad, haciendo Iglesia. Con la Iglesia proclamamos en el Espíritu Santo: «Ven, Señor Jesús» (cf. Ap 22,17-20). Jesús viene con su poder de abrir completamente los ojos de nuestro corazón, y hacer que veamos, que creamos. El Adviento es un tiempo fuerte de oración: tiempo para hacer plegaria de petición, y sobre todo, oración de profesión de fe. Tiempo de ver y de creer.

Recordemos las palabras del Principito: «Lo esencial sólo se ve con el corazón».

Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando, te buscaré; buscando, te desearé; amando, te hallaré y hallándote, te amaré»

(San Anselmo)

«Jesús mismo, cuando enseñaba a rezar, decía que se hiciera como un amigo inoportuno. Rezar es un poco como molestar a Dios para que nos escuche. Es atraer los ojos, atraer el corazón de Dios hacia nosotros»

(Francisco)

«La petición apremiante de los ciegos: ‘¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!’ (Mt 9,27) o ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’ (Mc 10,48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: ‘¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!’. Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: ‘Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!’»

(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.616)
Evangelio del día: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” - Mi vida  en Xto
Ciudad Redonda

El encuentro de Jesús con los dos ciegos del Evangelio de hoy puede traernos un poco de luz para vivir este tiempo de Adviento. Parece ser que no fue un encuentro fácil y cómodo. Jesús estaba caminando y se dirigía a una casa, no sabemos a qué distancia, pero sí sabemos que durante el camino los dos ciegos le seguían y le gritaban: “¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!”. No se dejaban intimidar por su ceguera, seguían a tientas al que es la Luz del mundo y le suplicaban su compasión. Jesús no les hizo caso, pero ellos seguían insistiendo e incluso se acercaron a la casa a la que habían ingresado.

Una vez junto a Él, no fueron curados de inmediato, sino que Jesús les confrontó de forma directa y les interrogó acerca de su fe. Ellos no se intimidaron, respondieron que sí creían en la acción salvadora de Jesús y que se abandonaban en sus manos para ser curados. Recién en ese momento, Jesús tocó sus ojos, sus vidas,  y quedaron abiertos a una mirada nueva.

El Adviento es un tiempo de camino para encontrarnos con Jesús, la Luz del mundo. En algunos momentos de nuestra vida podemos sentir, como los ciegos del evangelio, que Jesús no nos hace caso, que no percibimos su cercanía como nos gustaría y que nuestras cegueras y oscuridades nos llenan de dudas y temores. Como los ciegos, no debemos detenernos, ni dejarnos intimidar; hay que seguir caminando con esperanza, insistiendo a tientas, gritando, anhelando la proximidad y la compasión de Jesús.

En otras ocasiones quisiéramos ver acciones milagrosas inmediatas que nos garanticen el poderío del Hijo de David, que nos eviten las incomodidades que trae consigo el vivir la fe como continuo proceso de encuentro y conversión. Como los ciegos debemos escuchar las preguntas que nos confrontan con nuestra verdad profunda y nos hacen caer en la cuenta en dónde están puestas nuestras falsas seguridades. Y cuando, menos lo esperemos, descubriremos que Él está a nuestro lado tocando con su cercanía amorosa nuestros ojos y curando nuestras cegueras. La luz de la fe nos abre a una mirada más serena, lúcida y confiada de nosotros mismos y de la realidad; entonces, volvemos a los caminos de la vida para dar testimonio de la Luz del mundo. 

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