Conmemoración de Santo Tomás Becket, obispo y mártir
Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Jn 3, 16

Texto del Evangelio (Lc 2,22-35):
Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Después que los magos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al Niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
Palabra del Señor R. Gloria a ti Señor Jesús.
Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen».
Por: MCA Paraguay
MEDITACIÓN
“Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.”
“EL CAMINO QUE DIOS ELIGE PARA MOSTRARSE A NOSOTROS ES LA CARNE HUMANA, LA FAMILIA Y EN UNA SITUACIÓN DE HUMILDAD.”
Después de 40 días del nacimiento de un hijo, la mamá tenía que hacer el rito de la purificación,
según el mandamiento de la Ley (cf. Lev 12,1-8), aunque Lucas habla de la purificación no de María, sino de ellos. Así se relaciona con la profecía de Malaquías 3,1-3, donde menciona que el Señor vendrá a su Templo y purificará a los sacerdotes. Al entrar Jesús al Templo, quedan purificados el templo y todos los sacrificios, porque Él es Dios, morada entre los seres humanos. Luego hacia el fin de su ministerio volverá a entrar al Templo y lo purificará cuando expulsa a los vendedores y violaron la casa de oración (cf. Lc 19,45-46).José y María, cumpliendo con la ley de Moisés, se dirigen al templo a consagrar a su primogénito, porque pertenece a la dimensión sagrada. Además, el número 40 es simbólico en el mundo bíblico, significando el preludio de los grandes acontecimientos de salvación. Lo que nos indica que luego vendrán experiencias maravillas provenientes del Señor.
Lo que más se resalta en el Evangelio de hoy esque la Ley y los Profetas se cumplen en Jesús. María y José llevan al Niño Jesús al templo para cumplir lo que manda la ley de Moisés (mostrando que son cumplidores de la Ley de Dios). Aunque sabían que el Niño era el Mesías, el Salvador y Señor, no se sintieron dispensados de la responsabilidad de llegar a cumplir la voluntad de Dios que se manifiesta en su Ley para todo israelita. Además, pasan por las dificultades propias de cualquier familia de esa época, e inclusive, a consecuencia del Niño, llegarán a ser perseguidos y tendrán mayores dificultades que las demás familias.
El anciano Simeón representa a los profetas de Israel, que esperan el consuelo de Israel, esto es,
su redención. Este cántico de Simeón es el canto de despedida de todos los profetas de Israel, que dan por cumplida su tarea y pueden retirarse a descansar en paz, porque ha llegado la salvación que ellos anunciaron. La alabanza del anciano Simeón, por ver al Mesías frente suyo y en sus brazos, nos genera agradecer a Dios por todos los consagrados del mundo entero a lo largo de la historia. ¡Cuánto amor donado en tantos hermanos necesitados y cuánto servicio compartido en diversos ambientes y culturas! Es la presencia del Mesías, nuestro Salvador quien sigue llamando a la vida y a la fe a reconocerlo y alabarlo por su Presencia y Amor incondicional con la vida humana. Es la mirada de fe del creyente que ve en lo que acontece lo que tanto esperaba, en guaraní diría: “ahechapáma ahechava´erä, ikatúntema amano”, lo que se traduce en castellano: pude ver lo que tanto anhelaba, ahora ya puedo morir en paz.
María llevará en su corazón lo que le anuncia el anciano, y que acompañará a su Hijo, con todo el amor, pero sabiendo que una espada atravesará su corazón, pues el amor llega a ser tan
especialmente cuando duele en la donación total. ¡Qué privilegio ser la Madre del Salvador! Pero también, ¡cuánto dolor implica ese privilegio! Dios escoge una familia para manifestarse, es el camino por donde pasa para mostrarse al mundo, desde lo más pequeño del ser humano, desde un bebé. Así como cualquier ser humano, que al nacer depende totalmente de su papá y su mamá, también Jesús se hace carne, se hace bebé, y se deja acompañar. Nace en un pueblito pequeño, Nazaret, en un establo, pobre y necesitado, mostrándonos que el camino que Dios elige para mostrarse a nosotros es la carne humana, la familia y en una situación de humildad.