Conmemoración de San Silvestre I, papa
Is 9, 1. 5
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; la soberanía reposa sobre sus hombros, y su nombre será Consejero admirable.

Texto del Evangelio (Jn 1,1-18):

“NADIE HA VISTO JAMÁS A DIOS; EL QUE LO HA REVELADO ES EL DIOS HIJO ÚNICO, QUE ESTÁ EN EL SENO DEL PADRE.”
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por Él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de Él y clama: «Éste era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado.
Palabra del Señor R. Gloria a ti Señor Jesús.

MEDITACIÓN
“ES DIOS MISMO, QUIEN VIENE A HABITAR ENTRE NOSOTROS, REVELÁNDONOS TODA SU DIVINIDAD.”
Hoy se proclama el prólogo del Evangelio según san Juan, una síntesis del misterio de la Navidad, porque el Niño es la revelación de Dios, la plena verdad de Dios y del ser humano; nos ayudará a entender quién es el que nace y quiénes somos realmente nosotros. Es fuente de contemplación, de la fe, de la esperanza y del amor. El Verbo encarnado brilla por ser misterio de amor, porque sólo el amor reduce las distancias que por el rencor u odio nos separan. El Padre nos habla por medio de Su Palabra, así nos dice todo lo que nos quiso decir a través del Verbo encarnado. San Juan de la Cruz decía:
«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra… Porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado a Él todo, dándonos el todo, que es su Hijo»
(Subida del Monte Carmelo, II, 22).
Lo más fascinante es que esta palabra o Verbo Eterno del Padre, se ha hecho carne, se hace hombre, se hace Niño en Jesús. Se hace pequeño para mostrarnos el camino a seguir. Dios siempre habló y lo sigue haciendo, ciertamente en Jesús nos lo dice todo:
«Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo»
(Heb 1,1-2).
Otra cosa que nos dice que es la Vida, la Luz de los hombres; sobre todo, es el Amor que es la Luz de la Vida. Porque sólo el amor de Dios da y dará sentido a la vida y así está iluminando, da luz, porque es la Luz. “Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Dice carne, escandalizando los oídos de los judíos, porque no pueden concebir que la Palabra de Dios se haya presentado asumiendo lo débil y corruptible. Es la Palabra que estuvo y está en el proceso gradual de la manifestación de la Revelación, presente en la Creación, en la Ley y los Profetas, y la Palabra no sólo se hace hombre, sino que se hace carne, débil, frágil.
Ahí está la grandeza, pues en la fragilidad humana, en su debilidad manifiesta y revela su divinidad. Lo que se pretende con la obra de la Palabra de Dios es hacernos hijos de Dios. Se puede ir adquiriendo ser hijos de Dios, indicando que es un proceso, comenzando con un acto de fe, pero que permanece siendo un don del Padre para siempre para nosotros. Navidad es el misterio maravilloso de Dios que se hace carne, se hace débil, se hace humano a lo largo del misterio de Jesús quien derramó su Sangre por la salvación de los hombres en la Cruz. Dios viene a habitar entre nosotros, viene por nosotros y a quedarse con nosotros.
Es Dios mismo, quien viene a habitar entre nosotros, revelándonos toda su divinidad que no se ha quedado oculta, sino brillando para todos, para sacarnos de la oscuridad de la falta de fe, de la incredulidad y del egoísmo que no nos dejan dar testimonio para reflejar esa luz. Así lo hizo Juan, dio testimonio de esa Luz. Por ello, esta gran manifestación de Dios es para proclamarla y testimoniarla donde vayamos y nos encontremos. ¿Dónde debe nacer el niño? En cada corazón, en cada hogar, en cada comunidad, en cada pueblo, en cada país y en el mundo entero. Cristo ha nacido, el Dios con nosotros comparte nuestra naturaleza humana.
Hoy la Iglesia canta la gloria de Dios, su inmenso amor, tan gran misterio, maravilla de la obra de Dios. Rebasa nuestro entendimiento que Dios y Creador nuestro se hace carne, para salvarnos y darnos su paz. Por tanto, no decide salvarnos desde fuera, sino desde dentro mismo de la naturaleza humana. Dar gloria a Dios es recibirlo, aceptarlo, llenarse de su paz traducida en obras y comunicarla a nuestros hermanos.
La Navidad es la epifanía, la manifestación de la gloria de Dios con esplendor, así cantan los ángeles en este día. El Niño Jesús nos da a conocer la esencia de Dios, quien viene a nosotros asumiendo nuestra condición y fragilidad humana, sin el poder de un rey o una persona influyente o millonaria. Dios es Amor y la gloria de Dios es su amor. Por su amor fuimos creados y nacemos a su vida en el Bautismo. San Ireneo decía:
“La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.
Jesús nos muestra en plenitud la visión de Dios, al encarnarse en María, nacer pobre en Belén, y compartir quién es Dios y qué significa ser plenamente humano. Toda nuestra fraternidad, bondad y entrega, dan gloria a Dios. Cuando vivimos el amor, cuando oramos, cuando perdonamos y somos compasivos, damos gloria a Dios.
SANTORAL LITÚRGICO

