1 DE ENERO SOLEMNIDAD DE Santa María, Madre de Dios

“Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades”.

(Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66)
Paraguay Tierra de María

Introducción:

Cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, esta, movida por el Espíritu Santo le llamó «Madre de mi Señor». El Señor a quien se refiere no puede ser otro sino Dios. (Cf. Lucas 1, 39-45).

La verdad de que María es Madre de Dios es parte de la fe de todos los cristianos ortodoxos (de doctrina recta). Fue proclamada dogmáticamente en el Concilio de Éfeso, en el año 431 y es el primer dogma Mariano. (catholic.net)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

(https://www.aciprensa.com/recursos/solemnidad-de-santa- maria-madre-de-dios-1904)

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.

La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.

Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.

De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.

El Concilio de Éfeso

En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad… Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.

Madre del Niño Dios

“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”

Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.

La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.

Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor

Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.

ORACIONES

Señal de la Cruz

+ Por la Señal de la Santa Cruz, + de nuestros enemigos, + líbranos Señor Dios nuestro.

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.

Peticiones del día:

T: A cada intención vamos a repetir: “Por María, madre tuya y madre nuestra, escúchanos, Señor”.

  • Por la paz de todos los pueblos del mundo entero, para busquemos la paz a tiempo y destiempo en toda su expresión, asumiendo en su amplitud el shalom de Cristo. Oremos T: Por María, madre tuya y madre nuestra, escúchanos, Señor.
  • Por la Santa Iglesia, para que anuncie la paz que viene de Dios, con el testimonio de sus pastores. Oremos T: Por María, madre tuya y madre nuestra, escúchanos, Señor.
  • Por todos nuestros hermanos que padecen los embates del mal: la enfermedad, el desempleo, la división en el corazón, para que encuentren alivio y esperanza en la visita diaria de María. Oremos T: Por María, madre tuya y madre nuestra, escúchanos, Señor.
  • Por todas las madres, en especial por aquellas que son modelo de perseverancia ante las adversidades y de amor hacia sus hijos, para que al igual de María, sean instrumentos de perseverancia y entrega al servicio de los demás.

  • Oremos T: Por María, madre tuya y madre nuestra, escúchanos, Señor.
  • Por nuestras comunidades de fe, para que al contemplar las virtudes de la Virgen María, sean asistidas por su oración y enfrenten los desafíos de construir una Iglesia donde se siembre la semilla de la nueva evangelización.
  • Oremos T: Por María, madre tuya y madre nuestra, escúchanos, Señor.

Acto de contrición

Dios mío y Señor mío, postrado delante de tu Majestad Soberana, con todo mi ser, con toda mi alma y todo mi corazón te pido perdón por mis culpas. A Ti te amo sobre todas las cosas y te confieso mi suma ingratitud y todas mis culpas y pecados, de todo lo cual me arrepiento y te pido me concedas benignamente el perdón. Pésame, Dios mío, de haberte ofendido, por ser Vos quien sos. Propongo firmemente, ayudado con tu divina gracia, nunca más pecar, apartarme de las ocasiones de ofenderte, confesarme, satisfacer por mis culpas y procurar en todo servirte y agradarte. Perdóname, Señor, para que con alma limpia y pura alabe a la santísima Virgen, Madre vuestra y Señora mía, y alcance por su poderosa intercesión la gracia especial que en este Novena pido, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra, y provecho de mi alma. Amén.

Consagración personal para todos los días (de la Consagración personal al Corazón de Jesús).

(https://amaralamor.com/wp- content/uploads/2018/06/Consagracion-personal-al-corazon- de-jesus.pdf)

¡Sacratísima Reina de los cielos y Madre mía amabilísima! Yo (N. N.), aunque lleno de miserias y ruindades, alentado sin embargo con la

invitación benigna del Corazón de Jesús, deseo consagrarme a Él; pero conociendo bien mi indignidad e inconstancia, no quisiera ofrecer nada sino por tus maternales manos, y confiando a tus cuidados, el hacerme cumplir bien todas mis resoluciones.

Corazón dulcísimo de Jesús, Rey de bondad y amor, gustoso y agradecido acepto con toda la decisión de mi alma ese suavísimo pacto de cuidar Tú de mí y yo de Ti, aunque demasiado sabes que vas a salir perdiendo. Lo mío quiero que sea tuyo; todo lo pongo en tus manos bondadosas: mi alma, salvación eterna, libertad, progreso interior, miserias; mi cuerpo, vida y salud, todo lo poquito bueno que yo haga o por mí ofrecieren otros en vida o después de muerto, por si algo puede servirte; mi familia, haberes, negocios, ocupaciones, etc., para que, si bien deseo hacer en cada una de estas cosas cuanto en mi mano estuviere, sin embargo, seas Tú el Rey que haga y deshaga a su gusto, pues yo estaré muy conforme, aunque me cueste, con lo que disponga siempre ese Corazón amante que busca en todo mi bien.

Quiero en cambio, Corazón amabilísimo, que la vida que me reste no sea una vida baldía; quiero hacer algo, más bien quisiera hacer mucho, porque reines en el mundo, quiero con oración larga o jaculatorias breves, con las acciones del día, con mis penas aceptadas, con mis vencimientos chicos, y en fin, con la propaganda, no estar, a ser posible, un momento sin hacer algo por Ti. Haz que todo lleve el sello de tu reinado divino y de tu reparación hasta mi postrer aliento, que, ¡ojalá! sea el broche de oro, el acto de caridad que cierre toda una vida de apóstol fervorosísimo.

Amén.

Oraciones de consagración para cada día por Saint Louis María Grignon de Montfort (https://www.motherteresa.org/espanol/may-2.html)

En presencia de toda la corte celestial, te elijo este día como mi Madre y Señora. Te entrego y consagro como tu esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes tanto interiores como exteriores, y hasta el valor de todas mis buenas acciones, pasadas, presentes y futuras; dejándote todo y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, según tu beneplácito, para la mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad.

Recibe, oh Virgen de gracia, esta pequeña ofrenda de mi esclavitud, en honor y en unión a aquella sujeción que la Sabiduría eterna se dignó tener en tu Maternidad, en homenaje al poder que ambos tienen sobre este pequeño gusano y miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con que la Santísima Trinidad te ha favorecido. Protesto que deseo, de ahora en adelante, como tu verdadero esclavo, buscar tu honor y obedecerte en todas las cosas. Amén

Lectura bíblica

D: + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (2,16-21)

(Los pastores) Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño recién nacido acostado en el pesebre. Cuando vieron esto, les contaron lo que les habían dicho sobre el niño. Y todos los que oyeron lo que decían los pastores quedaron asombrados. María, por su parte, conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, tal como se les había dicho. Ocho días después, cuando llegó el tiempo de circuncidar al niño, le

pusieron el nombre de Jesús, nombre que le había dado el ángel antes de que fuera concebido.

Palabra del Señor. T: Gloria a Ti, Señor Jesús.

Reflexión

L: La liturgia del año nuevo, al octavo día de nacer Jesús, es la fiesta mariana más antigua en la Iglesia. Iniciamos este año, si bien dedicado a san José, nosotros también dedicaremos a la Virgen del Camino, para que camine con cada uno de nosotros. La Iglesia considera a la Virgen María como un personaje central en la historia de la salvación y le dedica este día para que nunca olvidemos su colaboración y su entrega a Dios. También celebramos la jornada mundial de la paz. En este mundo lleno de tantas divisiones y guerras, conflictos y oposiciones, oremos por la paz del mundo. Y estamos iniciando un nuevo año en nuestra vida, entre gozos y esperanzas, angustias y tristezas, con tantos anhelos y temores, enfrentamos este regalo de Dios de 2021.

La Iglesia narra el nacimiento de Jesús para celebrar a María como madre de Dios. Los pastores profundizan y comparten la Buena Nueva. María escucha, aprende, se asombra y conserva sus palabras en su corazón, convirtiéndolas en fuente inagotable de meditación, oración, gozo y fidelidad. María es modelo de la Iglesia, que acoge a Cristo con la fe y lo lleva en sí. Lo maravilloso es que en Jesús se cumplen la Ley y los Profetas, todo lo que se anunció antiguamente se cumple en plenitud en Jesús, el Niño Mesías.

A María hay que contemplarla dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia. Ella es la madre del Salvador, que vivió de manera sin igual el misterio de la encarnación, por eso, conservaba los recuerdos y meditaba en su corazón. Meditaba por ser elegida por Dios para ser madre del Salvador, la gran alegría de la llegada del Mesías, el canto de gloria de los pastores y, sobre todo, la sencillez en el ambiente en que nació Jesús.

María, por ser Madre del Salvador, la Iglesia la reconoce como “mediadora” de la salvación, ya que Jesucristo es el único “Mediador” entre nosotros, el Padre y el Espíritu Santo. Porque la maternidad de María colabora en la vida de Jesús, y nosotros somos miembros del cuerpo místico, el Papa Pablo VI la proclamó “Madre de la Iglesia”. Esta maternidad de María y su rol de mediadora se van actualizando cada día en la Iglesia, y se da cuando por acción del Espíritu Santo los cristianos hacemos presente a Jesús en el mundo. María ocupa un lugar importante en la liturgia de la Iglesia. Siempre la recordamos como Madre de Dios en la misa, en el Credo, en las plegarias eucarísticas, etc. Podemos encontrar en nuestro país, que es muy mariano, imágenes de varias advocaciones por las casas de familia. Ocupa un lugar importantísimo en nuestra fe y es siempre modelo de vida para los creyentes.

En este primer día del año recibimos la bendición de Dios para enfrentar lo que se viene, situaciones fáciles o complicadas. Dios nos (ben dice) dice cosas buenas, nos dice el bien, pero como en Dios la palabra y la acción van juntas, su expresión se convierte en realidad, si nos dice shalom, la paz llega a nuestra realidad. Si ponemos nuestra confianza en Dios podremos caminar seguros siguiendo a Jesús, quien nos trae el amor, la justicia y la paz. Somos personas llamadas a promover la paz, en nuestra forma de vivir y comprender el mundo. Implica un compromiso por luchar para que las relaciones entre las personas, las familias, los pueblos y las naciones se desarrollen en paz, sin violencia alguna que daña la vida de los seres humanos en el mundo.

Sabemos que la venganza engendra venganza, y la violencia engendra violencia. Por tanto, es oportuno promover el perdón, la misericordia, así como Dios tiene piedad y misericordia con nosotros y con el mundo entero. Si obramos aplastando a los demás, con soberbia, orgullo y haciendo sentir la autoridad o el poder que se nos pidió ejercer, no obramos como Dios quiere, sino para que los demás nos aplaudan a costa de aplastar al hermano. Toda agresión, no podrá generar paz, sino que desencadenará una espiral de violencia que será difícil de detener. En esta jornada mundial de la paz, nuestro amor y devoción a la Madre de Dios son apoyos seguros para lograr el objetivo de agradar siempre a Dios.

D: Perdón Señor porque muchas veces no recurrimos adecuadamente a tu Madre, y Madre nuestra, la Virgen María; y por no favorecer como nos pides la paz a través del perdón. Ayúdanos a maravillarnos del misterio del nacimiento del Niño en nuestra carne humana y por decidir permanecer en y entre nosotros. Gracias por mostrarnos que con la sencillez y la humildad es posible, porque no hay malicia alguna en el corazón, contemplar profundamente el misterio de Tu Presencia en el mundo, sobre todo en los pobres de la tierra. Amén.

La consagración de nosotros mismos a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, por medio de María. (de la Preparación para la Consagración Total según Saint Louis María Grignon de Montfort)

¡Oh Sabiduría Eterna y Encarnada! ¡Oh Jesús más dulce y adorable! ¡Verdadero Dios y Verdadero Hombre, Hijo único del Padre Eterno, y de María siempre Virgen! Yo Te adoro profundamente en el seno y la gloria de tu Padre durante la eternidad; y también te adoro en el seno virginal de María, tu Madre más digna, en el tiempo de tu Encarnación.

Te doy gracias porque te has aniquilado a ti mismo tomando la forma de un esclavo para rescatarme de la esclavitud cruel del diablo. Te alabo y glorifico a Ti, que te has complacido en someterte a María, a tu santa Madre, en todas las cosas, para hacerme tu esclavo fiel a través de ella. ¡Pero Ay! Ingrato e infiel como he sido, no he cumplido las promesas que tan solemnemente hice contigo en mi bautismo; No he cumplido con mis obligaciones; No merezco ser llamado tu hijo ni tu esclavo; y como no hay nada en mí que no merezca Tu ira y Tu repulsa, no me atrevo a venir solo ante Tu Santísima y Augusta Majestad. Es por esta razón que recurro a la Intercesión de tu Santísima Madre, a quien me diste para una Mediadora contigo. Es a través de ella que espero obtener de ti la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la preservación de la sabiduría. Te saludo, entonces, oh inmaculada María, tabernáculo viviente de la Divinidad, donde la Sabiduría Eterna quiso ser escondida y adorada por los Ángeles y por los hombres. Te saludo, oh Reina del cielo y de la tierra, a cuyo imperio todo está sujeto, que está bajo Dios.

Te saludo, oh refugio seguro de los pecadores, cuya misericordia no le falla a nadie. Escucha los deseos que tengo de la Divina Sabiduría; y para ese fin, reciba los votos y las ofrendas que mi humildad le presenta.

Yo N. [Nombre], un pecador infiel, renueva y ratifica hoy en tus manos los votos de mi bautismo; Renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y obras; y me entrego enteramente a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, para llevar mi cruz después de Él todos los días de mi vida, y para ser más fiel a Él de lo que nunca he sido antes.

En presencia de toda la corte celestial, este día te elijo como mi Madre y mi Señora. Te entrego y consagro a ti como Tu esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes, interiores y exteriores, e incluso el valor de todas mis buenas acciones, pasado presente y futuro; Dejándote todo el derecho y el pleno derecho de disponer de mí, y de todo lo que me pertenece, sin excepción, de acuerdo con tu gran placer para la mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad.

Reciba, oh gentil Virgen, esta pequeña ofrenda de mi esclavitud, en honor y en unión con esa sujeción que la Sabiduría Eterna ha concedido a tu maternidad, en homenaje al poder que ambos tienen sobre este pequeño gusano y pecador miserable y en agradecimiento por los privilegios con los que la Santísima Trinidad te ha favorecido. Yo protesto, que desde entonces deseo, como tu verdadero esclavo, buscar tu honor y obedecerte en todas las cosas.

Madre admirable, preséntame a tu Hijo amado, como su eterno esclavo, para que así como él me ha redimido contigo, me pueda recibir contigo.

Oh Madre de misericordia, dame la gracia para obtener la verdadera Sabiduría de Dios, y para ese fin, ponme en el número de los que amas, a los que enseñas, de los que conduces y a quienes alimentaste y protegiste como tus hijos. y tus esclavos. Oh Virgen fiel, hazme en todo tan perfecto como discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría Encarnada, Jesucristo, tu Hijo, para que pueda alcanzar, por tu intercesión y por tu ejemplo, a la plenitud de Su edad en la tierra, y de su gloria en el cielo. Amén.

La oración de San Maximiliano Kolbe: PrayertotheImmaculata.

(https://www.motherteresa.org/may-2.html)

[Fuente: Oración de la consagración total de San Maximiliano Kolbe]

Oh Inmaculada, Reina del Cielo y de la Tierra, refugio del pecador y Madre más amorosa, Dios ha querido confiarte todo el orden de la misericordia, Yo, (nombre), pecador arrepentido, me coloco a tus pies, implorándote humildemente que me lleves con todo lo que soy y quedo totalmente para ti como tu posesión y propiedad. Por favor, haz de mí, de todos mis poderes del alma y del cuerpo, de toda mi vida, muerte y eternidad, lo que más te agrade. Si te complace, usa todo lo que soy y quedo sin reservas, completamente para lograr lo que se dijo de ti: «Ella aplastará tu cabeza» y «Sola tú has destruido todas las herejías del mundo».

Que yo sea un instrumento adecuado en tus manos inmaculadas y misericordiosas para introducir y aumentar tu gloria al máximo en todas las almas extraviadas e indiferentes, y ayudar así a extender lo más lejos posible el Bendito Reino del Sagrado Corazón de Jesús. Porque donde sea que ingreses, obtienes la gracia de la conversión y el crecimiento en la santidad, ya que es a través de tus manos que todas las gracias vienen a nosotros del más Sagrado Corazón de Jesús.

L: Permíteme alabarte, oh Virgen Sagrada.

T: Dame fuerzas contra tus enemigos.

Oración de San Juan Pablo II: Totalmente tuyo

(https://www.motherteresa.org/may-2.html)

Inmaculada Concepción, María, Madre mía.

Vive en mí. Actúa en mí. Habla en mí y a través de mí. Piensa, a través de mi mente. Ama, a través de mi corazón. Dame tus disposiciones y sentimientos.

Enséñame, condúceme y guíame a Jesús.

Corrige, ilumina y expande mis pensamientos y comportamiento. Posee mi alma. Toma el control de toda mi personalidad y mi vida. Reemplázalo contigo misma.

Inclíname a la constante adoración y acción de gracias.

Ora en mí y por mí.

Déjame vivir en ti y mantenerme en esta unión siempre. Amén Acto de Consagración

¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,

yo me entrego del todo a Ti y en prueba de mi afecto, con amor filial

te consagro en este día:

todo lo que soy, todo lo que tengo. Guarda y protege,

y también defiende a este hijo tuyo,

Amén.

Magníficat

(Lc 1, 46-55)

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Amén.

Bendita sea tu pureza

Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza.

A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma vida y corazón.

Mírame con compasión, no me dejes Madre mía. Amén.

Acordaos

Acordaos, ¡Oh piadosísima Virgen María!, que nunca se ha oído decir que cuantos han recurrido a tu protección implorado tu misericordia y pidiendo tu auxilio, hayan sido abandonados.

Animado con esta confianza, ¡Oh Virgen Madre de las Vírgenes! corro y vengo a ti y gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a tus pies.

¡Oh Madre del Verbo! no desatiendas mis oraciones; antes bien escúchalas favorablemente y dígnate acceder a ellas, Virgen gloriosa y bendita. Amén.

Bajo tu amparo

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras oraciones en las necesidades, más bien líbranos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita. Amén.

Gloria

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Letanías Lauretanas

D: Señor, ten misericordia de nosotros. T: Señor, ten misericordia de nosotros.

D: Cristo, ten misericordia de nosotros. T: Cristo, ten misericordia de nosotros.

D: Señor, ten misericordia de nosotros. T: Señor, ten misericordia de nosotros.

D: Cristo, óyenos.                                 T: Cristo, óyenos.

D: Cristo, escúchanos.                           T: Cristo, escúchanos.

D: Dios, Padre Celestial. T: Ten piedad y misericordia de nosotros.

D: Dios Hijo, Redentor del mundo. T: Ten piedad y misericordia de nosotros.

D: Dios Espíritu Santo. T: Ten piedad y misericordia de nosotros.

D: Trinidad Santa, un solo Dios. T: Ten piedad y misericordia de nosotros.

D: Santa María.                                       T: Ruega por nosotros.

D: Santa Madre de Dios.                         T: Ruega por nosotros.

D: Santa Virgen de las vírgenes.     T: Ruega por nosotros.

D: Madre de Cristo.             T: Ruega por nosotros.

D: Madre de la Iglesia.                 T: Ruega por nosotros.

D: Madre de la divina gracia.        T: Ruega por nosotros.

D: Madre purísima.                T: Ruega por nosotros.

D: Madre castísima.                                 T: Ruega por nosotros.

D: Madre virginal.                                    T: Ruega por nosotros.

D: Madre sin mancha.                              T: Ruega por nosotros.

D: Madre inmaculada.                              T: Ruega por nosotros.

D: Madre amable.                                    T: Ruega por nosotros.

D: Madre admirable.                              T: Ruega por nosotros.

D: Madre del Buen Consejo.                   T: Ruega por nosotros.

D: Madre del Creador.                            T: Ruega por nosotros.

D: Madre del Salvador.                           T: Ruega por nosotros.

D: Virgen prudentísima.                           T: Ruega por nosotros.

D: Virgen digna de veneración.                T: Ruega por nosotros.

D: Virgen digna de alabanza.         T: Ruega por nosotros.

D: Virgen poderosa.              T: Ruega por nosotros.

D: Virgen clemente.                                 T: Ruega por nosotros.

D: Virgen fiel.                                        T: Ruega por nosotros.

D: Espejo de justicia.                                T: Ruega por nosotros.

D: Trono de sabiduría.                              T: Ruega por nosotros.

D: Causa de nuestra alegría.                     T: Ruega por nosotros.

D: Vaso espiritual.                                    T: Ruega por nosotros.

D: Vaso digno de honor.                         T: Ruega por nosotros.

D: Vaso insigne de devoción.       T: Ruega por nosotros.

D: Rosa mística.                    T: Ruega por nosotros.

D: Torre de David.                                 T: Ruega por nosotros.

D: Torre de marfil.                                   T: Ruega por nosotros.

D: Casa de Oro.                                     T: Ruega por nosotros.

D: Arca de la Alianza.                             T: Ruega por nosotros.

D: Puerta del cielo.                                T: Ruega por nosotros.

D: Estrella de la mañana.                        T: Ruega por nosotros.

D: Salud de los enfermos.                        T: Ruega por nosotros.

D: Refugio de los pecadores.       T: Ruega por nosotros.

D: Consuelo de los afligidos.           T: Ruega por nosotros.

D: Auxilio de los cristianos.                     T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Ángeles.                         T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Patriarcas.                      T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Profetas.                        T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Apóstoles.                      T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Mártires.                        T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Confesores.                    T: Ruega por nosotros.

D: Reina de las Vírgenes.                        T: Ruega por nosotros.

D: Reina de los Santos.                           T: Ruega por nosotros.

D: Reina concebida sin pecado original. T: Ruega por nosotros.

D: Reina elevada al cielo.       T: Ruega por nosotros.

D: Reina del Santísimo Rosario.              T: Ruega por nosotros.

D: Reina de la familia.                            T: Ruega por nosotros.

D: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. T: Perdónanos, Señor.

D: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. T: Escúchanos, Señor.

D: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. T: Ten misericordia de nosotros.

D: Oración

Señor Dios, que asociaste a María, nuestra Madre, a la obra redentora de tu Hijo, concede a los fieles, que sufren por tu nombre, espíritu de paciencia y caridad, para que se manifiesten siempre testigos fieles de tus promesas. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

Catecismo de la Iglesia Católica (vatican.va)

494. Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo, 134 María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención: 135 Ella, en efecto, como dice san Ireneo, “por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano”. Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar: “el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe”. Comparándola con Eva, llaman a María ’Madre de los vivientes’ y afirman con mayor frecuencia: “la muerte vino por Eva, la vida por María”.136

La maternidad divina de María

495. Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25),137 María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [“Theotokos”].138

509. María es verdaderamente «Madre de Dios» porque es la Madre del Hijo Eterno de Dios hecho Hombre, que es Dios mismo. 2677. “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros…” Con Isabel, nos maravillamos y decimos: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora por nosotros como ella oró por sí misma: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: “Hágase tu voluntad”.

III.   TESTIMONIO CRISTIANO

Las palabras «He aquí la esclava del Señor» expresan el hecho que desde el principio Ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo… (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 36).

IV.     SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

  1. Apunte bíblico-litúrgico

Los pastores «encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre». Ese Niño es el «Salvador, el Mesías, el Señor». El Dios encarnado, el Enmanuel.

El texto de la segunda lectura se incluye en los fundamentos bíblicos de la Maternidad Divina: «Dios envió a su Hijo nacido de la mujer, nacido bajo la Ley».

La primera lectura ofrece una bendición sobria y bellísima en su forma y de plena actualidad por su contenido para comienzo de un Año Nuevo y para la Jornada de la Paz.

B.   Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe: La maternidad divina de María: 494-495. La respuesta: El culto a la Santísima Virgen: 971.

En comunión con la Santa Madre de Dios: 2673-2679.

  • Otras sugerencias

Maternidad de María. Como los pastores, contemplamos nosotros por la fe a María la Madre del Niño, recostado en un pesebre que es el Salvador, el Mesías, el Señor. Como ellos glorifiquemos a Dios nosotros.

El tema de la «paz» debe apoyarse en el texto de la primera lectura:

«El Señor vuelva su rostro hacia tí y te conceda la paz». María es la Madre de Jesús, llamado «Príncipe de la Paz» (Is 9,5) y «es nuestra paz» porque creó en sí mismo de los dos pueblos un sólo hombre nuevo haciendo la paz (Ef 2, 14 y ss.).

La bendición para el Año Nuevo, según el texto de la primera lectura, ha de entenderse: como preservación del mal físico y moral, sentido negativo. En sentido positivo, es súplica del favor de Dios sobre todos y cada uno de los hombres con sus dificultades, sus problemas, sus temores.

Definición de Fe

(https://www.aciprensa.com/recursos/definicion-de-fe-1906)

Concilio de Calcedonia

Este magno y universal Sínodo, reunido por la gracia de Dios y por la voluntad de los piadosísimos y cristianísimos emperadores nuestros, los augustos Valentiniano y Marciano, en la Metrópoli de Calcedonia de Bitinia, en templo de la santa y victoriosa mártir Eufemia, define cuanto sigue:

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, confirmando a sus discípulos en el conocimiento de la fe, dijo; Les doy mi paz, mi paz les dejo, para que ninguno disintiera de su prójimo de los dogmas de la piedad, y se demostrase verdadero el anuncio de la verdad. Y por cuanto el maligno no cesa de obstaculizar, con su cizaña, la siembra de la piedad y de buscar siempre algo nuevo contra la verdad, Dios, como siempre, provee al género humano e inspiró un gran celo a este nuestro piadoso y fidelísimo emperador, y llamó a sí, desde todas partes, a los jefes del sacerdocio, para que, con la gracia del señor de todos nosotros, Cristo, alejásemos toda peste de error de las ovejas de Cristo, y los restaurásemos con el alimento de la verdad. Lo que hemos hechos, proscribiendo con voto común las falsas doctrinas, y renovando nuestra adhesión a la fe ortodoxa de los padres, predicando a todos el símbolo de los 318 (padres de Nicea), y reconociendo como padres propios a aquellos que han acogido esta síntesis de la piedad, y aquella de los 150 que se reunieron en la gran Constantinopla y confirmaron también ellos la misma fe.

Confirmando también nosotros, las decisiones e las fórmulas de fe del concilio reunido otrora en Efeso (431) que presidieron Celestino (obispo) de los romanos y Cirilo (obispo) de los alejandrinos, de santísima memoria, definimos que ha de resplandecer la exposición de la recta e incontaminada fe, hecha por los 315 santos y bienaventurados padres reunidos en Nicea (325), bajo el Emperador Constantino, de feliz memoria, y que se debe mantener en vigor cuantos fue decretado por los 150 santos padres de Constantinopla (381) para extirpar las herejías que entonces germinaban, y reafirmar nuestra misma fe católica y apostólica.

(En este punto se repiten los símbolos de la fe de Nicea y Constantinopla)

Habría sido, entonces, suficiente para el pleno conocimiento y confirmación de la piedad este sabio y saludable símbolo de la divina gracia. En verdad, enseña lo que más perfectamente se puede pensar con relación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y presenta, a quien lo acoge con fe, la encarnación del Señor.

Pero dado que aquellos que tratan de frenar el anuncio de la verdad, con sus herejías han acuñado nuevas expresiones: algunos tratan de alterar el misterio de la economía de la encarnación del Señor para nosotros, rechazando la expresión Teotokos [Madre de Dios] para la Virgen; otros introducen confusión y mescolanza e imaginan tontamente que es una única la naturaleza aquella de la carne y aquella otra de la divinidad; y sostienen absurdamente que la naturaleza divina del unigénito por la confusión pueda sufrir; por todo esto, el actual, santo, magno y universal sínodo, queriéndoles impedir toda reacción contra la verdad, enseña que el contenido de esta predicación ha sido siempre idéntico, y establece, primero que todo, que la fe de los 318 santos padres debe ser intangible; confirma la doctrina en torno a la naturaleza del Espíritu, trasmitida en tiempos posteriores por los padres reunidos en la ciudad real, contra aquellos que combatieron al Espíritu Santo, doctrina que ellos declararon a todos, no ciertamente para agregar nada a lo que antes se sostenía, sino para demostrar con el testimonio de la escritura, su pensamiento sobre el Espíritu santo, contra aquellos que trataban de negarle el señorío- Contra aquellos, luego, que tratan de alterar el misterio de la economía, y alegan que sea sólo hombre aquel que nació de la santa virgen María, (este concilio) hace suyas las cartas sinodales del bienaventurado Cirilo, que fue pastor de la Iglesia de Alejandría, a Nestorio y a los orientales, como adecuadas tanto para contradecir la locura nestoriana, como para dar una clara explicación a aquellos que deseasen conocer con piadoso celo el verdadero sentido del símbolo de salvación.

A esto ha apuntado, y con justicia, contra las falsas concepciones y para la confirmación de la verdadera doctrina la carta del Pontífice León, santísimo arzobispo de la enorme y antiquísima ciudad de Roma, escrita al arzobispo Flaviano, de santa memoria, para refutar la malvada concepción de Eutiques; ella, de hecho, está en armonía con la confesión del gran Pedro; y es para nosotros una columna común. (Este concilio), de hecho, se opone a aquellos que tratan de separar en dos hilos el misterio de la divina economía; se apartan del sagrado consenso aquellos que se atreven a declarar pasible la divinidad del Unigénito; resiste a aquellos que piensan en una mescolanza o confusión de las dos naturalezas de Cristo, y expulsa a aquellos que afirman, insanamente, que haya sido celestial, o de cualquier otra sustancia la forma humana de siervo que Él asumió de nosotros, y excomulga, en fin, a aquellos que fabulan de dos naturalezas del señor antes de la unión y una sola después de esta unión.

Siguiendo entonces, a los santos Padres, unánimemente enseñamos a confesar un solo y mismo Hijo: nuestro señor Jesucristo, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre (compuesto) de alma racional y de cuerpo, consustancial al Padre por la divinidad, y consubstancial a nosotros por la humanidad, similar en todo a nosotros, excepto en el pecado, generado por el Padre antes de los siglos según la divinidad, y, en estos últimos tiempos, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado en María virgen y madre de Dios, según la humanidad: uno y el mismo Cristo señor unigénito; en el que han de reconocerse dos naturalezas, sin confusión, inmutables, indivisas, inseparables, no habiendo disminuido la diferencia de las naturalezas por causa de la unión, sino más bien habiendo sido asegurada la propiedad de cada una de las naturalezas, que concurren a formar una sola persona e hipóstasis.

Él no está dividido o separado en dos personas, sino que es un único y mismo Hijo unigénito, Dios, Verbo, y señor Jesucristo como primero los profetas y más tarde el mismo Jesucristo lo ha enseñado de sí y como nos lo ha trasmitido el símbolo de los padres.

Establecido esto por nosotros con toda la diligencia posible, define el santo y universal sínodo que no sea lícito a nadie presentar o incluso escribir o componer una fórmula de fe diversa, como tampoco creer o enseñar de un modo distinto. Aquellos que luego osaren o bien componer una fórmula diversa de fe o presentarla, o enseñarla, o trasmitir un símbolo diverso a aquellos que tratan de convertirse desde el helenismo al conocimiento de la verdad, o del judaísmo, o de cualquier herejía, todos ellos, si son clérigos u obispos, sean suspendidos, el obispo, de su sede, el clérigo del ministerio, o si fueran laicos o monjes, deberán ser excomulgados.

La Santísima Trinidad y María

(https://www.aciprensa.com/recursos/la-santisima-trinidad-y- maria-1907)

El prestigioso teólogo jesuita Cándido Pozo reflexiona sobre la Virgen, en este mes de mayo del Año Santo Jubilar 2000.

Madre de Dios Hijo

La relación fundamental de María con respecto a su Hijo Jesús es la de su Maternidad. Encontramos la fórmula veneranda del Concilio de Éfeso, definida en el año 431: María es Madre de Dios (Theotokos), como no dudaron los Santos Padres en llamarla. Así la invocaban los fieles ya antes de ese Concilio, en el sigo IV y quizás en el III. En un papiro han llegado hasta nosotros las palabras de la más antigua oración mariana que se rezó en la Iglesia, y que contiene el título de Madre de Dios aplicado a María: Bajo tu misericordia nos refugiamos, ¡oh Madre de Dios!; no desprecies nuestras súplicas en la necesidad, sino líbranos del peligro, sola pura, sola bendita. La oración es muy significativa. Por la relación de Madre que María tiene con Jesús, se comprende la singular eficacia de su intercesión. A esto se debe que los fieles, ya en los primeros siglos, acudieran a Ella confiadamente en su necesidad e indigencia.

Pero, incluso antes de fijar la atención en la importancia intercesora que se deriva de que María es Madre de Dios, convendría subrayar el relieve teológico de primer plano que el título encierra. Frente a Nestorio, san Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso comprendieron que lo que estaba en juego era el dogma fundamental del cristianismo: que Jesús es Persona divina; que no hay en Él sino un único sujeto último de responsabilidad, que es la Persona del Logos. Ello permite decir con verdad que Dios (y no sólo un hombre) por nosotros ha padecido, ha sido crucificado e incluso ha sufrido la muerte. Es impresionante que para garantizar

esta verdad se recurriera a un título mariano: la Santísima Virgen es la Madre de Dios.

Finalmente conviene no olvidar que la Maternidad de María con respecto al Hijo de Dios asocia su existencia a la de su Hijo. Ella es la Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo. Ella es la Nueva Eva asociada a Cristo, el Nuevo Adán, según una temática que comenzó a desarrollarse en la Iglesia a partir del siglo II. Si la primera Eva dialogó con el demonio, desobedeció a Dios y trajo sobre el mundo muerte y ruina, María, la Nueva Eva, dialoga con el Ángel, obedece a Dios y trae al mundo al Salvador y, con Él, la salvación.

Homilía de San Cirilo de Alejandría

(https://www.aciprensa.com/recursos/homilia-de-san-cirilo-de- alejandria-1908)

En la homilía que San Cirilo de Alejandría pronunció en el Concilio de Éfeso, dirigió a la Madre de Dios alabanzas como éstas:

«Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo tesoro de todo el orbe, antorcha inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, habitáculo de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, Virgen y Madre por quien se nos ha dado el llamado en los Evangelios bendito el que viene en nombre del Señor.

Salve, tú que encerraste en tu seno virginal al que es inmenso e inabarcable. Tú, por quien la Santísima Trinidad es adorada y glorificada. Tú, por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el mundo. Tú, por quien exulta el cielo, se alegran los ángeles y arcángeles, huyen los demonios, por quien el diablo tentador fue arrojado del cielo, y la criatura, caída por el pecado, es elevada al cielo…

¿Quién de entre los hombres será capaz de alabar como se merece a María, digna de toda alabanza? Es Virgen y Madre: ¡qué maravilla! Este milagro me llena de estupor. ¿Quién oyó jamás decir que al constructor de un templo se le prohíba entrar en él? ¿Quién podrá tachar de ignominia a quien toma a su propia esclava por Madre?

Nosotros hemos de adorar y respetar la unión del Verbo con la carne, hemos de tener temor de Dios y dar culto a la Santa Trinidad, hemos de celebrar con nuestros himnos a María, la siempre Virgen, templo santo de Dios, y a su Hijo, el Esposo de la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.»

Ya en aquellos tiempos se hablaba de la «hipóstasis» o «Unión hipostática»: el verbo, al encarnarse, asumió la naturaleza humana en su persona divina, de modo que no había duplicidad de personas en Jesús (sólo hay una persona, que es divina), aunque sí duplicidad de naturalezas, divina y humana. La teología católica desarrolló ampliamente esta tesis, derivada de la filosofía griega. Santo Tomás dice:

«La bienaventurada Virgen es llamada Madre de Dios no porque sea madre de la divinidad, sino porque es madre, según la humanidad, de la persona que tiene la divinidad y la humanidad. El ser concebido y el nacer se atribuyen a la hipóstasis por razón de la naturaleza en la que la hipóstasis por razón de la naturaleza es concebida y nace. Ahora bien, como en el mismo principio de la concepción (de Cristo) la naturaleza humana se unió a la persona divina, podemos afirmar con toda verdad que Dios es concebido y nacido de la Virgen. Se dice que una mujer es madre de una persona porque ésta ha sido concebida y ha nacido de ella. Luego la bienaventurada Virgen puede llamarse verdadera Madre de Dios. (…) El nombre de «Dios», común a las tres personas divinas, unas veces designa sólo a la persona del Padre, otras a la persona del Hijo, y otras a la del Espíritu Santo. Así, cuando se dice que la bienaventurada Virgen es Madre de Dios, la palabra «Dios» designa sólo a la sola persona del Hijo»

Lecturas Bíblicas

(https://www.aciprensa.com/recursos/lecturas- biblicas-1909)

Lecturas del Antiguo Testamento:

Génesis 3,15: «Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, Él te aplastará la cabeza, y tú le acecharás su calcañar».

Isaías 7,14: «El Señor mismo os dará por eso una señal: He aquí que una Virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel».

Lecturas del Nuevo Testamento:

Lucas 1,31 ss: «He aquí que concebirás en tu seno y parirás un hijo, a quien darás por nombre Jesús».

Lucas 1,35: «…lo que nacerá de ti será santo y será llamado Hijo de Dios».

Gálatas 4,4: «…envió Dios a su Hijo, nacido de mujer».

Romanos 9,5: » Cristo, que es Dios, procede según la carne…».

Lumen Gentium

(https://www.aciprensa.com/recursos/lumen- gentium-1910)

El Concilio Vaticano II se hace eco de la Tradición secular de la Iglesia en el capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium: «La Santísima Virgen, predestinada desde la eternidad como Madre del Redentor, la compañera más generosa de todas y la humilde esclava del Señor. Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. Por el don y la función de ser Madre de Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y funciones, la Bienaventurada Virgen está también íntimamente unida a la Iglesia. La Madre de Dios es figura de la Iglesia».

Los santos hablan sobre la Virgen

(https://www.aciprensa.com/recursos/los-santos-hablan-sobre- la-virgen-1911)

San Cirilo de Alejandría

«Tesoro digno de ser venerado por todo el orbe».

«Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito en los santos evangelios el que viene en nombre del Señor.

Te saludamos a ti, que encerraste en tu seno virginal a Aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la Santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien e alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión.

¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡que cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir que le esté prohibido al constructor habitar en el mismo templo que él ha construido? ¿quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirvienta sea adoptada como madre?

Hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que adoremos la unidad, que rindamos culto de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar con nuestras alabanzas a María, siempre Virgen, templo santo de Dios.»

San Bernardo

«El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de Ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto el Hacedor del hombre, al hacerse Hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual Él sabía que había de serle conveniente y agradable» (Homilía sobre la Virgen María).

«…Y el nombre de la Virgen era María»

Nos ocuparemos particularmente del santo maestro de la contemplación plena y de la acción perfecta:

«Y el nombre de la Virgen era María. Vamos a ocuparnos un poco de este nombre, que significa «Estrella del mar», y por eso se aplica con toda propiedad a la Virgen Madre. Efectivamente, es correctísimo compararla con una estrella.

Porque si todo astro irradia su luz sin destruirse, la Virgen dio a luz sin lesionarse su virginidad. Los rayos que emite no menguan a la estrella en su propia claridad como no menoscaba a la Virgen en su integridad el Hijo que nos da. María es la estrella radiante que nace de Jacob, cuya luz se difunde al mundo entero, cuyo resplandor brilla en los cielos y penetra en los abismos, se propaga por toda la tierra, abriga no tanto los cuerpos, como los espíritus, vigoriza las virtudes y extingue los vicios. María es, repito, la estrella más brillante y hermosa. Ahí está el mar ancho y dilatado, sobre el que se levanta infaliblemente esplendorosa con sus ejemplos y titilante con sus méritos.

Tú, quienquiera que seas y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo en tierra firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. Se eres batido por las olas de la soberbia, de la ambición, de la detracción o la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira o la avaricia o la seducción carnal sacuden con furia la navecilla de tu espíritu, vuelve los ojos a María. Si angustiado por la enormidad de tus crímenes, o aturdido por la deformidad de tu conciencia, o aterrado por el pavor del juicio, comienza a engullirte el abismo de la tristeza o el infierno de la desesperación, piensa en María. Se te asalta el peligro, la angustia o la duda, recurre a María, invoca a María. Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón, que no olvides el ejemplo de su vida; así podrás contar con el sufragio de su intercesión.

Si la sigues, no te desviarás; si recurres a Ella, no desesperarás. Si la recuerdas, no caerás en el error. Si Ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; si te dejas llevar por Ella, no te fatigarás; con su favor llegarás a puerto. De modo que tú mismo podrás experimentar con cuánta razón dice el evangelista: y la virgen se llamaba María.»

Y no menos hermosas son estas palabras del mismo santo, fundador de una orden contemplativa, de los Templarios y autor de la Salve Regina:

«Nos ha precedido nuestra Reina. Sí, se nos ha anticipado y ha sido recibida con todos los honores; sus siervecillos la siguen llenos de confianza y gritando: Llévanos contigo. Correremos al olor de tus perfumes. Los peregrinos hemos enviado por delante a nuestra abogada; es la Madre del Juez y Madre de Misericordia. Negociará con humildad y eficacia nuestra salvación.

¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Con este gesto maravilloso de amistad -que es dar y recibir- se funden lo humano y lo divino. Lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. El fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos y los dones de más valor. Encumbrada a las alturas, la Virgen Santa prodigará sus dones a los hombres.

¿Y, cómo no lo va a hacer? Lo puede y lo quiere. Es la Reina del cielo, es misericordiosa. Y, sobre todo, es la Madre del Hijo único de Dios.»

«Dice el profeta que vio construir en un monte altísimo una ciudad cuyas múltiples puertas describe. Señala, sin embargo, entre todas una cerrada, de la cual dice: Llevóme luego hacia la puerta exterior del santuario, que mira al oriente; y se hallaba cerrada. Y me dijo el Señor: Esta puerta ha de estar cerrada; no se abrirá ni entrará por ella hombre alguno; porque el Señor Dios de Israel penetrará por ella. Ha de estar cerrada porque aquí se sentará el príncipe para comer el pan en presencia del Señor (Ez 44.1-3). ¿Qué puerta es esta sino María, que permanece cerrada por ser virgen? Por tanto, esta puerta fue María, a través de la cual Cristo vino a este mundo, cuando salió a la luz gracias a un parto virginal. Se conservaron los sellos de la virginidad, mientras se desprendía Cristo de una virgen cuya grandeza no podía sostener el mundo entero.

Esta puerta ha de permanecer cerrada, dijo el Señor, y no se abrirá.

¡Bella puerta, María, que siempre se mantuvo cerrada y no se abrió! Pasó a Cristo a través de ella, pero no se abrió.

Y para que aprendamos que todo hombre tiene una puerta por la cual pasa Cristo, se dice: Elevad vuestras puertas, príncipes; elevaos puertas eternales, y penetrará el Rey de la gloria. ¡Con cuánta mayor razón puede decirse que había en María una puerta ante la cual se sentó y por la que pasó Cristo!

Esta puerta miraba a Oriente; porque difundió verdaderos resplandores aquella que engendró al Oriente y dio la luz al Sol de justicia.»

«Ya sabes que has de concebir y dará a luz un hijo; ya has oído que no será por obra de varón, sino del Espíritu Santo. El ángel aguarda tu respuesta; es hora ya de que suba al que lo envió.

Señora, también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración, oprimidos miserablemente por la sentencia de nuestra condena. Mira que te ofrecen nada menos que el precio de nuestra salvación; si tú lo aceptas, seremos liberados inmediatamente. Todos fuimos creados en la eterna Palabra de Dios; pero estamos muriéndonos vivos. Con tu brevísima respuesta, seremos reanimados para recuperar la vida. Todo el mundo te espera expectante y postrado a tus pies. Y no sin razón; ya que de tu boca cuelga el consuelo de los afligidos, la liberación de los cautivos, la redención de los condenados y la salvación, en fin, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Responde ya, oh Virgen, que nos urge. Señora, di la palabra que ansían los cielos, los infiernos y la tierra. Ya ves que el mismo Rey y Señor de todos se ha prendado de tu belleza y desea ardientemente el asentimiento de tu palabra, por la que se ha propuesto salvar al mundo. hasta ahora le has complacido con tu silencio. Pero ahora suspira por escucharte.

Tú eres la mujer, por medio de la cual, Dios mismo, nuestro Rey, dispuso desde el principio realizar la salvación del mundo. Contesta con prontitud al ángel. ¿Qué digo yo? Al Señor mismo en la persona del ángel. Di una palabra y recibe a la Palabra; pronuncia la tuya y engendra la divina; expresa la transitoria y abraza la eterna. Es encantador el silencio pudoroso, pero es más necesaria la palabra sumisa. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador.»

«Mirad, se ha parado detrás de la tapia. Atisba por las ventanas, mira por las celosías (Cant 2,9) El esposo se aproxima al muro, se acerca a la pared, cuando se unió a la carne humana. La carne es la pared; la encarnación del Verbo es la aproximación del Esposo. Con las celosías y ventanas, por donde se dice que mira, pienso que se refiere a los sentidos corporales y a los afectos humanos, con los que comenzó a experimentar toda la indigencia del hombre. Se sirvió de las afecciones humanas y de los sentidos corporales, como si fueran celosías y ventanas, para conocer las miserias humanas y hacerse misericordioso por su propia experiencia de hombre.

Ya lo sabía antes, pero de otra manera. Se hizo lo que ya era, aprendió lo que ya sabía y buscó entre nosotros celosías y ventanas para explorar con mayor atención nuestras adversidades. Y encontró tantas aberturas en nuestra pared ruinosa y llena de resquicios, como debilidades y miserias nuestras experimentó en su cuerpo.

Debes procurar con toda vigilancia que encuentre siempre abiertas las celosías y ventanas de tus confesiones; a través de ellas podrá mirar con bondad en tu interior, porque su mirada es tu salvación. Y como hay dos clases de compunción: primero la tristeza por nuestros pecados y después la alegría por los dones recibidos, cuando confieso mis pecados sin la menor angustia de mi corazón es como si le abriera las celosías, o sea la ventana más cerrada.

Pero a veces el corazón se dilata con el amor, al considerar las bondades divinas y prorrumpe en alabanza y acción de gracias. Entonces le abro al Esposo, no la ventana estrecha, sino la más amplia, y por ella mira más complacido cuanto mayor es el sacrificio de alabanza que se le tributa.»

San Anselmo

«¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como al Él!»

«El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti, ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor.

Las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que no sólo estaban regidas por la presencia rectora de Dios, su creador, sino que las santificaba. Tan grandes bienes eran obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María.

¡Oh Mujer, llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura.

¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como al Él!»

San Germán de Constantinopla

«¿Quién combate tanto como tú, Santa María, a favor de los pecadores?

«¿Quién combate tanto como tú, Santa María, a favor de los pecadores? Tú, que gozas de una autoridad maternal en relación con Dios, obtienes la gracia de un generoso perdón, incluso para quienes han pecado muy gravemente. No es posible, en efecto, que tú no seas escuchada, puesto que Dios, en todo y por todo, te obedece, como a su verdadera e inmaculada Madre. Por todo ello, el afligido confiadamente se refugia junto a ti, débil se apoya en ti y el que es combatido prevalece, por medio de ti, contra sus enemigos. Tú transformas «la cólera», el enojo, la tribulación, la expedición de ángeles malos (Sal 78); tú apartas las justas amenazas y cambias la sentencia de una merecida condena, porque tienes gran amor al pueblo que lleva el nombre de tu Hijo. Por eso, a su vez, el pueblo cristiano, que es posesión tuya, valorando su propia condición, confiadamente te encomienda sus plegarias, a fin de que tú las presentes a Dios.

¿Quién por tanto, no te proclamará bienaventurada? Tú eres el objeto de la contemplación de los ángeles; tú la dicha más extraordinaria de los hombres, tú el amparo del pueblo cristiano; tú el refugio al que acuden sin cesar los pecadores; tú, la invocada constantemente por los cristianos.»

El mismo santo de glorioso recuerdo por su lucha contra los iconoclastas de esa época (hoy lamentablemente renacidos), declara en otra oportunidad:

«Único alivio mío, divino solio, refrigerio de mi sequedad, lluvia que desciende de Dios sobre mi árido corazón.

Magisterio de San Sixto III

(https://www.aciprensa.com/recursos/magisterio-de-san-sixto- iii-1912)

Sobre la Encarnación

[Fórmula de unión del año 433, en que se restableció la paz entre San Cirilo de Alejandría y los antioquenos, aprobada por San Sixto III; versión sobre el texto griego].

Queremos hablar brevemente sobre cómo sentimos y decimos acerca de la Virgen madre de Dios y acerca de cómo el Hijo de Dios se hizo hombre necesariamente, y no por modo de aditamento, sino en la forma de plenitud tal como desde antiguo lo hemos recibido, tanto de las divinas Escrituras como de la tradición de los Santos Padres, sin añadir nada en absoluto a la fe expuesta por los Santos

Padres en Nicea. Pues, como anteriormente hemos dicho, ella basta para todo conocimiento de la piedad y para rechazar toda falsa opinión herética. Pero hablamos, no porque nos atrevamos a lo inaccesible, sino cerrando el paso con la confesión de nuestra flaqueza a quienes quieren atacarnos por discutir lo que está por encima del hombre.

Confesamos, consiguientemente, a nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios unigénito, Dios perfecto y hombre perfecto, de alma racional y cuerpo, antes de los siglos engendrado del Padre según la divinidad, y el mismo en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de María Virgen según la humanidad, el mismo consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad y consustancial con nosotros según la humanidad. Porque se hizo la unión de dos naturalezas, por lo cual confesamos a un solo Señor y a un solo Cristo. Según la inteligencia de esta inconfundible unión, confesamos a la santa Virgen por madre de Dios, por haberse encarnado y hecho hombre el Verbo de Dios y por haber unido consigo, desde la misma concepción, el templo que de ella tomó. Y sabemos que los hombres que hablan de Dios, en cuanto a las voces evangélicas y apostólicas sobre el Señor, unas veces las hacen comunes como de una sola persona, otras las reparten como de dos naturalezas, y enseñan que unas cuadran a Dios, según la divinidad de Cristo; otras son humildes, según la humanidad.

Lumen Gentium: La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia.

(https://ec.aciprensa.com/wiki/Lumen_Gentium:_La_bienaventur ada_Virgen_Mar%C3%ADa,_Madre_de_Dios,_en_el_Misterio_de_ Cristo_y_de_la_Iglesia)

CAPITULO VIII LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

I.  «PROEMIO»

  • LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA EN EL MISTERIO DE CRISTO

El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo, «cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de Mujer… para que recibiésemos la adopción de hijos» (Gál., 4, 4-5). «El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen»[172]. Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria «en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo»[173].

53.  LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y trajo la Vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún: es verdaderamente madre de los miembros (de Cristo)… por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza»[174]. Por eso también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

54.  INTENCION DEL CONCILIO

Por eso, el Sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el Divino Redentor realiza la salvación, quiere explicar cuidadosamente tanto la función de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico, como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los fieles, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no aclaradas totalmente por el estudio de los teólogos. Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las escuelas católicas sobre Aquella que en la Santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros [175].

II.       OFICIO  DE   LA   BIENAVENTURADA  VIRGEN  EN   LA ECONOMIA DE LA SALVACION

  • LA MADRE DEL MESIAS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos a la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor. Ella misma, es esbozada bajo esta luz proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres, caídos en pecado (cf. Gén., 3, 15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt., 1, 22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y reciben la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva Economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

56.  MARIA EN LA ANUNCIACION

El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y que fue enriquecida por Dios con dones correspondientes a tan gran oficio. Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios la toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura [176]. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como «llena de gracia» (cf. Lc., 1, 28), y ella responde al enviado celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc., 1, 38).

Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios omnipotente, al misterio de la Redención. Con razón, pues, los Santos Padres consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, «obedeciendo fue causa de su salvación propia y de la de todo el género humano»[177]. Por eso no pocos Padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman con él: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe»[178]; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes»[179], y afirman con mucha frecuencia: «la muerte vino por Eva, por María la vida»[180].

57.  LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y EL NIÑO JESUS

La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella como bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc., 1, 41-43) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal[181]. Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc., 2, 34- 35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Pero su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. Lc., 2, 41-51).

52.      LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN EL MINISTERIO PUBLICO DE JESUS

En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio durante las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2, 1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo acogió las palabras con las que (cf. Lc., 2, 19 y 51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Mc., 3, 35 par.; Lc., 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: «[exclamdown]Mujer, he ahí a tu hijo!» (cf. Jn., 19, 26-27)[182].

53.        LA    BIENAVENTURADA  VIRGEN   DESPUES   DE    LA ASCENSION

Queriendo Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés «perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María, la Madre de Jesús, y los hermanos de El» (Hech., 1, 14), y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, el cual ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original [183], terminado el curso de su vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial [184] y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Apoc., 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte [185].

I.       LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

  • MARIA, ESCLAVA DEL SEÑOR, EN LA OBRA DE LA REDENCION Y DE LA SANTIFICACION

Uno solo es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: «Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos» (I Tim., 2, 5-6). Pero la función maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres, no nace de ninguna necesidad, sino del divino beneplácito y brota de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su eficacia, y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

55.  MATERNIDAD ESPIRITUAL

La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios junto con la Encarnación del Verbo divino por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la benéfica Madre del Divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

56.  MEDIADORA

Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación[186]. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora[187]. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador[188].

Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

57.  MARIA, COMO VIRGEN Y MADRE, TIPO DE LA IGLESIA

La Bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina, con que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo[189]. Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre[190]; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom., 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor.

58.  FECUNDIDAD DE LA VIRGEN Y DE LA IGLESIA

Ahora bien: la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fidelidad prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad[191].

59.  VIRTUDES DE MARIA QUE HAN DE SER IMITADAS POR LA IGLESIA

Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, (cf. Ef., 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado: y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes. La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el altísimo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que habiendo participado íntimamente en la historia de la Salvación, en cierta manera une en sí y refleja las más grandes verdades de la fe, al ser predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre. La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y siguiendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen precisamente, para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

II.    CULTO DE LA BIENAVENTURADAVIRGEN EN LA IGLESIA

  • NATURALEZA Y FUNDAMENTO DEL CULTO

María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas[192]. Especialmente desde el Concilio de Éfeso, el culto del pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el Poderoso» (Lc., 1, 48). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se da al Verbo Encarnado lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo promueve poderosamente. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo, en quien fueron creadas todas las cosas (cf. Col., 1, 15-16) y en quien «tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud» (Col., 1, 19), sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

61.  ESPIRITU DE LA PREDICACION Y DEL CULTO

El Sacrosanto Sínodo enseña deliberadamente esta doctrina católica y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos[193]. Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios[194]. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad. Aparten con diligencia todo aquello que, sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, por su parte, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos excita a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

III.MARIA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

  • Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe., 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.
  • Ofrece gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a una con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios[195]. Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que

Ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.

Todas y cada una de las cosas establecidas en esta Constitución dogmática fueron del agrado de los Padres. Y Nos, con la potestad Apostólica conferida por Cristo, juntamente con los Venerables Padres, en el Espíritu Santo, las aprobamos, decretamos y establecemos y mandamos que, decretadas sinodalmente, sean promulgados para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de Noviembre de 1964. Yo PAULO, Obispo de la Iglesia Católica Siguen las firmas de los Padres

DE LAS ACTAS DEL SACROSANTO CONCILIO ECUMENICO VATICANO II NOTIFICACIONES HECHAS POR EL EXCMO. SECRETARIO GENERAL DEL S. CONCILIO EN LA CONGREGACION GENERAL 103, EL DIA 16 DE NOV. DE 1964

Se ha preguntado cuál deba ser la calificación teológica de la doctrina expuesta en el Esquema sobre la Iglesia que se somete a votación.

La Comisión doctrinal ha respondido a la pregunta, al examinar los Modos que se refieren al capítulo tercero del Esquema sobre la Iglesia, con estas palabras:

«Como consta de por sí, el texto del Concilio se ha de interpretar siempre según las reglas generales conocidas por todos».

Con esta ocasión la Comisión Doctrinal remite a su Declaración del 6 de marzo de 1964, cuyo texto transcribimos:

«Teniendo en cuenta el uso conciliar y el fin pastoral del presente Concilio, este Santo Sínodo define como doctrina que debe ser tenida por la Iglesia solamente aquellas cosas de fe y costumbres que él haya declarado manifiestamente como tales.

Las demás cosas que propone el S. Sínodo, puesto que son doctrina del Supremo Magisterio de la Iglesia, deben ser aceptadas y abrazadas por todos y cada uno de los fieles según la mente del mismo S. Sínodo, la cual se conoce, bien sea por la materia tratada, bien por el tenor de la expresión, según las normas de interpretación teológica».

Se comunica además a los Padres por mandato de la Autoridad Superior una nota explicativa previa de los Modos sobre el capítulo tercero del Esquema sobre la Iglesia. La doctrina en este capítulo, se debe entender según la mente y los términos de esta nota.

NOTA EXPLICATIVA PREVIA

«La Comisión ha decidido poner al frente de la discusión de los Modos las siguientes observaciones generales:

1a. El Colegio no se entiende en un sentido estrictamente jurídico, es decir, de una asamblea de iguales que confieran su propio poder a quien los preside, sino de una asamblea estable, cuya estructura y autoridad deben deducirse de la Revelación. Por este motivo, en la respuesta al Modo 12 se dice explícitamente de los Doce que el Señor los constituyó «a modo de colegio, es decir, de grupo estable». Cf. también Modo 53, c. c. Por la misma razón se aplican también con frecuencia al Colegio de los Obispos las palabras «Orden» o «Cuerpo». El paralelismo entre Pedro y los demás Apóstoles, por una parte, y el Sumo Pontífice y los Obispos, por otra, no implica la transmisión de la potestad extraordinaria de los Apóstoles a sus sucesores, ni, como es evidente, la igualdad entre la Cabeza y los miembros del Colegio, sino solamente proporcionalidad entre la primera relación (Pedro-Apóstoles) y la segunda (Papa-Obispos). Por lo que la Comisión determinó escribir en el n. 22 no del «mismo» sino por «semejante» modo. Cf. Modo, 57.

2a. El carácter de miembro del Colegio se adquiere por la consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio. Cf., n. 22 *** 1 al fin.

En la consagración se da una participación ontológica de los oficios sagrados, como consta, sin duda alguna, por la Tradición, aun la litúrgica. Intencionadamente se emplea la palabra «oficios» y no la palabra «potestades», porque esta última podría entenderse de la potestad expedita para el ejercicio. Para que se tenga tal potestad expedita, debe añadirse determinación jurídica o canónica por la autoridad jerárquica. Esta determinación de la potestad puede consistir en la concesión de un oficio particular o en la asignación de súbditos, y se confiere de acuerdo con las normas aprobadas por la suprema autoridad. Esta norma ulterior está requerida por la propia naturaleza de la cosa, ya que se trata de oficios que deben ejercerse por muchos sujetos, que cooperan jerárquicamente por voluntad de Cristo. Es evidente que esta «comunión» en la vida de la Iglesia fue aplicada, según las circunstancias de cada época, antes que quedase como codificada en el derecho.

Por eso, de forma explícita se afirma que se requiere la comunión jerárquica con la Cabeza y miembros de la Iglesia. La comunión es una noción que fue tenida en gran honor en la Iglesia antigua (como hoy también sucede sobre todo en el Oriente). Su sentido no es un vago afecto, sino una realidad orgánica, que exige forma jurídica y al mismo tiempo está animada por la caridad. Por lo que la Comisión determinó, casi con unánime consentimiento, que había de escribirse «en la jerárquica comunión». Cf. Mod., 40, y también lo que se dice de la misión canónica, n. 24, pág. 67, líneas 17-24.

Los documentos de los Sumos Pontífices contemporáneos sobre la jurisdicción de los Obispos deben interpretarse en el sentido de esta necesaria determinación de potestades.

3a. Del Colegio, que no se da sin su Cabeza, se dice: «Que es sujeto también de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal». Necesariamente hay que admitir esta afirmación para no poder en peligro la plenitud de potestad del Romano Pontífice. Porque el Colegio comprende siempre y de forma necesaria su propia Cabeza, la cual conserva en el seno del Colegio íntegramente su función de Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal. En otras palabras, la distinción no se da entre el Romano Pontífice y los Obispos colectivamente considerados, sino entre el Romano Pontífice separadamente y el Romano Pontífice junto con los Obispos. Por ser el Sumo Pontífice la Cabeza del Colegio, él por sí solo puede realizar ciertos actos que de ningún modo competen a los Obispos; por ejemplo, convocar y dirigir al Colegio, aprobar las normas de acción, etc. Cf. Mod., 81. Pertenece al juicio del Sumo Pontífice, a quien está confiado el cuidado de todo el rebaño de Cristo, determinar, según las necesidades de la Iglesia, que varían con el decurso del tiempo, el modo que convenga tener en la realización de dicho cuidado, ya sea un modo personal o un modo colegial. El Romano Pontífice, en el ordenar, promover, aprobar el ejercicio colegial, mirando al bien de la Iglesia, procede según su propia discreción.

4a. El Sumo Pontífice, como Pastor Supremo de la Iglesia, puede ejercer libremente su potestad en todo tiempo, como lo exige su propio ministerio. El Colegio, sin embargo, aunque existe siempre, no por ello actúa en forma permanente con una acción estrictamente colegial, como consta por la Tradición de la Iglesia. Con otras palabras, no siempre se halla «en plenitud de ejercicio»; más aún, sólo actúa a intervalos con actividad estrictamente colegial, y sólo «con el consentimiento de su Cabeza». Se dice «con el consentimiento de su Cabeza» para que no se piense en una dependencia de algún extraño, por así decirlo; el término «consentimiento» evoca, por el contrario, la comunión entre la Cabeza y los miembros, e implica la necesidad del acto que compete propiamente a la Cabeza. Esto se afirma explícitamente, y se explica allí al fin. La fórmula negativa «sólo» comprende todos los casos, por lo que es evidente que las normas aprobadas, por la suprema Autoridad deben observarse siempre. Cf. Mod. 84.

En todo ello aparece claro que se trata de la unión de los Obispos con su Cabeza y nunca de la acción de los Obispos independientemente del Papa. En este caso, al faltar la acción de la Cabeza, los Obispos no pueden actuar como Colegio, como lo prueba la misma noción de «Colegio». Esta comunión jerárquica de todos los Obispos con el Sumo Pontífice está reconocida solemnemente sin duda alguna en la Tradición.

N.B. Sin la comunión jerárquica no puede ejercerse el oficio sacramental-ontológico, el cual debe distinguirse del aspecto canónico-jurídico. La Comisión juzgó, sin embargo, que no debía entrar en las cuestiones de licitud y validez, las cuales quedan a la discusión de los teólogos, especialmente en lo que toca a la potestad que de hecho se ejerce entre los Orientales separados y sobre cuya explicación existen varias sentencias».

PERICLES FELICI Arzobispo tit. de Samosata Secretario General del

S. Concilio Ecuménico Vaticano II

Éfeso

El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Éfeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:

«Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema.»

El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:

«Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades» (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66).

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS LIV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO, Basílica de San Pedro Viernes, 1 de enero de 2021 (vatican.va)

Las lecturas de la liturgia de hoy resaltan tres verbos, que se cumplen en la Madre de Dios: bendecir, nacer y encontrar.

Bendecir. En el Libro de los Números el Señor pide que los ministros sagrados bendigan a su pueblo: «Bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga”» (6,23-24). No es una exhortación piadosa, sino una petición concreta. Y es importante que también hoy los sacerdotes bendigan al Pueblo de Dios, sin cansarse; y que además todos los fieles sean portadores de bendición, que bendigan. El Señor sabe que necesitamos ser bendecidos: lo primero que hizo después de la creación fue decir bien de cada cosa y decir muy bien de nosotros. Pero ahora, con el Hijo de Dios, no recibimos sólo palabras de bendición, sino la misma bendición: Jesús es la bendición del Padre. En Él el Padre, dice san Pablo, nos bendice «con toda clase de bendiciones» (Ef 1,3). Cada vez que abrimos el corazón a Jesús, la bendición de Dios entra en nuestra vida.

Hoy celebramos al Hijo de Dios, el Bendito por naturaleza, que viene a nosotros a través de la Madre, la bendita por gracia. María nos trae de ese modo la bendición de Dios. Donde está ella llega Jesús. Por eso necesitamos acogerla, como santa Isabel, que la hizo entrar en su casa, inmediatamente reconoció la bendición y dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Son las palabras que repetimos en el Avemaría. Acogiendo a María somos bendecidos, pero también aprendemos a bendecir. La Virgen, de hecho, enseña que la bendición se recibe para darla. Ella, la bendita, fue bendición para todos los que la encontraron: para Isabel, para los esposos de Caná, para los Apóstoles en el Cenáculo… También nosotros estamos llamados a bendecir, a decir bien en nombre de Dios. El mundo está gravemente contaminado por el decir mal y por el pensar mal de los demás, de la sociedad, de sí mismos. Pero la maldición corrompe, hace que todo degenere, mientras que la bendición regenera, da fuerza para comenzar de nuevo cada día. Pidamos a la Madre de Dios la gracia de ser para los demás portadores gozosos de la bendición de Dios, como ella lo es para nosotros.

El segundo verbo es nacer. San Pablo remarca que el Hijo de Dios ha «nacido de una mujer» (Gal 4,4). En pocas palabras nos dice una cosa maravillosa: que el Señor nació como nosotros. No apareció ya adulto, sino niño; no vino al mundo él solo, sino de una mujer, después de nueve meses en el seno de la Madre, a quien dejó que formara su propia humanidad. El corazón del Señor comenzó a latir en María, el Dios de la vida tomó el oxígeno de ella. Desde entonces María nos une a Dios, porque en ella Dios se unió a nuestra carne para siempre. María —le gustaba decir a san Francisco— «ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad» (San Buenaventura, Legenda major, 9,3). Ella no es sólo el puente entre Dios y nosotros, es más todavía: es el camino que Dios ha recorrido para llegar a nosotros y es la senda que debemos recorrer nosotros para llegar a Él. A través de María encontramos a Dios como Él quiere: en la ternura, en la intimidad, en la carne. Sí, porque Jesús no es una idea abstracta, es concreto, encarnado, nació de mujer y creció pacientemente. Las mujeres conocen esta concreción paciente, nosotros los hombres somos frecuentemente más abstractos y queremos las cosas inmediatamente; las mujeres son concretas y saben tejer con paciencia los hilos de la vida. Cuántas mujeres, cuántas madres de este modo hacen nacer y renacer la vida, dando un porvenir al mundo.

No estamos en el mundo para morir, sino para generar vida. La Santa Madre de Dios nos enseña que el primer paso para dar vida a lo que nos rodea es amarlo en nuestro interior. Ella, dice hoy el Evangelio, “conservaba todo en su corazón” (cf. Lc 2,19). Y es del corazón que nace el bien: qué importante es tener limpio el corazón, custodiar la vida interior, la oración. Qué importante es educar el corazón al cuidado, a valorar a las personas y las cosas. Todo comienza ahí, del hacerse cargo de los demás, del mundo, de la creación. No sirve conocer muchas personas y muchas cosas si no nos ocupamos de ellas. Este año, mientras esperamos una recuperación y nuevos tratamientos, no dejemos de lado el cuidado. Porque, además de la vacuna para el cuerpo se necesita la vacuna para el corazón: y esta vacuna es el cuidado. Será un buen año si cuidamos a los otros, como hace la Virgen con nosotros.

El tercer verbo es encontrar. El Evangelio nos dice que los pastores

«encontraron a María y a José, y al Niño» (v. 16). No encontraron signos prodigiosos y espectaculares, sino una familia sencilla. Allí, sin embargo, encontraron verdaderamente a Dios, que es grandeza en lo pequeño, fortaleza en la ternura. Pero, ¿cómo hicieron los pastores para encontrar este signo tan poco llamativo? Fueron llamados por un ángel. Tampoco nosotros habríamos encontrado a Dios si no hubiésemos sido llamados por gracia. No podíamos imaginar un Dios semejante, que nace de una mujer y revoluciona la historia con la ternura, pero por gracia lo hemos encontrado. Y hemos descubierto que su perdón nos hace renacer, que su consuelo enciende la esperanza, y su presencia da una alegría incontenible. Lo hemos encontrado, pero no debemos perderlo de vista. El Señor, de hecho, no se encuentra una vez para siempre: sino que hemos de encontrarlo cada día. Por eso el Evangelio describe a los pastores siempre en búsqueda, en movimiento: “fueron corriendo, encontraron, contaron, se volvieron dando gloria y alabanza a Dios” (cf. vv. 16-17.20). No eran pasivos, porque para acoger la gracia es necesario mantenerse activos.

Y nosotros, ¿qué debemos encontrar al inicio de este año? Sería hermoso encontrar tiempo para alguien. El tiempo es una riqueza que todos tenemos, pero de la que somos celosos, porque queremos usarla sólo para nosotros. Hemos de pedir la gracia de encontrar tiempo: tiempo para Dios y para el prójimo: para el que está solo, para el que sufre, para el que necesita ser escuchado y cuidado. Si encontramos tiempo para regalar, nos sorprenderemos y seremos felices, como los pastores. Que la Virgen, que ha llevado a Dios en el tiempo, nos ayude a dar nuestro tiempo. Santa Madre de Dios, a ti te consagramos el nuevo año. Tú, que sabes custodiar en el corazón, cuídanos. Bendice nuestro tiempo y enséñanos a encontrar tiempo para Dios y para los demás. Nosotros con alegría y confianza te aclamamos: ¡Santa Madre de Dios! Y que así sea.

A la Bienaventurada Virgen María. Oración que deben decir todos los religiosos. (S. Thomas Aq.: ed. Parm., t. 24, p. 243)

Oh santísima y dulcísima Virgen María Madre de Dios, llena de toda piedad, Hija del Rey de los cielos, de los ángeles señora, y de los creyentes madre. A tu bondad sin límites confío, hoy y todos los días de mi vida, mi cuerpo, mi alma y todos mis actos: pensamientos, afectos, deseos, obras y palabras, mi vida entera y mi muerte: de este modo se orientarán al bien por tu favor, y serán conformes a la voluntad de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo; y así serás para mí, oh mi Señora santísima, mi ayuda y mi consuelo contra los lazos e insidias del enemigo primero y contra todos mis enemigos.

De tu Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, dígnate pedir para mí la gracia con la que pueda con fuerza resistir las tentaciones del mundo, el demonio y la carne, y tener siempre un claro propósito de no pecar nunca más, y de perseverar en tu servicio y en el de tu amado Hijo.

Te pido también, Señora mía santísima, que me consigas la verdadera obediencia y la verdadera humildad del corazón, para que de verdad me reconozca como miserable y frágil pecador, que me sepa impotente no sólo para hacer algo de bien, mas ni siquiera para resistir a los continuos asaltos, si no fuera por la gracia y ayuda de mi Creador y por tus santas oraciones.

Pide para mí también, oh Señora mía dulcísima, la perenne castidad de cuerpo y alma, para que con corazón puro y con cuerpo casto pueda servir a tu Hijo amado y a ti dentro de esta Orden tuya. Obténme de Él una pobreza voluntaria, junto con paciencia y serenidad de alma, para que pueda sostener la misión de esta Orden y por la salvación mía y del prójimo pueda trabajar.

Pide también para mí, oh dulcísima Señora, la Caridad verdadera, con la que ame de todo corazón a tu santísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y después de él a ti, más que a todas las cosas, y al prójimo en Dios y por Dios: de tal forma que goce de su bien, me duela de su mal, a ninguno desprecie, a nadie juzgue temerariamente y no me prefiera a mí mismo más que a otros.

Haz también, oh Reina del cielo, que albergue siempre en mi corazón a la vez temor y amor a tu dulcísimo Hijo, y sepa siempre darle gracias por tan grandes beneficios de su bondad recibidos y no por mis méritos propios; que haga también de mis pecados una sincera y auténtica confesión y verdadera penitencia para poder así conseguir su misericordia y su gracia.

Pide también para mí, oh dulcísima Señora, la Caridad verdadera, con la que ame de todo corazón a tu santísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y después de él a ti, más que a todas las cosas, y al prójimo en Dios y por Dios: de tal forma que goce de su bien, me duela de su mal, a ninguno desprecie, a nadie juzgue temerariamente y no me prefiera a mí mismo más que a otros. Haz también, oh Reina del cielo, que albergue siempre en mi corazón a la vez temor y amor a tu dulcísimo Hijo, y sepa siempre darle gracias por tan grandes beneficios de su bondad recibidos y no por mis méritos propios; que haga también de mis pecados una sincera y auténtica confesión y verdadera penitencia para poder así conseguir su misericordia y su gracia. Amén

Poesía y teología litúrgica (catholic.net) El Himno Akáthistos

El episodio evangélico refleja el misterio de nuestra vida. María en su Anunciación es el icono del cristiano y de la Iglesia.

Por: P. Jesús Castellano | Fuente: iconos.verboencarnado.net

El Himno Akáthistos es un himno del Oficio de la Liturgia Griega – en honor de la Madre de Dios. El título es uno de eminencia; dado que, mientras en otros himnos similares se permite a la gente sentarse durante parte del tiempo, este himno parcialmente se lee, parcialmente se canta, todo de pie. (Del griego akathistos significa no sentado; de pie).

Poesía y teología litúrgica

Los Padres de la Iglesia han comentado exhaustivamente este episodio en Oriente y en Occidente. San Bernardo pone en vilo toda la creación ante la respuesta de María. El Himno Akáthistos entrelaza las alabanzas a la Virgen y la narración poética del misterio en estas cuatro secuencias poéticas:

El envío:

Un Arcángel excelso fue enviado del cielo a decir “Dios te salve” a María.

Contemplándote, oh Dios, hecho hombre Reportar anuncios inapropiados |

por virtud de su angélico anuncio, extasiado quedó ante la Virgen

y así le cantaba…

Siguen las doce aclamaciones en las que recuerda el principio de la creación y de la historia de los padres, de la que María es compendio y glorioso rescate:

Salve, por ti resplandece la dicha. Salve, por ti se eclipsa la pena.

Salve, levantas a Adán el caído. Salve, rescatas el llanto de Eva…

Salve, oh cima encumbrada a la mente del hombre. Salve, abismo insondable a los ojos del Ángel.

Salve, tú eres de veras el trono del Rey. Salve, tú llevas en ti al que todo contiene. Salve, lucero que el sol nos anuncia.

Salve, regazo del Dios que se encarna. Salve, por ti la creación se renueva.

Salve, por ti el Creador nace niño.

Conociendo la Santa

Que era a Dios consagrada, Al Arcángel Gabriel le decía:

“Tu mensaje es arcano a mi oído y difícil resulta a mi alma; insinúas de Virgen el parto”.

Exclamando: Aleluya.

La respuesta:

Deseaba la Virgen comprender el misterio Y al heraldo divino pregunta:

“¿Podrá dar a luz criatura

una Virgen? Responde, te ruego”.

Reverente Gabriel contestaba y así le cantaba…

Siguen de nuevo las doce solemnes frases de alabanza, precedidas por el saludo “Salve”. Y la respuesta es la enumeración de todas las maravillas de las que la Virgen María es la primicia:

Salve, milagro primero de Cristo;

Salve compendio de todos sus dogmas… El misterio del Verbo Encarnado:

Todo concluye, en este primer episodio, con la solemne afirmación de la Encarnación del Verbo:

La virtud de lo alto

la cubrió con su sombra

e hizo Madre a la Esposa Inviolada. Aquel seno por Dios fecundado germinó como fértil arada

para todo el que busca la gracia

y aclama: Aleluya.

GALERÍA DE ORACIONES

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