“¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”
Santa María en sábado (ML)
El Señor, el Dios altísimo, te ha bendecido a ti, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra. Él ha engrandecido tanto tu nombre, que los hombres no dejarán de alabarte. Jdt 13, 18-19
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (4,35-41)
“¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?.”
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”. Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”. Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Palabra del Señor R. Gloria a ti Señor Jesús.
MEDITANDO CON LOS SANTOS

SANTORAL
MEDITACIÓN
“Si Jesús está con nosotros, no hay nada ni a nadie que temer. Él trae la calma, la paz.”
Cuando aparece la tempestad saca a luz las falsas y superfluas seguridades con las que hemos llegado a edificar nuestros proyectos, programas, rutinas y prioridades. Tal vez hemos dejado dormido y abandonado lo que verdaderamente alimenta, sostiene y fortalece nuestra vida y a toda nuestra comunidad. Si Jesús está con nosotros, no hay nada ni a nadie que temer. Él trae la calma, la paz. Los elementos de la naturaleza y las fuerzas del mal le obedecen. Siendo Él el Mesías, siendo Dios, no existe poder alguno que se le pueda oponer, por eso también nos dice a cada uno: ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Se nos invita a creer de verdad.
Lo impresionante de este texto es el trasfondo de la imagen divina tal cual aparece en el Antiguo Testamento. Allí está Dios dominando las fuerzas contrarias del mar, que refiere a las fuerzas del mal (cf. Sal 74,13; 89,10-14; 104,5-9; Job 38,8-11; Jer 5,22; 31,35). Ahí está la respuesta a la pregunta de sus discípulos “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”, porque Jesús no es como los profetas antiguos que hacían larguísimas oraciones a Dios para que se pueda calmar el mar. Él mismo lo calma, en donde encontramos el punto esencial en el relato, pues Jesús es el Hijo de Dios, es Dios.
En el relato Jesús pide a sus discípulos que crucen a la orilla oriental del lago de Galilea. Rápidamente se lo llevan, sin decir nada a la gente de las otras barcas que estaban con Él, sin conocer dónde quiere ir ni han dejado que se despida de tanta gente como lo solía hacer (cf. Mc 6,45). Es como un pretender apropiarse de Él. A Jesús no le gusta que se quieran apropiar de Él. Lo llamativo es que Jesús estaba durmiendo en medio de una tempestad muy violenta.
Si fueran los discípulos los protagonistas, deberían haber calmado la tempestad, pero más bien estaban con pavor ante las aguas turbulentas habitadas por monstruos y espíritus malignos, una expresión del caos original (cf. Gén 1,1). Sin embargo, Jesús los enfrenta y todas esas fuerzas del mal lo obedecen (cf. Mc 4,39). Los discípulos quedan desconcertados ante la autoridad y poder de Jesús, dándose cuenta de la presencia de la divinidad, pues sólo Dios es quien domina vientos y mares y puede vencer tempestades (cf. Is 27,1; Sal 89,10-11).
Cuántas veces nos inunda la angustia, la agitación, turbación de situaciones que no las podemos controlar que se nos presentan y pensamos que se hunde nuestra barca (nuestra vida, la situación de nuestra familia, del trabajo). Se corre el riesgo de refugiarse en el desánimo y desesperanza, olvidándonos que Jesús está a bordo durmiendo, basta que lo despertemos y la calma llegará. Él es Todopoderoso, lo que él diga acontecerá. Pueden ser días de pruebas, de alta tentación, de sequedad, de soledad, cuando todo nos sale mal, aparentemente en todo fracasamos, la tempestad toca toda la estructura de nuestra vida y Jesús parece estar dormido, se hace del sordo, no nos escucha a lo que le planteamos. Lo fundamental es permanecer con fe, pues sabemos que todo eso es pasajero.
El Señor no duerme ni abandona a sus hijos, a su Iglesia, sólo facilita que la fe pase por la prueba y sus discípulos sean perseverantes, que se vayan purificando en el crisol de las adversidades de la vida y cuando ya todo parece imposible, interviene con todo su Amor y poder para dar esa calma. Tantas veces entre hermanos discípulos del Señor atacamos a su Iglesia, boicoteando la barca de Pedro con divisiones y cismas queriendo cada grupo tener su propio barquillo y tripulación. Jesús requiere fe a sus discípulos misioneros. Porque la hora de la prueba en cualquier momento puede llegar, cuando hay persecuciones, divisiones, parcialidades y competiciones entre los mismos miembros de la Iglesia o de una familia, con aparente avance de los malos amenazando la fe de los creyentes. Esa renovación y purificación se logrará desde una fe viva y madura, bien educada para acoger con la Luz de su Palabra las dificultades y poderlas superar.
Este relato pasa a ser una catequesis para cualquier grupo misionero que anuncia el Reino queriendo apropiarse del Señor del Reino, pues si es así, terminará en el fracaso. Jesús pide fe a los discípulos de todos los tiempos para discernir sus caminos y llegar a seguir sus ritmos, ya que el misionero es un enviado que debe llegar a responder siempre al Maestro y su Iglesia, no precisamente a sus proyectos personales y particulares, que pretenden ensalzar el ego más que cualquier otra cosa y terminan siendo autorreferenciales. Recordemos que la obra, o la misión, es de Dios, no es nuestra; nosotros somos trabajadores, servidores en edificar y construir esa obra. Ojalá que al final de nuestros días podamos decir: “siervos inútiles somos Señor, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. “Espero que al final de mi vida, cuando sea juzgado sobre el amor, Jesús me reciba como al último jornalero de su viña, al cual paga la misma recompensa que al primero, diciéndome como al ladrón arrepentido: ´Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso´ (Lc 23,43)” (Card. F. X. Nguyen van Thuan).