“Todo es posible para el que cree”
Señor, yo confío en tu misericordia: que mi corazón se alegre porque me salvaste. Cantaré al Señor, porque me ha favorecido. Sal 12, 6
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San Pedro Damián, Obispo y Doctor de la Iglesia (ML)
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (9,14-29)
“Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración.”
Después de la Transfiguración, Jesús, Pedro, Santiago y Juan bajaron del monte. Llegaron donde estaban los otros discípulos y los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. Él les preguntó: “¿Sobre qué estaban discutiendo?”. Uno de ellos le dijo: “Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron”. “Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo”. Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que está así?”. “Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos”. “¡Si puedes…!”, respondió Jesús. “Todo es posible para el que cree”. Inmediatamente el padre del niño exclamó: “Creo, ayúdame porque tengo poca fe”. Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más”. El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: “Está muerto”. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró a la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Él les respondió: “Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración”.
Palabra del Señor R. Gloria a ti Señor Jesús.
UNA FRASE DE AMOR

SANTORAL
MEDITACIÓN
“Si puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos.”
“San Pedro Damián nació en Ravena (Italia) en el año 1007. Recibió una sólida educación desde joven, y a los 28 años ingresó en un monasterio donde llevó una vida de austeridad y oración. Debido a su sabiduría, fue consultado sobre distintos temas que en ese momento preocupaban a la Iglesia. En sus escritos, exhorta vehementemente al clero a llevar una vida de austeridad y a no caer en la inmoralidad. Nombrado obispo de Ostia, debió abandonar la paz del monasterio para intervenir directamente en distintas misiones eclesiásticas. Ya anciano, regresó a la vida monástica. Fue declarado doctor de la Iglesia en el año 1828”
(La Liturgia Cotidiana, 21/02/2022, pág. 77).
Algunos discípulos experimentaron la gloria de la Transfiguración en el monte (cf. Mc 9,2-13). Ni bien bajan y se encuentran con un niño que sufre tanto a causa de un demonio que lo tiene a mal traer. Arriba embelesados por la gloria de la Transfiguración, y abajo buscando derrotar el mal sin la presencia del Transfigurado. Era insuficiente la fe y la oración de los discípulos del Señor para expulsar al demonio que hacía sufrir tanto al niño y a su familia. La invitación de Jesús es a que crean, y el papá del niño pasa a ser un modelo de creyente por la confianza y escucha al Maestro con toda humildad. Por tanto, este milagro pasa a ser una gran enseñanza, una catequesis, principalmente para sus discípulos sobre el poder que tiene la fe y la oración para que pueda abrir la vida, sin condición alguna, a aquel que es el Hijo amado de Dios, pues Él es quien vence las opresiones que deshumanizan al hombre y lo dominan.
Notamos que los discípulos fueron incapaces de curar al muchacho. ¿Por qué? Jesús dice: “Generación incrédula, ¿hasta cuándo les tendré que aguantar?”, evidenciando la falta de fe para obrar la Gracia. Incluso el padre del niño tenía poca fe, aunque lo reconocía humildemente: “Si puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos”. Jesús notó que ese hombre tenía una fe inicial, un principio de fe, como una primera señal de Dios. Desde ese punto de partida, se le concede una fe más robusta, más madura, respondiendo a su oración: “creo, pero ayúdame a mi poca fe”. Tener fe es salir de sí para entrar en lo más profundo en Dios, quien nos llena de Sí para que sea Él quien sea todo en nosotros. Quien cree no se fía de sí, sino que pone toda su confianza en el Señor: “Tú eres mi Roca, mi salvación; en Ti he puesto toda mi confianza”, dice el salmista. Al parecer, cuando Jesús se da cuenta de que la gente se concentraba, aceleró la curación, pero manifiesta la reserva mesiánica, pues Jesús huye de toda espectacularidad. La gente aparentemente se desilusiona cuando en un primer momento cree que el niño está muerto, pero Jesús con un gesto de la mano lo hace levantar, entonces, la turba se perdió el show. Regresan a la casa y los discípulos le preguntan: “Por qué nosotros no hemos podido echarlo?”, y Jesús les responde: que el mal no cede de manera milagrosamente, sino con el poder de la oración. Invitando así a sus discípulos a que sean hombres de oración. No depende de la fuerza del hombre, sino que es el resultado de la Gracia de Dios.
El que cree y ora confiando en su Señor se hace fuerte en él, y él hace posible aquello que humanamente es imposible. A nosotros también nos recrimina el Señor por ser incrédulos, somos “¡Hombres de poca fe!”, así como el papá del joven poseso. ¿Será que nosotros también decimos, “creo, Señor, ayuda a mi poca fe”? Si la verdadera fe es capaz de trasladar una montaña de un lugar a otro, nuestra poca fe hace que el Señor no pueda obrar maravillas en nosotros y en los demás a través nuestro. Cuando el papá del joven confió plenamente en la Omnipotencia de Dios, en su poder, entonces Jesús regaló la Gracia que esperaban. Pensemos en el niño pequeñito que no duda ni de su papá ni de su mamá, aunque lo lancen al aire, el niño no teme, porque está seguro que su papá o su mamá no lo dejarán caer y hacerse daño.
Atención: el demonio no puede ser arrojado fuera ni de los demás ni de nosotros por nuestro propio esfuerzo, sino sólo por el poder de Dios, que se nos da a través de la oración. La oración es tan necesaria y eficaz para todo creyente cristiano. Nos ayudará a ver con mayor claridad para tomar las mejores decisiones, y recibiremos frutos abundantes, como gracias actuales del Señor que más nos beneficiarán en ese momento determinado para nuestra vida. En ocasiones, incluso pecados que arrastramos por mucho tiempo, animado con la tentación del maligno, sólo se puede ir con mucha oración y con el ayuno (cf. Hch 13,2).
Toda privación o mortificación ayuda para que obre con mayor eficacia y abundancia la Gracia de Dios en nuestra vida. Una mortificación por amor y por el afán de conseguir la total purificación es igual hoy que antes. Es necesario acercarnos a la Eucaristía, para celebrar y alimentarnos de su Amor, pero también para contemplarlo en el Santísimo Sacramento, de manera más prolongada para recibir el fuego de su misericordia y llenarnos más de Él, quien nos ayudará a seguir liberándonos de las ataduras del pecado y de cualquier acción del maligno que nos quiera apartar del camino de la salvación.
GOTAS DE AMOR

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