“Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.”
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Sal 18, 8

EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN san Mateo (5,43-48)
“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo.”
Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti Señor Jesús
SANTORAL
“Todos somos prójimos en la medida en que nos aproximamos a las realidades de los hermanos que más necesitan.”
Sigue la antítesis: “Ustedes han oído que se dijo”… “Pero yo les digo”. Seguramente esta afirmación es la más difícil de vivir. Ellos entendían “prójimo” sólo a los miembros del pueblo de Israel, con tres características principales: alguien que necesita, quien está cerca (se entienda a los miembros del pueblo de Israel) y a quien se le puede ayudar. Jesús amplía radicalmente el concepto cuando nos presenta la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37), en donde el que practica misericordia es quien se hace prójimo de los demás. En ese texto el escriba pregunta “¿quién es mi prójimo?”, y Jesús le responde con otra pregunta: “¿quién de los tres se comportó como prójimo?”. Y la respuesta: “el que tuvo compasión”, el que practicó misericordia. En ese sentido, todos somos prójimos en la medida en que nos aproximamos a las realidades de los hermanos que más necesitan, con el Amor de Dios. Por tanto, no solamente en relación a quienes viven en las calles o son mendigos, sino hacia todo ser humano, aunque con prioridad hacia el que más necesita. Es un concepto universal de la projimidad, del aproximarse hacia el hermano buscando y concretando “hacer el bien sin mirar a quién”, teniendo compasión y misericordia como Dios las tiene con nosotros.
Imaginemos si Dios nos tratara como mereciéramos por nuestros pecados, sería imposible soportar el peso de su mirada o de su justicia. Sin embargo, Dios es fiel, compasivo y misericordioso, lento para enojarse y veloz para perdonar. Ahí se manifiesta su identidad y su forma de actuar, por ello, el Papa Francisco en el año Jubilar extraordinario de la Misericordia presentó como lema: “Misericordiosos como el Padre”. Sólo llegaríamos a ser misericordiosos viviéndole al Señor desde nuestra pequeñez, sabiendo que ya hemos sido “misericordiados” por Dios, pues “Él nos amó primero” (1 Jn 4,10).
Estamos seguros que “amor con amor se paga”. Jesús pide que se ame a todos, incluso a los enemigos, o a quienes nos persiguen. Sin el auxilio de Dios, del Espíritu Santo, eso será imposible, pues nuestra naturaleza humana fácilmente tenderá hacia la venganza. Recordemos que la venganza engendra más venganza en una cadena ininterrumpida de venganzas. Sólo el amor, a través del perdón, puede romper la venganza. Y eso es regalo, puro regalo porque se da aunque no se lo merezca. A esa perfección Jesús nos pide llegar. Así como Él dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, llegando a perdonar a sus verdugos. O como san Esteban que pidió al Señor que no les tuviera en cuenta ese pecado a las personas que lo estaban apedreando. A la luz de estas expresiones nos preguntamos: ¿amamos de verdad a los que nos hacen daño?
Si existe alguien que es nuestro enemigo o alguien que nos persigue sin motivo alguno, ¿somos capaces de orar por su conversión, pidiendo al Señor que no le tenga en cuenta ese pecado? Hoy día, en tantos ámbitos, cuántas calumnias, difamaciones inventadas consiguiendo testigos falsos para justificar sus argumentos. Cuando recibimos ese tipo de injusticias, ¿perdonamos y oramos por ellos?, ¿o queremos hacer lo mismo contra esas personas? Si estamos llenos de Dios, actuaremos como Él, quien hace salir el sol sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. Dios no puede no amar, pues es Amor y siempre amará a todos, aunque obremos en contra de su voluntad. Él es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y veloz para perdonar. Nos ama tanto, pero tanto, que siempre estará dispuesto para regalarnos un abrazo (cf. Lc 15, parábola del Padre Misericordioso -del hijo pródigo-) por el gran amor que tiene por cada uno y perdonarnos, porque así Él es feliz con nosotros.
Seremos perfectos como el Padre en la medida en que le dejemos ser todo en nosotros, “que Él crezca y yo disminuya” decía san Juan, pero san Pablo dijo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). En la medida en que la voluntad de Dios se encarne y transforme todo nuestro ser, dejaremos de ser nosotros mismos, y ahí recién estaremos en condiciones de renunciar a nosotros mismos, para que Él sea en nosotros. De esta manera no sólo seremos otros Cristos, sino Cristo mismo quien hace presencia desde nosotros en el mundo. Cuando Dios sea todo en nosotros, entonces primará todo lo que venga de Él y se obrará según su corazón misericordioso, teniendo paciencia y compasión de todos, quien fue capaz de perdonar siempre y a todos, aunque a quien le perdone no se lo merezca.
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