El hombre vale por su riqueza espiritual que hay en su corazón
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
ORACIÓN INICIAL
Jesús, quiero cruzar junto a ti el desierto de la humildad. Quiero salir más desprendido para poderte buscar con un corazón más libre. Ayúdame a que mi encuentro contigo en este desierto me haga más semejante a ti. Quiero ser dichoso por contarme entre tus elegidos.
Lectura del libro de Isaías (1,10.16-20):
OÍD la palabra del Señor,
Palabra de Dios
príncipes de Sodoma,
escucha la enseñanza de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra.
«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista
vuestras malas acciones.
Dejad de hacer el mal,
aprended a hacer el bien.
Buscad la justicia,
socorred al oprimido,
proteged el derecho del huérfano,
defended a la viuda.
Venid entonces, y discutiremos
—dice el Señor—.
Aunque vuestros pecados sean como escarlata,
quedarán blancos como nieve;
aunque sean rojos como la púrpura,
quedarán como lana.
Si sabéis obedecer,
comeréis de los frutos de la tierra;
si rehusáis y os rebeláis,
os devorará la espada
—ha hablado la boca del Señor—».
Para meditar mientras hacemos nuestro camino de Fe
Originalmente de: https://haciadios.com/
En la oración que dirigimos a María, llamada “Salve”, hablamos de la vida como un valle de lágrimas. Todos sabemos que la presencia del dolor es algo inevitable en nuestra vida. Lo más importante del dolor es cómo lo abrazamos y vivimos. En ocasiones permitimos que se quede ahí, impidiéndonos ser conscientes y agradecidos del resto de bendiciones con que contamos en nuestra vida.
Jesús mismo escogió el camino del sufrimiento para redimirnos. Padeció una Pasión tan injusta como violenta y el dolor de asumir todos los pecados pasados, presentes y futuros de toda la humanidad es simplemente inimaginable. Su amor fue incondicional. No hubo límites.
Para aprender a amar como Él nos amó, debemos mostrar nuestras heridas a Cristo, sin esconderlas o buscar aliviarlas con cosas terrenas. Hay que dejar que sea Él quien las cure y vivir el sufrimiento con un sentido redentor. Sanar nuestras heridas es unirlas a las de Cristo, es poner en Él toda nuestra confianza y abandonarnos a Su Providencia con la certeza de que Él es fiel a sus promesas, nos ama y desea nuestra salvación.
Puede parecernos que cuando sufrimos, Dios está ausente y entonces nos perdemos la oportunidad de ver que en realidad Él está saliendo a nuestro encuentro. Él mismo desde la cruz nos consuela con su ejemplo y oración. Él nos mira y nos sostiene.
Aprendamos de María Santísima a sufrir en el silencio, con humildad y con confianza. Crucemos este desierto de su mano, que siempre está extendida hacia nosotros. Pidamos a Dios la perseverancia para que no seamos nosotros quienes las saltemos.