Nuestra batalla espiritual
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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
ORACIÓN INICIAL
Jesús, quiero cruzar junto a ti el desierto de la humildad. Quiero salir más desprendido para poderte buscar con un corazón más libre. Ayúdame a que mi encuentro contigo en este desierto me haga más semejante a ti. Quiero ser dichoso por contarme entre tus elegidos.
Para meditar mientras hacemos nuestro camino de Fe
Originalmente de: https://haciadios.com/
Dios nos promete que un día lo veremos. Nos ha creado por amor, desde su corazón, y lo lógico es que queramos volver a Él, a su presencia. El anhelo de ver el rostro de Dios está plantado en lo más profundo del corazón del hombre y a ese deseo, debe acompañarlo también la esperanza, más bien la certeza de vivir bajo la mirada de Dios. Yo sé que no puedo ver a Dios en esta vida, pero no debo dudar nunca que Él me mira siempre, con infinito amor y ternura.
Ya desde el Antiguo Testamento queda constancia de cómo el pueblo elegido buscaba al Señor y quería ver su rostro. De alguna manera, Dios se fue revelando, y especialmente a través de los salmos y los profetas deja ver que para hacer una experiencia profunda de Él mismo, es necesaria la fe, la rectitud y la pureza de corazón. La actitud de caminar por el sendero recto, el buscar la santidad, el amor al prójimo… no son intenciones que se escogen una vez y ya.
Este es un esfuerzo de conversión constante, de docilidad a la voluntad de Dios en nuestra vida, de abandono confiado a su misericordia.
Nuestro corazón está inquieto, busca llenarse, llegar a la plenitud pero nuestra experiencia nos dice que no lo logra, que siempre falta algo. Un corazón puro es aquél que se ha vaciado de sí mismo y se ha dejado llena por el Amor de Dios. Es un corazón que se hace niño, que espera y confía de modo ilimitado. Que busca responder y abrazar el reto más grande: amar como Dios ama.
Danos Señor un corazón puro para poderte ver cara a cara. Busco tu rostro Señor, porque sé que buscando te encontraré y encontrándote te amaré.