“Les aseguro que no quedarán ni una “i” ni una coma de la Ley sin cumplirse.”
Afirma mis pasos conforme a tu palabra, para que no me domine la maldad.
Sal 118, 133

EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN san Mateo (5,17-19)
“El que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos ´”
Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas. Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una “i” ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti Señor Jesús
SANTORAL
MEDITACIÓN
“Amor que no obedece a lo mandado por el Señor directamente o a través de sus representantes legítimos, es simplemente un amor ficticio.”
Jesús nos dejó la ley del amor como el núcleo de todas las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, pero dentro de una pedagogía de vida, mostrando desde el gran abajamiento de su divinidad, lavando los pies a sus discípulos y muriendo en la Cruz por la salvación de los demás, que debe ser la luz para entender lo que Dios dijo y sigue diciendo en nuestro “aquí y ahora” de todos los días. Todo lo que Dios dijo se cumplirá, porque Dios no puede mentir, siempre dice la verdad. En el mundo hay leyes que contradicen profundamente la voluntad divina, como las que se refieren a la ideología de género, al aborto, a cualquier sistema que quiera justificar la corrupción o experiencias que quieran atentar contra la dignidad humana. Dios es simple y nos dice lo que a Él le gusta: su misericordia, la que nos pide practicar entre los seres humanos.
Encontramos en este texto cuando Jesús se pronuncia con firmeza con relación a la validez de la Ley, que estuvo cumpliendo una función súper importante en la historia de la Salvación antes de Cristo; no se la puede eliminar, sino que debe ser asumida como parte de la Escritura, normativa para Israel y toda la Iglesia. Entonces, es bueno hablar de reivindicación de la Ley y también de una nueva comprensión y revaloración de la misma. Por ello, el discípulo de Jesús no puede ser entendido al margen de lo que Dios prescribió en el Antiguo Testamento, sino que lo recibe con gratitud, como la herencia más preciada, aunque la observancia actual no sea exactamente la misma que el Antiguo Testamento, porque desde ahora la llave o clave de lectura será el mismo Jesucristo (cf. Mt 24,25-27); ahora, no entendido Jesucristo sólo en algún aspecto particular, sino todo Él, que se lo ve finalmente en la gloria junto al Padre y animando a su Iglesia a través de su Espíritu.
En el texto del Evangelio se le ve a Jesús aclarando una posible confusión; es cierto que no continúa con los sacrificios de la religión judía ni tampoco con otras costumbres agregadas por las tradiciones de los fariseos, es decir que, no anula las exigencias de la Ley de Dios. ¿Qué significa eso? Significa que nada de lo que Dios nos pide es irrelevante o despreciable. Si bien Jesús rechaza la apariencia externa, no significa que no le interese que nuestras acciones respondan a la voluntad del Padre, o que Él anule los mandamientos. Jesús no sólo está pidiendo que nos empeñemos en ser fieles a la Ley de Dios, sino que también enseñemos esa Ley y que nos identifiquemos públicamente con ella transmitiéndola fielmente a los demás. Quien llegue a hacer eso, será considerado grande en el Reino de Dios. Por tanto, más que divergencias en relación con la normativa bíblico-judía se habla de perfección de
la misma, no de eliminarla y suplirla con otra. De ahí que la Ley, como expresión de la voluntad de Dios, debe ser aceptada en su totalidad. Sólo quien la entienda así es más justo que aquellos “justos” de la época de Cristo, los teólogos (los escribas) y los laicos súper piadosos (los fariseos): la justicia de Jesús supera a la de los escribas y a la de los fariseos.
No es que la Ley de Moisés y la Ley evangélica sean dos leyes opuestas entre sí, sino que son más bien una sola ley: es la ley de Dios al hombre en dos etapas; esta segunda etapa es de complementación y perfeccionamiento de la primera, ya que el Antiguo Testamento era una preparación para el Nuevo Testamento. Nos invita Jesús a observar hasta en los más ínfimos detalles, pues observar el Evangelio con un verdadero espíritu de amor y de entrega a la voluntad de Dios es la perfección evangélica.
Es notorio que la justicia farisaica es condenada aquí por el Señor, porque resultaba ser una idolatría de la letra. El Señor nos abre a otra justicia más profunda y real; no podemos contentarnos con la observancia de la letra; San Pablo decía: “la letra mata, mas el Espíritu da Vida” (2 Cor 3,6). Es decir, letra sin amor, es letra muerta; digamos así: amor que no se expresa y no se manifiesta, pronto se apaga; o también: amor que no obedece a lo mandado por el Señor directamente o a través de sus representantes legítimos, es simplemente un amor ficticio.
De ahí concluimos que, si bien es cierto que el creyente debe tener en cuenta todo lo que está en las Escrituras, se debería ver también la práctica de la materialidad de sus obligaciones si están insufladas de espiritualidad, o resulta ser sólo un huir de la voluntad de Dios cumpliendo mecánicamente lo mandado. ¿Cumplimos fielmente la ley del Señor y enseñamos de igual modo a que los demás también lo cumplan hasta en los detalles? Esto nos llevará a vivir un estilo de vida, estilo evangélico siempre y con todos.

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