“Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.”

Bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas
Sal 102, 2-3

EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN san Lucas (18, 9-14)
“Todo el que se eleva sera humillado, y el que se humilla sera elevado”
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti Señor Jesús
SANTORAL
MEDITACIÓN
“Para nosotros, los cristianos, la oración será un abrirse con Jesús al Padre a través del Espíritu Santo.”
La respuesta de Jesús alude a quienes se creían justos, o santos y despreciaban a los demás. El mensaje refiere a la humildad, que ciertamente es tener los pies firmes sobre la tierra, reconociéndose de barro (pecador) y necesitado de los demás y, especialmente, de Dios. El publicano, en nuestro texto, alude a un pecador público, esto es, todos sabían que era pecador y, por ende, tenía esa condena social, despreciándolo. Sin embargo, sus actitudes delante de Dios en el Templo, son distintas y distantes al fariseo quien se jacta presentándose orgulloso y soberbio, comparándose con los demás y con ese publicano, manifestando que cumplía con todos los preceptos y mandatos y, en cuanto a las apariencias era el mejor considerado. No así el publicano, quien ni siquiera se animaba a levantar la cabeza de la vergüenza que sentía delante de Dios, por tanto, ya se presenta como un gran pecador, sin mérito alguno de poder recibir la Gracia. Jesús lucha actuando y enseñando a superar la religión de las apariencias y de los reconocimientos, dando así un mensaje de la sencillez y de la humildad a todos.
El evangelista, en la escena precedente, de la viuda, nos invita a orar con persistencia, en donde hasta nuestra historia se refleje en plegarias, súplicas, alabanzas y acciones de gracias. En nuestro caso nos indica que no es suficiente orar externamente, sino que dicha oración pueda penetrar hasta lo más hondo de nuestro ser y sea radicalmente sincera. En el texto de hoy, el fariseo sube al templo, dice abiertamente que le importa mucho la oración y la realiza, aunque sus palabras y actitud están vacías, no buscando a Dios sino más bien su grandeza contentándose en su propia perfección humana. En nuestros días diríamos: es autorreferencial, él es el único referente y no Dios. El publicando va al encuentro de Dios, pero reconociéndose sumido en lo profundo de la miseria, que necesita salir de su pecado y, por eso, pide ansiosamente auxilio, se reconoce estar solo, sin poder apoyarse en lo que tiene, sino que está buscando fuerza y salvación en el camino. Se anima a llamar, a expresarse con sinceridad, pues no tiene nada que ofrecer, sino sólo su gran miseria. Ahí es donde se da la auténtica oración y el encuentro con el Señor. En el día de hoy Jesús nos está dando una enseñanza maravillosa:
a) La oración como puro rito externo que se debe cumplir ha pasado a segundo plano. Se nota que el fariseo realizó puntualmente todas las prescripciones de la tradición sagrada de Israel, pero notamos que a través de sus palabras no llegó a tocar el corazón de Dios, porque se centraba en sí mismo, en su modo de mirar al mundo, en lograr correctamente lo que entendía su propia justicia. El publicano, es alguien que no sabe ni de purezas ni de fórmulas rituales, en su vida por tener tantos pecados no puede presentar a Dios ningún mérito, pero al llegar hasta el fondo de sí mismo deja que Dios le ilumine y le cambie. De ahí que “el publicano regresa justificado” quiere decir que Dios le ama y que él procurará vivir en su vida la exigencia del perdón y del amor que Dios le transmitió. Esta parte es fascinante.
b) Para nosotros, los cristianos, la oración será un abrirse con Jesús al Padre a través del Espíritu Santo. En y por Jesús descubrimos que nuestra vida está llena de dones que Dios nos da. De ahí decimos que orar no se reduce en repetir vacíamente fórmulas y afirmar nuestro ego, sino en un amor de Padre que se inclina a nuestra súplica y nos expresa profundamente que nos ama.
c) Algunos dirán que el ser humano no necesita de la oración para vivir como de comida, agua y aire. Pero recordemos que sólo la oración descubre su intimidad como persona a la que ama de verdad, se descubre la realidad de su persona que se apoya en el misterio de la muerte y la Pascua de Jesús, y puede sentirse en lo más profundo de su ser alguien perdonado. Esto es gozar del don que se nos ofrece, gozar de Dios como el gran regalo en nuestra historia, es vivir este misterio y poder expresarlo todos los días, es la auténtica oración cristiana.
Salgamos de nuestro centro y enfoquémonos hacia Dios. Él es nuestro centro para nuestros pensamientos, palabras y acciones, para cualquier discernimiento y decisión que tengamos que hacer. Pero todo, todo eso lo llevemos a la oración, en un diálogo sincero, profundo y permanente, haciendo involucrar nuestra cotidianidad como la gran ofrenda de nuestro día a día, de toda nuestra vida para el Señor, quien acoja destinando para la salvación de los hermanos que más necesitan en el mundo entero. No hablar mucho, sino hacer silencio y escuchar la Voz de Dios, quien nos expresa a través de su Palabra su Voluntad. Alabarlo, glorificarlo y adorarlo todos los días, pues Él es nuestro Salvador y quien nos provee de lo necesario para vivir y ser felices..

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