“Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”

Escucha, Señor, la voz de mi clamor: No me rechaces ni me abandones, Dios, mi salvador, porque tú eres mi refugio.
Sal. 26, 7. 9.

Audios Originales tomados de: https://panversia.com/
Primera lectura de hoy
Lectura del segundo libro de los Reyes
2R 11, 1-4. 9-18. 20
Por aquel entonces, 1 Atalía, la madre de Ocozías, al ver que había muerto su hijo, empezó a exterminar a todo el linaje real. 2 Pero Josebá, hija del rey Joram y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, lo sacó secretamente de en medio de los hijos del rey que iban a ser masacrados, y lo puso con su nodriza en la sala que servía de dormitorio. Así lo ocultó a los ojos de Atalía y no lo mataron. 3 El estuvo con ella en la Casa del Señor, oculto durante seis años, mientras Atalía reinaba sobre el país.
4 El séptimo año, Iehoiadá mandó buscar a los centuriones de los carios y de la guardia, y los hizo comparecer ante él en la Casa del Señor. Hizo con ellos un pacto comprometiéndolos bajo juramento, y les mostró al hijo del rey.
9 Los centuriones ejecutaron exactamente todo lo que les había ordenado el sacerdote Iehoiadá. Cada uno de ellos tomó a sus hombres –los que entraban de servicio y los que eran relevados el día sábado– y se presentaron ante el sacerdote Iehoiadá. 10 El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David que estaban en la Casa del Señor. 11 Los guardias se apostaron, cada uno con sus armas en la mano, desde el lado sur hasta el lado norte de la Casa, delante del altar y delante de la Casa, para formar un círculo alrededor del rey. 12 Entonces Iehoiadá hizo salir al hijo del rey y le impuso la diadema y el Testimonio. Se lo constituyó rey, se lo ungió, y todos aplaudieron, aclamando: «¡Viva el rey!».
13 Atalía oyó el griterío de la gente que corría, y se dirigió hacia la Casa del Señor, donde estaba el pueblo. 14 Y al ver al rey de pie sobre el estrado, como era costumbre, a los jefes y las trompetas junto al rey, y a todo el pueblo del país que estaba de fiesta y tocaba las trompetas, rasgó sus vestiduras y gritó: «¡Traición!».
15 Entonces el sacerdote Iehoiadá impartió órdenes a los centuriones encargados de la tropa, diciéndoles: «¡Háganla salir de entre las filas! Si alguien la sigue, que sea pasado al filo de la espada». Porque el sacerdote había dicho: «Que no la maten en la Casa del Señor». 16 La llevaron a empujones, y por el camino de la entrada de los Caballos llegó a la casa del rey; allí la mataron.
17 Iehoiadá selló la alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, comprometiéndose este a ser el pueblo del Señor; y también selló una alianza entre el rey y el pueblo.
18 Luego, todo el pueblo del país se dirigió al templo de Baal, lo derribó y destrozó por completo sus altares y sus imágenes. Y a Matán, el sacerdote de Baal, lo mataron delante de los altares.
El sacerdote estableció puestos de guardia en la Casa del Señor. 20 Toda la gente del país se alegró y la ciudad permaneció en calma. A Atalía la habían pasado al filo de la espada en la casa del rey.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Salmo responsorial del día
Libro de los Salmos
Sal 131, 11. 12. 13-14. 17-18
R/. El Señor ha elegido Sión, para vivir en ella
El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono». R/.«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono». R/.«Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema». R/.
Evangelio de hoy jueves 16 de junio de 2022
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN San Mateo Mt 6, 19-23
“Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá! ”
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 19 No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. 20 Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
21 Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón. 22 La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. 23 Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“Quien está obrando la justicia, quien hace el bien sin mirar a quién, quien da limosna, quien ora, etc., está teniendo un tesoro en el cielo.”
Lo primero que nos preguntamos es si Jesús condenaba la posesión privada. Recordemos que Jesús permitía a sus discípulos la posesión de casa y campos (cf. Mc 10,29-30). Las mujeres que le atendía tenían también sus posesiones (cf. Lc 8,3; 10,38); está el caso de Leví (cf. Mc 2,15) y de Zaqueo (cf. Lc 19,8), que nos dan una orientación para afirmar que Jesús no condenaba la posesión privada. Ciertamente el caso del joven rico es un caso para discernir desde otra perspectiva (cf. Mc 10,21).
Comencemos a analizar lo que Jesús dice en relación al tesoro en la tierra y en el cielo. Quien está obrando la justicia, quien hace el bien sin mirar a quién, quien da limosna, quien ora, etc., está teniendo un tesoro en el cielo. Era una convicción que se tenía en esa época. Es importante tener en cuenta la mentalidad de la época, pero Jesús afirma con mayor profundidad el tema, diciendo que toda posesión terrena es pasajera e insegura: al hablar de tesoros se refiere a vestidos más o menos preciosos, alfombras, algún objeto de metal, escondidos detrás de la pared de barro, que los ladrones podrían perforar.
¿Cuál es y cómo se logra alcanzar el tesoro del cielo? No se dice explícitamente en el texto, pero deducimos desde la afirmación: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Pues el corazón no es sólo el lugar de la dimensión afectiva de la persona, sino se refiere a toda la persona en sus apetencias y deseos más íntimos y profundos. Es la sede de la inteligencia, de los sentimientos y la voluntad, desde el corazón, la persona piensa, siente y obra. Y si el corazón está orientado al cielo, entonces, está orientada toda la persona a Dios. Ahí encontramos el tesoro permanente y plenamente seguro.
Decir que el ojo es la lámpara del cuerpo, parte de la naturaleza misma de las cosas. El ojo es como la lámpara o la luz que nos permite ver, pues sin ojo no se podría ver nada. ¿Qué podría significar el ojo sano y el ojo enfermo, a qué precisamente se podría referir? Recordemos que el texto nos dice que si el ojo está sano, podemos ver bien, pero si el ojo está enfermo, empezamos a rodearnos de tinieblas. Para que tu ojo, pueda tener una mirada sana, tendría que siempre mirar a Dios, que es la Luz del mundo (cf. Jn 8,12), y si se dirige siempre esa mirada a Dios, se llenará de su Luz, entonces, llenándose de la Luz de Dios, se iluminará toda la persona y cualquier misterio de oscuridad humana que genera inseguridad desaparecerá. Cuando la Persona de Dios y su Palabra están en tu mirada, estarás lleno de la Luz del Señor y tendrá sentido lo que eres y haces. O bien cualquier propuesta de la oscuridad te podría convencer y seducir para ser parte de sus intereses. Es Dios quien nos ayudará a tener la mirada limpia y sana, llena de su Luz, dando seguridad a la misma persona y ayudando a que otras también reciban esa Luz que proviene de Dios. Por tanto, el Señor no prohíbe un prudente cuidado y moderada preocupación por las cosas materiales, es decir, la prudencia en la previsión del futuro, para nosotros y para los demás también, es una virtud humana y cristiana a la vez. Lo que no tendría que pasar es que la persona dependa sólo de lo material y se olvide de lo espiritual. En ocasiones puede pasar que caigamos en estar dependiendo exclusivamente de las cosas de este mundo, sin tener en cuenta lo que Dios nos pide, su voluntad. Ese desprendimiento de lo material, por la pobreza evangélica, debe llevarnos a vivir preocupados de un modo intenso por lo espiritual, entonces, lo material ocuparía en nuestra vida sólo el lugar necesario para una vida digna.
Dichosa la persona que, dando a las cosas terrenas la atención necesaria, pone su principal cuidado en que venga el Reino de Dios. Como se dice popularmente: cuidemos las cosas de Dios y Dios cuidará de nuestras cosas. Los tesoros, que valen en la presencia del Señor, no son las alhajas, los vestidos, el dinero, las posesiones materiales, etc., sino los del cielo, que son imperecederos, como la vista y el amor de Dios y aquellos tesoros espirituales, que ciertamente en la tierra podemos adquirir y que nos harán posible la adquisición de los valores del cielo, como las buenas obras, la caridad, la oración, la fe, etc.
Además, si tu ojo está sano, si tu ojo es sencillo, podrás ver todo con sencillez y limpieza; decimos así: todo depende del color del cristal con que se mira; si tu ojo es limpio y recto, todo verás limpio y recto, pues no pueden ser las cosas tan malas como se las suelen juzgar, es cada persona que puede llegar a poner la malicia en ellas, dependen de las bondades o malicias con que las usamos y juzgamos. Muchas veces tenemos una doble medida, para nosotros una medida y para los demás otra; es la ley del embudo: lo ancho para mí y para ti lo agudo. En el lenguaje bíblico, el ojo de la persona humana es su corazón, que debería permanecer sencillo, limpio, sin mala intención alguna. El Señor nos enseña que todo ser humano en sus pensamientos, ideas, juicios, sentimientos y afectos, debe estar conforme a la ley de la salud espiritual del que debe gozar todo hijo de Dios. Es sentir, obrar y pensar con rectitud, para que sus pensamientos, sentimientos y obras lleguen a ser los tesoros para ganar el cielo.
