“Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos”

San Pío XSan Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia (MO) no se celebra por caer domingo, papa (MO)
Ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día. Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan.
Sal 85, 3. 5


Audios originales tomados de: panversia.com
Primera Lectura
Lectura del libro del Eclesiático
Sir 3, 17-20. 28-29
17 Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. 18 Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, 19 [Son muchos los hombres altivos y gloriosos, pero el Señor revela sus secretos a los humildes.] 20 porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes.
28 No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él. 29 El corazón inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Salmo Responsorial
Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11
R/. Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para los pobres
Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a su nombre;
su nombre es el Señor. R/.Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.Derramaste en tu heredad,
oh, Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh, Dios,
preparó para los pobres. R/
Segunda lectura
Lectura de la carta a los hebreos
Heb 12, 18-19.22-24a
Hermanos: 18 Ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, 19 sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando.
22 Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, 23 a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, 24 a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Evangelio
Lectura del santo evangelio según San Lucas
Lc 14, 1.7-14
“Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú”
1 Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.
7 Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: 8 «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, 9 y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. 10 Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. 11 Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
12 Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. 13 Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. 14 ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!»
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“El camino de la humildad es el camino de Jesús, nuestro modelo perfecto: “se vació a sí mismo y se humilló”
Hoy recordamos a san Agustín, quien nació en Tagaste (hoy Túnez) en el año 354 y se dedicó a los estudios clásicos, sobre todo la gramática y la retórica. Estaba dotado con un intelecto brillante, lo que le favoreció para ir buscando la verdad dedicándose a la filosofía, indagando en las distintas escuelas y corrientes de la época. Cuando le hablaron de san Ambrosio y su capacidad para predicar, fue para criticarlo, pero escuchando la predicación del obispo encontró en el cristianismo la respuesta a sus interrogantes, quedando verdaderamente fascinado y fue bautizado. Sus escritos ejercieron una notable influencia en el pensamiento cristiano, seguramente con más fuerza que los otros padres de la Iglesia. Entre sus obras se destacan las “Confesiones”, “La ciudad de Dios”, entre otras. Llegó a ser humilde, diciendo: “con ustedes soy cristiano, para ustedes, Obispo”. Fue obispo de Hipona en África, donde murió en el año 430, durante el asedio de los vándalos”
(cf. La Liturgia Cotidiana, 28/08/2021, pág. 88).
Así notamos que la puerta además se ser estrecha es baja, y por ella sólo entrarán los pequeños y humildes. Los que se creen grandes no pueden entrar por ella. Al contrario, irán por la puerta amplia y espaciosa que lleva a la perdición (cf. Mt 7,14-15). La primera condición para ser discípulo de Cristo es la humildad. Es paradójico que esta virtud tan fundamental, porque es el humus de la vida cristiana, sea tan poco bien comprendida y vivida. H. U. vonBalthasar decía: “Es difícil definir la humildad como virtud. En realidad, no se debe aspirar a ella, porque entonces se querría ser algo; no se la puede ejercitar, porque entonces se querría llegar a algo. Los que la poseen no pueden saber ni constatar que la tienen. Simplemente se puede decir negativamente: el hombre no debe pretender nada para sí mismo”. Se trata de una virtud, en cierto modo, exclusivamente cristiana o religiosa, por cuanto es la conciencia de la propia realidad a la luz de Dios, la mirada sobre uno mismo desde la mirada de Dios.
Por ejemplo, Moisés, es líder indiscutible, pero muy humilde: “Moisés era un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra” (Nm 12,3); “Por su fidelidad y humildad lo santificó, lo eligió de entre todos los vivientes” (Eclo 45,4). La Virgen María dice que Dios obró cosas grandes en ella, que recibió una misión increíble de parte de Dios, pues miró la humillación de su esclava. No hace alarde de nada, sino que todo atribuye a la Gracia de Dios, es la verdadera humildad. El camino de la humildad es el camino de Jesús, nuestro modelo perfecto: “se vació a sí mismo y se humilló”, el anonadamiento supremo de quien siendo igual a Dios tomó la condición de esclavo (cf. Filp 2,6-11). El beato Charles De Foucault decía: “Jesús ha tomado de tal manera el último lugar que nunca nadie se lo ha podido arrebatar”.
San Francisco de Asís mencionaba la humildad de Dios: “Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él (cf. 1Pe 5,6; Sant 4,10)” (Carta a toda la Orden, n. 28). “Jesús siempre nos muestra el camino de la humildad -¡debemos aprender el camino de la humildad!- porque es el más auténtico, lo que también nos permite tener relaciones auténticas. Verdadera humildad, no falsa humildad” (Papa Francisco en el ángelus del 1º. de septiembre de 2019).
A todos nos gusta que nos reconozcan, que consciente o inconscientemente aspiramos a los primeros puestos; pero lo que pasa es que el honor y el poder ejercen en nosotros un efecto semejante al de las drogas: nos sacan de la realidad. Así, nos evadimos de lo que verdaderamente somos y valemos ya que nuestro verdadero valor y nuestra realidad profunda es lo que somos ante Dios; “humildad es andar en verdad” (Santa Teresa de Jesús). De ahí que la humildad nos mantiene en la realidad. Lo cual implica no negar todo lo bueno y valioso que somos y tenemos, sino referirlo siempre a su origen y fuente: Dios. “Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7).Algunos frutos de la humildad: el alma humilde está llena de amor y no busca los primeros
puestos, sino que desea el bien para todos y se contenta con cualquier condición. En virtud del amor, el alma desea para cada hombre un bien mayor que para sí misma, y goza cuando ve que los otros son más afortunados que ella, y se aflige cuando ve que se encuentran en el sufrimiento. En el siglo IV, San Juan Clímaco, con su Santa Escala y San Benito en su regla, enseñan que el ascenso a Dios es más bien un descenso por la escalera de la humildad.
Concluyendo, la humildad fue el camino de Jesús, de María, de Moisés y de tantos otros, y es también el nuestro. En algún momento nos tocará descender hasta nuestro propio infierno o abismo y allí aceptar nuestra condición pecadora y la necesidad que tenemos de la redención de Cristo. Y es ahí, en lo más profundo del pozo, donde la misericordia de Dios y la miseria del hombre se encuentran cara a cara y se besan, allí surge la humildad del corazón. Se trata de “utilizar como receptáculo de la misericordia nuestro propio pecado” (Papa Francisco).
La segunda parábola nos ayuda a purificar nuestras motivaciones a la hora de hacer el bien a los demás. Jesús nos invita a ayudar a los que no pueden devolvernos el favor, a ser desinteresados y esperar la recompensa sólo de Dios. “La humilde generosidad es cristiana. El intercambio humano, de hecho, suele distorsionar las relaciones, las hace «comerciales», introduciendo un interés personal en una relación que debe ser generosa y libre. En cambio, Jesús invita a la generosidad desinteresada, a abrir el camino a una alegría mucho mayor, la alegría de ser parte del amor mismo de Dios que nos espera a todos en el banquete celestial” (Papa Francisco en el ángelus del 1° de septiembre de 2019). “Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué recompensarte» (Lc 14,14)” (EG 48).
Las parábolas nos piden humildad y servicio desinteresado. Sólo el humilde, el que no se busca a sí mismo, tiene lugar en su corazón para amar y servir desinteresadamente al necesitado. No hace el bien para figurar, sino por compasión; y con el corazón lleno por la recompensa que el mismo Señor le ha dado y que quiere compartir con los demás.

