“Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado””

Señor, concede la paz a los que esperan en ti, para que se compruebe la veracidad de tus profetas. Escucha la oración de tu servidor y la de tu pueblo.
Ecli 36, 18


Audios originales tomados de: panversia.com
Primera Lectura
Lectura del libro del Éxodo
Ex 32, 7-11.13-14
En aquellos días, 7 el Señor dijo a Moisés: «Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. 8 Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: «Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto». 9 Luego le siguió diciendo: «Ya veo que este es un pueblo obstinado. 10 Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación».
La intercesión de Moisés
11 Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: «¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? 13 Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo: «Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como herencia». 14 Y el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Salmo Responsorial
Sal 50, 3-4. 12-13. 17 y 19
R/. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera Carta del Apóstol san Pablo a Timoteo
1 Tim 1, 12-17
Querido hermano: 12 Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio 13 a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. 14 Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. 15 Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. 16 Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida eterna. 17 ¡Al Rey eterno y universal, al Dios incorruptible, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Evangelio
Lectura del santo evangelio según San Lucas
Lc 15, 1-32
“Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.
En aquel tiempo, 1 todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. 2 Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
3 Jesús les dijo entonces esta parábola: 4 «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? 5 Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, 6 y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. 7 Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
8 Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? 9 Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”.
10 Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».
11 Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. 12 El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió sus bienes. 13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. 14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. 15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. 16 El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. 17 Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!”. 18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; 19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. 20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. 21 El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo”. 22 Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. 23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, 24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta.
25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. 26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. 27 El le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. 28 El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, 29 pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. 30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”. 31 Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. 32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”».
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“Nadie quiere tanto la salvación de los hombres como Él.”
Las tres parábolas de Lucas 15 se referían originalmente a una situación particular: “recaudadores de impuestos y pecadores” se acercaban a Jesús para escucharlo, lo que generó crítica de los fariseos y doctores de la Ley, quienes escandalizados decían: “recibe a los pecadores y come con ellos” (cf. Lc 15,2). L. Rivas dice: “para los orientales, compartir la mesa no sólo era un acto de hospitalidad, sino que también creaba parentesco entre los que participaban. Por eso los maestros y los piadosos en general evitaban el contacto con los pecadores y jamás los admitían en su mesa”. Jesús narra las tres parábolas motivado en responder a los fariseos y escribas quienes lo criticaban y murmuraban en su contra. Las dos primeras: la oveja perdida y la moneda extraviada, reciben al final una clara transposición al orden de la fe insistiendo en la alegría de Dios (el cielo, los ángeles) por la conversión de los pecadores (cf. Lc 15,7.10).
En la parábola del hijo pródigo, el padre representa a Dios, el hijo menor a los pecadores, y el hijo mayor, a los fariseos y escribas que se creían justos. El centro o hilo conductor es la relación del Padre con sus dos hijos. Podríamos llamarla: “parábola de los dos hijos” o “parábola del Padre misericordioso”, protagonista principal del relato. Detalla el itinerario del hijo menor desde que se va de la casa paterna hasta que regresa y se reencuentra con su Padre. Pedir la herencia en vida de su padre es ya una ofensa grave para el padre, con el agravante de decidir abandonarlo, dejando la casa familiar. B. Malina: “Al solicitar no sólo su herencia, sino el derecho a disponer de ella en vida de su padre, el joven rompe violentamente con su padre, su hermano y la comunidad en la que viven. La hostilidad sería manifiesta tras su regreso, especialmente cuando supiese su familia que había disipado su parte de la propiedad familiar con no-israelitas. Las familias del pueblo tendrían miedo de que a sus hijos jóvenes se les ocurrieran semejantes ideas.”
Invita a la conversión y reconciliación, en la perspectiva del discipulado camino hacia Jerusalén. En los tres últimos domingos se presentaron serias exigencias del seguimiento de Cristo: pasar por la puerta estrecha, buscar el último lugar y cargar con la cruz renunciando a todo. Suena a como tan difícil y exigente, donde nos podemos sentir flojos, con tendencia al desánimo ante este desafío. Estas parábolas suenan a oasis en medio del camino a Jerusalén: “en estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (Papa Francisco, M.V. n. 9). Invita a mirar a Dios descubriendo su corazón de Padre.
“La parábola del hijo pródigo es quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de Jesús en el evangelio. El destino y la esencia de los dos hijos sirve únicamente para revelar el corazón del padre. Nunca describió Jesús al Padre celeste de una manera más viva, clara e impresionante que aquí” (H. U. vonBalthasar). Nadie quiere tanto la salvación de los hombres como Él. Por eso Jesús compara a Dios con el pastor que sale en búsqueda de la oveja perdida y se llena de alegría al encontrarla. Y lo mismo con la mujer que perdió su moneda. «Les aseguro que de la misma manera se alegran los cielos y los ángeles (o sea Dios) por un solo pecador que se convierte». Cada persona es muy valiosa para Dios, quien desea que entre al Reino, alcanzando la salvación prometida. Las dos primeras parábolas, con la limitación propia del lenguaje figurado que no puede ni quiere decirlo todo, si bien dejan en la sombra la respuesta libre del hombre, acentúan el amor decidido de Dios de llevar de vuelta a los perdidos a casa. Pero pocas veces los hombres somos dóciles como las ovejas o las monedas. La respuesta libre del hombre es clara en el hijo pródigo, quien toma la decisión de volver, aunque motivada por la miserable situación en la que terminó su vida licenciosa. Lo fascinante, extraordinario y emocionante es la actitud del Padre, quien lo estaba esperando y lo recibe con un abrazo y como hijo. El amor del Padre excedió totalmente la imagen que el hijo menor se había forjado de sí en sus reflexiones. El hijo fue sorprendido por un amor misericordioso y siempre fiel. Es un amor más fuerte, más grande que nuestro pecado, devolviéndonos la condición de hijos. Si la conciencia se formó en la estricta justicia, tendrá serias dificultades para aceptar el perdón del Padre, por considerarlo algo inmerecido, que no corresponde, quedándose encerrada en su culpa esperando el castigo, y así, negándose al abrazo del Padre. Pero la misericordia triunfa sobre el juicio y el perdón de Dios es un gran regalo que se debe aceptar y valorar. Pero atención: hay mayor deseo y alegría del padre por el regreso del hijo, que el remordimiento del hijo por haberle fallado al padre.
Notamos que con las actitudes del hijo mayor, los convertidos también necesitamos conversión (permanente). Pues, somos tentados a refugiarnos en el caparazón de nuestros méritos eclesiásticos y cumplimiento externo de nuestras prácticas piadosas, y perdernos del gozo del amor entrañable del Padre. Entonces el núcleo de la parábola es la relación del padre con los dos hijos, y la relación con el Padre Dios y con el otro como hermano es el núcleo de la existencia humana y cristiana.
«Si miramos la Sagrada Escritura, vemos que toda ella converge hacia el nombre de Dios pronunciado por el Hijo en Getsemaní: Abbá. Al mismo tiempo, toda la Biblia nos hace ver el drama humano, transmitido de generación en generación, causado por el hecho de que el hombre no se ve como hijo […] El hijo menor ha pasado de la vergüenza, del fracaso, de la destrucción al abrazo del padre. Encontrarse vivo tras la muerte significa sentirse acogido por Aquel que nos perdona lo que nosotros mismos hemos combinado con nuestra voluntad y que ha constituido nuestra ruina, nuestra humillación y nuestra muerte. El hijo mayor de la parábola no pasa por esa experiencia. Por eso está anclado en sus juicios sobre situaciones y personas. Quien desea hacer el bien pero no ha experimentado nunca la propia fragilidad, el propio pecado y el perdón gratuito, puede tropezar con facilidad, porque le resulta difícil llegar a ser una persona auténtica de fe, de apertura real y de humildad» (Marko Rupnik).
El que se siente profundamente amado por Dios comprende que las exigencias de Cristo a sus discípulos están motivadas por su gran amor y que, si bien la puerta es estrecha, del otro lado nos esperan los brazos del Padre. Y Jesús ya pasó por ella (la puerta), para luego venir a buscarnos y llevarnos junto al Padre por el camino de la misericordia. No se puede ser hijo si no se acepta ser hermano de todos los otros hijos del padre. W. Marchel dijo: “Nadie puede tener a Dios por padre, si no tiene al prójimo por hermano”. El papa Francisco expresó: “el deseo del Padre: que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4)”, (homilía del 31 de marzo de 2019)..

