“Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”

Que la alegría llene el corazón de los que buscan al Señor. Busquen al Señor y serán fuertes, busquen siempre su rostro.
Sal 104, 3-4

Audios originales tomados de: panversia.com
Primera Lectura
Lectura del libro del Eclesiástico
Sir 35, 12-14. 16-19a
12 El Señor es juez y no hace distinción de personas: 13 No se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; 14 no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja. 16 El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes. 17 La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se consuela: 18 No desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia. 19 El Señor no tardará.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Salmo Responsorial
Sal 33, 2-3 17-18. 19 y 23
R/. El afligido invocó al Señor, y Él lo escuchó
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R/.
Segunda lectura
Lectura de la Segunda Carta del apóstol San Pablo a Timoteo
2 Tim 4, 6-8.16-18
Querido hermano: 6 Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: 7 he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. 8 Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación.
16 Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! 17 Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. 18 El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Evangelio
Lectura del santo evangelio según San Lucas
Lc 18, 9-14
“´Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.
En aquel tiempo, Jesús, 9 refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: 10 «Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”.
13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.
14 Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“Sólo Dios puede perdonar los pecados, pero si ponemos toda la confianza en el cumplimiento de la ley, en la autojustificación.”
También en este domingo, la primera frase nos da la clave para entender la parábola: “Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola” (Lc 18,9). El texto original dice que “estaban persuadidos, convencidos a sí mismos, de ser justos”, de tener aprobación de Dios. Y despreciaban a los demás, los tenían como injustos, reprobados por Dios (cf. Lc 23,11: desprecio de Herodes y sus guardias hacia Jesús en la Pasión). Parábola dirigida especialmente a personas con esta actitud (cf. fariseos). Un fariseo y un publicano fueron al templo a orar (dos figuras representativas del judaísmo de la época).
Los fariseos constituían un grupo dentro del judaísmo, quienes observaban estrictamente la ley y los llevaba hasta a separarse de los demás, de los que no cumplían. Flavio Josefo los describe así: “Un grupo dentro del judaísmo oficial, que se distinguía particularmente por su estricta observancia de las prescripciones religiosas y por su interpretación formalista de la ley” (Bell. I, 5, 2, n. 110). Hoy equivaldría decir: “subió al Templo a orar un hombre religioso, fiel cumplidor de los mandamientos”. Un publicano, un cobrador de impuestos, un hombre vendido al poder dominante, un ladrón de los dineros del pueblo y socialmente considerado como pecador (impuro). Hoy diríamos: “subió al Templo a rezar un pecador, un desfachatado a quien no le importan la ley ni el honor”. Es la cara externa de los personajes y el juicio de la sociedad sobre ellos.
El fariseo de la parábola no busca tanto la justificación o aprobación de Dios, sino que se justifica a sí mismo. Termina engañándose a sí mismo, a los demás, y no agrada a Dios, y así, no entra en el camino de salvación: “Y Él les dijo (a los fariseos): Ustedes son los que se justifican a sí mismos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios” (Lc 16,15). Pues dice: yo ayuno, yo pago diezmo, yo no soy como los demás hombres que son pecadores, etc. Quien pretende justificarse por sus propias obras, se pone a sí mismo en el centro, termina con una vida vana, sus obras estériles, como el árbol lejos del agua (cf. LF 19).
El publicano reconoce su pecado y pide a Dios la Gracia de ser justificado por Él, esperando la justificación como un don gratuito de la misericordia de Dios que lo devolverá al camino de la salvación. Por ser humilde volvió a su casa justificado, creyó en el amor de Dios, fue justificado por su fe, fue agradable a Dios por haber creído en su misericordia y pedido perdón. La fe es la confianza en el amor de Dios, en su poder salvador; Jesús expresa: “Tu fe te ha salvado”. Sólo Dios puede perdonar los pecados, pero si ponemos toda la confianza en el cumplimiento de la ley, en la autojustificación, nos encerramos en el yo sin entrar en el camino. Los pecadores, si no se arrepienten, tampoco agradan a Dios, pero Jesús vino a llamar a los pecadores para ofrecerles la conversión para estar en el camino de la salvación (Reino). Jesús les pide que se arrepientan y pidan y crean en el perdón de Dios, y serán justificados. ¿Y las obras, las buenas acciones, dónde quedan, no valen nada? Quedan en segundo lugar, porque lo primero es la obra de Dios, su Gracia. Las buenas obras son efecto y no causa de nuestra justificación, que es gratuita, causada por el infinito amor misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. El Papa Francisco decía que el fariseo no tiene amor, practica la religión del yo, es autorreferencial; y la oración del publicano no inicia por sus méritos, sino por sus pecados, no manifiesta sus riquezas sino su pobreza; es la religión de Dios, donde hay misericordia hacia quien se reconoce miserable. Los monjes orientales decían que el peor error espiritual es considerarse justos.
La intención de la parábola es ponernos como ejemplo al publicano para que todos nos identifiquemos con él. Pues, la humildad de corazón que nos hace sentirnos siempre pecadores ante Dios es más una cuestión teológica que moral. Los santos normalmente al final de sus días se confiesan como pecadores. Desde el punto de vista moral esto no es justo, porque viven con virtud heroica, pero desde lo teologal o místico, son conscientes de su condición pecadora y de la obra de Gracia en ellos, así, terminan identificándose con el publicano. La gran cercanía a Dios y a su amor misericordioso les descubre su pequeñez, su nada y su miseria, viviendo pacíficamente, sin centrarse en sí mismos, sino lanzados hacia el amor misericordioso de Dios. No se consideran superiores a los demás ni se muestran jueces de los demás. Se saben pecadores y lo confiesan, pero sienten fuertemente el amor de Dios. Es la humildad o pobreza de corazón. Chesterton decía: “Reconozco un santo en quien se reconoce pecador”.
Referimos a Santa Teresita del Niño Jesús y su camino de la confianza, que la llevó a no considerarse justa y a abrirse totalmente, “con las manos vacías”, a la acción justificadora de Dios. Recordamos su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso: “Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de ti en la Patria, pero no quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar sólo por tu amor, con el único fin de agradarte, de consolar a tu Sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente. En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo”. H. U. von Balthasar expresó: “El hombre que tiene como meta última su propia perfección, jamás encontrará a Dios”, es dejar que la perfección de Dios actúe en el propio vacío de modo activo.

