“Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”

Que mi plegaria llegue a tu presencia, Señor; inclina tu oído a mi clamor.
Sal 87, 3

Audios originales tomados de: panversia.com
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de los Macabeos
2 Mac 7, 1-2.9-14
En aquellos días 1 fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey Antíoco Epífanes, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. 2 Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: «¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres». El rey se enfureció y lo mando matar. 9 Cuando el segundo hermano estaba por dar el último suspiro dijo: «Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes». 10 Después de este, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos 11 y dijo con valentía: «Yo he recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de él». 12 El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos. 13 Una vez que murió este, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios.
14 Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: «Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Salmo Responsorial
Sal 16, 1. 5-6. 8b y 15
R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R/.Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras. R/.Guárdame como a la niña de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R/
Segunda lectura
Lectura de la Segunda carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses
2 Te 2, 16-3,5
Hermanos: 16 Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, 17 los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena.
3:1 Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes. 2 Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe. 3 Pero el Señor es fiel: él los fortalecerá y los preservará del Maligno. 4 Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. 5 Que el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
Evangelio
Lectura del santo evangelio según San Lucas
Lc 20, 27-38
“Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”
En aquel tiempo, 27 se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, 28 y le dijeron:
«Maestro, Moisés nos ha ordenado: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. 29 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. 30 El segundo 31 se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. 32 Finalmente, también murió la mujer. 33 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?».
34 Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, 35 pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. 36 Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. 37 Que los muertos van resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 38 Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él».
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“La vida pertenece a Dios que nos ama y se preocupa mucho por nosotros, hasta el punto de vincular su nombre al nuestro.”
Estos tres últimos domingos del año litúrgico nos presentan temas “escatológicos”: la resurrección y la vida eterna (32), el fin del mundo (33) y Cristo Rey del Universo (34). Temática ya presente en las fiestas de todos los santos y de los fieles difuntos que hemos celebrado, y lo estará al inicio del Adviento. La revelación del AT se fue abriendo paso a la fe en la resurrección muy lentamente, y por el empuje de tres cuestiones que surgen de la vida: Primero: el amor, por cuanto la vida espiritual del pueblo judío desarrolló el deseo de vivir con Dios para siempre (cf. Sal 16; 49; 73); el hombre fue creado por amor y a semejanza de Dios amor, y se siente llamado a vivir en eterna comunión con Él.
Segundo: la justicia, pues la muerte y el sheol igualaban a todos, justos y pecadores, malos y buenos. No es justo que el destino final de los fieles, más aún de los mártires, sea el mismo que los infieles y traidores a su fe (cf. Dn 12; 2Mac 7), donde la experiencia del martirio, de morir por confesar la fe, se abre a una esperanza nueva: recobrar la vida o alcanzar una vida plena en la resurrección, que Dios la puede dar (cf. SpesSalvi 43). Tercero: La vida, que conlleva el deseo de no interrumpirla, de no truncarla con la muerte. El hombre desea ilimitadamente vivir, es el deseo de amar, la vida es deseo de vivir (cf. Is 38,1-18). La muerte es por definición tinieblas, separación de Dios y de los demás. Hay certeza de que Dios, autor de la vida, es más fuerte de la muerte y es Hacedor de una nueva creación (cf. Sal 88).
Las lecturas de hoy nos invitan a conectarnos con lo más real que tenemos: el deseo de vivir y no de morir. Es la muerte la que permite que la vida permanezca viva. ¿Hay vida después de la muerte? Dios, con su pedagogía, al revelarse responde a los deseos más profundos del hombre, pero en Cristo los sobrepasa. La novedad en el NT es unir y llevar a plenitud lo vislumbrado ya en el AT. San Pablo presenta que hay que creer y hablar primero de la resurrección de Jesucristo, como fundamento y causa de nuestra resurrección y esperanza cristiana. Con el martirio de Jesús, como Testigo fiel, y con su resurrección, alcanzan valor concreto la esperanza confiada a los Macabeos, aunque esté siempre lo dramático y angustioso de la muerte.
En la cruz no hay una glorificación de la muerte que sustituye a la antigua alegría por la vida. El sí fundamental a la vida y el juicio que se da a la muerte como anti-divino permanecen en el NT. San Pablo dice que el último enemigo a vencer es la muerte (cf. 1 Cor 15,26). Victoria que supone superar el vacío, la soledad infinita que conlleva la muerte al alejarnos de todos nuestros vínculos constitutivos, especialmente con Dios, que da la vida. “Cristo es el árbol de la vida, de quien el hombre recibe el pan de la inmortalidad (…). La vida eterna no aísla al hombre, sino que lo saca del aislamiento llevándolo a la verdadera unidad con sus hermanos y con toda la creación de Dios” (J. Ratzinger). La resurrección y la vida eterna son “obra de Dios”. Tanto los mártires de la primera lectura, como el argumento de Jesús en el Evangelio, remarcan: Dios es la causa de la resurrección y de la vida futura. No se trata de una posibilidad o potencialidad del hombre. La resurrección es la transformación y glorificación que es pura y exclusivamente obra de Dios; es un milagro, una obra de su poder divino, una nueva creación. Al hombre sólo le cabe la esperanza teologal, porque Dios es Creador y Señor de la vida, porque Dios es
justo y, más que todo, porque Dios es Amor, podemos esperar la vida eterna de su bondad y misericordia. Sólo desde esta fe en Dios se puede esperar la vida eterna, que no se refiere sólo a la inmortalidad o supervivencia del alma en cuanto sustancia espiritual y simple.
De la mano de la pseudo-espiritualidad de la new age se difunde el tema de la vida para siempre, pero como destino natural de los seres humanos, sea como vida después de la muerte, sea como un proceso de reencarnación continua. Y por ser una actitud “light” ante la muerte, lleva a una actitud “light” anta la vida. Todos los intentos, desde siempre, por alentar tanto una prolongación indefinida de esta vida como la propuesta de vidas sucesivas (reencarnación) no son más que pobres sucedáneos de la verdadera esperanza cristiana.
Papa Francisco en el ángelus del 10 de noviembre de 2019 dijo: “¿qué será de nuestras vidas? ¿Pertenecerá a la nada, a la muerte? Jesús responde que la vida pertenece a Dios que nos ama y se preocupa mucho por nosotros, hasta el punto de vincular su nombre al nuestro: es “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven” (vv. 37-38). La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte. Es egoísmo. Si vivo para mí mismo, estoy sembrando la muerte en mi corazón”.
En el credo decimos: “Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”. Sólo la mirada de fe en el Dios de Jesucristo ilumina al hombre sobre el sentido de la vida y de la muerte; y lo abre a la esperanza de una eternidad gloriosa. También nuestro cuerpo, tras una separación misteriosa y provisional entre el tiempo y la eternidad, gozará de esa vida eterna, que necesita nuestro yo completo. Todo nuestro ser, que llegó a compartir en cuerpo, alma y espíritu la aventura de la existencia, llegará a gozar reunido de nuevo un vivir para siempre, sin limitaciones, ni defectos, ni temores de pérdidas, ni agotamientos. Será todo pleno en el encuentro definitivo ante el Padre.

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