“El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”
SEGUNDA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

El justo florecerá como la palmera, crecerá como los cedros del Líbano; trasplantado en la casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios.
Sal 91, 13-14

Audios originales tomados de: panversia.com
Primera Lectura
Lectura de la carta a los Hebreos
Hb 6, 10-20
Hermanos:
Dios no es injusto para olvidarse de lo que ustedes han hecho y del amor que tienen por su Nombre, ese amor demostrado en el servicio que han prestado y siguen prestando a los santos.
Solamente deseamos que cada uno muestre siempre el mismo celo para asegurar el cumplimento de su esperanza.
Así, en lugar de dejarse estar perezosamente, imitarán el ejemplo de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no podía jurar por alguien mayor que Él, juró por sí mismo, diciendo: Sí, yo te colmaré de bendiciones y te daré una descendencia numerosa.
Y por su paciencia, Abraham vio la realización de esta promesa.
Los hombres acostumbran a jurar por algo más grande que ellos, y lo que se confirma con un juramento queda fuera de toda discusión.
Por eso Dios, queriendo dar a los herederos de la promesa una prueba más clara de que su decisión era irrevocable, la garantizó con un juramento.
De esa manera, hay dos realidades irrevocables –la promesa y el juramento– en las que Dios no puede engañarnos. Y gracias a ellas, nosotros, los que acudimos a Él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece.
Esta esperanza que nosotros tenemos, es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor, convertido en Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor

Salmo Responsorial
Sal 110,1-2.4-5.9.10c
R/. El Señor recuerda siempre su alianza
Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. R/.Ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.
Él da alimento a los que lo temen
recordando siempre su alianza. R/.Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza.
Su nombre es sagrado y temible.
La alabanza del Señor dura por siempre. R/.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Marcos
Mc 2, 23-28
“De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado.”
Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?».
Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?».
Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado».
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN
“Cristo es el Señor, el que tiene la autoridad, el poder al servicio del ser humano, quien procura y obra siempre para su bien.”
Es de origen egipcio, Antonio “Abad” es uno de los iniciadores de la vida eremítica en el siglo III (incluso considerado como el primer ermitaño), en algunos lugares conocido popularmente como san Antón. A los 20 años se retiró al desierto para llevar una vida de silencio y oración. Su ejemplo fue seguido por muchos hombres y mujeres en su época, adaptándose a través de la historia. Tras la muerte de sus padres, dejó sus bienes a los pobres, dedicándose por entero a la oración. Su vida atrajo a un nutrido grupo de seguidores, que dejaron todo para vivir ese estilo de vida, lo que le llevó a redactar la Regla de vida para ordenar las orientaciones para los que iniciaban dicha vida; y al mismo tiempo que la admiración de los notables cristianos que acudían a él en busca de consejo. Cuando había necesidad en la Iglesia, abandonó por momentos la vida en soledad para acompañar a los cristianos perseguidos o para defender la fe frente a las herejías que surgían en la época. Murió cuando bordeaba los cien años, en el año 356 .
(cf. La Liturgia Cotidiana 17/01/2023, pág. 60)
En nuestro texto aparece un tema tan importante para el pueblo de Israel, la observancia del sábado. Cualquier persona que no cumpla con el sábado, está cayendo en un pecado grave al faltarle el respeto a Dios. Encontraremos que Jesús pone al centro de su mensaje al hombre, quien debe ser salvado, cuando se vincule en intimidad con el Padre, animada principalmente por el amor. “Recuerda el día sábado para santificarlo” (Ex 20,8) era la ley mosaica. Nosotros, en la vida cristiana católica, celebramos el día del Señor, el Domingo, porque fue el día de la Resurrección de Jesús, día de la Pascua.
Los discípulos tenían hambre y arrancan espigas para comérselas, mientras iban atravesando el sembrado. Arrancar espigas no estaba prohibido (cf. Dt 23,26), pero en día sábado no se podía hacer nada de esas cosas, porque se consideraba como una siega que así eso era trabajar en día sábado. La respuesta de Jesús pone como ejemplo el caso de David quien tenía hambre y pide al sacerdote Ahimélek los panes consagrados para comer él y sus acompañantes (cf. 1 Sam 21,2-7). Aunque no se diga que eso hiciera David en día sábado, Jesús argumenta en función al ser humano. Los judíos cuando hacían su exégesis justificaban a David porque era el caso de una necesidad urgente, y Jesús dirá que era el mismo caso de sus discípulos. El sábado debe ser una ley que esté al servicio del ser humano, por tanto, no debería haber una contradicción entre la ley y una necesidad primordial humana, como el caso de calmar el hambre. Jesús establece el principio general de algo que está en el centro del Evangelio, es decir, la liberación en relación a una ley que en ocasiones se pone en contra del bienestar del hombre. Cristo viene así a liberar de la tiranía de la ley (cf. Rom 3,20; 4,13; 6,14; 8,2; Gál 1,4-5, etc.).
Jesús agrega que “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”, formulación hermosa e iluminadora. También había dicho que “el hijo del hombre es señor también del sábado”, afirmación que nos puede resultar opuesta a la anterior. Sin embargo, no es así, pues la autoridad del hijo del hombre es en función del hombre, porque Jesús, el Mesías, nuestro Salvador no viene a condenar al hombre sino a salvarlo liberándolo de cualquier atadura o alienación. Cristo es el Señor, el que tiene la autoridad, el poder al servicio del ser humano, quien procura y obra siempre para su bien. Cualquier norma o ley que daña la dignidad o el proceso de conversión de una persona, se opone a la finalidad del Evangelio.
La Iglesia católica, por tradición apostólica, que trae su origen del día de la Resurrección de Jesucristo, celebra el misterio pascual el “día del Señor”, o Domingo. En ese día los fieles deben reunirse para escuchar la Palabra de Dios y participar de la Eucaristía, Pasión-Muerte-Resurrección del Señor Jesús y dar gracias por recibir como regalo tan profundo misterio. Para nosotros, el Domingo, es la fiesta primordial que se debe presentar, celebrar y enseñar así a los fieles, de manera que sea día de alegría y dejar de lado el trabajo para dedicarlo todo a Dios.Dios siempre puso al hombre al centro, tanto en su obra creadora, poniendo al hombre como protagonista principal de toda la creación y, cuando el hombre se aleja de Él, envía a su propio Hijo, quien nace en la carne humana con la finalidad de concretar la Redención, viniendo para pagar la deuda de nuestros pecados con su Sangre que derrama en la Cruz por tanto amor que nos tiene a cada uno de nosotros. El hombre es la obra maestra de Dios y nos ama tanto que pidió a su propio Hijo sacrificarse por el bien de la humanidad. Todo ese misterio lo vivimos en el domingo, en cada celebración eucarística, en donde se actualiza el misterio de la salvación y del cual somos partícipes a pesar de nuestras múltiples fragilidades.


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