Lecturas del día y Reflexión al Evangelio de Hoy    DOMINGO 26  DE MARZO DE 2023 «Lectio Divina»

“Yo soy la Resurrección y la Vida.”

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QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Hazme justicia, Señor, y defiende mi causa contra la gente sin piedad; líbrame del hombre falso y perverso, Señor, porque tú eres mi Dios, mi fortaleza.

Sal 42, 1 – 2
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Audios originales tomados de: panversia.com

Primera Lectura

LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO

Ez 37, 12-14

Esto dice el Señor Dios: “Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel.

Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor.

Entonces les infundiré mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”.

P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
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Salmo Responsorial

Sal 129

R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y Él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.

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Segunda Lectura

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS

Rm 8, 8-11

Hermanos: Una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia en la que nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de participar de la gloria de Dios.

Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos. Y pensemos que difícilmente habrá alguien que muera por un justo —tal vez por un hombre de bien se atrevería uno a morir—. Así que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
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Evangelio

Lectura del santo Evangelio según SAN JUAN

Jn 11, 1-45

“Soy yo, el que habla contigo.
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Jn 11, 1-45

En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.

Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?” Jesús les contestó: “¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.

Dijo esto y luego añadió: “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”. Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: “Vayamos también nosotros, para morir con él”.

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.

Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”

Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.

Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.

Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús

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MEDITACIÓN

El Señor quiere resucitarnos de todo esto, pero nos pide que quitemos las piedras de nuestras tumbas espirituales.”

La Cuaresma tiene como misión poner de relieve una dimensión esencial de la vida cristiana: la primacía de la Gracia, del don de Dios. La samaritana había ido hasta el pozo en busca del agua natural y se encontró con el don del Agua Viva. En la curación del ciego es Jesús quien va a su encuentro, manifestando la gratuidad del don. Ahora, la gratuidad del Don de la Vida es total, por los cuatro días de Lázaro muerto y sepultado (cf. Jn 11,17.38). Un muerto nada puede; se encuentra en la impotencia absoluta. Nada pueden los que bajan al Sheol, reza un salmo. La resurrección que esperamos los cristianos consiste en una transformación y glorificación que es pura y exclusivamente obra de Dios. Es un milagro, el mayor de todos, una obra de su poder divino, una nueva creación. Es más que la inmortalidad o supervivencia del alma en cuanto sustancia espiritual y simple. Contrario a la pseudo-espiritualidad de la new age que difunde el tema de la “vida para siempre”, pero como destino natural de todos los hombres, sea como vida después de la muerte, sea como un proceso de reencarnación.

En la primera parte de la cuaresma se nos invitaba a convertirnos, cambiar de vida, obrar la justicia. En esta segunda, se insiste más en la obra de Dios en nosotros, en su poder para cambiarnos y justificarnos; y en la necesidad de la Fe para que esto tenga lugar en nosotros. La fe como aceptación de la Vida que viene de Dios y como confianza en la salvación de Dios. “se da una conexión progresiva en los grandes textos de Juan leídos a lo largo de estos últimos domingos de cuaresma. Después de haber hablado del don de Dios (el agua viva), Jesús, verdadera Luz, ha abierto los ojos al ciego de nacimiento. Estas acciones simbólicas anunciaban el bautismo, es decir, el renacimiento por el agua y el Espíritu. Hoy, otra acción simbólica nos habla de las consecuencias del bautismo: la vida nueva e imperecedera” (G. Zevini – P. G. Cabra eds.). Gran tema de hoy: el anuncio de la vida El terna que Jesús nos comunica a través del Bautismo y que tenemos que recibir por la fe. En sentido estricto no se trata de la “resurrección” de Lázaro, sino más bien de la reviviscencia de Lázaro, porque sólo volvió a la misma vida anterior. Lo suyo fue sólo un signo de la resurrección que acontecerá a Jesús y que se ofrece a los creyentes. Es un signo para despertar la fe en Jesús como Hijo de Dios y, por tanto, con poder parar darnos la resurrección y la vida eterna. R. Cantalamessa dice: «La historia de Lázaro ha sido escrita para decirnos esto: que hay una resurrección del cuerpo y hay una resurrección del corazón; si la resurrección del cuerpo va a tener lugar ‘en el último día’, la del corazón tiene lugar o puede

tenerla cada día. Hoy mismo».

Las lecturas de hoy nos llevan al corazón del misterio pascual y nos preparan abiertamente para celebrarlo. San León Magno decía: “lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones” (Sermón 15 sobre la Pasión del Señor; L. H. Jueves IV de cuaresma). La Vida Eterna nos viene dada con la sustancia de la Fe ya en el tiempo presente, dando respuesta a las aspiraciones más profundas y legítimas de toda persona. El evangelio nos muestra el amor de Jesús por su amigo Lázaro (cf. Jn 11,3.5.36), mostrando el motivo último de nuestra esperanza en la vida eterna: el amor de Dios. “Amar a otro es decirle: tú no morirás” (Paul Claudel), y sólo Dios puede decir esto eficazmente. Podemos sentirnos “sepultados” por habernos quedado encerrados en nuestra tumba, sin ninguna esperanza de salir de ella. Nuestro sepulcro puede ser la rutina, la mediocridad, la renuncia a cambiar a convertirse, la muerte a los sueños e ideales juveniles; la depresión, el odio y el pecado. El Señor quiere resucitarnos de todo esto, pero nos pide que quitemos las piedras de nuestras tumbas espirituales.

Papa Francisco en el Ángelus del 29 de marzo de 2020 decía: “la respuesta de Dios al problema de la muerte es Jesús: ‘Yo soy la resurrección y la vida… ¡Tened fe!… “Quitad la piedra”: Dios no nos ha creado para la tumba, nos ha creado para la vida, bella, buena, alegre. Pero «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 2, 24), dice el libro de la Sabiduría, y Jesucristo ha venido a liberarnos de sus lazos. Por lo tanto, estamos llamados a quitar las piedras de todo lo que sabe a muerte: por ejemplo, la hipocresía con la que vivimos la fe es la muerte; la crítica destructiva hacia los demás es la muerte; la ofensa, la calumnia, son la muerte; la marginación de los pobres es la muerte. El Señor nos pide que quitemos estas piedras de nuestros corazones, y la vida volverá a florecer a nuestro alrededor. Cristo vive, y quien lo acoge y se adhiere a Él entra en contacto con la vida. Sin Cristo, o fuera de Cristo, no sólo no hay vida, sino que se recae en la muerte. La resurrección de Lázaro es también un signo de la regeneración que tiene lugar en el creyente a través del Bautismo, con la plena inserción en el Misterio Pascual de Cristo”.

Podemos ayudar a los demás quitando la piedra de sus sepulcros y desatándolos para que caminen. Pero lo principal, hacer salir de la tumba, es obra de Jesús. Nosotros sólo podemos ser instrumentos suyos. P. Cantalamessa dice: «Frecuentemente, las personas que se encuentran en esta situación no están en disposición de hacer nada, ni siquiera de orar. Son como Lázaro en la tumba. Es necesario que otros hagan por ellos. En los labios de Jesús ya encontramos este mandamiento dirigido a sus discípulos: «Curen enfermos, resuciten muertos» (Mt 10,8) […] Jesús se refería a los muertos de corazón, a los muertos espirituales […] El mandamiento de resucitar a los muertos está dirigido a todos los discípulos de Cristo […] Probablemente ya has resucitado a un muerto. Tu marido, desmoralizado, ha salido de casa después de una enésima trifulca: llámale por teléfono, hazle renacer la confianza en el corazón. Lo mismo haz tu con tu mujer si eres el marido. Posiblemente habéis resucitado también vosotros un muerto».

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