“Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”
DOMINGO DE RAMOS

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en las alturas!
Mt 21, 9
Audios originales tomados de: panversia.com
Primera Lectura
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS
Isaías 50, 4-7
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor

Salmo Responsorial
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R/.Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel». R/.
Segunda Lectura
LECTURA DE LA CARTA DEL APOSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES
Filipenses 2, 6-11
Jesús compartía la naturaleza divina, y no consideraba indebida la igualdad con Dios, sin embargo se redujo a nada, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según SAN MATEO
Mt 26, 14; 17, 66
“No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”
En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
El contestó: Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: ¿Soy yo acaso, Señor?
El respondió: El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido.
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: ¿Soy yo acaso, Maestro? El respondió: Así es.
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: Bebed todos; porque esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.
Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: —Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
Pedro replicó: Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
Jesús le dijo: Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás. Pedro le replicó: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo decían los demás discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: Sentaos aquí, mientras voy allá a orar. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo: Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: —¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: —Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño.
Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: -Ya podéis dormir y descansar. Mira, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: Al que yo bese, ése es: detenedlo.
Después se acercó a Jesús y le dijo: ¡Salve, Maestro! Y lo besó. Pero Jesús le contestó:—Amigo, ¿a qué vienes?
Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo: —Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura que dice que esto tiene que pasar.
Entonces dijo Jesús a la gente: ¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas.
En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores.
Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y entrando, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»
El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti? Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?. Y ellos contestaron: Es reo de muerte. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo: Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.
Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:—También tu andabas con Jesús el Galileo. El lo negó delante de todos diciendo: No sé qué quieres decir.
Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: Este andaba con Jesús el Nazareno. Otra vez negó él con juramento: No conozco a ese hombre.
Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron: Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.
Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: No conozco a ese hombre. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces.» Y saliendo, lloró amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo: He pecado, he entregado a la muerte a un inocente. Pero ellos dijeron: ¿A nosotros qué? ¡Allá tú!. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó.
Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron: No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre.». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: ¿Eres tu el rey de los judíos? Jesús respondió: Tú lo dices. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti? Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.
Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?. Ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les preguntó: ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? Contestaron todos: Que lo crucifiquen. Pilato insistió: Pues, ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: ¡Que lo crucifiquen!
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!. Y el pueblo entero contestó: ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: ¡Salve, rey de los judíos! Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: Elí, Elí, lamá sabaktaní. (Es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: A Elías llama éste.
Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: Realmente este era Hijo de Dios.
Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.
Pilato contestó: Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN
“Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad”
El Domingo de Ramos celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén donde va a sufrir su pasión y su muerte en cruz. Es la puerta de la Semana Santa y la liturgia de este día nos invita a entrar con Jesús en la misma. En su ingreso a Jerusalén Jesús es aclamado como rey, como el hijo de David en su esplendor; pero aparece como “un rey humilde, montado en un asna” (cf. Zac 9,9). No es un rey prepotente que hace alarde su poder, sino un rey manso, humilde, pacífico y pacificador. Los ramos de olivo recuerdan la paz que nos trae Cristo y que sólo puede darse cuando Cristo reina en nuestros corazones, en nuestra casa, en nuestra sociedad. Se lo llama también “domingo de la Pasión”, por leerse la Pasión del Señor, así nos ponemos en clima para toda esta semana anticipando los hechos para descubrir su sentido profundo e inspirarnos la actitud espiritual correspondiente. A. Nocent: «En esta procesión debemos ver mucho más que un remedo y un recuerdo, la subida del pueblo de Dios, nuestra propia subida con Jesús hacia el sacrificio. Además, mientras la procesión nos recuerda el triunfo de Cristo en Jerusalén, nos lleva también ahora hacia el sacrificio de la cruz, hecho presente en el sacrificio de la misa, que va a ofrecerse».
La primera lectura (Is 50,4-7) nos invita a la escucha, actitud propia del discípulo, incluyendo la aceptación de los acontecimientos. El siervo no sólo habla y escucha, sino que padece sin huir, confiando en la ayuda del Señor. Es una clara invitación a involucrarse con la Pasión de Jesús prefigurada en los sufrimientos del siervo. La Segunda lectura (Flp 2,6-11) nos presenta el camino de Jesús, su abajamiento y su obediencia hasta la muerte, como modelo a imitar. Invita a involucrarnos con nuestro querer, pensar y sentir en la pasión de Jesús. La extrema pobreza y el extremo amor de Jesús manifestado aquí deben ser el motor de nuestra entrega al Señor en pobreza de espíritu y por amor. La lectura de la Pasión según San Mateo: Si queremos obtener conocimiento de nosotros mismos en cuanto discípulos de Jesús podemos seguir las huellas de Pedro, analizando sus reacciones y sus actitudes ante la Pasión del Señor: aprenderemos a confesar nuestros miedos ante la cruz, a sanar nuestra presunción que desconoce los propios límites, a reconocer nuestras fragilidades e infidelidades y a llorar amargamente por ellas. Decía el Papa Francisco en su homilía del 5 de abril de 2020:
“Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”.
La otra opción es fijar nuestros ojos en Jesús para contemplarlos y dejarse cuestionar y transformar por su ejemplo de entrega al Padre. Ver los silencios de Jesús, su negativa a defenderse, su pasividad ante la agresividad de los hombres. Su aceptación de su fracaso, pues el mismo pueblo, a quien enseñó y por quien da la vida pide la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Una vez crucificado llegar a sentir el abandono del Padre en ese momento tan dramático. Expresa. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46), manifestando el abandono de los suyos, pues huyeron. Sólo se queda el Padre. Y en el abismo de la soledad le grita “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?” (cf. Sal 22,2), mostrándonos que llevó a la oración el momento más desolador extremo que pasaba. Todo esto para servirnos, pues cuando pasemos por lo mismo, en la absoluta soledad, en el máximo abandono, nos dice que Él pasó por lo mismo y nos consuela acompañándonos (cf. Papa Francisco).
Meditando sobre la pasión de Jesús podemos retener dos actitudes fundamentales suyas: su docilidad filial a la voluntad del Padre y su solidaridad fraterna. Su docilidad filial, pues Jesús acepta su Pasión y Muerte como obediencia a la Voluntad del Padre cumpliéndose así las Escrituras. El huerto de Getsemaní es ejemplo de la lucha de Jesús anteponiendo la Voluntad del Padre a la natural angustia ante la muerte cercana. La solidaridad fraterna (cf. primera lectura), se manifiesta en la institución de la Eucaristía, donde Jesús anticipa y revela el sentido de su pasión y muerte como donación y entrega de su vida por la salvación de todos los hombres. Se nos invita a apropiarnos de este misterio de la Pasión encontrando su sentido más profundo vinculándolo a nuestro aquí y ahora. Que el misterio de la cruz nos ayude a descubrir el sentido de nuestras cruces y nos dé la fuerza para perseverar en su seguimiento. Aceptemos nuestros dolores y sufrimientos y ofrezcamos por el bien de los demás, como cambio de redención.

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