“Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.”
LUNES 15 DE MAYO SEXTA SEMANA DE PASCUA

Con gritos de alegría anuncien y proclámenlo hasta los confines de la tierra: El Señor ha liberado a su pueblo. Aleluia. Is 48, 20
Is 48, 20

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan
Jn 15, 26–16, 4
“Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho.”
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Consolador, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el principio han estado conmigo.
Les he hablado de estas cosas para que su fe no tropiece. Los expulsarán de las sinagogas y hasta llegará un tiempo, cuando el que les dé muerte creerá dar culto a Dios. Esto lo harán, porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de estas cosas para que, cuando llegue la hora de su cumplimiento, recuerden que ya se lo había predicho yo”.
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“Sólo el Espíritu de la Verdad nos llevará a saborear la Verdad de Dios, la Verdad de su Amor recontra súper incondicional por nosotros.”
En el texto de hoy se pone como objetivo final al mismo Dios Padre. Por lo tanto, nuestro destino final no es un lugar, sino la Persona del Padre y en Él, la Santísima Trinidad. Pero atención: cuando somos bautizados, ya hemos recibido al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ya hemos estado con el Padre y Él con nosotros, por eso, nuestra condición filial (de ser hijos en el Hijo Jesús por el Bautismo) es lo más grande que nos pudo pasar en la vida. Pues estamos llamados a participar de la naturaleza divina y lo logramos ya desde que hemos sido bautizados y vivimos agraciados (llenos de la Gracia de Dios) perseverando hasta ese encuentro definitivo con Él que acontecerá cuando Dios lo decida.
Además, Jesús ya nos precedió y enviará al Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo a la vez, quien es el gran Testigo de ese amor de Dios para con nosotros. “Paráclito”, viene del griego, que etimológicamente significa “aquel que es invocado” o “alguien llamado para que esté junto a uno y lo ayude o defienda”, de aquí que se pueda traducir como “consolador”, “ayudante”, “consejero” o “intercesor”. Como término técnico en el campo legal significa también “abogado” o “defensor”. ¿Por qué Jesús habla del “otro Paráclito”? Porque Él ha sido el primer Paráclito para los suyos en su vida terrena. El otro Paráclito (el Espíritu Santo) lo sustituirá y podrá prolongar su obra a favor de los discípulos, siendo una persona distinta a la del Padre y a la del Hijo.
Sólo el Espíritu de la Verdad nos llevará a saborear la Verdad de Dios, la Verdad de su Amor recontra súper incondicional por nosotros. El Espíritu Santo no cambia la Revelación (lo que Dios nos comunicó y está contenido en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, y que el Magisterio de la Iglesia nos ayuda a interpretarlo adecuadamente para nuestro aquí y ahora), sino que nos ilumina para que la Verdad sobre Dios, el ser humano y su destino último, sea conocida por todas las generaciones y el Reino de Dios se extienda siempre y por todas partes. Es el Espíritu quien da a tener un entendimiento que sólo por la fe se puede llegar, en profundizar cada aspecto de la Palabra de Dios en el contexto que nos toca vivir. Y siempre veremos que esa Palabra, como es viva y eficaz, y justamente es de Dios, hablará en el presente de cada época, ayudando a discernir y tomar las mejores decisiones en la vida. Nosotros, quienes hemos conocido a Dios, quienes hemos tenido un encuentro profundo con Él, y nos sentimos intensamente amados, damos testimonio de ese Amor, sirviendo a los demás con generosidad. Es Dios mismo, presente a través de su Espíritu, quien nos hace nuevos y nos capacita para el servicio. ¿Por qué el cristiano pasará persecución y odio? Porque está llamado desde el Bautismo, ya que se sumergió a la vida total de Cristo, a participar del destino de su Maestro: Pasión-Muerte-Resurrección. Es decir, seguirá el mismo camino y destino que su Maestro. Y si al Maestro lo persiguieron y odiaron, porque no es del mundo, no pertenece al mundo, de la misma manera los discípulos correrán la misma suerte, al no ser del mundo y no pertenecer a esa experiencia de maldad. El “mundo” ama sólo a los suyos, a los que son como ellos; jamás amarán a los discípulos de Cristo, los creyentes, porque su testimonio denuncia la maldad y mentira de las acciones provenientes del mal.
Si el discípulo predica la Muerte de Cristo, y él está destinado a ser parte de lo que anuncia, ¿puede esperar otra cosa a la persecución, odio, calumnias y crucifixión y Muerte que pasó su Maestro? La respuesta es no. Pasará por lo mismo que pasó su Maestro y Señor. Que sepamos que parte de nuestro destino es la persecución, el odio y la muerte, no nos debe llevar a la angustia y desesperación, porque no es nuestro destino final, sino que la Vida, la Resurrección, contemplarle a Dios cara a cara.
Los primeros cristianos tenían tan claro este tema, que aun sabiendo que los iban a matar, inventando tantas cosas en contra suya, tenían fija la mirada en Dios, pues sabían que no eran ciudadanos de la tierra, sino del cielo. Su destino en definitiva será la patria celestial (cf. Filp 3,20-21). Damos testimonio con gestos y palabras, con toda nuestra vida, y es en nuestra vida donde se debería notar si somos creyentes o no, o si decimos ser creyentes, pero vivimos como paganos (no creyentes en Dios). Aunque atención: no podremos llegar a ser fieles sólo con nuestras propias fuerzas que son necesarias e importantes, pero absolutamente insuficientes, pues necesitamos de la fuerza de Dios, de su Gracia, de la presencia de Dios en nuestra interioridad, quien nos ayudará y orientará también nuestro querer y todo nuestro obrar hacia el bien, como Él.


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