“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes”.
DOMINGO 21 DE MAYO SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

«Galileos, ¿por qué permanecéis mirando al cielo? Este Jesús, que de entre vosotros ha sido llevado al cielo, volverá tal como lo habéis visto marchar, aleluya. (Hch 1, 11)
(Cfr. 1 Pedro 2, 9)

Evangelio
Lectura del santo evangelio según SAN MATEO
Mt 28, 16-20
“Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.”
En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, lo adoraron, si bien algunos dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así:
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo.»
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.”
Celebramos hoy el día en que, cuarenta días después de la Pascua, Jesús deja esta tierra para volver definitivamente junto al Padre. Este gran acontecimiento marca un nuevo tiempo en donde la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, continúa la misión que el Padre le dio a Jesús. Así, las tres grandes fiestas de la Pascua, la Ascensión y Pentecostés conforman todo el tiempo pascual, misterio central de nuestra fe, el gran objetivo de nuestra vida. Desde el inicio el narrador ubica a los discípulos en Galilea (cf. Mt 28,16), lugar donde les había convocado el Señor (cf. Mt 26,32; 28,7.10). Es una región fronteriza de Israel y tiene un significado importante porque en Galilea había comenzado (cf. Mt 4,12ss) y se había desarrollado el ministerio de Jesús; allí también tendrán los discípulos que retomar la misión. Mt 4,15, cita Is 8,23: “Galilea de las naciones o de los paganos”, por ser la región más llena de presencia pagana en Israel. Por eso, a nivel histórico salvífico, llega a ser un símbolo de la universalidad del mensaje evangélico. Es en Galilea donde los discípulos reciben el mandato de anunciar el evangelio no sólo a Israel sino a todas las naciones.
El texto dice que lo adoraron, pero a la vez, titubearon, dudaron (cf. Mt 28,17). Para expresar la duda se utiliza la misma expresión cuando Jesús reprocha a Pedro su falta de fe, en 14,31: “Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. Es una actitud contradictoria que caracteriza a los discípulos en Mateo, a quienes varias veces Jesús los llama “hombres de poca fe” (cf. Mt 6,30; 8,26; 16,8; 17,20); tienen fe pero todavía les falta creer más y mejor, así como Dios quiere.
Luego Jesús se presenta como el Señor glorioso y exaltado por Dios, que recibe del Padre todo poder en el cielo y en la tierra, por tanto, manifiesta ahora el señorío divino sobre toda la creación. Lo que el tentador le ofreció a Jesús llevándolo a un monte alto, todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, a cambio de adorarlo (cf. Mt 4,8-10), ahora recibe del Padre por su obediencia filial, y al mismo tiempo que la adoración de los hombres, que ante Él dobla sus rodillas (cf. Filp 2,9-11). Sigue el mandato misionero “hagan discípulos”, “bautizando… enseñando”. Los discípulos tienen que repetir la acción de Jesús: formar discípulos, pero discípulos de Jesús, no propios.
Tendrán que transmitirles las enseñanzas de Jesús que es el único maestro (cf. Mt 23,8-10); es más, tendrán que “sumergirlos” (bautizarlos) en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se trata de llevar a otros al seguimiento de Jesús y hacerlos partícipes de la vida Trinitaria. El horizonte de la misión es universal, ya que la expresión “a todas las naciones” se refiere a todos los pueblos, sin excepción alguna. De este modo, Mateo está asumiendo la misión pagana presente en Marcos (cf. Mc 5,18-20; 13,10; 15,39) y la subraya en esta conclusión programática donde invita a hacer que todos los paganos sean discípulos. Finalmente promete su Presencia, no seguridades ni grandes hazañas, sólo su Presencia, siempre y hasta el fin del mundo. En Jesucristo se realiza la presencia permanente de Dios con su pueblo: “yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), es el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1,23). ¿Cuál es nombre más propio de Dios para poder invocarlo, empezar a conocerlo y relacionarnos con Él? Ya desde el siglo II se responde el de “Trinidad”. Es el nombre más propio del Dios de los cristianos, pues a través del mismo se puede expresar sintéticamente lo que la fe cristiana tiene de nuevo y original con respecto a Dios. Así, con el nombre de Santísima Trinidad, los cristianos expresamos y confesamos nuestra fe en un Único y solo Dios que en su intimidad es comunión de Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Bautizar significa literalmente “sumergir”; en nuestro bautismo fuimos sumergidos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. De ahí decimos que Dios es familia, formamos parte de esta familia, es nuestra familia divina. El Papa Francisco dijo: “Dios es una ‘familia’ de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta ‘familia divina’ no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte”.
Creemos que al ser bautizados, la Trinidad ha venido a habitar en nosotros, tal como Jesús lo anunció: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23). El hombre es imagen y semejanza de Dios, somos imagen de Dios Trinidad, de Dios que en su intimidad es comunión de personas. Papa Francisco dijo: “El cristiano no es una persona aislada, pertenece a un pueblo: este pueblo que forma Dios. No se puede ser cristiano sin tal pertenencia y comunión. Nosotros somos pueblo: El Pueblo de Dios. Que la Virgen María nos ayude a cumplir con alegría la misión de testimoniar al mundo, sediento de amor, que el sentido de la vida es precisamente el amor infinito, el amor concreto del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Ángelus, 27 de mayo de 2018). Para realizar bien la misión como comunicación del Evangelio, hay que “hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)” como reza el lema de 57º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que celebramos este domingo.En su mensaje para este año el Papa Francisco nos pone el ejemplo de san Francisco de Sales, al cumplirse 400 años de su muerte, a quien “su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un testigo extraordinario del amor misericordioso de Dios. De él se podía decir que «las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones» (Si 6,5). Por lo demás, una de sus afirmaciones más célebres, «el corazón habla al corazón», ha inspirado a generaciones de fieles, entre ellos san John Henry Newman, que la eligió como lema, Cor ad corloquitur. «Basta amar bien para decir bien» era una de sus convicciones. Ello demuestra que para él la comunicación nunca debía reducirse a un artificio —a una estrategia de marketing, diríamos hoy—, sino que tenía que ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos. Para san Francisco de Sales, es precisamente «en el corazón y por medio del corazón donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios». “Amando bien”, san Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose su amigo; por eso es recordado como el protector de las personas con discapacidades comunicativas. A partir de este “criterio del amor”, y a través de sus escritos y del testimonio de su vida, el santo obispo de Ginebra nos recuerda que “somos lo que comunicamos”.


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