“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”
El Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me ama.
Sal 17, 19-20

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (10,17-27)
“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. Palabra del Señor R. Gloria a ti Señor Jesús.
SANTORAL
MEDITACIÓN
“Dios no llama a los capacitados, sino que va capacitando a quienes llama”
Según una correcta mentalidad hebrea era fácil recibir la herencia divina de la vida eterna: bastaba sólo con observar los mandamientos de Dios y ya. Lo que el hombre rico expresa es que desde que era joven se comportó como un israelita practicante. Jesús sabe de su sinceridad y le mira con simpatía, con profundidad, con amor, porque el hombre tiene buena intención. Cualquiera de nosotros se acerca en ocasiones a Dios para pedir iluminación para entrar en el camino de santidad, para perseverar correctamente en la vida cristiana. A muchos ya nos pasó que no quisimos seguir siendo sólo un bautizado mero cumplidor de lo que nos pide Dios y la Iglesia, entonces, teníamos la sana intención de algo más. Cuando nos acercamos de esa manera, alegra el corazón de Dios, pues Él no se contenta sólo con que seamos meros cumplidores, sino personas que viven el discipulado misionero con total profundidad.
Pero Jesús le pide que haga un salto: que se despoje de todo lo que tiene y se convierta en su discípulo siendo parte de la comunidad. Así como al hombre rico, a muchas personas les pasa que terminan alejándose de la misión porque son incapaces de dejarlo todo, siguen apegados a personas, lugares, y al dinero o bienes materiales. Y como le generamos tristeza al Señor, también terminamos tristes al oír sus palabras, quien exige una mayor entrega, no una entrega reducida a las apariencias y a la mediocridad, sino estrechamente unida a la cruz de Cristo.
Este pedido de vender todo lo que tenía no refiere precisamente a que viva en pobreza extrema sin ya poseer nada. Pedro seguía teniendo su casa; Marta y María eran de una posición más bien media, lo que quiere decir que vivían bien. El hombre rico estaba buscando muy seriamente la vida eterna, y la única manera de mostrar era vendiendo todo lo que tenía y convertirse en discípulo de Jesús. Era una prueba muy difícil por la que tenía que pasar, pues Jesús quería absoluta disponibilidad para seguirlo y no estar pendiente y dependiendo de los bienes de este mundo, que le estaría distrayendo para cumplir con la misión que se le iba a encomendar si aceptara. Finalmente agacha la cabeza y se aleja, porque tenía muchos bienes, fue incapaz de despojarse de abandonar el apego a las cosas de este mundo. De ahí que Jesús dice a sus discípulos que la riqueza es un gran obstáculo para entrar en el Reino de Dios. Jesús no quiere tener competencia que esté distrayendo a sus seguidores, pues éstos deben tener sólo puesta la mirada en Él. Nuestro Señor se pone triste con la respuesta negativa a su llamado, aunque sabe que la persona es quien tiene la libertad de decir sí o no y siempre respetará cualquier decisión que se tomara. El llamado de Dios siempre es para vivir mejor la santidad, para una vida consagrada a Él, para llevar un apostolado con los más necesitados, para ayudar a los hermanos a que también se santificaran.
Seguirle a Jesús no es tan fácil si nuestra respuesta será sólo con nuestras propias fuerzas, pero cuando nos dejamos amar por Él y llenarnos de su Gracia, entonces Él es el protagonista y nos capacitará para que respondamos con generosidad a una misión que siempre excede a nuestras facultades humanas. Dios no llama a los capacitados (en el amor, en la misericordia, en llevar una vida coherente y generosa), sino que va capacitando a quienes llama (conforme la persona se deja transformar por su Amor).
Si bien es cierto que el seguimiento de Cristo tiene sus complicaciones y dificultades, sin embargo, le tenemos al Señor quien vive en nosotros y nos inspira con la unción de su Espíritu, ya que nos dice: “Sin mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5), sin Él todo tiende a terminar en el fracaso. Pero nos advierte que con Dios todo lo podremos lograr, “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filp 4,13). San Pablo nos dice “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8,31). Es la experiencia de los santos a lo largo de los siglos, reconociéndose nada delante de la misión encomendada, pero es el mismo Dios quien obra en y a través nuestro para la salvación del mundo.
Miramos el presente y el futuro con optimismo, con esperanza, pues Él dirige la historia. Santa Teresa de Ávila decía: “Teresa sola, qué poco puede; en cambio, Teresa con Dios lo puede todo”. Podemos decirle al Señor para que Él mismo tome nuestra voluntad y todo nuestro ser, pues para Él todo es posible. Hasta el pecador más empedernido se puede convertir si le suplicamos y regalamos esa intercesión para el bien de los demás. Que aprendamos a ser humildes, desprendidos, desapegados, disponibles y dóciles para escucharle y hacer su voluntad convirtiéndonos en verdaderos discípulos misioneros de este tiempo.
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